lunes, 14 de noviembre de 2022

1967- VALERIAN y LAURELINE – Pierre Christin y Jean-Claude Mezieres (3)


(Viene de la entrada anterior)

El cuarto volumen de la serie, “Bienvenidos a Alflolol” (1972) comienza con Valerian y Laureline abandonando a bordo de su nave el planeta Tecnorog, donde han estado inspeccionando las numerosas explotaciones (metales raros, sales magnéticas, etc) que los terrestres explotan allí desde hace dos siglos para aprovisionar al resto del imperio. Los colonos -ingenieros, tecnócratas, trabajadores cualificados- viven sólo para una cosa: trabajar y trabajar para hacer de la parcela de planeta que tienen asignada un negocio más rentable y productivo. 

 

No se han alejado mucho Valerian y Laury cuando descubren una nave aparentemente a la deriva, la abordan y toman contacto con sus tripulantes, uno de los cuales, una hembra muy anciana, se halla enferma. Se trata de los habitantes originales de Tecnorog, al que ellos llaman Alflolol, que están regresando a casa tras un viaje de cuatro mil años. Estos alienígenas humanoides no sólo son extraordinariamente longevos sino que tienen grandes poderes y un espíritu inquebrantablemente pacifista.  

 

Pero, como era de esperar, el gobernador humano de Tecnorog acoge con muy poco entusiasmo esta noticia y la cohabitación entre las dos especies enseguida se tuerce. Los alflololianos ni entienden ni comparten el tesón capitalista de sus vecinos y sus hedonistas costumbres empiezan a interferir con el funcionamiento de las plantas industriales. Los colonos ven a los amables y desinteresados recién llegados como un obstáculo a sus cuotas de producción.

 

A no mucho tardar, las decisiones del gobernador obligarán a los dos protagonistas a tomar postura. Por una parte, la gran empatía por los nativos les impulsa a defender su deseo de regresar a sus antiguas tierras de nomadeo y caza. Pero, por otra parte, los colonos llevan ya establecidos en Alflolol dos siglos y, aunque sus leyes les obligan a respetar a otras formas de vida inteligentes, las costumbres e intereses de unos y otros son incompatibles y las fricciones entre ambos pueblos inevitables. Primero, los humanos los confinan en reservas de territorio yermo donde apenas tienen que comer. Una decisión que causa división entre el consejo rector de Tecnorog y que lleva a cambiar de estrategia por una de corte taylorista: obligarlos a trabajar en los cultivos, fábricas, refinerías y plantas extractoras esparcidas por todo el planeta a cambio de comida.

 

Valerian decide seguir las órdenes del gobernador en su calidad de agente de Galaxity, aunque con resignación y sin entusiasmo. Pero Laureline toma partido por los alflololianos, renuncia a su puesto de agente espaciotemporal y se une a ellos en su vida de esclavitud. Tras varios desencuentros y enfados, Valerian recobrará su afecto ideando un plan para que los bondadosos nativos tengan un hogar.

 

Christin ofrece en este álbum una clara y directa crítica a la falta de empatía de los humanos hacia todo aquello que consideran diferente o –aunque no sea el caso- inferior. Los responsables de las explotaciones mineras de Alflolol no tardan en abusar de quienes son los legítimos propietarios de las tierras que ellos ocupan, cometiendo todo tipo de atropellos, una situación que desgraciadamente se ha dado una y otra vez en el curso de nuestra propia Historia.

 

Pero el guionista subvierte el tópico de este tipo de narraciones colonialistas cuando, en vez del previsible deterioro de la situación hasta degenerar en violencia y guerra, hace de los explotados unos seres amables, pacíficos, siempre alegres y conformes con lo que tienen y sin intención de utilizar sus grandes poderes contra quienes los someten a servidumbre. Su carácter nómada, hedonista –en un sentido positivo, esto es, el de ser capaces de disfrutar de los sencillos placeres cotidianos-, y en comunión con el entorno natural, descoloca por completo el frenético sistema productivo de los humanos, obsesionado por los objetivos y las regulaciones. Cuando intentan engañar y subyugar a los alflololianos en lugar de encontrar una forma de convivir pacíficamente respetando los espacios respectivos, en realidad se están condenando a sí mismos. La solución de Valerian, trasladar a sus nuevos amigos a Galaxity, es traviesa y permite concluir la peripecia felizmente sin resultar demasiado forzado.

