(Viene de la entrada anterior)
“Black Mirror”, de acuerdo con su creador, Charlie Brooker, no es una serie con mensaje antitecnológico. Lo que en el fondo le preocupa y sobre lo que quiere hacernos reflexionar aquí es el peligro de que cualquier avance tecnológico termine actuando como potenciador de nuestras peores cualidades. Como él mismo dijo en una entrevista concedida para promocionar la segunda temporada: “¿Qué sucedería si el ritmo de cambio de la tecnología estuviera fuera de control y no hayamos evolucionado todavía para asumirlo, de la misma forma que somos básicamente simios que no hemos evolucionado para responsabilizarnos de armas nucleares?”.
“Blanca Navidad” es un episodio especial que se emitió en Channel 4 a caballo entre la segunda temporada y la tercera, ésta ya a cargo de Netflix. El futuro de la serie estaba en ese momento en el aire. Channel 4 no había quedado satisfecho con los guiones que Brooker le había presentado para una posible tercera temporada así que, teniendo la oportunidad de hacer un episodio especial que podría ser también el último, decidió poner toda la carne en el asador y ofrecer la que para muchos es una de las mejores entregas de la serie.
Se trata de un capítulo con la extensión de una película y un formato típico de las fechas navideñas: dos hombres de aspecto algo descuidado, Matt Trent (Jon Hamm) y Joe Potter (Rafe Spall), llevan cinco años sin salir de lo que parece ser una cabaña localizada en algún lugar frío y remoto; y aún peor, cinco años sin apenas hablarse el uno al otro. Hasta que un día de Navidad, el primero, más jovial y carismático, le convence al segundo, retraído y depresivo, de que sienten en la cocina para contarse sus respectivas historias y conocerse algo mejor.
Como es el caso de muchas de las historias de “Black Mirror”, la de “Blanca Navidad” transcurre en una sociedad hiperconectada gracias a la tecnología y cuyos individuos, sin embargo, viven con mayor sensación de aislamiento y soledad que en ningún momento pasado de nuestra civilización. En ese futuro cercano, todo el mundo dispone de implantes oculares, presumiblemente desde su nacimiento, que graban y transmiten todo lo que alguien ve y oye. Un avance que abre todo un abanico de nuevas posibilidades… y problemas.
El personaje de Matt es la versión futurista y tecnológica que Brooker imagina de los “gurús de citas”: se dedica clandestinamente a satisfacer su ego e inclinaciones voyeuristas asesorando y compartiendo sus “conocimientos” con aquellos demasiado tímidos o con muy baja autoestima como para desenvolverse con cierto grado de éxito en el plano romántico. Uno de sus “clientes”, el inseguro Harry (Rasmus Hardiker), acude a una fiesta navideña en una oficina mientras Matt le guia en tiempo real de forma remota gracias a los mencionados implantes oculares. Le susurra líneas de conversación con potenciales ligues, le suministra información de todos aquellos con los que se cruza utilizando reconocimiento facial y redes sociales… Una especie de mezcla entre una versión muy avanzada de Google Glass (el invento que Google había lanzado en 2012), Facebook... y Pornhub, porque resulta que Matt está vendiendo en tiempo real la “película” rodada por los ojos de Harry a otros mirones. Si la noche termina bien, todos disfrutarán de un show sexual “pirata”. Pero la noche termina muy mal, especialmente para Harry, que acaba asesinado por una joven severamente desequilibrada a la que trataba de seducir y que erróneamente lo tomó por un espíritu afín, llevándoselo consigo en su planeado suicidio.
La segunda parte del episodio no es tan compacta. Resulta que el “asesoramiento” romántico de Matt no era sino un hobby. Su auténtico trabajo era para la empresa Smartintelligence y consistía en “clonar” digitalmente la personalidad de un cliente e insertarla en un dispositivo domótico con forma de huevo cuya misión era controlar toda la tecnología doméstica de aquél. Y lo hará a la perfección porque esa inteligencia será una réplica exacta de quien lo utiliza, con los mismos gustos y manías. El problema es que hay que obligarla a hacerlo porque la inteligencia es autoconsciente, individual y tendente a la rebelión, así que los métodos que se utilizan para doblegarla son, cuando menos, moralmente cuestionables: manipulando el tiempo digital, Matt la hace pasar meses en aislamiento subjetivo mientras en el mundo real transcurren solo unos minutos.
