(Viene de la entrada anterior)
En “Los Pájaros del Amo” (1973), Valerian y Laureline se ven atrapados en una difícil situación cuando su nave queda inutilizada en un planeta inhóspito que, como pronto descubren a la vista de un gran cementerio de astronaves, emite algún tipo de señal que desorienta a los pilotos y les hace naufragar allí. Navegando por un río en un bote salvavidas, la corriente les arrastra y caen por una enorme catarata, siendo rescatados de la muerte por un grupo de recolectores de algas. Éstos trabajan como esclavos de un tirano al que llaman “El Amo”, que se sirve de una enorme bandada de “pájaros de la locura” para amenazar a los desafortunados que viven y mueren para recolectar y transportar la inmensa cantidad de alimentos que aparentemente aquél necesita.
Sin tener muchas alternativas, Valerian y Laury se unen a la comitiva, cada vez más numerosa conforme van reuniéndose grupos provenientes de otras zonas, y pasan a transportar por tierra el fruto de las cosechas, un trabajo agotador debido a las largas jornadas y la dificultad del terreno. Aquel que llega al límite de sus fuerzas y cae, es abandonado a su suerte; y cualquiera que muestre un conato de rebeldía, es pronto atacado por los pájaros y contagiado por la locura.
Cuando llegan a la ciudad donde todos esos alimentos son vertidos en un sistema de canalización que los transporta a la región prohibida donde habita el Amo al que nadie ha visto jamás, Valerian y Laury salen en defensa de un amigo al que han conocido en el periplo, Sül, del planeta Manadil, náufrago también y que decide levantarse en contra del Amo justo durante la ceremonia de entrega de la ofrenda. Los tres son arrojados por la furibunda multitud a un pozo donde conocen a otros infelices en su misma situación. Descubren que la “locura” no consiste en la pérdida del raciocinio sino en una suerte de zumbido continuo que dificulta el halba pero que, no obstante, no impide el pensamiento racional y, de hecho, facilita cierta iluminación. El variopinto grupo consigue ponerse de acuerdo, escapar de sus captores e internarse en la región prohibida para hallar la solución al gran misterio del Amo.
A finales de los años 60, la mayor parte de los comics europeos de aventuras eran, en uno u otro grado, afines a una ideología de derechas, utilizando en sus historias grandes líderes y héroes que salvaban a sus semejantes combatiendo en solitario contra algún enemigo. Christin y Mezieres tenían claro que no querían seguir esa línea, pero también que en la tradicional editorial Dargaud no iban a dejarles publicar comics tan agresivamente políticos como los que aparecían en, por ejemplo, “Hara-Kiri”. Sin embargo, ya lo hemos ido viendo en entregas anteriores, y aquí vuelven a hacerlo, ambos encontraron la forma de deslizar, sirviéndose de un contexto de ficción de aventuras espaciales, temas que son claramente políticos, como los peligros de la concentración de poder o los falsos argumentos con los que algunos venden sus ideales utópicos.
“Los Pájaros del Amo” es quizá la aventura más oscura y opresiva que hasta la fecha habían realizado Christin y Mezieres, un estudio sobre las tiranías, su dinámica y cómo surgen las revoluciones. El mensaje y la moraleja están expresados de forma poco sutil, incluso burda, pero no carente de inteligencia y chispa. Tenemos al tirano inalcanzable que ejerce su poder a distancia mediante un “brazo armado” incondicional e imbatible; los colaboracionistas y conversos, que con su fanatismo servil alcanzan una posición de poder dentro de los esclavos; y diferentes arquetipos de rebeldes –o que pueden ser interpretados como tales-: los intelectuales que no actúan pero discuten interminablemente sobre los aspectos más abstractos de la opresión; el exaltado que actúa sin pensar; los superficiales que no paran de quejarse de su situación personal, los desgraciados que han perdido realmente la cordura… Al final, la solución pasa, obviamente, por la solidaridad y el apoyo mutuo entre los oprimidos para hacer frente común contra la dictadura.
