“El Que Susurra en la Oscuridad” es una de las historias más largas de H.P.Lovecraft. Con algo más de 25.000 palabras, solo hay otras cuatro (“El Caso de Charles Dexter Ward”, “La Búsqueda en Sueños de la Ignota Kadath”, “Las Montañas de la Locura” y “La Sombra sobre Innsmouth”) que la superan en longitud, aunque no en el dinero que le reportó a su autor: 350 dólares, una suma respetable por entonces. La historia se publicó íntegra en el número de Agosto de 1931 de “Weird Tales”, siendo bien recibida por los lectores de esa revista.
Como muchos de los mejores cuentos de Lovecraft, éste se inspiró parcialmente en hechos reales: "Las históricas, y hasta entonces jamás vistas, inundaciones de Vermont del 3 de noviembre de 1927”. El narrador de la historia, Albert N. Wilmarth, es " profesor de Literatura en la Universidad de Miskatonic en Arkham, Massachusetts, y un entusiasta aficionado al estudio del folklore de Nueva Inglaterra”. Las inundaciones, explica Wilmarth, dieron lugar a ciertas “extrañas historias acerca de objetos que se encontraron flotando en algunos de los desbordados ríos. En ellas hallaron pie muchos de mis amigos para enfrascarse en curiosas polémicas, y acabaron recurriendo a mí confiando en que podría aclararles algo al respecto. Me sentí halagado al comprobar en qué medida se tomaban en serio mis estudios sobre el folklore, e hice lo que pude por reducir a su justo término aquellas infundadas y confusas historias que tan genuinamente parecían tener su origen en las antiguas supersticiones populares”.
Además de estas "historias vagas y disparatadas", circulaban informes de "formas orgánicas" arrastradas por las riadas. “No se trataba de seres humanos, a pesar de algunas aparentes semejanzas en tamaño y aspecto general. Tampoco, decían los testigos, podían ser las de ningún animal conocido en Vermont. Eran objetos rosáceos de un metro y medio de largo, con cuerpos revestidos de un caparazón provisto de grandes aletas dorsales o alas membranosas y varios pares de patas articuladas, y con una especie de intrincada forma elipsoide, cubierta con infinidad de tentáculos en el lugar en que normalmente se encontraría la cabeza”.
Wilmarth, obviamente, se muestra escéptico ante estos informes que considera ecos de folclores a medias olvidados y heredados de generaciones anteriores, quizá de la cultura india preexistente. De hecho, él mismo estaba familiarizado con esas leyendas indígenas que hablaban de una "raza oculta de monstruosos seres que habitaban en algún perdido lugar de las más remotas montañas, en los densos bosques de las más altas cumbres y en los sombríos valles bañados por cursos de agua de origen desconocido”.
Otras leyendas, como las de los indios Pennacook, aportan más detalles: “Los seres alados procedían de la celeste Osa Mayor y tenían minas en las montañas de la tierra de las que extraían una clase de piedra que no existía en ningún otro planeta. No vivían aquí, señalaban los mitos, sino que se limitaban a mantener avanzadillas y regresaban volando con grandes cargamentos de tierra a sus septentrionales estrellas. Sólo atacaban a los seres terrestres que se acercaban demasiado a ellos o les espiaban”.
El escepticismo de Wilmarth le lleva a debatir epistolarmente a través del periódico local, el Arkham Advertiser, con los más aficionados a ver realidades donde solo hay leyendas. Estas cartas se publican también en varios periódicos de Vermont, llamando así la atención de Henry Wentworth Akeley. Éste, un granjero más culto de lo esperable, escribe directamente a Wilmarth, contándole sus propias experiencias con los seres extraños cuya existencia fue expuesta por las inundaciones. Akeley coincide con las leyendas indias en cuanto a que esas criaturas proceden de otro planeta y que su objetivo aquí es la extracción de minerales en regiones de difícil acceso.
Ambos hombres dan así inicio a una fluida relación epistolar. En sus cartas, Akeley afirma poseer evidencias directas de estas formas de vida extraterrestres en forma de fotografías e incluso una grabación fonográfica de sus voces. Al recibir y analizar detenidamente todas estas pruebas, Wilmarth decide investigar más a fondo, convencido ya de que algo extraño y siniestro está sucediendo en los bosques del estado. Conforme avanza el año, las cartas de Akeley se hacen más angustiosas. Se siente amenazado por las criaturas y sus agentes humanos y le preocupa que quieran matarlo a causa de todo lo que sabe y las pruebas que ha reunido. Le dice a Wilmarth que, en caso de que sus misivas dejen de llegar, debe asumir lo peor e informar a su hijo George, que vive en California. En cualquier caso, insta a Wilmarth a no acudir a Vermont por el peligro de que también él quede señalado como objetivo de esas criaturas.
