(Viene de la entrada anterior)
Y por fin, en 2010, cuarenta y tres años después del nacimiento de Valerian, llega su vigésimoprimer y último álbum firmado por sus padres originales, Pierre Christin y Jean-Claude Mézières. A lo largo de ese dilatado periodo, los personajes (porque Valerian y Laureline se habían convertido en un binomio inseparable) habían alcanzado una popularidad, sofisticación e influencia difícilmente previsibles en 1967, cuando empezó a dar sus primeros y titubeantes pasos en la revista “Pilote”.
Al final del álbum anterior, “El Orden de las Piedras”, Valerian y Laureline habían descubierto que podían utilizar el Abretiempo tanto como arma contra los Wolochs como llave para encontrar la Tierra y reincorporarla a su línea temporal. Desde que los vimos por última vez, los Wolochs han salido de la Gran Nada para sembrar la muerte por toda la galaxia. Si Valerian y Laureline quieren recuperar su antigua vida como agentes de Galaxity, antes deben encargarse de estos peligrosos alienígenas (que, por cierto, siguen siendo tan difusos como en los dos álbumes anteriores. Se dirían unos “simples” agentes del caos y la muerte plagiados de las Sombras de “Babylon 5” (1993-98)).
Y así, “El Abretiempo” es la crónica de la guerra contra esos seres por parte de todos los pueblos presentados en la colección desde sus inicios y que se unen en el clásico “todos para uno y uno para todos” conformando una variopinta flota bajo el liderazgo de Valerian y Laureline para evitar la destrucción de todo lo que existe. Dado el poder de los Wolochs y lo que está en juego -el destino del propio Universo- la estrategia debe ser cualquier cosa menos convencional, utilizando en su beneficio el Tiempo y el Espacio. En último término, sólo la unión de un puñado de seres de alma pura puede conjurar la energía necesaria para manejar el Abretiempo, destruir la amenaza de los Wolochs y liberar a la Tierra de su prisión sustituyéndola por el planeta Hypsis.
Tras la predecible victoria y la despedida, ahora para siempre, de sus amigos y aliados, Valerian y Laureline regresan a Galaxity sólo para encontrarse con que el lugar que tanto habían anhelado ya no es su hogar. Y es que volvemos a encontrar aquí a esa Galaxity que Christin y Méziéres presentaron en el primer álbum, “Los Malos Sueños” (1967): estéril, inútil, con unos ciudadanos sumidos en sueños hedonistas artificiales mientras una rígida burocracia supervisa la estabilidad del continuo espacio-temporal. Descubrimos ahora que, en su tiempo personal, Valerian y Laureline solo llevan trabajando juntos cuatro años, un periodo que, dadas las peculiaridades del viaje temporal acometido en sus misiones, ha abarcado 4.000 años (recordemos que Laureline proviene de la Edad Media terrestre). Laury, que no nació en Galaxity, nunca ha sentido con la misma intensidad el impulso nostálgico de Valerian por regresar allí; y éste tampoco es ya el obediente agente del pasado porque, con el paso del tiempo, se ha contagiado del independiente espíritu de ella.
Y por si esto no fuera ya suficientemente decepcionante, nadie en Galaxity sabe lo que ambos han hecho por ella. Nadie se dio cuenta de que el planeta había sido eliminado del universo y luego, gracias a estos dos agentes, restaurado. No sólo no reciben reconocimiento, sino que su jefe les acusa de poca profesionalidad y les destina a misiones separadas. Pero he aquí que entre los que regresaron junto a Galaxity está Xombul, el primer villano de la serie ahora transformado en inesperado aliado. Él tampoco sabe lo que ha sucedido, pero sí que había estado muerto y ahora vuelve a vivir, y que, de alguna manera, Valerian y Laureline han tenido algo que ver. En agradecimiento, les ofrece un último viaje con su vieja máquina temporal, un salto arriesgado, sin resultado predecible. Ambos aceptan marcharse a un destino espacio-temporal seleccionado por Laureline…
En el París de los años 80, a orillas del Sena, un niño y una niña de unos diez años de edad, vestidos con trajes espaciales, son encontrados dormidos y exhaustos. Nadie los reclama ni ellos recuerdan nada de su pasado. Gracias a la intervención de una ejecutiva de Vivaxis (la secretaria de Satanás, a la que habíamos visto en “En Tiempos Inciertos”), son colocados bajo la tutela del señor Albert, el tío Albert en lo sucesivo, para que crezcan juntos en una vida nueva y, con suerte, todavía más fantástica que la anterior.
