“El Ser del Planeta X” fue para el año de su estreno, 1951, lo que “Cohete K-1” para 1950: una película de producción rápida y barata que superó a otras de mayor presupuesto en sus respectivos subgéneros.
En 1950, la costosa “Con Destino a la Luna”, producida por George Pal, había aspirado a ser la primera película americana seria sobre el espacio, pero Kurt Neumann se aprovechó del largo periodo de producción y la maquinaria de marketing de aquélla para rodar en solo 18 días la sorprendentemente buena “Cohete K-1”, con la que consiguió llegar a los cines un mes antes que su competidora.
A finales de 1950, “Ultimátum a la Tierra” se encontraba en fase de producción y “El Enigma de Otro Mundo” estaba ya preparada para empezar el rodaje a la espera de que cayera la nieve que necesitaba el equipo. Presintiendo que el subgénero de las invasiones alienígenas iba a triunfar en 1951 gracias a esas películas de importante presupuesto, el dúo de productores y guionistas compuesto por Jack Pollexfen y Audrey Wisberb, fundaron rápidamente la productora Mid Century Productions, escribieron con igual rapidez un guion y contrataron al veterano director Edgar G.Ulmer para que lo rodara todo en seis días.
Ulmer era un realizador especializado en serie B que había emigrado a Estados Unidos desde lo que hoy es la República Checa (pero que, cuando él nació, aún pertenecía al Imperio Austrohúngaro), obteniendo cierto estatus de culto en los 60 gracias a un par de películas, “Satanás” (1934) y el thriller de género negro “El Desvío” (1945). Cumplió con su cometido y de esta forma “El Ser del Planeta X” pudo estrenarse a finales de abril de 1951, un mes antes que “El Enigma de Otro Mundo” y casi medio año antes que “Ultimátum a la Tierra”.
Pollexfen y Wisberg hicieron bien las cuentas. El film les costó sólo 41.000 dólares (presupuesto muy bajo incluso para aquella época) y recaudó más de un millón. La velocidad de vértigo a la que fue producido lo convirtió en la primera película de invasiones alienígenas estrenada en Estados Unidos. Sin embargo, la iconografía que puso en pantalla no era nueva. Hacía ya tiempo que imágenes como las que presentaba habían pasado a la cultura popular, lo que demuestra que el cine en general y Hollywood en particular llegaron tarde a la fiesta de los “visitantes del espacio exterior”.
Desde que H.G.Wells diera el pistoletazo de salida con “La Guerra de los Mundos” (1898), las historias e imágenes de invasiones alienígenas habían pasado a ser el pan de cada día en las revistas pulp y los cómics de los años 20 y 30. Incluso el diseño del alienígena parece sacado de una portada de “Astounding Stories” o “Weird Tales”. Los extraterrestres que aterrizaban en la Tierra también habían menudeado en anteriores películas de CF, si bien todos ellos tenían una fisonomía perfectamente humanoide.
Visualmente, la película aporta poca innovación y, más bien, constituye un guiño a las viejas películas expresionistas de terror de los años treinta, con su lúgubre iluminación, obvios decorados de estudio, castillos góticos y pantanos neblinosos. Pese a las severas limitaciones técnicas, hay que reconocerle a “El Ser del Planeta X” como mínimo un mérito. La industria cinematográfica de Hollywood nunca fue la más rápida a la hora de incorporar en sus películas elementos propios de la CF, como científicos locos, viajes espaciales, apocalipsis, viajes en el tiempo, robots, extraterrestres, etc. Pero éste sí fue el primer largometraje que abordaba el tema de una invasión alienígena a gran escala.
La película comienza in medias res, más o menos a los dos tercios de su desarrollo, escuchando la voz en off del periodista John Lawrence (Robert Clarke) acompañada por las vistas de un lúgubre observatorio, empezando a narrar “la historia más increíble que un periodista haya escrito jamás” ya que él ha sido “uno de los pocos hombres que ha conocido... ¡al ser del planeta X!” . A continuación, retrocedemos en el tiempo hasta otro observatorio no menos tenebroso, donde Lawrence habla con el Dr. Blane (Robert Fallman) sobre la aproximación del planeta X, que pasará rozando la Tierra causando graves trastornos. El punto de mayor aproximación de ese mundo errante será el remoto pueblo de Burry, en una remota isla de la costa de Escocia, donde se ha retirado el principal experto en la materia, el profesor Elliot (Raymond Bond).
