Más de una década antes de que apareciera el primer volumen de “Canción de Hielo y Fuego”, George R.R.Martin ya se había labrado un nombre como escritor de ciencia ficción. A esta época pertenece “Nómadas Nocturnos”, una novela corta de suspense y terror espacial publicada en 1980, ganadora del premio Locus y adaptada por primera y desafortunada vez en forma de película en 1987. De la una y la otra ya hablé en sus respectivas entradas y a ellas me remito.
Con el inmenso éxito que cosechó la serie de televisión “Juego de Tronos”, era inevitable que otras cadenas empezaran a rebuscar en la bibliografía de Martin alguno de sus libros susceptible de llevar a la pequeña pantalla. Y ahí es donde encaja “Nightflyers”, supervisada, escrita y ocasionalmente dirigida por Jeff Buhler (de escaso bagaje en ese momento y que luego firmaría el guion de “Cementerio de Animales”, 2019). El problema con esta serie es que parece que su principal objetivo era el de estrenar lo más rápido posible algo que llevara el nombre de Martin, sin tomarse el tiempo suficiente como para construir una narración y unos personajes capaces de expandir coherentemente lo que en origen era sólo una novela corta y, aún más difícil, que al espectador le importara el destino de aquéllos.
El primer episodio se abre con un impactante y violento flashback que capta inmediatamente la atención del espectador, anunciando cuál va a ser el destino futuro de dos de los principales personajes. A continuación, la narración retrocede al comienzo del viaje y nos pone en contexto. La historia estará ambientada en el año 2093 y a bordo del Nightflyer, una nave estelar que está abandonando el Sistema Solar para buscar un primer contacto con los Volcryn, unos extraterrestres nómadas, con la esperanza de que éstos nos otorguen el conocimiento científico y tecnológico que nos permita salvar a nuestra especie en una Tierra cada vez más degradada.
El astrofísico Karl D´Branin (Eoin Macken) cree posible contactar con los alienígenas, pero sus hipótesis, junto a la solicitud de los fondos que necesita, son rechazados por una comunidad científica que sólo cree en hechos. Por eso acepta rápidamente la oferta del capitán Roy Eris (David Ajala), comandante de la nave colonizadora Nightflyer, para llevarlo a él y a un equipo de científicos hasta el vacío espacial más allá de la heliosfera persiguiendo a la entidad Volcryn (sea ésta una nave, una flota o un solo ser).
El problema es que el equipo que reúne D´Branin dista mucho de inspirar confianza. Empezando por él mismo, que vive atormentado por la muerte de su hija pequeña y por dejar atrás a una esposa igualmente afectada, que ha optado por un tratamiento de borrado de memoria para aliviar su depresión. Tampoco Eris encaja en la categoría de “normal”: permanece encerrado en su camarote y sólo interactúa con la tripulación y el pasaje en forma de holograma. Lommie (Maya Eshet) es una ciberneticista andrógina, insegura y melancólica que puede conectarse biológicamente al ordenador de la nave a través de un puerto neural en su antebrazo. De la llamativa Melantha Jhirl (Jodie Turner-Smith) se nos dice que está “genéticamente diseñada para el viaje espacial”, pero casi siempre se la presenta solamente como un adorno femenino y compañera sexual de un par de personajes: primero intima con Lommie y luego, a pesar de saberse espiada por él a través de las cámaras de la nave, lo hace con el comandante Eris que, por algún motivo, responde a sus exigencias y se aparece ante ella en “carne y hueso”.
Eris, a requerimiento de D´Branin ha autorizado el traslado a bordo de un poderoso y errático telépata llamado Thale (Sam Strike) junto a su terapeuta, la doctora Agatha Matheson (Gretchen Mol), quien en el pasado mantuvo una relación sentimental con Karl. Tanto éste como aquélla, están todavía aquejados de sendos traumas emocionales producto de la pérdida de sus respectivos hijos. En principio, Thale tendría la misión de comunicarse con los extraterrestres por medios telepáticos, pero su presencia en la nave es contemplada con recelo por todo el mundo aun cuando se halla confinado en una especie de container que debería proteger al resto de la tripulación de sus poderes. Todas las precauciones parecen ser inútiles porque Thale no pierde oportunidad de atormentar a quien se le pone por delante con visiones y espejismos.
Por si eso fuera poco, pronto se hace evidente que la nave está “poseída” por una especie de ser malévolo que provoca fallos técnicos y perturbadoras alucionaciones. Los científicos y la tripulación empiezan a desconfiar unos de otros y todos ellos de Thale.