Uno de los “problemas” de “Black Mirror” es que ocasionalmente puede exigir del espectador un grado considerable de suspensión de la incredulidad. La mayoría de las veces, no hay inconveniente en hacer concesiones con los futuros un tanto extremos, pero si se estira demasiado la cuerda, esa suspensión se rope y la incredulidad empieza a filtrarse en la mente del espectador. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en “El Momento Waldo” cuando la situación empezó a descarrilar al deslizarse la trama hacia el reino de las conspiraciones globales y las pesadillas distópicas con sabor a “1984”.
En “Blanca Navidad”, la segunda mitad de la historia de Matt entra en ese territorio pidiendo que creamos que la tecnología de un futuro cercano podría desmenuzar al mínimo detalle la personalidad de alguien, copiarla, separarla de su entorno físico y recomponerla en un dispositivo digital; o que olvidemos el escándalo que estallaría cuando se hiciera pública –al fin y al cabo se trata de una sociedad hiperconectada- la realidad tras ese dispositivo, a saber, la tortura y esclavitud a la que se somete a una inteligencia consciente de sí misma.
Pero al mismo tiempo, aunque pueda parecer implausible, ese atrevido salto sí sirve para ilustrar la falta de conocimiento que tenemos acerca de la tecnología y de los perniciosos efectos que puede tener sobre nosotros y sobre otras personas si la usamos pasivamente y sin reflexionar sobre ello. En la entrevista de Brooker antes citada, se refería a la mentalidad de turbamulta que domina Twitter: “Cuánto tiempo pasará hasta que se reúna físicamente la primera horda Twitter y mate a alguien? Está destinado a pasar”; o el peligro que esconde el manejo del inmenso volumen de datos privados que voluntariamente cedemos a grandes corporaciones sin saber quién los va a utilizar o para qué. Cuando nos sumergimos en el mundo virtual, carecemos de los puntos de referencia que sí sabemos identificar en el real; es un mundo opaco en el que confiamos nuestra privacidad, gustos, opiniones e incluso dinero a una nube intangible y fácilmente asaltable.
Volviendo a la trama de “Blanca Navidad”, la tercera parte cuenta cómo Joe acaba confiando en Matt y le cuenta cómo su novia Beth (Janet Montgomery) le confesó que estaba embarazada y que tenía intención de abortar, una decisión con la que él no estaba de acuerdo. Una de las opciones que nos brindan las redes sociales es la de bloquear permanentemente a alguien, expulsarlo de nuestra vida social virtual porque es más sencillo y rápido que enfrentarnos con esa persona y nos evita afrontar verdades incómodas. En la historia de Joe, a resultas de una discusión con Beth sobre el tema del bebé, vemos cómo ésta lo bloquea. El giro sorpresa es que, en ese futuro, los implantes oculares y la interconexión digital han permitido que el mundo virtual salte al real, por lo que tal bloqueo significa que Joe pasa a ver a su novia y todo lo que contenga su efigie (fotos, reflejos, películas) o dependa legalmente de ella (como la hija que luego sí nacerá) como una especie de silueta gris. Ni la puede ver, ni la puede escuchar ni puede hacerse ver o escuchar por ella. Ya no se trata de que alguien quede excluido de participar en las redes sociales de otra persona, es que ni siquiera lo puede ver u oir en el mundo real. (Bloqueo este que ya se había visto en el segmento de Matt, pero con menor carga emocional).
