martes, 25 de julio de 2023

1972- LOS PROPIOS DIOSES – Isaac Asimov

Al salir de los años 60 y encarar las últimas décadas del siglo XX, hubo autores que encontraron la forma de renovar la novela de CF tomando un camino alternativo al extremismo vanguardista de la Nueva Ola y su obsesión por la experimentación estilística y formal. Esa alternativa consistía en la fertilización cruzada de la "ficción" con argumentaciones y reflexiones distintas a las tradicionales de corte humanista; o, tal vez, prolongando éstas al compás de los nuevos tiempos. De hecho, a finales del siglo XX, los discursos en relación a la Ciencia habían cambiado por completo respecto a aquellos que les resultaban familiares a los nacidos al comienzo de la centuria.

 

Esos esfuerzos por encontrar nuevas facetas del género hallaron su reflejo en los premios Hugo, por ejemplo. En 1970, lo ganó “La Mano Izquierda de la Oscuridad”, una historia de Ursula K.Le Guin sobre el género y la sexualidad; en 1971, el galardón recayó en “Mundo Anillo”, de Larry Niven, que fusionaba la space opera tradicional con la CF dura; una novela tan extraña e inclasificable como “A Vuestros Cuerpos Dispersos”, de Philip José Farmer, ganaba el Hugo al año siguiente; en 1974, “Cita con Rama”, de Arthur C.Clarke, desafiaba las expectativas de sus seguidores amantes de la CF dura al dejar sin resolver el enigma que proponía como premisa.

 

Y en 1973, el premio le fue otorgado a “Los Propios Dioses”, la novela con la que Isaac Asimov regresó al género tras una ausencia de quince años (desde “El Sol Desnudo”, 1957 y sin contar “Viaje Alucinante, 1966, que no dejaba de ser la novelización de la película del mismo nombre). En esta obra, Asimov recogía muchos de los cambios por los que habían pasado tanto la CF como la sociedad norteamericana durante los años en los que el escritor había permanecido más o menos alejado del género. Así, por primera vez, Asimov describe la experiencia sexual no sólo entre humanos sino entre alienígenas cuya especie está dividida en tres géneros y cuyo “coito” consiste en la fusión de sus cuerpos amorfos. La novela también aborda temas como la preocupación por el suministro de energía y las consecuencias potencialmente catastróficas de su utilización irreflexiva. En este sentido, “Los Propios Dioses” demostró que, al menos por esta vez, Asimov se mostró receptivo a la influencia de autores más jóvenes e inquietos, como Ursula K. Le Guin o Samuel R.Delany.

 

Asimov consideró a “Los Propios Dioses” su novela favorita. No es de extrañar que se sintiera orgulloso de ella porque fue la obra que, tras quince años ausente de la primera línea de la CF, lo situó de nuevo en el podio granjeándole elogios y premios y demostrando con ella no sólo que podía ofrecer CF más compleja en su formato y estructura que todo lo que había hecho hasta la fecha y en mejor sintonía con la época que sus aportaciones de la Edad de Oro, sino que era capaz de escribir sobre alienígenas y sexo, dos elementos que a menudo eran utilizados contra él por sus detractores, acusándole de ser incapaz de abordarlos de forma mínimamente interesante o verosímil.

 

No creo que se pueda afirmar categóricamente que ni “Los Propios Dioses” ni “Cita con Rama” fueran las mejores novelas de CF de sus respectivos años. Más bien fueron obras firmadas por escritores que ya gozaban de una enorme reputación y que recibieron el apoyo de una nutrida base preexistente de seguidores (recordemos que los Hugo son otorgados mediante votación de los aficionados). Ciertamente, como ficciones eran sólidas e interesantes, pero no se puede obviar que en la propia naturaleza de las comunidades de fans anida la inclinación a premiar al objeto de su veneración por encima del puro mérito artístico. Por eso, es difícil imaginar que, de haber sido “Los Propios Dioses” la novela de debut de un autor novel, hubiera recibido tanta atención ni ganado el premio Hugo –además del Nébula en 1972-. Asimov, escritor reverenciado y al que se había dado por amortizado tras muchos años inactivo en el género, estaba de vuelta y tal acontecimiento merecía una recompensa.