Sin más preámbulos, el intrépido periodista llega frente a una pintura mate de un pueblo escocés, donde es recogido por un coche que apenas cabe en el angosto decorado. Al volante está la encantadora hija del científico, Enid (Margaret Field), que le lleva hasta el viejo castillo de su padre. Uno podría justificadamente pensar que el decorado de un castillo es un poco caro para un rodaje de seis días y, de hecho, fue cogido de otra película, “Juana de Arco” (1948), dirigida por Victor Fleming y protagonizada por Ingrid Bergman. En el castillo espera un visitante sorpresa: el siniestro Doctor Mears (William Schallert), un viejo conocido de Lawrence.
De camino a su casa desde el castillo, Enid tiene un pinchazo y, entre la niebla que cubre los pantanos, vislumbra una extraña cápsula espacial. Al asomarse al interior, queda aterrorizada por la visión del Ser del Planeta X, un alienígena con casco de burbuja y rostro sombrío, inmóvil y pálido que parece una mezcla entre una máscara ceremonial africana y la careta de Michael Myers. El profesor Elliot y Lawrence salen a investigar y se encuentran con el extraño alienígena, mudo pero aparentemente no hostil que, sin embargo, utiliza un extraño rayo para sumir temporalmente al profesor en un estado similar al de un zombi. Luego, los tres se dirigen al castillo.
Tras inspeccionar la cápsula y el equipo del alienígena, los dos científicos llegan a la conclusión de que el metal con el que están fabricados es muy superior a cualquiera terrestre. El siniestro Mears empieza inmediatamente a fantasear con el dinero que podría ganar si pudiera hallar la forma de fabricarlo. Como no pueden comunicarse con el alienígena, lo encierran en una celda, donde Mears consigue utilizar el lenguaje universal de las matemáticas para establecer contacto. Sin que lo sepan los demás implicados, agrede al débil extraterrestre, torturándole con el corte del suministro de gas que respira en su traje espacial. Es entonces cuando se entera de que el planeta del visitante se está congelando y que este ser es la vanguardia de una invasión con la misión de establecer un puesto de transmisión con su mundo para así guiar a sus congéneres hasta aquí.
El simbolismo de la película bebe del terror clásico de “Nosferatu” (1922), de F.W.Murnau, con el que Ulmer estaba muy familiarizado tras haber trabajado con ese director en Alemania. Es cierto que gran parte del estilo de la película recuerda los paisajes brumosos, lóbregos y expresionistas de Murnau. Ulmer “copia” también ciertos elementos de esa película, como la torre inclinada; la llegada de la criatura entre nieblas; el rayo hipnótico del alienígena equivalente al poder mental de Orlock; o que, de la misma forma que el vampiro debe dormir en su ataúd, el alienígena no puede salir de su traje espacial.
Habida cuenta de la velocidad a la que se escribió, no puede sorprender que el guion resulte algo enrevesado y varios de los diálogos insoportablemente expositivos. Pero, a diferencia de muchas películas posteriores de CF de la serie B, el libreto demuestra más inteligencia de lo que podría esperarse con detalles como que los alienígenas probablemente no puedan respirar en nuestra atmósfera (aunque, en ese caso, cabría preguntarse para qué quieren invadirnos) o que se utilice la geometría como lenguaje universal (si bien es dudoso que el Dr. Mears pudiera haber extorsionado tan rápida y eficazmente a su prisionero recurriendo a círculos y triángulos).
El alienígena presenta una ambigüedad interesante porque su aspecto, como el de un niño con rostro envejecido, resulta espeluznante y amenazador al tiempo que el propio de un ser indefenso, sensación que se ve reforzada por su corta estatura y vital dependencia del gas que respira. Nunca llegan a conocerse realmente sus intenciones iniciales. El Dr. Elliot y Lawrence le ayudan cuando aterriza y tiene problemas con su suministro de gas. Inicialmente, se comporta de una forma amistosa, por lo que cabe preguntarse si su verdadera intención era la inmigración pacífica hasta que la violencia que sufrió a manos de Mears le llevó a cambiar sus planes a la invasión militar. ¿O sólo estaba actuando de forma amigable para engañar a los terrícolas? En este sentido, el guion se distancia de la multitud de películas con extraterrestres que vendrían poco después y en las que los visitantes se dividían casi siempre en dos categorías bien definidas y reconocibles: amistosos u hostiles. En “El Ser del Planeta X”, el espectador nunca puede estar completamente seguro de lo que planea el alienígena.