 

“Bienvenidos a Alflolol”, ya lo he dicho, data de 1972, un momento en el que aún no había tenido lugar la primera crisis del petróleo y las políticas ecológicas no formaban parte del ideario de ningún partido de importancia. Y, sin embargo, no es este un comic cuya historia y mensaje haya envejecido demasiado. Christin y Mezieres supieron interpretar su propia época y preveer los problemas a los que nos abocaría la obsesión por la productividad: la ocupación de tierras ajenas, la alteración del ecosistema, la destrucción de las formas de vida tradicionales y la asimilación forzada de los nativos –sean estos de culturas primitivas o no- en un sistema que no es el suyo.

 

En cuanto a los alflololianos, su nombre es una palabra compuesta de dos acrónimos ingleses: ALF (Alien Life Form) y LOL (Laugh Out Loud). Así, estos seres son extraterrestres hilarantes, algo que confirmará su comportamiento en la historia. Además, la aliteración Lolol es muy popular entre los niños francoparlantes y puede encontrarse en palabras infantiles como lolette, lolo, etc. Christin y Mezieres son muy aficionados a los juegos de palabras, algo que también puede comprobarse en los nombres de la familia de alflololianos con la que contactan los protagonistas: el padre se llama Argol, mientras que su esposa e hijos tienen nombres que son anagramas del de él: Orgal, Logar y Lagor.

 

Desde su misma presentación, el lector descubre que los alflololianos, además de ser extraordinariamente longevos, tienen poderes psíquicos que les permiten comunicarse entre sí, mover objetos a distancia y sanar heridas. Los autores les dan a sus globos de “diálogo” una forma gráfica diferenciada para indicar claramente que se comunican de una forma distinta. Esta técnica, relativamente rara en los comics de la época, iría adquiriendo mayor sofisticación en la serie con el transcurso de los años, creando distintos lenguajes y formas de comunicación para los extraterrestres que iban apareciendo por sus páginas. De hecho, se convertirá en una marca característica de la colección que demuestra la sensibilidad de los autores en el tratamiento de las formas de vida no humanas, transmitiendo una auténtica sensación de cosmopolitismo galáctico.

 

Tecnorog, por su parte, es un planeta que es fácil relacionar con Arrakis, de la novela “Dune” (1965): el viento sopla continuamente en este mundo desértico y, como sucedía en el libro, sus recursos naturales tienen una importancia estratégica para el imperio: en lugar de la especia melange, los minerales extraídos de sus profundidades y las sales de sus mares se utilizan en la construcción de naves. Como sucedía con Alflolol, el nombre que los humanos le han dado el planeta no es casual: “Tecno” alude, claro, a la obsesión por la tecnología; y “rog” deriva de la palabra “rogue”, en francés literario “matón”, persona arrogante y desdeñosa.

 

Basta un rápido vistazo a la página 21 para descubrir las principales características de este mundo maquinizado: cuatro viñetas verticales, teñidas de rojo, azul, amarillo y púrpura respectivamente y con angulaciones poco usuales que suscitan incomodidad; las caras de los personajes son difíciles de discernir y cuando se ven, sus expresiones son las de alguien agotado por una incesante rutina. Las dos siguientes viñetas, horizontales y también con puntos de vista inclinados o desplazados, sirven para mostrar los imponentes edificios que empequeñecen al hombre; y la enorme oficina del gobernador, cuyo rostro cansado y poco empático sólo se muestra en la última viñeta –y que guarda cierto parecido, en facciones y gestos, a Richard Nixon, presidente norteamericano en el momento en que se elaboró este álbum. La actitud arrogante que exhibe es una crítica indirecta a los líderes norteamericanos de la época, con su trato paternalista hacia Valerian y su desprecio por los nativos. Si los alflololianos son un trasunto de nativos norteamericanos, Tecnorog evoca ciertos rasgos poco edificantes de la historia estadounidense.