 

Y es que, con la perspectiva que da el tiempo, no tengo más remedio que mostrarme menos entusiasta con “Los Propios Dioses” de lo que lo fueron los votantes de la época. El principal inconveniente de la novela es que no se trata tanto de un volumen compacto como de un conjunto de tres novelas cortas. De hecho, fueron publicadas en ese formato, serializadas antes de su publicación en libro en “Galaxy Science Fiction” y “Worlds of If”.

 

También por esa razón, “Los Propios Dioses” es un libro algo difícil de resumir. La primera parte, “Contra la Estupidez”, narra el descubrimiento accidental, en el futuro y por parte de un científico llamado Hallam, de una fuente de energía proveniente de un universo paralelo, que a su vez succiona energía del nuestro en un mecanismo accionado por algún tipo de forma de vida presumiblemente inteligente. Otro científico, Lamont, está empeñado en desacreditar a Hallam, a quien considera con razón un mediocre que se ha limitado a hacer suyo un descubrimiento que le ha caído en las manos. Mientras investiga cómo minar la reputación de Hallam, descubre que ese procedimiento, concretado técnicamente en la bautizada como “Bomba de Electrones” y mediante el cual se extrae energía de la degradación radioactiva de una sustancia llegada de otro universo, puede ser catastrófico para nuestro planeta, incluso para todo el universo. Pero los intereses creados por esta energía limpia, barata y eterna pesan demasiado como para que nadie escuche sus advertencias.

 

Esta dinámica de choque de egos, envidias y enconadas rivalidades es algo que quizá Asimov exportó de su propia experiencia en los foros universitarios o los laboratorios de investigación, con científicos adscritos a sus propias y contradictorias agendas y eminencias asentadas que utilizan su prestigio e influencia para bloquear el ascenso de colegas que pudieran hacerles sombra o, simplemente, hacia los que sienten animadversión.

 

(Un aparte curioso: la forma que tiene Asimov de destacar la inteligencia de uno de los investigadores es convertirle en el descifrador del antiguo idioma etrusco. En realidad, y contrariamente a la creencia popular, podemos leer y entender el etrusco, algo que no sucede todavía con, por ejemplo, el Lineal B, el sistema de escritura micénica. El problema con el etrusco es que nuestro conocimiento del mismo está limitado por la naturaleza de las inscripciones supervivientes: textos en tumbas y dedicatorias votivas, calendarios y encantamientos, pero no diarios ni literatura, así que no se sabe cómo funcionaba globalmente esa lengua y con qué otras está emparentada).

 

La segunda novela corta y cuyo título toma la novela, “Los Propios Dioses”, es sin duda la más chocante, jugosa y la que le ha dado fama a la obra. Esto, claro, es gracias a la descripción que Asimov hace de los alienígenas, una figura que, ya lo indiqué más arriba, no solía abordar en sus libros. Y, sin embargo, aquí nos presenta unos seres muy interesantes, bien caracterizados y que dejan huella en el lector.

 

Su ubicación está en el universo paralelo que ha trabado contacto con el nuestro y se trata de criaturas gelatinosas y amorfas, los Seres Blandos o tríades, perfectamente adaptados a su entorno y moradores en el subsuelo. Cada uno de estos seres se dividen en tres aspectos, Derechos, Izquierdos y Medianos, cada uno de ellos con autonomía de pensamiento y acción y encarnando ciertas características del ser: Emocionales, Racionales y Paternales. Su dinámica “interpersonal”, cultural e incluso su ciclo vital es un tanto complicado, casi esotérico, porque esos seres son, digamos, polisexuales, fusionándose periódicamente en coitos larguísimos en el curso de los cuales engendran la siguiente generación de tres seres antes de evolucionar ellos mismos hacia algo que en principio desconocen.