La aventura es muy agradable de leer y los autores se las arreglan para que el lector simpatice fácilmente con la situación de los pobres desgraciados cuyas naves fueron atraídas hasta el planeta para acabar sometidos a una autoridad invisible a la que deben entregar sus vidas. En este sentido, hay escenas muy bien resueltas que consiguen transmitir la crueldad de esos guardianes que castigan a sus semejantes no ya cuando se rebelan sino al derrumbarse extenuados; la miseria en la que viven o la desesperación de los hambrientos esclavos mientras ven cómo todo el alimento que con tanto trabajo han recolectado sin probar lo más mínimo, es arrojado a una tubería mientras ellos han de dar las gracias por pelear por los restos. Es imposible no estar de acuerdo con los principios defendidos por Valerian y Laureline, pero su mensaje maniqueo y su dialéctica sin grises son propios del Partido Comunista de entonces. De hecho, el propio Christin, con la perspectiva que da el tiempo, afirmó: “Los Pájaros del Amo” causó sensación entre los lectores, pero no es mi álbum favorito. Lo encuentro casi marxista. Trata el tema de la lucha de clases, pero yo nunca he estado próximo a las ideas comunistas. Es lo que se conoce como historia “con mensaje” y con tendencia a impartir una lección…”.
Pese a lo dicho y los reparos del propio guionista, las bases de ese mensaje (cómo el control de las mentes por el miedo lleva a la dictadura y cómo puede derribarse ésta) siguen siendo válidas cincuenta años después de la publicación del álbum. De hecho y más allá del plano ideológico, Christin arremete contra los peores y más violentos impulsos de nuestra especie en una potente página-viñeta en la que Valerian sucumbe a una avalancha de imágenes violentas extraídas de nuestro pasado (guerras, ejecuciones, esclavitud, contaminación) con la que le bombardea el Amo: “¿Quién eres tú, hombre Valerian? ¿Sabes lo que haces viniendo a crear el desorden? ¿Sabes acaso cuál fue la crueldad de tus propios antepasados? ¿Sabes, justiciero impostor, todo el crimen que llevas en tu propia carne? ¡Como los otros, más que los otros, me debes respeto y amor!”.
En otro orden de cosas, “Los Pájaros del Amo” es una aventura novedosa dentro de la serie en tanto en cuanto no se narra una misión encomendada por Galaxity o autoasumida por Valerian y Laureline, sino una historia de supervivencia en un planeta en el que naufragan por accidente. Es un cambio de paso interesante que permite ver a los personajes bajo otra luz, menos seguros de sí mismos y más indefensos. Como ya había hecho en álbumes anteriores, Christin aprovecha para subvertir los clichés de la CF tradicional, retratando a Valerian como alguien más valiente que sensato y un inepto a la hora de pronunciar discursos inspiradores; y rematando la historia con una viñeta que diluye el “final feliz” y evoca el tipo de desenlaces ambiguos tan queridos por “La Dimensión Desconocida” (1959-1964).
Una vez más, Laureline –a la que Mezieres se atreve a mostrar en un desnudo posterior- vuelve a brillar con luz propia aunque sea a costa del sufrimiento que le inflige el guionista. Hay un momento en el que ella se viene abajo y expresa sus sentimientos con ira e impotencia: “Me he ahogado, me han disfrazado de fregona, me han hecho trabajar como a un animal, me han golpeado y ahora me lapidan… Si quieres saberlo, estoy harta, ¡harta, harta! ¡Si les gusta trabajar para su amo, que lo hagan! ¡Yo quiero volver a la astronave!” y se retira sola a llorar. Y, sin embargo, es ella la que en el momento crucial, cuando todos están derrotados por el Amo, saca fuerzas de flaqueza y da con la solución: “El Amo…nos destruye…porque lo atacamos por separado…¡Todos juntos…como con los pájaros…podemos vencer!”. Es su vitalidad y su férrea voluntada la que recupera a Valerian y reúne al resto para la resistencia final.
Por cierto, que el villano de la historia, el omnipresente pero al mismo tiempo oculto Amo, no aparece hasta el mismo desenlace (en la página 39 de un álbum de 48) y su naturaleza resulta no ser lo esperado: no es humano ni en apariencia ni en atributos, aunque sí en sus métodos y propósitos: aprovecharse de los miedos de cada uno de los personajes que llegan hasta su madriguera para someterlos y destruirlos. Por otro lado, a pesar de que la historia cuenta con un amplio reparto de personajes, el único con auténtico peso –aparte de los dos protagonistas, claro- es Sül, que Christin utiliza como motor narrativo, motivando a Valerian y especialmente Laury a continuar cuando el desánimo hace presa en ellos. Es un personaje cuyo valor es sobre todo simbólico, encarnando la voluntad inquebrantable de luchar contra cualquier tiranía ejercida por un individuo contra una comunidad.
Gráficamente, lo primero que llama la atención es la portada (éste siempre ha sido uno de los puntos fuertes de la serie), una composición impactante y evocadora que reúne la imaginería propia del western (el carromato, el atardecer, el paisaje desértico y rocoso) y el género fantástico (la inquietante bandada de pájaros que domina la ilustración y soporta el título) y que resume a la perfección el contenido.