 

“Bienvenidos a Alflolol” aparece en un contexto de reformulación de la filosofía ecológica, una de cuyas ramas atañe, desde los años 60, a los peligros del crecimiento en los países industrializados. El informe del Club de Roma titulado “Los Límites del Crecimiento”, publicado precisamente en 1972, está considerado como un momento seminal en el despertar de la conciencia medioambiental. El álbum refleja la preocupación por ese tema, utilizando a Tecnorog como metáfora de los riesgos de un crecimiento sin control. Una de las páginas más reveladoras en este sentido es la 18, donde Valerian y Laureline llevan en su nave a la familia de los alflololianos hasta su planeta y desde el aire contemplan en qué se ha convertido. Son tres viñetas verticales en el centro de la plancha flanqueadas por otras dos horizontales, una superior y otra inferior. El texto nos dice: “Al sobrevolar las enormes estaciones flotantes de magnet-oceáno, las minas gigantescas de las montañas, las colosales fábricas instaladas en las llanuras y las plantaciones hidropónicas perfectamente regulares, el estupor reina entre los pasajeros del aparato”. Y, efectivamente, las imágenes de las inmensas máquinas, instalaciones, fábricas y contaminación que emiten, transmiten sensación de gigantismo y destrucción del entorno natural. A ello se añade el color dominante en esas viñetas: rojo, amarillo y púrpura, asociados al fuego, el óxido, el humo y la química (en lugar del verde o el azul, que evocan la vida, la vegetación y el agua). Cuando Argol le pregunta a Laureline qué le ha ocurrido a su mundo, ésta le responde: “Es la Tierra y su civilización lo que ves ahí”.

 

Como ya dije en la primera entrega de esta serie de artículos, tanto Mezières como Christin conocían bien Estados Unidos gracias a haber residido allí largas temporadas y recorrido su territorio. Así que eran sabedores de las condiciones en las que malvivían los nativos americanos, un maltrato que es trasladado en el álbum a la situación de los alflololianos, a los que se dota de ciertos atributos indios como los ritos de paso a la edad adulta en la forma de la caza de un gran animal (que también recuerda a los gusanos de arena de “Dune”). Por otra parte, “Bienvenidos a Alflolol” aparece en un contexto internacional marcado por la exigencia de derechos y resarcimiento de muchos pueblos indígenas, desde los nativos de la selva amazónica (en 1969 se fundó en Londres “Survival International”, una ONG pionera en la ayuda a los pueblos indígenas y tribales, defensa sus vidas y protección de sus tierras y sus derechos frente a cualquier forma de persecución, racismo y genocidio) o las tribus indias norteamericanas (en 1968, se crea el American Indian Movement).

 

Aparece ya aquí, por tanto, uno de los principales temas que los autores irán retomando en la construcción del progresivamente más complejo universo de Valerian: la utopía… o su ausencia. Lo que nos describen aquí es más bien lo contrario, una distopía en la que la dimensión destructora del progreso tecnológico y la explotación desaforada de recursos acaba poniendo en peligro la civilización humana, por no hablar de los pueblos autóctonos, cuyo trato se denuncia sin ambages. La historia dedica mucho tiempo a conseguir que el lector se identifique con Argol y su familia, dejando meridianamente claro el mensaje final de solidaridad y respeto.

 

Ya he comentado que la representación de los alienígenas en este álbum es más elaborada y favorable de lo que solía ser la norma en la ciencia ficción anterior y contemporánea. El mencionado “cosmopolitanismo galáctico” era una alternativa de tintes utópicos al modelo más imperialista y guerrero que sólo cinco años después popularizaría “Star Wars”. La única pega que se le pueden poner a los alflololianos es que se los presente como excesivamente ingenuos, incluso infantiles, una suerte de cliché paternalista del “buen salvaje”. Estos avatares de los indios norteamericanos aparecen como individuos en armonía mutua y con la Naturaleza, sin conflictos ni contradicciones sociales o interpersonales, algo que contribuye a seguir manteniendo cierto estereotipo falso de los pueblos indígenas.