Esto, claro, puede ser uno esos casos de afortunado error producto de un guión escrito con rapidez y sin revisiones. El propio Ulmer declaró a “Cinefastantique” que la idea original era que la inclinación del alienígena fuera pacífica gracias al buen trato que recibió de Elliot y Lawrence, para pasar a la hostilidad a raíz de la agresión de Mears. Según el director, esta película pretendía ser una inversión de “Nosferatu”, en la que el vampiro era completamente malvado desde el principio; Mears, por tanto, sería la inversión de Renfield: mientras que éste era era el esclavo del monstruo, Mears ejerce aquí de verdugo del alienígena.
Pero todas esas loables intenciones no cambian el hecho de que el guion y los diálogos sean muy toscos. Rodada casi en su totalidad en el plató 13 de los estudios de Hal Roach, muchos de los decorados son claramente estrechos, tanto que los actores ni siquiera podían darse la vuelta. En varias ocasiones, el reparto actúa a escasos metros de las pinturas mate que representan el pueblo. Las formaciones rocosas y las paredes están hechas de cartón piedra y algunos de los árboles muertos de los pantanos casi parecen recortes de cartón al estilo de Ed Wood e incluso se puede ver la pared del estudio al fondo. El exterior de la cápsula espacial se parece mucho a una campana de buceo (tanto que, en un momento dado, Lawrence llega a decir: “Se parece mucho a una campana de buceo”).
El propio extraterrestre es un cúmulo de incoherencias. Podría pensarse que una raza alienígena capaz de atravesar distancias interplanetarias con campanas de buceo bien podría haber rectificado el defecto de diseño que suponen unos trajes espaciales con válvulas más fáciles de controlar por sus enemigos que por ellos mismos. A pesar de que la máscara facial que lleva el actor (cuya identidad, por cierto, no está clara dado que Ulmer la mantuvo en secreto, aunque parece que fue el inmigrante ruso Pat Goldin, de 49 años y 1.50 m de altura) es tan efectiva como espeluznante, uno no puede evitar la sensación de que no hubo suficientes tiempo y dinero como para crear un maquillaje adecuado.
Sin embargo, lo que consigue Ulmer con unos medios tan limitados y un tiempo tan escaso, es buena muestra de su talento. “El Ser del Planeta X” no parece una película de 41.000 dólares (unos 350.000 actuales) y, desde luego, tampoco rodada en seis días. Compárese con “Con Destino a la Luna”, que disfrutó de un presupuesto de 600.000 dólares (casi 6 millones de dólares actuales) y cuya producción se alargó meses.
¿Cómo lo logró Ulmer? Y, no menos importante, ¿por qué no medró en el sistema de estudios de Hollywood como lo hicieron otros de sus hábiles compatriotas emigrados desde los países controlados por los nazis?
Edgar G. Ulmer entró en la industria del cine alemana en los años 20 del siglo pasado, participando en “Nosferatu” y “Amanecer” (1927, también de F.W. Murnau). Trabajó como diseñador de decorados, director artístico y diseñador de producción en clásicos como “El Golem” (1920), “El Gabinete del Dr.Caligari” (1920) o “Metrópolis” (1927). En 1930, codirigió con Curt Siodmak (otro nombre importante de la CF) el clásico “Los hombres del Domingo” y, cuando los nazis llegaron al poder en 1933, emigró a Estados Unidos. Allí tuvo la oportunidad de trabajar en Universal justo cuando las películas de terror de ese estudio alcanzaban la cima de su popularidad. Para ellos dirigió “Satanás”, con Boris Karloff y Bela Lugosi, que no sólo recibió excelentes críticas, sino que fue el film con mayor éxito del estudio en aquel año. Por desgracia para él, también tuvo una aventura sentimental con Shirley Alexander, esposa del productor Max Alexander quien, a su vez, era el sobrino del jefazo de Universal, Carl Laemmle. Ulmer se casó con ella en 1936, lo que le costó ser incluido en la lista negra de todos los estudios importantes de Hollywood.