Wilmarth afirma que "la carta me sumió francamente en el más negro de los terrores". Su preocupación por el bienestar de Akeley aumenta con cada día que pasa hasta que, por fin, recibe otra carta, pero con un tono completamente diferente. El antiguo miedo ha desaparecido para ser sustituido por un apasionado sentido de lo maravilloso. Akeley afirma ahora que los extraterrestres, a los que llama "los Exteriores", "nunca han causado, conscientemente al menos, daño a los hombres, si bien algunos congéneres nuestros les han espiado y juzgado cruelmente”. Afirma incluso que lo único que "desean del hombre es paz, no sufrir molestias y unas relaciones a nivel intelectual cada vez mayores”. Akeley está ahora tan seguro de todo esto que le ruega a Wilmarth que vaya a Vermont a visitarlo para que él también pueda compartir su emoción al entender la verdad. Si acepta, le pide que lleve consigo toda su correspondencia, incluidas las fotos y el disco fonográfico que le había enviado, ya que "los necesitaremos para reconstruir toda esta impresionante historia”. Wilmarth acepta.
En la remota granja no hay señales de monstruos acechando. De hecho, todo parece sumido en una extraña calma. Akeley dice estar sufriendo un repentino y severo ataque de asma que le postra casi inmóvil en una habitación oscura, abrigado hasta el punto de ocultar sus rasgos con ropa de abrigo y hablar con un ronco susurro (el “susurrador en la oscuridad” del título). Le cuenta a Wilmarth multiples secretos del cosmos y le dice que planea viajar con sus nuevos amigos, los Exteriores, a Yuggoth, el noveno planeta más allá de Neptuno. Para efectuar el viaje, extraerán su cerebro del resto de su cuerpo y lo almacenarán en un cilindro de metal lleno de una solución nutritiva y equipado con ojos electrónicos y dispositivos auditivos. Los Exteriores llevarán consigo este cilindro cuando vuelen por el espacio interplanetario. ¿Quizás Wilmarth desearía unirse a ellos...?
H.P. Lovecraft escribió artículos sobre Astronomía a comienzos del siglo pasado, principalmente entre 1906 y 1918, en un momento en el que se pensaba que el universo consistía exclusivamente en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Pero el 30 de diciembre de 1924, cuando Edwin Hubble anunció públicamente el descubrimiento de otras galaxias, nuestra percepción sobre las auténticas dimensiones no solo de nuestro Universo sino de nosotros en relación a él, experimentó un cambio radical que Lovecraft reflejó en su ficción posterior, propiciando también un cambio en su estilo y temática.
En los primeros cuentos de Lovecraft, de 1917 a 1920-21, apenas se menciona la palabra galaxia. La excepción es una referencia rápida en “Del Más Allá”, escrito en 1920, cuyo protagonist es Crawford Tillinghast, un científico que ha inventado un dispositivo capaz de estimular la glándula pineal, permitiendo que los sujetos tratados perciban otros planos de existencia fuera del alcance de nuestros cinco sentidos. Al encender su máquina, describe lo que observa: “Me pareció por un instante contemplar un fragmento de extraño cielo nocturno lleno de esferas brillantes que giraban y mientras se alejaba, vi que los refulgentes soles conformaban una constelación o galaxia de forma estable”. La palabra “galaxia” se usa aquí como un término descriptivo o incluso metafísico en lugar de como un vocablo puramente científico.
No sería hasta “El Que Susurra en la Oscuridad”, escrito en 1930, que Lovecraft usaría la palabra “galaxia” con una acepción científica. De hecho, este cuento bien puede considerarse un punto y aparte en la literatura de Lovecraft, su visión del cosmos y, con ella, la creación del “horror cósmico”.
La primera vez que aparece la palabra “galaxia” en este relato es en una carta escrita por Akeley a Wilmarth en la que aquél documenta sus encuentros con los enigmáticos Mi-Go-Exteriores en su apartada granja de Vermont y asegura que éstos pueden estar comunicándose con él, aunque también se cuestiona si toda la experiencia no puede ser producto de un sueño o incluso la locura. En un momento determinado, afirma: “Ahora no quieren dejarme ir a California: quieren llevarme con ellos vivo, o lo que teórica y mentalmente equivale a vivo…, y que les acompañe no sólo a Yuggoth, sino mucho más allá… lejos de la galaxia, y posiblemente más allá del último círculo de anillo espacial”. Este pasaje recuerda a la antigua hipótesis “una galaxia-un universo”, propuesta por William Herschel y comentada por Lovecraft en algunos de sus artículos astronómicos.