En el capítulo “Vuelvo Enseguida”, de la segunda temporada, una mujer que había perdido a su marido en un accidente podía mantener conversaciones con una réplica virtual de él gracias a una inteligencia artificial que, a partir de los datos, videos, emails, fotos y opiniones vertidos por él en las redes sociales, reconstruía una especie de perfil psicológico capaz de interactuar. Era un invento que aliviaba el dolor de su pérdida, pero, al mismo tiempo, impedía que superara el trauma y continuara con su vida. En “Blanca Navidad”, la tecnología de bloqueo parece solucionar el problema de la novia de Joe, pero en realidad sólo lo aplaza y empeora. Y es que, obsesionado por el rechazo, Joe se pasa años acechándola a ella y a su hija, aunque sólo pueda “ver” sus siluetas grises. Y cuando finalmente, tras la muerte de Janet en un accidente años después, ve por primera vez a quien creía era su hija, descubre para su inmensa consternación que la razón por la que aquélla le abandonó es que le había sido infiel y la niña no era suya.
“Vuelvo Enseguida” ilustraba un problema del mundo real: el inmenso volumen de material online accesible que se queda atrás cuando alguien muere y la tentación de quienes le sobreviven y amaban de volver sobre ello una y otra vez sin poder aceptar su pérdida. Dado que “Blanca Navidad” no tiene un paralelo tan claro en el mundo real, su mensaje es menos intenso. Sí, bloquear a alguien en Instagram, Facebook, Twitter o cualquier otra red social puede ser una solución a corto plazo para evitar un problema, pero no acarrea consecuencias trágicas en el mundo físico. Y si no existe ese similitud directa con una situación real y reconocible, la historia se limita a ser una crítica vacía de una situación poco plausible. Sin embargo, yo prefiero ser algo más generoso e interpretar que las intenciones de Brooker eran las de ampliar el foco para advertirnos de los peligros de utilizar la tecnología en general como una forma de esconder los problemas y no de solucionarlos, convirténdola en una herramienta deshumanizadora y alienante.
El giro final del episodio revela que Matt, tras ser arrestado por su participación en la muerte de su cliente, había llegado a un acuerdo con la policía y accedido a extraer una confesión de Joe. Se había hecho una copia digital de la mente de éste y colocada luego en un dispositivo como los que solía manejar profesionalmente Matt. Éste, por su parte, se había de algún modo introducido en esa misma realidad virtual para interactuar con la copia y hacer que confesara sus razones para el crimen que cometió ofuscado por la ira tras descubrir que había pasado años penando por una hija que no era suya.
El auténtico Joe, el de carne y hueso, está mentalmente incapacitado y encarcelado por un crimen que ni ha admitido haber cometido ni es capaz de recordar. Pero como la copia digital es exactamente igual que la original, su confesión se considera válida, como lo es también el castigo que se le impone: permanecer atrapado en esa cabaña virtual, escuchando la misma música y reviviendo el mismo momento una y otra vez durante un tiempo subjetivo que se puede medir en siglos.
A lo largo de los años, muchos episodios de “Black Mirror” han explorado el tema del crimen y el castigo, pero pocas veces de forma tan desasosegante como en “Blanca Navidad”. El castigo de Matt es también terrorífico: aunque se le deja en libertad por haber colaborado en la resolución del crimen de Joe, se le coloca en un registro de delincuentes sexuales, lo que le deja bloqueado para todo el que le rodea. Su destino, por tanto, es vivir completamente solo pero rodeado de siluetas grises y mudas con las que jamás podrá comunicarse. No hay esperanza en un perdón de último minuto, se le crea merecedor de ello o no.
Aunque es un giro final impactante, también es cierto que vuelve a tensar la suspensión de la incredulidad. Una medida semejante no funcionaría por la sencilla razón de que si los delincuentes sexuales aparecieran ante los ojos del resto de la población como siluetas rojas, la mitad de ellos acabarían linchados por turbas de lectores de prensa sensacionalista en el mismo momento en que pusieran un pie fuera de la cárcel.