 

La tríade protagonista está compuesta por Treet (el Paternal), Odeen (Racional) y Dua (Emocional), todos ellos sobresalientes representantes de cada uno de esos aspectos. Dua en concreto, se siente marginada porque aspira en su vida a algo más que permanecer restringida a su función reproductora (sin ella, la fusión no es posible) y aspira a conocer el mundo como lo hace un Racional, un deseo que en su sociedad se considera una transgresión. Esto la lleva a espiar lo que están haciendo los Seres Duros, con quienes comparten el planeta, y que no es sino crear el intercambio de energía desde la Tierra. Cuando Dua descubre que están obteniendo energía a costa de la posible destrucción del otro universo –el nuestro- decide avisar a los terrestres primero y sabotear el ingenio después, convirtiéndose así en una rebelde perseguida por sus congéneres.

 

Las tríades son lo suficientemente extraños en su forma, ciclo vital y organización biológica, familiar y social como para despertar nuestra fascinación, pero, al mismo tiempo, están dotados de sentimientos y aspiraciones lo suficientemente familiares como para que podamos simpatizar fácilmente con ellos (aunque haya partidarios de la CF más “dura” que esto último les pueda resultar molesto, personalmente me parece un acierto y, como mucho, una pega menor). Si los personajes humanos de la novela son todos tan acartonados como lo solían ser en las ficciones de Asimov, estos aliens parecen mucho más vivos gracias a que, a diferencia de los científicos de las otras secciones, no se limitan a demostrar su inteligencia con diálogos brillantes sino que nos dan acceso a sus procesos mentales y emociones.

 

La tercera y última parte, “…¿Luchan en Vano?”, nos devuelve a nuestro universo, algunos años después de lo narrado en la primera. Ben Denison, otro de los científicos que se había opuesto con firmeza a la continuidad de la Bomba de Electrones sin obtener éxito alguno, llega a la Luna con la intención de establecerse allí. La colonia lunar cuenta ya con un siglo de historia y sus habitantes, descendientes de la élite científica y artística terrestre que fundó el lugar, desprecian a los terrícolas por su actitud condescendiente hacia ellos. Una de las habitantes es Selena Lindstrom, guía turística, con quien Ben inicia una relación. Éste, además, no tarda en convertirse en el centro de una intriga de poder. Su intención es la de servirse del avanzado equipo técnico de los científicos lunares para demostrar su tesis de la peligrosidad de la Bomba, algo que es de interés tanto para los independentistas selenitas liderados en la sombra por Barron Neville como para el Comisionado terrícola, custodio de los intereses de su planeta.

 

Asimov opta en “Los Propios Dioses” por una narración no lineal espacial ni temporalmente, pero en esta ocasión esa estrategia no termina de funcionar del todo bien. Reiniciar la narración (en trama, entorno y personajes) con cada una de las mininovelas interrumpe el flujo de la historia y diluye el drama principal relacionado con el peligro (cuya inminencia nunca queda bien determinada) de la Bomba de Electrones. 

 

El tercio central es brillante y sin duda puede incluirse entre lo mejor que escribió Asimov en su carrera como autor de CF. Sin embargo, la primera y tercera secciones del libro, resultan demasiado planas en comparación. En "Contra la estupidez" el lector puede quedarse con la sensación de que no está leyendo tanto la historia principal como un rincón marginal de la misma no particularmente interesante, una rencilla mezquina entre científicos escondidos en sus laboratorios y despachos y a los que el resto del mundo no presta atención. Además, con una o dos excepciones, los personajes son mayormente olvidables. Hay poco drama y casi todo se vocaliza a través de diálogos que, aunque expresados con intensidad, no son un sustituto para la falta de acción física (y no me refiero necesariamente a persecuciones o peleas, sino a un cambio de escenarios o una descripción de los mismos). Aunque no calificaría como mala a esta primera sección, ciertamente no es de primera categoría y palidece en comparación con la que la sigue.