Christin asumió con buen juicio que a nadie se le ocurrirá empezar la colección por el último álbum y se permitió en “El Abretiempo” un final de fiesta completamente autorreferencial que incluía personajes extraídos de todas y cada una de las aventuras de Valerian y Laureline sin sentir la necesidad de volver a presentarlos ni definir sus capacidades. Incluso se permite poner al día alguna de las viejas aventuras, como “Los Héroes del Equinoccio”, en la que Valerian ganaba un desafío para repoblar un planeta y cuyos esfuerzos vemos ahora materializados en la forma de un montón de adolescentes con sus rasgos y personalidad.
No es que “El Abretiempo” sea incomprensible para los recién llegados, sino que ofrece una experiencia mucho más completa y satisfactoria a quienes hayan seguido la serie desde sus inicios. El núcleo argumental es muy clásico: la reunión de aliados con diferentes habilidades para un desesperado último ataque contra un enemigo aparentemente indestructible. Cada pueblo, cada personaje, tendrá un papel en la campaña y, a pesar del extenso elenco, el guionista consigue que los protagonistas nominales no acaben expulsados de su propia historia.
La clave del plan es, por supuesto, el Abretiempo del título, un deux ex machina de manual. Nadie sabe exactamente cómo funciona excepto que, como he dicho, sólo los puros de corazón podrán utilizarlo. Naturalmente, Valerian y Laureline encajan en esa ambigua categoría (no está tan claro, eso sí, en el caso de los Shingouz, el Califín o el Schniarfador, que también participan en el ritual) así que su éxito nunca se pone en duda. El suspense reside por tanto en las consecuencias que sobre sus vidas tendrá su épica victoria extraída de la space opera más clásica.
Sin embargo, este no es un álbum exento de problemas. La concentración de un reparto de personajes tan extenso y variopinto, introducido además a toda velocidad, crea agujeros en la trama, situaciones forzadas y desconcertantes giros sin explicación, como el regreso de personajes muertos en aventuras precedentes. Hay momentos en los que ni la nostalgia evita la sensación de asistir a un sinsentido aderezado con diálogos poco inspirados; y otros en los que conviene prescindir de cualquier intento de entender el plan urdido por los héroes o siquiera la trama y simplemente dejarse llevar por la acción.
Tampoco el arte de Mézières está a la altura, lo cual es una lástima. Basta fijarse en la primera página, que transcurre en Simlane, la ciudad donde transcurría “Los Héroes del Equinoccio”, para darse cuenta que ya no es capaz de dibujar con meticuloso detalle la espectacular arquitectura que nos había ofrecido en aquel clásico álbum, probablemente el cúlmen de la colección. Siguen vivos su imaginación y su deseo de ir encajando aquí y allá páginas en las que trata de ofrecer soluciones gráficas y/o narrativas alejadas del tradicionalismo, pero el acabado es demasiado irregular como para ignorarlo, particularmente en las figuras, progresivamente más caricaturescas y toscas.
Y luego está el final que, según Christin, tenía pensado desde hacía tiempo. Hay que concederle que es original, inesperado, sentimental y en línea con los momentos más vanguardistas de la colección. Pero también es cierto que ver a los personajes convertidos en niños amnésicos puede dejar insatisfechos a no pocos fans. Personalmente, me pareció coherente no sólo con la propia saga sino con la línea que ha seguido la colección tanto desde sus inicios como, especialmente, en los últimos años. Ambos personajes ya no son los mismos que conocimos cuarenta y tres años atrás; sus lealtades, aspiraciones y deseos han cambiado gracias a sus vivencias a todo lo largo del espacio y el tiempo. Un regreso al estatu quo inicial era imposible así que, utilizando un retorcido giro de guion y las herramientas tradicionales de la Ciencia Ficción, Christin y Mézières les brindan a sus hijos de papel un final que es también un nuevo comienzo.