En agudo contraste con esa primera mención de la palabra “galaxia”, más tarde, cuando el falso Akeley está conversando con Wilmarth en la granja, aquél dice: “No puede imaginarse el nivel científico que han alcanzado estos seres. No hay nada que no puedan hacer con la mente y el cuerpo de los organismos vivos. Espero visitar otros planetas, e incluso otras estrellas y galaxias”. En este caso, Lovecraft transmite claramente la idea de un universo que contiene multiples galaxias, una teoría ya firmemente establecida entre la comunidad científica en 1930. ¿Se trata entonces de un simple error gramatical sin importancia? ¿O es que los Mi-Go, efectivamente, revelaron a Akeley -y, más tarde, a Wilmarth-, que el universo estaba compuesto por miles de millones de galaxias? Recordemos que, según Akeley, los Mi-Go querían que la humanidad descubriera Yuggoth, conocido por los humanos como Plutón, algo que tuvo lugar en nuestro mundo el 18 de febrero de 1930.
Más tarde, el pseudo-Akeley habla de algunas de las entidades encapsuladas en los cilindros de su despacho, asegurando que tres son humanas, seis son seres fungoides que no pueden navegar por el espacio en forma corpórea y dos son neptunianas. Luego dice que que el resto proceden “de las cavernas centrales de una estrella negra particularmente interesante situada allende los confines de la galaxia”. Según se deduce de esto, ese objeto cósmico se encuentra fuera de la Vía Láctea, aunque no necesariamente en otra galaxia.
Es interesante que Lovecraft nombre a una “estrella oscura”. De acuerdo con la física newtoniana, se trata de un cuerpo teórico de una masa tan grande que cualquier luz que emite queda atrapada por su propia gravedad, lo que da lugar a una estrella “oscura”. Con el tiempo, este término fue sustituido por el de “agujero negro”. Sin embargo, una estrella oscura también se clasifica como una protoestrella que podría haber existido en el Universo temprano, antes de que se formaran las estrellas convencionales. Estaría compuesta en gran medida de material ordinaria, pero también contendría una cantidad relativamente alta de neutralinos, partículas elementales hipotéticas y eléctricamente neutras que aparecen en algunas versiones de las teorías o modelos de partículas con supersimetría y que en cosmología se consideran buenas candidatas para resolver el problema de la materia oscura.
Volviendo a “El Que Susurra en la Oscuridad”, el humano contenido en los cilindros dice: “¿ Se da usted cuenta de lo que significa cuando digo que he estado en treinta y siete diferentes cuerpos celestes -planetas, estrellas oscuras y otros objetos menos definibles- ocho de los cuales no pertenecen a nuestra galaxia y dos se hallan fuera del cosmos circular de espacio y tiempo?”. Esta aseveración es un reflejo de la carta que ya había recibido Wilmarth.
Aunque pudiera parecer que Lovecraft oscila entre la idea de un Universo de una sola galaxia u otro compuesto por miles de millones, es posible que tal ambigüedad fuera deliberada. Cuando es un humano quien habla sobre el Universo, ya sea Akeley o la mente contenida en el cilindro, se hace desde el punto de vista de un Universo con una sola galaxia, la Vía Láctea. Sin embargo, cuando es el falso Akeley quien habla, deja claro que los Mi-Go saben que el Universo es inmensamente más grande y está lleno de galaxias. Con ello, Lovecraft transmite la idea de que los Mi-Go tienen una mejor comprensión del cosmos que los humanos.
"El Que Susurra en la Oscuridad” es una historia muy carácterística de Lovecraft y en ella pueden encontrarse tanto sus virtudes como sus defectos. Su planteamiento, atmósfera e ideas son muy buenas, como también la siniestra evocación que hace el escritor del Vermont rural. Sin embargo, su tratamiento de los Mi-Go es contradictorio, tanto dentro de esta narración específica como en el contexto global de su obra. En sus escritos más maduros, Lovecraft se preocupó por retratar adecuadamente la extrañeza que transmitían las criaturas que acechaban a los humanos desde los márgenes de nuestra realidad. Quería dejar claro que su naturaleza, aspecto, mente y objetivos nada tenían que ver con los nuestros. Sin embargo, la trama de "El Que Susurra en la Oscuridad” se apoya en que los Mi-Go piensan y se comportan de formas que nos resultan comprensibles y reconocibles y, al menos una vez, hasta el punto de la hilaridad involuntaria. No creo que esto estropee por completo una historia que es, como he dicho, interesante, tensa y absorbente, pero sí que reduce su impacto, especialmente cuando se compara con otras grandes obras del autor como, por ejemplo, “Las Montañas de la Locura” o “La Sombra sobre Innsmouth”.