Como suele ser frecuente en las series y películas de viajes espaciales, la sombra de la ya antigua “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) se deja sentir tanto en el argumento como en la estética (un ordenador malévolo que todo lo ve con su ojo rojo; sesiones de jogging en la sección central con gravedad; tomas exteriores de la nave con un anillo girando sobre el eje…). Otra película de Kubrick, “El Resplandor” (1980), viene pronto a la memoria: personajes atormentados por voces en el aire; imágenes pesadillescas de niñas muertas, materializaciones de traumas del pasado… Todo ello conecta con el subgénero de “Naves Encantadas”, en el que también se inscriben títulos clásicos como “Solaris” (1972) u “Horizonte Final” (1997).
Desafortunadamente, la serie no consigue sintetizar todas esas influencias, referencias y tópicos en un producto fresco y con una estética diferenciada. Y cuando un proyecto como este no es capaz de sorprender con su estilo visual, más vale que tenga unos personajes carismáticos y sólidos con los que el espectador pueda conectar y cuyos destinos le importen. Tampoco es el caso. Y la culpa no es de los actores, que en su mayoría se notan comprometidos o incluso inspirados; o del diseño de producción o la fotografía. No, la responsabilidad recae en el guión: un encadenamiento reiterativo de pretendidos sustos y momentos grotescos que van sucediéndose a intervalos de unos siete o diez minutos para coincidir con las interrupciones publicitarias en su emisión original en SyFy. Es una estructura que se ha convertido en la norma para las series de terror, incluso en las plataformas digitales en las que no hay cortes publicitarios, y que priva a los guionistas y directores de la posibilidad de ir construyendo, moldeando e intensificando paulatinamente la atmósfera de peligro; o de utilizar los momentos “valle” para pillar desprevenidos a los espectadores con el siguiente susto. En cuanto se detecta esta pauta, uno puede sorprenderse por lo que sucede pero no de cuándo sucede.
Aunque decae en su parte central y acaba perdida en cuanto a sus objetivos, hay que concederle a la serie que engancha al espectador con una secuencia de apertura muy provocativa que en realidad tiene lugar cerca del final de la temporada. En ella, vemos a la doctora Agatha Matheson huyendo aterrorizada de Rowan, el xenobiólogo del equipo, poseído por una fría locura asesina. Como el Jack Torrance de “El Resplandor”, persigue a su compañera armado con un hacha mientras ella trata de enviar un mensaje al espacio advirtiendo a quien pueda escuchar de que no se acerquen a la nave. Pero a diferencia de lo que se ve en el Hotel Overlook, la secuencia termina con Agatha cortándose el cuello con una sierra de huesos, un momento escalofriante que anticipa lo mal que se van a poner las cosas a bordo y que crea en el espectador la necesidad de saber más, de conocer qué clase de horribles acontecimientos han desembocado en tal momento.
Ahora bien, como le sucede a la propia Nightflyer, la serie, partiendo de una buena premisa, empieza a experimentar demasiados fallos como para que pueda cumplir sus objetivos con éxito. De todos ellos está, en primer lugar, la poco definida misión de la nave. Y es que nunca llega a comprenderse del todo para qué se ha reunido al variopinto equipo. La situación en la Tierra se explica muy poco y todavía menos cómo se espera que los Volcryn, aparentemente indiferentes a nosotros, contribuyan a solucionar nuestros problemas. Los guionistas utilizan muchos trucos para distraer la atención sobre este punto pero, al final, no se explica debidamente qué son los alienígenas, cómo se les ha detectado ni cómo se espera que ayuden a la Humanidad. Incluso el telépata Thale, que asegura que los Volcryn le han hablado claramente, no dice qué le han transmitido. Lo único que se ofrece a cambio es una serie de imágenes del espacio con lucecitas de colores parpadeantes.
Bien, admitamos que no todo lo alienígena tiene por qué ser explicado, que lo válido es la magia y el misterio hasta el final. Dejemos que los Volcryn sean inexcrutables. Pero las motivaciones de los protagonistas sí deben quedar claras. Estando dispuesto a sacrificar su vida y la de sus compañeros, ¿qué espera –acertada o equivocadamente- Karl obtener de estos aliens? ¿En base a qué argumentos han accedido a acompañarle aquéllos? Lo que nos lleva al siguiente problema.
Los personajes prescindibles son, por un buen motivo, un tópico del cine de terror y ciencia ficción. El Nightflyer es el equivalente a una casa encantada, así que debe contener en su interior suficientes víctimas fáciles como para dejar claro lo peligroso que resulta ese lugar. Pero de ahí a hacer que uno de ellos muera y se “regenere” varias veces para seguir a lo suyo como si nada hubiera pasado, hay un trecho. Y, aún peor, el sustrato emocional que supuestamente impulsa a los personajes principales, nunca llega a resultar verosímil o interesante, sencillamente porque no se le dedica el tiempo necesario.
Cojamos por ejemplo los devaneos romántico-sexuales de Melantha. Éstos deberían ser importantes porque es lo único en lo que parece entretenerse esa superastronauta genéticamente mejorada. Sin tarea alguna asignada, Mel se dedica a deambular por la nave luciendo sus encantos y practicando sexo con compañeros de ambos géneros. Tanto su romance con Lemmi como con Roy, acaban mal pero, como se dedica tan poco tiempo a mostrar y desarrollar sendas relaciones, a nadie le importa. ¿Resultado? Esas escenas acaban siendo mero relleno.
