La vida en la Tierra es un fenómeno precario. Los seres humanos hemos tenido la gran fortuna de gozar de diez mil años de relativa estabilidad. Pero eso no garantiza que en cualquier momento pueda producirse un evento catastrófico que nos coloque al borde de la extinción. La CF siempre ha tenido una morbosa inclinación a conjeturar sobre qué tipo de desastre podría ser ése y cómo nos afectaría. Si la civilización desapareciera ¿los hombres seguirían comportándose como seres civilizados? De hecho, hay todo un subgénero dedicado a estudiar esta cuestión y entre sus novelas más relevantes, y también más descorazonadoras, se encuentra la que vamos a comentar a continuación.
Nacido en Iowa, en 1940, Thomas Michael Disch creció en Minnesota y estudió en la Universidad de Nueva York. Se hizo escritor en 1964 después de trabajar un año en publicidad y pronto llamó la atención de los críticos. Tras una serie de interesantes cuentos que le granjearon la reputación de innovador, publicó su primera novela, “Los Genocidas”.
“Habían llegado de pronto en abril de 1972, un billón de esporas, invisibles salvo para los más potentes microscopios, sembradas en todo el planeta por un sembrador igualmente invisible, y en pocos días cada centímetro de suelo, sembrado y desierto, jungla y tundra, se hallaba cubierto por una esplendorosa alfombra verde”. En sólo siete años, las Plantas han pasado a dominar no ya el paisaje, sino todos los ecosistemas del planeta. Vegetales de origen alienígena, nacidos a partir de esporas y con una altura de centenares de metros y enormes hojas que se desarrollan por completo en tan solo un mes, absorben ingentes cantidades de agua y nutrientes e impiden que la luz del sol llegue al suelo. La consecuencia es la extinción de cualquier otra especie vegetal que se halle próxima. Sin plantas, perecen los insectos y los herbívoros y con ellos, los carnívoros. Para colmo, son incomestibles y se adaptan a cualquier suelo y clima. En definitiva, un arma biológica perfecta.
Con una Naturaleza en decadencia, el hombre acaba al borde del precipicio. Las cosechas pierden terreno ante el avance de las Plantas. Sin alimento, se producen hambrunas y la civilización se derrumba, primero en las ciudades, más vulnerables al estar alejadas del poco sustento que aún queda en las zonas rurales. Allí, pequeñas comunidades herméticas tratan de sobrevivir ante el imparable progreso de las Plantas y el peligro que ahora suponen las bandas de saqueadores procedentes de las ciudades. Ante la escasez de alimento, los supervivientes de esas decrecientes comunidades se entregan al canibalismo, legitimándolo y racionalizándolo a través de ceremonias religiosas.
La acción transcurre en una de esas zonas rurales de Minnesota, donde un pequeño grupo de granjeros luchan denonadamente por conservar los pocos animales que les quedan y seguir cultivando campos de maíz progresivamente más asfixiados por las Plantas. La comunidad de New Tassle está liderada por el reaccionario patriarca Anderson, un converso fanático de la América Profunda que justifica todas sus decisiones con la Biblia y que no duda en, libre de las ataduras legales propias de una sociedad civilizada, aplicar castigos físicos o incluso la pena de muerte.
De sus dos hijos, sólo Neil, con tanta fortaleza física como poca agudeza mental, sigue fielmente sus pasos. Es un individuo mezquino y pasional que contrasta con su medio hermano Buddy, mucho más inteligente y sereno. Éste, siendo muy crítico con la mentalidad de su padre y teniendo una vena rebelde, en el pasado abandonó el hogar familiar para establecerse en la ciudad y buscar una nueva vida libre de prejuicios religiosos. Cuando la crisis desatada por las Plantas hizo imposible la vida en las urbes de cierto tamaño, tuvo que volver a la granja para competir con su hermano por la sucesión en el liderato del menguante grupo. Para complicar más las cosas entre los dos, Neil se casó con Greta, la antigua novia de Buddy, cuando éste se marchó a la ciudad. Ahora, la provocativa muchacha quiere retomar su relación indiferente a que Buddy se casara años atrás con Maryann, una discreta muchacha que formó parte de un grupo de merodeadores aniquilado por la gente de New Tassle y a la que él salvó la vida contrayendo matrimonio con ella.
Por si no fueran suficiente el avance de las Plantas y los accidentes sin explicación que están matando tanto al ganado como a la moral de los habitantes, las cosas empeoran cuando Jimmie, el hijo más joven de Anderson, es incinerado en un prado junto a unas vacas que se habían escapado del establo. El responsable de la matanza se desconoce, pero empiezan a llegar noticias del mundo exterior que completan un puzzle muy inquietante y que revelan un nivel de destrucción inimaginada hasta ese momento. Las ciudades han sido devastadas por unas esferas rodantes que queman todo lo que encuentran a su paso y que son, presumiblemente, centinelas de unos alienígenas ausentes enviados para eliminar cualquier rastro humano, ya sean individuos, ciudades o infraestructuras, con el fin de facilitar y acelerar la extensión de las Plantas. Para colmo, la muerte de Jimmie y el ganado fue consecuencia de la negligencia de Neil, lo que le granjea la animadversión de su padre.
