Tras la travesía del desierto que para el cine de CF fue la década de los 40 del pasado siglo, los aficionados al género por fin asistieron a un renacer del mismo en los 50, la Edad Dorada del Cine de CF, los años de “Ultimátum a la Tierra”, “ElEnigma de Otro Mundo”, “Planeta Prohibido”, “La Guerra de los Mundos” o “LaInvasión de los Ladrones de Cuerpos”. Tras la Segunda Guerra Mundial y en el amanecer de la era atómica y la carrera espacial, empezaba a sentirse el empuje de la nueva generación de jóvenes nacidos durante el conflicto. Éstos eran el nuevo público para las películas sobre el espacio exterior, las maravillas científicas y tecnológicas y el asombro ante lo desconocido. Sí, hubo muchísima basura, pero los grandes títulos de aquella década siguen siéndolo setenta años después.
Pues
bien, la chispa que encendió otra vez el interés popular por los viajes
espaciales en producciones cinematográficas de primera categoría fue una
costosa cinta de 600.000 dólares de presupuesto, coescrita por Robert
A.Heinlein y que ganó un Oscar a los efectos especiales y fue nominada a otro
por su dirección artística: “Con Destino a la Luna” (1950), la primera película
sobre una expedición a nuestro satélite que aspiraba a la verosimilitud
científica.
Cuando a finales de 1949, el dueño del estudio de segunda categoría Lippert Pictures, Robert L. Lippert, se enteró de que el productor George Pal estaba embarcado en “Con Destino a la Luna”, decidió realizar una película más modesta y en blanco y negro que se beneficiara de lo que él pensaba iba a ser un gran éxito para aquélla. Así que le compró a Jack Rabin, un técnico en efectos especiales, su proyecto de un film que había imaginado dos años antes con el título, precisamente, de “Con Destino a la Luna”, y la producción se puso en marcha.
Pero
cuando la película de Pal fue encontrándose con un problema tras otro y
encadenando retrasos, la situación derivó hacia lo que nadie había esperado:
una auténtica carrera entre David y Goliat por ver quién era capaz de estrenar
en primer lugar la primera historia seria sobre un viaje espacial americano a
la Luna.
Pues
bien, como sería frecuente en esa década, la serie B fue más rápida, astuta y
certera que la gran industria. El director Kurt Neumann, especializado en ese
tipo de producciones, finalizó en solo 18 días el rodaje de “Cohete K-1” (que
en inglés se tituló “Rocketship X-M” por “Expedition Moon”) y estrenando en
Nueva York en mayo de 1950. “Con Destino a la Luna” no se demoró mucho,
llegando a las pantallas tan solo tres semanas después, pero demasiado tarde ya
para ostentar el honor de ser el primer film de la Edad de Oro del cine de CF,
del que ha podido presumir desde entonces “Cohete K-1”. Es más, a pesar de
haber sido un proyecto concebido exclusivamente para lucrarse del éxito de la
competencia y, gracias a su magro presupuesto de 94.000 dólares, ser más
rentable que la cinta de la Universal, resultó ser una aportación interesante
aunque modesta a la historia del género.
La
premisa básica de “Cohete K-1” es la misma que la de “Con Destino a la Luna”:
un grupo de exploradores dejan la Tierra a bordo de un cohete para dirigirse a
nuestro satélite, pero algo sale mal y tienen problemas para regresar. Sólo que
en el guion de la primera (escrito por Neumann y, este sin acreditar, Dalton
Trumbo), el cohete acaba llegando a Marte por accidente. Esta “pequeña”
licencia científica obedecía a dos razones: primero, evitar ser demandados por
plagio por los responsables de “Con Destino a la Luna”; y segundo, porque “Marte”
era mucho más sencilla y barata de rodar que la “Luna”. En el caso del
satélite, habría sido necesario fabricar algún tipo de decorado, mientras que
para el planeta rojo bastaba alejarse un poco de Hollywood hasta el desierto de
California.
La historia se divide claramente en dos partes. La primera describe los preparativos para el vuelo, el lanzamiento y el comienzo del viaje, todo ello con un cierto interés en la verosimilitud –que no fidelidad- científica. La segunda comienza cuando la nave es golpeada por una lluvia de meteoritos y desviada hacia Marte.