“El Abretiempo” es un álbum imprescindible más por su condición de clímax de la última saga iniciada en “Al Borde de la Gran Nada” y punto final de la serie que por su calidad intrínseca. De hecho, está lejos de la frescura, originalidad y osadía de las primeras aventuras. Es, sobre todo, y así hay que abordarlo, unos largos créditos finales y un autohomenaje con el que se ambos autores quieren recordar y celebrar todo lo que han logrado a lo largo de sus cuatro décadas al frente de uno de los comics europeos más importantes del siglo XX.
Llegado el final, se abrían dos caminos. Uno, el seguido por otros personajes veteranos del comic europeo como “Blake y Mortimer”, “Asterix” o “Spirou”, a saber, permitir que otros creadores los perpetúen, ajustándose más o menos al espíritu original del personaje y corriendo el riesgo de que éste vaya desvirtuándose al pasar de mano en mano y con el correr del tiempo. Otro, menos habitual, dar por cerrada la colección, como sucedió con “Tintín” cuando murió Hergé. Inicialmente, Christin y Méziéres se decantaron por la segunda. Ellos y solo ellos habían guiado los pasos del valiente y pragmático Valerian y la intuitiva y generosa Laureline y no querían decepcionar a sus lectores dejando a sus criaturas manos ajenas. Y así, el final que le dieron a la serie fue, en cierto modo, cerrado.
Pero no del todo y, por alguna razón –ya fuera pecuniaria o por un sincero deseo de que Valerian y Laureline continuaran sus vidas- decidieron no echar el cierre definitivo al universo que habían ido construyendo durante décadas. En 2013, vuelven a colaborar en “Recuerdos de Futuros”, una suerte de autohomenaje en el que proponen al lector, a modo de turista galáctico, un viaje por los lugares ya presentados en el curso de la colección. Álbum que tendría una segunda parte en 2019, en la que, con un toque de nostalgia y humor, historias cortas y personajes celebraban la riqueza creativa de la colección.
Y antes todavía, en 2011, dieron su visto bueno a la colección de Dargaud “Valerian visto por…”, en el que distintos autores que satisfacían las exigencias de Christin y Mézières, daban sus versiones de ese universo. No se trataba de continuar la saga más allá de su último álbum, ni siquiera de ofrecer una simple variación, sino de revisitar el universo de Valerian de acuerdo al personal estilo de los autores. El primer álbum, realizado por Manu Larcenet, fue “La Armadura del Jakolass”. Le seguirían Wilfrid Lupano y Matthieu Lauffray con “Shingouzlooz Inc” (2017) y el propio Christin con dibujos de Virginie Augustin en “Allí Donde Nacen las Historias”, aparecido en 2022, el mismo año en que la muerte de Mézières ocupó artículos en la prensa de medio mundo.
“Valerian” –o “Valerian y Laureline”, como se prefiera- es uno de los mejores comics de CF publicados jamás, un clásico imprescindible no sólo para los amantes del género, sino para cualquier aficionado al noveno arte. Aunque en sus últimos años cayó en una innegable decadencia, durante los 70 y 80 del pasado siglo su vanguardismo ejerció una inmensa influencia, abriendo camino para muchos otros autores interesados en el género.
Creado a finales de los años 60, “Valerian” no tardó en atraer a un gran público gracias a su energía narrativa; su estructura fragmentada; la relevancia de sus temas, ya fueran perennes o coyunturales; su humor; su humanismo; la calidez de sus personajes, tanto los protagonistas como los secundarios; la fuerza de su protagonista femenina; y, desde luego, el extraordinario trabajo gráfico de Mézières, no sólo en el diseño de criaturas, naves, planetas, tecnología o vestuario, sino en su modernidad narrativa.