Precisamente, el aspecto quizá más destacable de este álbum desde el punto de vista gráfico es el gran trabajo que realiza Mezieres con la geografía y los paisajes del planeta y que sin duda facilita la inmersión del lector en la aventura. Al menos quince páginas del álbum tienen viñetas dedicadas sobre todo a describir el paisaje al tiempo exótico y familiar (Australia, el Oeste americano, Wadi Rum…). No es este un logro menor porque no es nada fácil ambientar correctamente una historia, dándole incluso al paisaje un papel protagonista; y menos aún si se trata de un mundo alienígena. Es muy frecuente que los dibujantes descuiden este apartado y tomen atajos para solventarlo, abusando de primeros y medios planos o limitándose a bosquejar los paisajes. Mezieres, en cambio, comprende lo importante que es cuidar los fondos a la hora de resaltar el tono emocional de la historia y se toma la molestia de dibujar con minuciosidad los desfiladeros y cañones, los senderos flanqueados de formaciones rocosas, ríos, llanuras, pueblos trogloditas… un entorno hostil para una historia igualmente dura.
“Los Pájaros del Amo” es, en resumen, una historia sobre la devoción a los falsos dioses que ejercen su influencia mediante el miedo, con un formato de aventura épica sostenida por un ritmo perfectamente medido y una atmósfera sobresaliente.
Con “El Embajador de las Sombras” (1975) puede afirmarse que la serie ha llegado a su plena madurez temática, narrativa y gráfica, siendo uno de los álbumes más apreciados de la colección y la base sobre la cual Luc Besson dirigió su adaptación cinematográfica de 2017.
En esta ocasión, Valerian y Laureline deben ejercer de guardaespaldas del nuevo embajador de la Tierra en Punto Central, una enorme estación espacial donde confluyen todo tipo de especies y culturas alienígenas. Éste es un individuo ambiguo y arrogante –con los rasgos caricaturizados de Peter Cushing- que dice estar dispuesto a restaurar el orden durante su mandato; mandato que, además, coincide con la primera vez que nuestro planeta ejerce de presidente del Consejo de ese cosmopolita lugar.
Pero nada más llegar, Valerian y el embajador son secuestrados por un comando de misteriosos mercenarios y Laureline y el pusilánime coronel Diol, encargado del protocolo, emprenden su búsqueda por las inmensidades de la estación, donde toda información tiene un precio, pasando de un entorno a otro conforme avanzan hacia el centro del enigma y habiendo de lidiar con diferentes pueblos y criaturas de lo más pintoresco.
Finalmente, Laureline descubre que Valerian y el político fueron capturados por las Sombras, los fundadores de Punto Central, un pueblo ya olvidado que trascendió su forma física y que es tan poderoso como pacífico. Habiéndose convertido al pacifismo tras su paso por el mundo de las Sombras, el embajador acude al Consejo de la estación para pronunciar un discurso de paz diferente al más agresivo y amenazador que tenía pensado, pero el resultado no es el que esperaba: la Tierra es expulsada durante un siglo de la comunidad galáctica, un momento de inflexión para la cronología interna de la serie.
Punto Central serviría de inspiración, reconocida o no, para futuras estaciones espaciales de renombre, como Babylon 5 o Espacio Profundo Nueve. Es una estructura enorme, desordenada e imposible de abarcar que empezó como un pequeño lugar de encuentro y que se fue ampliando para incorporar raza tras raza, módulo tras módulo, y construir un lugar donde convivir en paz. Christin y Mezieres arrancan el álbum con una meditación filosófica sobre su origen, producto de un impulso común a toda vida inteligente: “Son incontables las historias de mundos que a veces murieron hace miles de siglos. Porque, donde han sobrevivido y desarrollado los seres vivos, siempre y en todas partes, se han vuelto hacia el cielo inmenso para recorrerlo. Muchas investigaciones a tientas terminaron sin resultado. Pero los otros, los que venían de otros mundos, estaban ahí, y tampoco sabían lo que buscaban. ¿Cómo fueron los primeros encuentros? ¿Guerras sin cuartel o espontáneos contactos amistosos? Nadie lo sabe. Lo único seguro es que un día, en el centro de los trayectos más frecuentados del espacio, se instaló la primera célula de lo que iba a convertirse en Punto Central”.
“El Embajador de las Sombras”continúa desarrollando la idea ya planteada en “Bienvenidos a Alflolol” de que Galaxity no es la utopía ni la fuerza benéfica que parecía en álbumes anteriores. Si “Alflolol” la describía como una potencia colonialista, ahora la vemos como una imperialista, una tendencia que desembocará en los acontecimientos que se narran en “Los Espectros de Inverloch” y “Los Rayos de Hipsis”.