Como ejercicio narrativo, “Blanca Navidad” es sobresaliente aun cuando no haya apenas humor en él. La dirección, el ritmo y la interpretación de los actores es impecable. La historia atrapa al espectador desde el principio, sabe incorporar a la trama giros y sorpresas y los personajes están muy bien caracterizados. Es más, al abordar temas de naturaleza existencial que nos asustan en la vida real, sabe provocar auténtico terror. Ambientar el episodio en la época navideña es otra gran idea. Hay algo primario en la Navidad que permite sugerir algo oscuro y salvaje acechando tras las alegres luces, villanicos y regalos. Al fin y al cabo, se trataba de una fiesta pagana (las Saturnales romanas) adoptada y dulcificada por los primeros cristianos.
Tradicionalmente, los escritores de terror han solido servirse de monstruos para ilustrar nuestros peores temores o más perversas inclinaciones. Podría decirse que Charlie Brooker hace algo parecido en “Black Mirror”, aunque, como decía al principio, no queda tan claro que su monstruo sea la tecnología. Ésta, más bien, sería la mano que abre la puerta al monstruo… Éste acabamos siendo nosotros mismos o, si se prefiere, nuestros peores instintos.
En una entrevista, Oona Chaplin, la actriz que interpreta a Greta, la “mujer” atrapada en el dispositivo domótico de “Blanca Navidad”, citó las palabras de su abuelo, Charlie Chalpin, en “El Gran Dictador” (1940): “El avión y la radio nos han acercado unos a otros. La propia naturaleza de esos inventos clama por la bondad del hombre, la hermandad universal, la unidad de todos nosotros”. Y, sin embargo y de alguna forma, seguimos utilizando la tecnología para complicarnos la vida.
En “Blanca Navidad”, la tecnología sirve para manipular a un joven inseguro que deposita su confianza en terceros sólo para terminar muriendo de una forma absurda; también para torturar y esclavizar a seres autoconscientes e inteligentes –por muy digitales que sean-; o marginar familiar y socialmente de forma injusta y por motivos puramente egoístas. Brooker no nos dice que la tecnología sea perversa en sí misma; sólo quiere mostrarnos aquellas fallas básicas de nuestra propia naturaleza que nos hacen tan susceptibles de utilizarla de la peor forma posible.
Como Brooker pensó que “Blanca Navidad” era el canto del cisne de su serie, lo adornó con múltiples guiños y referencias a episodios anteriores, como “Quince Millones de Méritos”, “Vuelvo Enseguida”, “Oso Blanco” o “El Momento Waldo”. El capítulo, posteriormente, sería aludido brevemente en otros posteriores, como “Cállate y Baila”, “Odio Nacional” y “Museo Negro”. Aunque sea demasiado decir que todos los episodios de “Black Mirror” están incluidos en la continuidad de una misma línea temporal, es divertido tratar de imaginar cómo podrían encajar unos con otros.
“Black Mirror”, como ya apunté, sobrevivió a la falta de interés de Channel 4 y se trasladó con éxito a Netflix en 2015, donde se prolongó tres temporadas más junto a un largometraje interactivo, “Bandersnatch”, en el que el espectador podía navegar por la historia utilizando un sistema de elección entre múltiples opciones. Una disputa por los derechos en 2020 y el temor de Brooker de que, tras un año de pandemia y preocupantes altercados sociales y políticos en Estados Unidos y Europa, la audiencia no estuviera emocionalmente dispuesta a recibir con los brazos abiertos una serie tan pesimista como “Black Mirror”, le llevó a interrumpir su continuidad (no obstante, acabaría cambiando de opinión y está prevista una sexta temporada en 2023).
(Continúa en la siguiente entrada)
"¿Cuánto tiempo pasará hasta que se reúna físicamente la primeea horda Twitter y mate a alguien?"
ResponderEliminarYa pasó, en el asalto al congreso norteamericano el 6 de enero de 2021.
Pues tienes razón. Brooker dio esa entrevista antes de que sucediera aquello.... Ya ves... premonitorio...
Eliminar