Álbum tras álbum, durante años, Christin y Méziéres fueron levantando un universo propio de cuyas rentas pasarían a vivir en la última etapa. Los guiones de Christin eran originales, entretenidos y ajustados, poblados por personajes fascinantes que vivían aventuras siempre diferentes en planetas y culturas de lo más variado, pero nunca tan disímiles de la nuestra como para que cualquier lector no pueda comprender el mensaje social progresista anexo a la aventura de turno, articulado a veces en forma de sátira y otras como crítica directa y firme: los falsos profetas, el poder de las multinacionales, la carrera armamentística, el colonialismo depredador, el menosprecio de las minorías, el tráfico de armas, la geopolítica de la energía, la explotación laboral, la lucha de sexos, la tiranía y la revolución, el dominio de los medios de comunicación de masas, las mentiras de la civilización, el ecologismo… Simultánea o alternadamente, se introducían temas más profundos y abstractos como la búsqueda del conocimiento, la espiritualidad, el ciclo de opresión y revolución, el cuestionamiento de los orígenes o el miedo al futuro.
“Valerian y Laureline” siempre fue un comic con una visión crítica, pero nunca llegó a entregarse, como suele suceder en muchas obras actuales, a los brazos de la distopía. Ello fue posible no sólo a la inclusión de adecuadas dosis de humor y el agradable dibujo de Mézières, sino a su incondicional defensa del optimismo y la utilización de la violencia como último recurso y no como herramienta con la que solucionar siempre cualquier conflicto. Los personajes se comunican, se ayudan mutuamente y descubren puntos en común; e incluso cuando ello no es posible, la preservación de la vida sigue siendo la prioridad.
Naturalmente, en una carrera tan dilatada como la de “Valerian y Laureline”, que comprende desde 1967 a 2010, es posible diferenciar etapas que van desde sus inicios como serie juvenil de aventuras a una fase más adulta en los temas y sofisticada en su resolución artística para terminar en la paulatina decadencia producto del cansancio y la imposibilidad de reproducir una segunda edad de oro. Pero en todo momento nunca dejó de ser una obra de autor, un comic que supo separarse desde el principio de los tópicos que dominaban el género en las viñetas y que lo hacían poco atractivo para muchos autores deseosos de explorar nuevos caminos: no presentaba invariablemente a la civilización humana como motor de progreso tecnológico o faro moral; no solía haber una clara separación entre el Bien y el Mal; el protagonista era valiente y hábil, pero a menudo se equivocaba y tampoco respondía al arquetipo de héroe espacial arrojado e independiente; su compañera femenina, de belleza más fresca que exuberante, era mucho más que un apoyo ocasional y una víctima a la que rescatar, tenía personalidad propia y espíritu rebelde, inteligencia y espíritu generoso; cada aventura presentaba desafíos diferentes y sus argumentos jugaban con el espacio y el tiempo, presentando alienígenas, tecnologías y entornos memorables que poco tenían que ver con lo visto hasta ese momento en el género.
Los mejores álbumes de “Valerian” no han perdido un ápice de su vigor y siguen siendo un ejemplo perfecto de cómo contar una historia de CF entretenida y dinámica, engarzando un mensaje político sin caer en el didactismo, la moralina o la pontificación. Esa vigencia eterna es lo que le confiere su condición de clásico, de molde al que aspirar, de comic realizado con compromiso, cariño y entrega. Decía Christin en una entrevista: “Hay una gran diferencia entre nosotros. Para Jean-Claude, “Valerian” es el trabajo de su vida. Para mí, es mi matrimonio, pero he tenido otras novias, he colaborado con Bilal, Tardi… Mi vida no está centrada exclusivamente en Valerian, pero sí es mi única gran serie. Cimentó nuestra amistad, que se remonta a nuestra niñez. Hubo altibajos y conflictos, pero siempre a nivel creativo. Este diálogo continuo nos mantiene incluso hoy discutiendo a veces acaloradamente, pero nunca con beligerancia”.
“Valerian” marcó las vidas de Méziéres y Christin, pero también las de millones de lectores de varias generaciones que crecieron leyendo sus aventuras y soñando con sus imágenes, entre ellos futuros autores de comic, diseñadores, ilustradores y cineastas que bebieron de sus páginas para dar vida a sus propias creaciones. Una serie, en fin, que en su etapa dorada puede calificarse de inmortal.
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