 

Es muy interesante la forma que tiene Christin de retratar a los dos protagonistas y su dinámica interpersonal. Laureline no nació en Galaxity sino que, recordemos, fue llevada hasta allí por Valerian desde la Edad Media así que no siente la misma lealtad hacia el imperio humano del futuro que su compañero. De hecho, aquí la vemos progresivamente más irritada y distanciada de él a raíz de las injusticias cometidas contra los alflololianos. Roza el maniqueísmo y la intolerancia en su discurso en defensa de éstos y sus agrios reproches a Valerian quien, intentando llegar a un compromiso entre las partes, termina por hacerse indeseable para ambas: demasiado blando para los terrestres y traidor para Laureline. Christin opta por presentar a un Valerian que, ante unas dificultades inesperadas, se deja vencer por el desánimo y la resignación. Es un personaje más ambivalente que los héroes tradicionales de las ficciones en comic de la época, alguien más flemático que Laury pero también menos “varonil” en el sentido que se le solía dar al término. Al fin y al cabo –y puede que no sea mera coincidencia- su nombre suena igual en francés que “valeriana”, la planta usada desde la antigüedad por sus propiedades ansiolíticas. En cualquier caso, los autores hacen de esta forma un guiño discreto al lector, recordándole que el “heroísmo” de machotes musculados y aguerridos no debería tomarse demasiado en serio.

 

Laureline, dibujada cada vez más bella por Mezieres, responde a los cánones de belleza vigentes por entonces: cabello castaño rojizo, grandes ojos azules, labios sensuales y figura esbelta resaltada por un traje espacial ajustado, con caderas estrechas, formas redondeadas y piernas largas. Pero lo que da peso y verdadero atractivo al personaje, como ya se había apuntado en los álbumes anteriores, es su carácter de compañera activa del héroe nominal –aunque en realidad el protagonismo es claramente compartido- y poseedora de opiniones propias que no tiene reparos en expresar. Como dijo Mezières en una entrevista: “¡Es ella la que le patea el culo!”. Es, por tanto, muchísimo más que un adorno o un apoyo comprensivo del héroe.

 

El dibujo de Mezieres ya está plenamente formado, si bien continuará mejorando en los álbumes siguientes. Han pasado cincuenta años desde la publicación de estas páginas y en todo este tiempo han ido surgiendo otros artistas en todo tipo de ámbitos (comics, dibujos animados, diseñadores de producción cinematográfica y videojuegos, ilustradores…) que han bebido de él y lo han replicado con resultados diversos. Puede tenerse la impresión de que, de algún modo, sus creaciones gráficas le han sido arrebatadas, pero no debemos olvidar que fue él quien imaginó todo un universo de mundos, razas y personajes, conformando unos códigos estéticos que sentaron cátedra. Una muestra de todo ello lo encontramos aquí, donde el lector puede disfrutar de todo un ejercicio de creación de mundos en la multitud de detalles y diseños presentes en estas viñetas: las naves, la indumentaria, la fauna y vegetación autóctonas, los paisajes espaciales, las instalaciones industriales de los humanos, los distintos ecosistemas de Alflolol…

 

“Bienvenidos a Alflolol” es otro paso de la colección en su camino a la excelencia y que se halla más cerca de ésta que de sus inicios. Es, también, una obra que ya puede calificarse de plenamente personal a diferencia de otras series de aventuras, de CF o no, mejor o peor realizadas, pero en las que los autores no canalizaban sus posturas y opiniones sobre temas de importancia, actuales o eternos. Pero no solo eso, a estas alturas Christin y Mézieres ya habían demostrado que no tenían miedo a romper clichés del género, como la forma de representar a los extraterrestres, el tratamiento de la mujer o el propio modus operandi de los protagonistas, muy alejado del ardor guerrero.  

 

(Continúa en la siguiente entrada)

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