Los comics de Christin describen a menudo sociedades cuya división jerárquica en clases sociales provocan desigualdades e injusticias. “El Embajador de las Sombras” data de 1975, un momento en el que las Naciones Unidas se hallaban bloqueadas en muchos temas importantes debido a la enemistad entre los bloques capitalista y comunista. Las manipulaciones, intrigas de pasillo y acuerdos secretos al margen de los foros públicos para comprar votos eran la norma. Y esa es la atmósfera que se palpa en Punto Central, incluida la aspiración de las potencias militares para convertirse en gendarmes del resto, les guste o no. La estación espacial es un lugar de enormes dimensiones e increíblemente diverso, pero también corrupto, con pueblos marginados y relegados a tareas –aparentemente- menores y otros que viven rodeados de lujos y se muestran indiferentes al resto. Como dice el propio embajador al principio de la historia: “Ya conocen ustedes la incoherencia y las intrigas que reinan en la administración del espacio (…) Es imposible comerciar tranquilamente, es imposible realizar exploraciones metódicas, las rutas no son seguras…”.
En resumen, que esa estación espacial, donde conviven cientos, quizá miles de especies y que “como en un mosaico, se resume la inaudita diversidad del Universo”, se halla en plena decadencia debido a que ha importado los mismos problemas que lastran sus respectivas civilizaciones. La tajante solución del embajador –apoyado, obviamente, por Galaxity- es imponer la hegemonía de la Tierra respaldado por una flota de guerra: “Todos esos cabezotas no entienden que con la prosperidad de la Tierra se abre una nueva era… Nuestro potencial técnico nos asegura una supremacía absoluta…Así que propondré una especie de federación de la que nosotros seremos la clave”. Cuando Valerian, como siempre pusilánime y sumiso ante la autoridad, objeta débilmente que van a convertirse en gendarmes, el político le responde con el mismo argumento utilizado desde siempre y hasta el día de hoy por los tiranos y colonialistas de todo el mundo: “Hablemos mejor de una misión civilizadora. Créame, son muchos los pueblos que, aunque sea inconscientemente, desean que lo hagamos”. Conviene recordar que cuando apareció este álbum se acababa de completar el proceso de descolonización europea de África y Asia y que este discurso tenía entonces mucho más significado y garra de lo que hoy nos pueda parecer.
Ya indiqué en “Los Pájaros del Amo” cómo Christin plasmaba –en forma de ataque mental del villano- la pobre opinión que tenía de nuestra especie o, como mínimo, de algunos de nuestros peores rasgos. Y aquí volvemos a encontrar algo parecido porque, de toda esta confluencia de razas, culturas y biologías, los que están dispuestos a causar problemas aún más graves de los existentes por mucho que manifiesten su intención de solucionarlos, los que van a aprovecharse de un sistema que ya funcionaba bien sin ellos, los más orgullosos, arrogantes, intolerantes, agresivos y convencidos de su superioridad son los humanos o, al menos, sus líderes.
Christin vierte en esta historia su desagrado ante las intrigas políticas y el uso del chantaje para influir en pueblos que son menos ricos o avanzados tecnológicamente. Pero, si se piensa bien, tampoco la intervención de las Sombras, supuestamente benevolentes, resulta muy tranquilizadora. Estos seres invisibles que, dicen, superaron su estadio violento para edificar una utopía primero y trascender el mundo físico después, afirman haber “abandonado toda voluntad de poder”, pero a continuación recuerdan que dominan la materia y amenazan con destruir la flota terrestre para impedir que se imponga a los demás. Lo cual no deja de ser una postura hipócrita dado que revela que, en realidad, no han renegado del poder, sino que están dispuestos a utilizarlo cuando las cosas no van según les parece correcto.
Pero, sobre todo y más allá de la crítica política, “El Embajador de las Sombras” es una aventura exuberante y llena de sorpresas. Valerian es retirado de la trama enseguida y Laureline se convierte en protagonista única hasta el final de la historia, confirmando su estatus de heroína por derecho propio. Desde el principio se muestra molesta y cínica respecto a las intenciones y la actitud del embajador. Ni le gusta actuar como su guardaespaldas ni de custodio del Transmutador; y cuando éste y Valerian son secuestrados, queda claro que a quien ella busca es al segundo y que encontrar al político es sólo un objetivo secundario para ella. Es ese espíritu independiente que equilibra la rebeldía con la responsabilidad, lo que hace de ella un personaje tan atractivo, mucho más, de hecho, que su compañero y nominal protagonista de la serie.