 

En cuanto a la tercera parte, tiene un sabor anticlimático debido a que, también en este caso, es considerablemente inferior a lo inmediatamente anterior. Los personajes, la trama, las situaciones… son razonablemente interesantes, pero no lo suficiente como para quedar a la altura de la sección central. Una vez más, toda la información se articula a través de conversaciones mantenidas de forma lógica y contenida por parte de personas muy inteligentes, lo cual no resulta demasiado estimulante. Además, todo el capítulo desprende cierto aroma a literatura de viajes imaginarios, como si Asimov, aprovechando el conocimiento recogido por las aún recientes misiones Apolo de la NASA, estuviera escribiendo un ensayo sobre la vida futura en las colonias lunares destinada a leerse en las páginas de alguna revista de interés general. Pero lo peor es la ausencia de tensión. El universo está a punto de explotar y lo único que se nos ofrece son páginas y páginas de visitas turísticas, contemplación de competiciones atléticas, flirteos y discusiones políticas insignificantes ante la gravedad de lo que está en juego. 

 

Por otra parte, por mucho que se ufanara el autor de haberse decidido por fin a incluir en una de sus historias el plano sexual, el resultado se diría concebido por un adolescente cautivo de sus hormonas. En la Luna, todas las mujeres parecen muchachitas jóvenes gracias a la menor gravedad, que no sólo les hace moverse como gacelas sino que permite que sus pechos no decaigan con la edad. Los selenitas de ambos sexos, además, son nudistas y sus desinhibidas costumbres sexuales contrastan favorablemente con el puritanismo reinante en la Tierra. Y luego tenemos a este hombre ya maduro –de la misma edad más o menos que Asimov en ese tiempo- que cautiva con su inteligencia y carisma a una Selene que aparenta 18 años (aunque también es verdad que lo mismo puede decirse a la inversa).

 

Como les ocurría a Heinlein o Silverberg por estos mismos años, todo este ambiente nudista y de liberación sexual parece más bien producto de las fantasías de un autor maduro que tuvo una adolescencia sexualmente menos intensa de lo que hubiera deseado y que aprovechaba los nuevos vientos de liberación sexual y la mayor permisividad social para dar salida literaria a sus pulsiones (volvería a hacer lo mismo en 1986, en “Fundación y Tierra”). Todo esto tiene poco que ver con la trama y, dado el acierto con el que Asimov sí maneja el sexo alienígena en la segunda sección, supone una distracción innecesaria. La última página del libro es muy representativa del esfuerzo que hizo el autor por mostrarse menos gazmoño en sus ficciones que de costumbre, pero el resultado se siente forzado, poco natural. E incluso ilógico porque Asimov decide entregarse a la representación de la sensualidad ignorando a cambio una de las principales características humanas: la búsqueda de la individualidad y la expresión artística a través de la moda. Aun cuando la ropa no fuera necesaria en un ambiente de temperatura controlada y estable, la gente seguiría vistiendo ciertas prendas o incluso pintando sus cuerpos.

 

Mucho más interesantes son los temas de fondo de la obra, compartidos por las tres secciones de la misma. En todas ellas hay un establishment reacio al cambio y controlado por una o varias entidades empeñadas en mantener el statu quo. Un escéptico rebelde y temperamental detecta la falla del sistema y su potencial catastrófico, luchando por minar ese establishment y salvar el universo.