Los Anderson no han cambiado demasiado su forma de hacer las cosas. Simplemente, han adaptado sus métodos de siempre. Extraen cubos de savia de las Plantas y la utilizan para fertilizar sus campos de maíz. Y entonces, un día, entra en escena Jeremiah Orville, un “hombre muy civilizado”, antiguo ingeniero de minas que, al desintegrarse la vida urbana, se había unido junto a su nueva amante, Jackie, a una banda de saqueadores salvajes. Cuando entraron en las tierras de Anderson, fueron atrapados y, literalmente, convertidos en salchichas… excepto Orville y Alice Nemerov, salvado el primero por sus conocimientos técnicos y la segunda porque siendo enfermera podía también resultar útil a la comunidad. Orville es un hombre muy culto y un líder natural. Hasta su llegada, Anderson había sido la fuerza que sostenía e impulsaba al grupo, pero su ignorancia y su fijación religiosa limitaba su imaginación. Orville, en cambio, aporta nuevas ideas basadas en su sabiduría científica. Anderson lo ve como un competidor, pero, al mismo tiempo, comprende el valor que supone para el grupo y no tarda en respetar sus aportaciones.
Pero esa afinidad va a despertar los celos de Neil y Buddy, que, por el momento, no tienen más remedio que aceptarlo. Aunque Orville utiliza su carisma y conocimientos para integrarse en la comunidad, en realidad oculta a todos sus verdaderas intenciones: la venganza más cruel posible contra Anderson por haber asesinado a Jackie, un castigo que le haga sufrir y morir sumido en la desesperación. Así, empieza por seducir a la hija adolescente de Anderson, Blossom. “Jeremiah Orville era un hombre muy civilizado. Los últimos siete años le habían liberado en muchos aspectos, pero sin borrarle la civilización hasta muy poco tiempo atrás, cuando los acontecimientos le enseñaron a desear más la consumación de la venganza que la propia felicidad y seguridad. Era un comienzo”.
Durante el invierno, las esferas atacan el enclave y asesinan a una docena de sus habitantes. Anderson y Orville guían a los supervivientes al interior del bosque de Plantas, donde merodean tanto los saqueadores como los artefactos alienígenas. Blossom, recordando sus vagabundeos infantiles, los guía hasta una cueva junto a la antigua orilla del Lago Superior (que ahora está desecándose rápidamente absorbido por la insaciable sed de las Plantas). Una vez dentro, encuentran una de las enormes raíces de una Planta, que ha pentrado en la oquedad desde el techo. Su interior está hueco y el grupo desciende por él para internarse en un laberinto de pasadizos que les conducen a cada vez mayor profundidad, tratando de compensar con el gradiente térmico las gélidas temperaturas del exterior contra las que no tienen defensa al haber huido de la granja con solo lo puesto.
Y aquí es donde comienza la segunda y muy claustrofóbica parte de la novela. El miedo y la paranoia son contagiosos y aunque ya no corren peligro de morir a manos de las esferas o víctimas del calor, sus temores les mantienen prisioneros: “El haber logrado refugiarse después de un desastre no borraba el recuerdo del desastre”. Refugiados en la oscuridad subterránea de las raíces huecas, los treinta y un supervivientes pasan el invierno alimentándose con fibras y una especie de pulpa comestible que nace en las paredes de las raíces. La oscuridad, la calidez, la abundancia de oxígeno y la dulzura del alimento sumen al grupo en un estado de pasividad sibarítica, de la que sólo emergen algunos de ellos para continuar explorando el sistema de raíces. Las tensiones aumentan cuando el empeoramiento de la salud de Anderson le obliga a elegir un sucesor.
“Los Genocidas” es uno de los grandes clásicos del subgénero de invasiones alienígenas. Se trata de una aportación muy peculiar al mismo y no por la utilización de plantas o la presencia nunca vista pero sí sentida de los invasores. John Wyndham había utilizado plantas letales en “El Día de los Trífidos” (1951) y extraterrestres que solo se manifestaban a través de máquinas en “El Kraken Acecha” (1953) –a este respecto, también puede citarse, claro, “La Guerra de los Mundos” (1898), de H.G.Wells-. También encontramos en “Los Genocidas” sospechosos paralelismos con el escenario descrito por FG Rayer en “La Tierra Nuestro Nuevo Edén” (1952), donde el planeta era colonizado por plantas alienígenas que llevaban a un “Ocaso Verde”.
Sin embargo, los trífidos de Wyndham eran seres móviles y agresivos; las Plantas de Disch, por el contrario, son como centinelas impertérritos y pasivos que realizan su labor destructora silenciosamente, pero sin pausa, drenando la vida del suelo y todo lo que en él habita. No son visualmente tan impactantes como los trífidos o los trípodes marcianos, pero sí más insidiosos y eficaces.
Es más, mientras que lo habitual en las novelas de invasiones era que los humanos se enfrentaran a la agresión y, aunque no prevalecieran, sí encontraran la forma de convivir con el invasor o inventaran un sistema para mantenerlos a raya, “Los Genocidas” prescinde por completo del tono épico y sólo da pinceladas generales para describir el cuadro más allá de la reducida zona en la que transcurre la acción. No hay un enemigo claro, visible, contra el que luchar. De hecho, los alienígenas no parecen tener demasiado en cuenta a la especie humana. Se limitan a enviar sus esporas y cosechar los frutos, eliminando con mecanismos automáticos los restos de la civilización. Lo auténticamente mollar de la novela es su retrato de la decadencia y desaparición de un grupo reducido de humanos agrupados en una comunidad rural y que jamás llegan a tener una verdadera oportunidad de sobrevivir.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Muy interesante, como siempre tus artículos, Manuel. La novela me impresionó entre otras cosas porque, en efecto, nos creemos todopoderosos y sin embargo podemos estar a un pequeño paso del desastre. Desde luego una de esas obras que te hacen reflexionar. Enhorabuena por tu trabajo :-)
ResponderEliminarGracias! Recuerdo que en una de las grabaciones de Podcaliptus a la que me invitastéis mencionaste que te había gustado mucho la novela... Un saludo y gracias!!
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