Mientras que muchas heroínas de ficción modernas han tratado de eliminar las diferencias de género demostrando que son tan capaces como los hombres en las artes del combate, Laureline, por el contrario, celebra sus diferencias con Valerian, dejándole a él las confrontaciones puramente físicas y sacando el máximo provecho de su astucia, ingenio, carisma y atractivo sexual. Sí, es cierto que, aunque “El Embajador de las Sombras” resalta la inteligencia femenina sobre la inclinación de Valerian a la acción, la de Laury es la historia tradicional de una esposa adentrándose en tierra hostil buscando a su amante, adornada con una intriga política. Pero mientras que la mayoría de las mujeres dependerían de un guía para moverse entre culturas extrañas, ella demuestra ser más que capaz de hacerlo por su cuenta (de hecho, su acompañante, el oficial de protocolo, es un hombre cobarde y quejica que de poca ayuda le sirve).
Al final, Laureline resulta ser clave en la resolución de la maraña política que la separó de Valerian. A primera vista, su independencia de criterio le impide cometer los mismos errores de su compañero, más proclive a la obediencia ciega a las órdenes recibida; pero a la hora de la verdad se encuentra tan limitada como él por sus superiores. Por desgracia, cuanto más brilla Laury, también lo hacen los defectos de Valerian, algo que se repetiría en álbumes subsiguientes hasta que Christin y Mezieres tomaron conciencia de ese peligroso descenso a la parodia y equilibraron de nuevo a ambos.
Este álbum es importante también por su aportación a la construcción de un universo propio de la colección. Ya mencioné la expulsión de la Tierra del Consejo de Punto Central, lo que tendrá consecuencias en el futuro. Pero también aparecen por primera vez personajes que volveremos a ver en futuras aventuras como el Transmutador Gruñón de Bluxte, capaz de replicar múltiples copias de todo aquello que come y que facilitará a Laureline el indispensable medio de pago con el que ir comprando información en Punto Central (es significativo que el animalito “excrete” los valiosos objetos de intercambio, quizá una escatológica crítica al capitalismo); y también los Shingouz, esos tres pintorescos y codiciosos alienígenas, mezcla de pajarraco de mal agüero y murciélago, que trafican con información y a los que los autores cogerían tanto cariño que los volverían a utilizar en álbumes posteriores, como “Los Espectros de Inverloch” o “Los Círculos del Poder”.
A estas alturas y con seis aventuras de Valerian a sus espaldas, Mezieres se encuentra en su punto más alto como artista, un nivel que mantendrá y pulirá durante años y que elevará la serie definitivamente a lo más excelso de la CF gráfica. “El Embajador de las Sombras” está repleto de momentos e imágenes memorables, ofreciendo un insuperable trabajo creativo de diseño de alienígenas, con anatomías y costumbres tan exóticas como fascinantes y expresivas. Desde la secuencia de apertura de seis páginas en la que se narra con ayuda de los textos de Christin el nacimiento y desarrollo de Punto Central culminando en una espectacular página-viñeta, a la descripción de algunas de las razas que allí habitan, pasando por secuencias mudas en las que Christin por fin se da cuenta de que su compañero a menudo no necesita de ningún texto de apoyo (por ejemplo, las dos páginas en las que los protagonistas y el embajador atracan en Punto Central, entran en la estación y son recibidos por los terrestres residentes) o toda la peripecia de Laureline (su agitada presentación ante los kamukin, una especie de centauros insectoides; su experiencia oniríco-erótica en el sector de los Suffuss; su arriesgada incursión entre los peligrosos bagulis; la captura de una medusa Zuur y su reencuentro con Valerian), encontramos a un artista de comic de ciencia ficción que domina todos los elementos de su oficio: la narrativa, la composición de página, el diseño, movimiento y expresividad de personajes, la creación de entornos y criaturas imaginarios, el juego con la tipografía y los bocadillos para representar idiomas alienígenas, la plasmación gráfica de estados de conciencia…
“El Embajador de las Sombras” en resumen, supone la plena madurez de la serie, sus autores y sus personajes, un álbum simultáneamente muy de su época y atemporal, que mezcla de forma soberbia la aventura con la sátira de la ONU, una certera crítica al imperialismo y la defensa de la diversidad y la autodeterminación de los pueblos.
(Continúa en la próxima entrada)
"Al final, la solución pasa, obviamente, por la solidaridad y el apoyo mutuo entre los oprimidos para hacer frente común contra la dictadura."
ResponderEliminarPunto Central puede ser otro de los elementos de esta serie que inspiró otras obras de ciencia-ficción, como Babylon 5.
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