Después de aquello, sólo pudo encontrar trabajo en lo que se conocía como Poverty Row, el grupo de estudios de reducidas dimensiones que desde los años 20 a los 50 produjeron películas de serie B con presupuestos a veces ridículos. Durante los años treinta, Ulmer hizo algunos cortos documentales, trabajó en lo que se denominaba “race films” dirigidos a minorías como la de los hispanohablantes, judíos, alemanes o rusos; pasó en los años 40 a las cintas bélicas y luego, a mediados de esa misma década, inició la que está considerada su etapa artísticamente más exitosa, con películas como el thriller de terror “Barba Azul” (1944), con John Carradine, la mencionada “El Desvío” y “La Extraña Mujer” (1946), estas últimas importantes hitos del cine negro.
A diferencia de otros directores con fama de rápidos, Ulmer se labró una reputación como realizador que nunca renegaba de su visión artística sin importar lo bajo que fuera el presupuesto o ajustado el calendario de rodaje. Como antiguo escenógrafo, a menudo colaboraba para ahorrar dinero y tiempo en la realización de pinturas mate y decorados; y era muy capaz de disimular los bajos valores de producción pidiendo prestados, alquilando y robando si era necesario, decorados de otras películas a los que cubría de oscuridad y espesa niebla (a veces tanta que los actores se asfixiaban) para crear una atmósfera nocturna y de amenaza inminente. En el caso que nos ocupa, ya lo he comentado, recurrió al reciclaje del castillo de “Juana de Arco” y, en los páramos, hace de necesidad virtud y crea un decorado expresionista que recuerda al del “Frankenstein” (1931) de James Whale.
Incluso se atrevía a hacer lo que pocos directores de serie B osaban: en lugar de optar por la cámara estática, la movía a través de los planos agilizando el ritmo y, una vez más, haciendo parecer a la producción más lujosa de lo que era. En este sentido, contó con la ayuda del camarógrafo John L. Russell, que acabaría rodando con Hitchcock “Psicosis” (1960) y dando al cine algunas de sus imágenes más recordadas.
“El Ser del Planeta X” fue uno esos raros casos entre la miríada de películas de serie B de los 50 en el que todos los implicados se mostraron emocionados por participar y, a posteriori, orgullosos de haberlo hecho. Los dos protagonistas masculinos, Clarke y Schallert, dijeron incluso que esperaban que su participación en el film les proporcionara un ascenso en su carrera. En cualquier caso, como he dicho, la película fue un éxito comercial y recibió algunas críticas positivas por parte de la prensa especializada, incluido “The Hollywood Reporter”, que alabó la dirección de Ulmer y calificó a la película de “un film independiente superior y entretenido”; o “Variety”, que escribió que “La dirección de Edgar Ulmer construye una intensa atmósfera y un suspense sostenido. El reparto es en su mayoría excelente”.
Pero, ¿y hoy? ¿qué consideración puede tener “El Ser del Planeta X”?. No creo que bajo ningún estándar pueda considerársela una buena película, algo que sin duda la ha marginado de la ola de remakes de clásicos que empezaron a producirse a partir de los 80. La baja calidad de los decorados lastra la factura total, la parte central es muy floja, el guion tiene graves agujeros y el ritmo general no termina de funcionar bien. Todos estos problemas, no obstante, no son óbice para que pueda disfrutársela sabiendo bien lo que ofrece. No es ni por aproximación un clásico del calibre de “El Enigma de Otro Mundo” (1951), “Ultimátum a la Tierra” (1951), “La Guerra de los Mundos” (1953), “PlanetaProhibido” (1956) o “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” (1956) sino una película de serie B barata y rodada en menos de una semana cuyo punto fuerte es la atmósfera que el director sabe fabricar. Como ya he apuntado, la dirección es sorprendentemente buena habida cuenta de las limitaciones con las que tuvo que lidiar y, en general, transmite una sinceridad y corazón poco habituales en muchas producciones de la misma división.
Una joya. La vi ayer en streaming, despues de leer esta reseña. Muchas gracias.
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