La
película no pierde el tiempo y empieza en las instalaciones de las Fuerzas
Aéreas en White Sands, Nevada, con un acelerado e informal reconocimiento
médico tan sólo quince minutos antes del despegue, seguido por una conferencia
de prensa en la que se explican los detalles de la misión y se presenta a los
astronautas, cuatro hombres y una mujer: el intelectual comandante doctor
Eckstrom (John Emery); el piloto Floyd Oldham (Lloyd Bridges), la valiente
química Lisa van Horne (Osa Massen), el imperturbable astrónomo Harry
Chamberlin (Hugh O´Brien) y el obligatorio alivio cómico, un piloto tejano
llamado William Corrigan (Noah Beery Jr).
A tan
solo cuatro minutos para el lanzamiento, los cinco héroes entran en la nave,
realizan los últimos cálculos, revisan los instrumentos y se instalan en las
camas gravitatorias (un elemento común en los films espaciales de la época). Tiene
lugar el lanzamiento y durante el viaje el comandante y la química discuten
sobre la conveniencia de utilizar una nueva mezcla de combustible que nunca se
ha probado, interrumpiendo el piloto para decirle a la científica, que ve
peligroso el experimento, que mejor estaría en casa criando niños y haciendo
las camas.
No
tarda la nave en encontrar una inesperada lluvia de meteoritos y cuando
maniobran para evitarlo, resulta que, efectivamente, la química tenía razón en
cuanto al riesgo del nuevo combustible y el giro resulta tan violento que todos
quedan inconscientes. Cuando se recuperan, han pasado de largo la Luna y están
rumbo a Marte. Tras algunas deliberaciones, deciden aterrizar en el planeta
rojo en interés de la ciencia. “Protegidos” con unas máscaras de oxígeno y unas
chaquetas de aviador excedentes del ejército (como, nos dicen, hay atmósfera en
Marte, no necesitan trajes presurizados, lo cual además beneficia al
presupuesto del departamento de vestuario), empiezan a caminar por la superficie
y encuentran una ciudad desierta, deduciendo a partir de un edificio abandonado
y una máscara metálica enterrada en la arena que sus habitantes deben llevar
muertos miles de años. Aún más importante, como detectan altos niveles de
radiación, concluyen que esa civilización fue víctima de una guerra nuclear.
Ésa era la moraleja de la película que debían aprender los espectadores.
Por
alguna razón, deciden acampar a la descubierta y por la noche ven y deciden
seguir a un grupo de cavernícolas. De repente, se hace de día y descubren que
la antaño orgullosa civilización marciana ha degenerado en unos seres grotescos
con un extraño dimorfismo sexual: mientras que los machos son parecidos a peludos
forzudos de circo, las mujeres son modelos de pasarela, aunque ciegas. Sea como
sea, los marcianos les atacan lanzando rocas y el comandante y el alivio cómico
mueren aplastados mientras que el astrónomo resulta gravemente herido. A la
postre, sólo Floyd y Lisa sobreviven, regresan a la nave y despegan, pero
cuando se acercan a la Tierra se dan cuenta de que no disponen de suficiente
combustible para aterrizar.
Probablemente y a la vista de una trama tan ridícula, la película parezca peor de lo que es en realidad. De hecho, a muchos espectadores de entonces y de los que vendrían después les gustó más que “Con Destino a la Luna”, más lujosa en todos los sentidos, pero también más acartonada.
El
guionista principal de “Cohete K-1” fue Dalton Trumbo, escritor cuyos trabajos
para Hollywood por entonces incluían títulos como “Espejismo de Amor” (1940,
por la que estuvo nominado a un Oscar), “Dos en el Cielo” (1943, protagonizada
por Spencer Tracy) o “Treinta Segundos Sobre Tokio” (1944). Pero para su
desgracia, fue más conocido por ser miembro del Partido Comunista y formar
parte de los Diez de Hollywood, guionistas y directores que se negaron a
testificar ante el Comité de Actividades Antiamericanas en 1947 y que, a
consecuencia de ello, fueron colocados en una lista negra. Tras pasar algunos
meses en la cárcel, Trumbo siguió escribiendo bajo seudónimo y sin acreditar y
“Cohete K-1” fue su segundo guion tras haber sido incluido en esa lista de la
vergüenza. Como él no podía figurar en los créditos, se colocaron como
guionistas “oficiales” al director Kurt Neumann y a Orville H.Hampton, que
también había trabajado en el libreto.