Como les sucede a muchas historias de Lovecraft, "El Que Susurra en la Oscuridad” puede resultar indigesta para el lector no particularmente familiarizado con la ficción del autor. En primer lugar porque gran parte de la “acción" se desarrolla en forma de cartas que se intercambian Wilmarth y Akeley. Apenas hay diálogos propiamente dichos y menos aún, acción física. Y, en segundo lugar, porque presenta sólo los dos primeros actos de lo que parecería ser un thriller de tres. Las historias de Lovecraft con frecuencia terminan justo cuando sus protagonistas realizan algún descubrimiento sorprendente y alucinante, dejando por completo a la imaginación del lector lo que suceda a continuación.
Y luego está el elegante y sugerente estilo prosístico de Lovecraft, que también es excesivamente recargado y excesivo en adjetivos, algo, por otra parte, muy habitual en la literatura pulp, cuyos autores cobraban por palabra. De haberla escrito diez años antes, posiblemente lo habría hecho con la mitad de su extensión. El desarrollo es metódico y parsimonioso para los gustos actuales, pero, al fin y al cabo, esa es precisamente la formula del “horror cósmico” que inventó Lovecraft: una acumulación progresiva y lenta de momentos de tensión y locura hasta desembocar en una horrenda revelación final. El problema es que, aunque esta técnica funciona muy bien en el formato de cuento, cuando se aplica a las novelas, cortas o largas, tiene más dificultades para mantener atento al lector poco paciente.
Aunque el desenlace se ve venir desde muy temprano, los conocedores de la obra de Lovecraft podrán apreciar aquí la mención de multitud de nombres y lugares de difícil pronunciación que también aparecerán en otros relatos; asimismo se identifican referencias a los escritos de Lord Dunsany y Robert E.Howard, así como muestras de la enfermiza imaginación de Lovecraft a la hora de describir atmósferas malsanas y criaturas amenazadoras más sentidas que vistas. En 1931, los monstruos clásicos como Frankenstein, Drácula o la Momia llevaban presentes en la cultura popular desde hacía bastante tiempo. Lovecraft supo dar con algo no solo nuevo sino verdadermente horrible de una manera más visceral, más alienígena que un muerto vuelto a la vida o un bebedor de sangre.
Encontramos aquí otro punto en común con diversas obras de Lovecraft de la misma época y posteriores: lo inverosímil que resulta la tardanza de los personajes humanos en reaccionar a lo que ocurre a su alrededor. Si tu aislada granja es atacada cada noche durante meses por monstruos alienígenas que masacran a tus perros, y cuando sus agentes humanos disparan a tus ventanas, cortan las líneas telefónicas e interceptan tu correspondencia, lo más normal es que hagas el equipaje, te subas al coche y te mudes a toda prisa. Pero Akeley no hace más que posponer esa decisión. Tiene la intención de reunirse con su hijo en California pero le resulta difícil abandonar la casa en la que creció y donde conserva tantos recuerdos felices. Supongo que lo que Lovecraft buscaba era transmitir esa asfixiante sensación de estar atrapado que a veces nos atormenta en las pesadillas, de haber caido en una red cada vez más agónica de la que no se encuentra escapatoria. No puede negarse que consigue su objetivo, pero quizá lleve la situación demasiado lejos. Tal vez si les diera a sus personajes una razón más sólida para quedarse que la mera curiosidad, el sentimentalismo o la lasitud, el relato funcionaría mejor.
“El Que Susurra en la Oscuridad”, aunque no se cuente entre lo más granado de la obra de Lovecraft, dista de ser una de sus aportaciones menos interesantes. Para quien solo esté superficialmente interesado en los Mitos de Cthulhu, probablemente encontrará relatos mucho más intensos y entretenidos; pero para quien desee profundizar algo más, resulta uno de los esenciales, entre otras cosas por su explícita conexión entre la CF y el Terror y ser el punto de inflexión a partir del cual el universo de Lovecraft experimentó una gran ampliación conceptual y de escala.
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