 

En particular, el tradicionalismo científico y la resistencia al cambio constituyen el centro de la primera y tercera secciones. Aunque Asimov era muy consciente de que la gente puede resistirse equivocadamente a los beneficios de la razón –de hecho, el título de la novela está tomado de la cita de Schiller: "Los dioses mismos luchan en vano contra la estupidez"-, siempre se mostró confiado, tanto en sus obras de ficción como en ensayos y entrevistas, de que hay pocos problemas que la razón sea incapaz de resolver… si se le permite hacerlo. Y ello aun cuando en esta ocasión y a diferencia de otras muchas de sus obras, no retrata a los científicos como pseudodioses puros y altruistas, sino como esclavos de algunos de los aspectos menos edificantes de nuestra naturaleza: el orgullo, la vanidad, el arribismo, la envidia…

 

Otras ideas interesantes derivadas de la premisa del libro son las nociones de confianza y egoísmo. Una parte de la comunidad científica desconfía de los motivos por los que los alienígenas comparten sus conocimientos y nos permiten el acceso a energía ilimitada. A la mayor parte de la población esto le da igual en tanto extraigan beneficio de ello a corto plazo… una actitud que tiene su reflejo en el mundo paralelo, donde los Seres Duros saben que el desequilibrio energético causará la destrucción de nuestro universo pero no albergan escrúpulo alguno al respecto. Un egoísmo que también en la tercera parte se manifestará en el fanatismo de Neville, dispuesto a pagar cualquier precio con tal de librarse de la Tierra, incluido el bienestar de los compatriotas que ignoran sus tejemanejes.

 

En cualquier caso, ese mensaje del poder de la Ciencia, canalizada a través del ingenio humano, para solucionar problemas, es un mensaje que bien podría suscribir cualquier amante del género… Cosa que es más difícil de asegurar con todo lo relacionado con la física involucrada en la premisa principal.

 

Hay una razón para que “Los Propios Dioses” dedique tanto tiempo a explicar los entresijos físicos de la premisa de partida. Se ha atribuido el origen de esta novela a la convención de CF que se celebró en Nueva York en enero de 1971 y a la que Asimov asistió. Durante una charla que estaban dando Robert Silverberg y Lester Del Rey, el primero hizo mención casual a un isótopo, el plutonio-186. Tras la conferencia, Asimov abordó a Silverberg y le aclaró que ese isótopo no podía existir en nuestro universo. Silverberg, cuyos estudios no incluían formación científica (había cursado una diplomatura en Lengua Inglesa) no se amilanó por su ignorancia en esa materia y le respondió con un “¿Y qué?”, desafiándolo a continuación a escribir una historia al respecto.

 

Y Asimov así lo hizo. Pensó en las condiciones en las que podría existir el plutonio-186 y qué consecuencias podría tener, llegando a la conclusión de que debería pertenecer a otro universo regido por unas leyes físicas distintas a las del nuestro; en concreto, las fuerzas nucleares necesarias para permitir que un núcleo de plutonio 186 se mantuviera unido. Reunió estas ideas con la intención de escribir una historia corta, pero su editor, Larry Ashmead, le pidió que la expandiera a una novela completa y, como resultado de esa solicitud, Asimov escribió la segunda y tercera partes del libro.

 

El problema es que toda la parte puramente técnica está expuesta de una forma bastante aburrida e incluso inverosímil: universos paralelos con físicas que operan de forma diferente, que entran en contacto intercambiando átomos, energía, mensajes y objetos metálicos que aparecen de forma aleatoria en función de los campos magnéticos de los planetas, partículas atómicas, leyes de la termodinámica… Para quien no esté muy versado en física, estos pasajes resultan indigestos, por no hablar de que algunas de sus conclusiones se han demostrado erróneas. Cuando Asimov escribió el libro, pudo, por ejemplo, permitirse especular sobre la naturaleza y origen de los cuásares, objetos de los que por entonces no existían más que hipótesis y que sólo más tarde se relacionarían con agujeros negros en galaxias lejanas. Los físicos de la novela, en cambio, piensan que quizá los cuásares se crearon tras la explosión de soles consecuencia de la transferencia de energía entre universos.