Trumbo
seguiría trabajando en Hollywood sin ser acreditado, firmando guiones como los
de “Vacaciones en Roma” (1953) o “El Bravo” (1956), películas que recibieron
sendos Oscar al mejor guion. En 1960, el director Otto Preminger reveló que
Trumbo era, de hecho, el guionista de su película “Exodo”, y Kirk Douglas
también desveló que había sido el autor de “Espartaco” (1960). Que un guionista
“prohibido” hubiera escrito dos de las películas con mayor éxito el mismo año,
fue motivo de tal vergüenza en la industria que en la práctica se puso fin a la
lista negra. “Cohete K-1” no fue, bajo ningún concepto, el mejor guion de
Trumbo –fue su única incursión en la CF-, pero su postura pacifista puede
vislumbrarse por toda la película.
Los
diálogos pueden hacernos pensar que Trumbo tenía la ambición de hacer algo más
que una mera aventura espacial. El tema de la paz mundial y la amenaza de una
guerra nuclear entre su país y la Unión Soviética le preocupaban sobremanera y
así, se nos dice que la misión de llegar a la Luna tiene como objetivo
“asegurar la paz mundial”. Era el mismo argumento que se utilizaba en “Con
Destino a la Luna”, pero muy de acuerdo a la mentalidad de George Pal y Robert
Heinlein, en esa película “la paz mundial” era un eufemismo para “instalar
armamento nuclear en la Luna antes de que lo hagan los comunistas”. Trumbo, en
cambio, sugería que el problema no era quién fabricaba antes la bomba, dónde la
colocaba o quién la hacía más potente, sino la bomba en sí misma.
Aunque
el envoltorio sea bastante alocado y los diálogos excesivamente proclives al
melodrama, hay algo genuino en el corazón de “Cohete K-1”. Trumbo salpica las
conversaciones no sólo con toques de lirismo a la hora de describir el vuelo
espacial sino con citas de Rudyard Kipling, Percy Shelley o Albert Einstein,
reforzando la sensación de que quería enviar un mensaje. Los comentarios
misóginos son chirriantes pero, al menos, el personaje de la química Lisa van
Horn y la interpretación que de ella hace Osa Massen ayudan a contrarrestar
algo ese sesgo machista. Da la impresión de que los guionistas y el director
hubieran querido hacer algún tipo de declaración feminista, pero está claro que
necesitaban la aportación de una mujer. De hecho, es di
fícil pensar que Trumbo
hubiera escrito los diálogos misóginos, siendo éstos probablemente obra de
Orville H.Hampton, que figura como encargado de “diálogos adicionales” y que
quizá fuera contratado para animar algo el romance entre dos de los personajes.
Queda
claro desde el principio que la lógica no es el punto fuerte de “Cohete K-1”.
El reconocimiento médico se lleva a cabo quince minutos antes del lanzamiento y
consiste en ir midiendo la presión sanguínea de los astronautas mientras el
resto hace un corro alrededor. Y como dice el doctor: esto no significa nada en
realidad porque puede esperarse tener una tensión ligeramente elevada minutos
antes de entrar en una nave espacial. Luego, hay tiempo para una relajada
conferencia de prensa, entrevistas individuales y adioses a seres queridos. Todo
ello cinco minutos antes de partir.
Por
otro lado, hay algunos elementos que la película representa acertadamente. La
nave es un cohete en dos fases (copiaron el diseño de un artículo de la revista
“Life”) a diferencia del de una sola fase –y combustible nuclear- que aparecía
en “Con Destino a la Luna”. Las intensas fuerzas gravitatorias que han de
soportar los astronautas durante el despegue están bien reflejadas, como
también la ausencia de gravedad en el espacio. Por desgracia, no dispusieron ni
del tiempo ni del dinero para darle forma visual así que trataron de escurrir el
bulto con una supuesta “gravedad reducida” que haría ingrávidos a los objetos
pequeños sin afectar a los humanos. Otras meteduras de pata son la elevación en
línea recta del cohete durante el despegue para luego girar 90 grados con el
fin de entrar en órbita terrestre. También tienen una cabina que gira sobre su
eje para que el suelo siempre esté “abajo”, algo que en el mundo real sería
inútil dado que en ingravidez no importa dónde se encuentre el “suelo”. Y la
idea de que los astronautas se pongan a calcular la mezcla de combustible en
pleno vuelo y nada más empezar es, por supuesto, ridícula. En cuanto a todo el
segmento marciano, lo mejor es no rascar demasiado.
(Continúa en la siguiente entrada)
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