 

Por eso es especialmente dañino que las secciones “humanas” de la novela sean igualmente aburridas o, como mínimo, poco estimulantes. La primera parte se centra en las mezquinas rencillas e intrigas de pasillo entre científicos rivales a tenor del descubrimiento de la Bomba de Electrones y su posible efecto sobre el universo. La tercera, ambientada en la Luna, es algo más interesante pero su resolución a base de un deux ex machina supone una decepción anticlimática.

 

Así que al final y aun cuando sea digno de elogio que Asimov, a sus 52 años y todavía portando los laureles de la fama, se esforzara por salir de su zona de confort y tratara de adecuarse a los nuevos tiempos sin abandonar del todo el sabor de la vieja escuela que él mismo ayudó a definir, “Los Propios Dioses” viene a ser una trilogía de novelas cortas de calidad irregular, aun cuando la brillantez de la parte homónima influya mucho en la valoración del conjunto global. Aunque podemos encontrar aquí algunos de los mejores momentos del Asimov escritor de CF, está lejos de poder considerársela su mejor novela aun cuando en su momento ganara los más prestigiosos premios del género.

 

“Los Propios Dioses” no es una lectura que vaya a encandilar a muchos que se consideren aficionados a la CF, ni siquiera a la vertiente “dura” del género a la que claramente pertenece. Las discusiones entre científicos y con políticos y los procesos de toma de decisiones conforman el grueso del texto, la trama avanza con lentitud, no hay auténtica acción o suspense y la parte alienígena, siendo interesante y suponiendo un bienvenido cambio de paso (que obliga al lector a abandonar la pasividad con la que se siguen las cuitas de Halland y Lamont para esforzarse activamente por entender el entorno alienígena y unir las piezas dispersas del puzzle que Asimov desperdiga por el capítulo), también puede resultar algo retorcida y confusa hasta que en un giro final se aclara la estructura biológica, social y propósito de esas criaturas.

 

Por todo ello, los amantes del ciclo de la Fundación-Robots deberían quedar avisados de que en este libro van a encontrar una obra autoconclusiva e independiente de esa extensa saga y una trama menos rica en acontecimientos que las novelas que la componen, pero también con una energía y ambición experimental que lo distancia tanto de los títulos clásicos y más conocidos de Asimov como de las novelas de la Fundación y los Robots que publicaría ya a partir de los 80.

 

 

6 comentarios:

  1. Hola , hicieron una reseña de Fundación la serie de apple ?

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    1. No. No en este blog. Pero puedes encontrarla en audio en el podcast en el que participo:
      https://www.ivoox.com/retronautas-live-fundacion-la-serie-audios-mp3_rf_84910618_1.html

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    2. ¿Planeas hacer una reseña de Fundación de Apple en este blog? Nada más pregunto.

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    3. Pues espero que sí, pero cuando la serie esté más avanzada o terminada. No me gusta hacer reseñas de productos incompletos de los que no se tenga una visión global.

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  2. Sin desvelar lo que sucede, la novela es innovadora por muchos motivos: por crear unos extraterrestres que piensan diferente, porque el verdadero enemigo es la estupidez de negarnos a aceptar unos hechos inconvenientes, por su estructura en tres partes independientes. El final de la primera parte deja al lector con un estremecimiento de terror, con el pensamiento de que la catástrofe se avecina y nuestra estupidez destruye la única esperanza de evitarla. Pero el final de la segunda parte es aún más terrible; ¡con sólo dos frases breves Asimov consigue que el lector pase de la última esperanza al terror absoluto! Es un momento tan culminante de la ciencia-fifcción que es imposible de superar... y el propio Asimov fracasa en hacerlo, la tercera parte no es más que un paripé.

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  3. No sé qué quisiste decir con la Lineal B porque eso es griego así que leemos y entendemos esa escritura, quizás quisiste decir Lineal A, la escritura minoica.

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