También tenemos a la joven de las abejas, Tessia, cuyo único propósito en la historia es el de servir de motivación para un tercero: calmar a Thale en primer lugar y luego morir horriblemente tras una relación con Rowan que llevará a éste a perder la cordura. El gran problema es que ese trágico momento carece de impacto emocional por la sencilla razón de que la relación sentimental transcurre fuera de plano. Tessia y Rowan apenas se habían visto antes de que el guion inserte una larga elipsis de ocho meses y nos los encontremos de repente convertidos en pareja y esperando una niña. Casi inmediatamente, Tessia da a luz, el bebe muere y la madre le sigue en el mismo episodio. Acto seguido, Rowan se convierte en un psicópata. Hay muchos gritos y lamentos y algunas imágenes verdaderamente desasosegantes, pero el impacto emocional es escaso por el sencillo motivo de que Tessia es una desconocida para el espectador. Para colmo, las esporas perversas que la matan a ella, al bebé y a la médico de abordo, no parecen tener relación alguna con nada. Lo cual nos lleva al tercer gran problema de la serie: una trama errática y una falta de continuidad general.
A lo largo de toda la temporada hay muchos momentos en los que parece que los guionistas hubieran olvidado el hilo argumental de base. Por ejemplo, las mencionadas esporas que matan a Tessia y su bebé. ¿A qué viene su inclusión más allá de servir de catalizador a la locura de Rowan? Al fin y al cabo, la nave ya venía trastornando la mente de muchos otros desde hacía tiempo e introducir un nuevo agente externo parece superfluo. Además, darle a Rowan una “razón” para perder la cordura desinfla en parte el impacto de la escena de apertura. Por no hablar de que las razones de Agatha para suicidarse allí son completamente diferentes de lo que habíamos imaginado y que probablemente era algo así como evitar sucumbir a la misma locura de Rowan o escapar a una muerte lenta y cruel a manos de su compañero. Pues no, tiene que ver con la retroalimentación psíquica con Thale, lo cual hace que el mensaje de advertencia que envía en esa escena de arranque no tenga mucho sentido.
¿Cambiaron los guionistas de opinión sobre lo que ocurría en esa escena una vez avanzada la producción de la serie? Hay varios momentos similares, como si se hubieran tomado decisiones sobre la marcha y prestando poca atención a si las nuevas ocurrencias eran coherentes con lo que ya se había contado hasta ese punto. Todos esos zigzags serían menos molestos si, al menos, se hubiera mantenido claro hacia dónde quería dirigirse la historia, que, como he dicho, no es tampoco el caso. La confusión que a menudo siente el espectador no responde a una trama compleja o un planteamiento vanguardista, sino a que el guion no le facilita las claves para poder entender lo que pasa.
Afloran también problemas de ritmo y extensión. Tratándose de una historia de terror ambientada en el espacio, “Nightflyers” ha de afrontar un desafío del que muchas series modernas no salen airosas: no hay suficiente historia para rellenar diez episodios de 45 minutos. Optar por una trama sencilla y unos personajes huecos es una estrategia que puede funcionar para una película de terror de noventa minutos, pero es completamente insuficiente para toda una temporada televisiva. Así que se hace necesario rellenar metraje para ajustarse a la duración contratada para cada episodio y no porque realmente lo necesite la historia. Las primeras temporadas de “Juego de Tronos” tenían la ambiciosa misión de adaptar cada una un libro de mil páginas. “Nighflyers” parece perdido a la hora de abordar un tercio de esa amplitud.
De hecho, hay tanto relleno que es difícil distinguir éste de las escenas que realmente hacen avanzar la historia. Se dedica todo un capítulo a tratar de encontrar a un personaje que se oculta en la nave, cuando podría haberse resuelto en una o dos secuencias; y otro, que parece extraído de otra serie diferente, narra el encuentro con otra nave a la deriva cuyas tripulantes femeninas se han convertido en una secta caníbal (una poco sutil inversión de “El Cuento de la Criada”). Los personajes parecen sufrir heridas o morir solo para volver una y otra vez; una revelación al final del tercer episodio supuestamente debe arrojar una nueva luz sobre la historia, pero sólo consigue que todo el conjunto parezca aún más inverosímil.
También se tropieza en esos detalles en los que se fijan los más puntillosos, como los protocolos de seguridad biológica de esos supuestos científicos. La tecnología es inconsistente y confusa: no hay retardo en las comunicaciones con la Tierra, por ejemplo, … hasta que alguien se acordó del asunto y sí empezó a haberlo; o la extraña convivencia a bordo de herramientas tan dispares como drones láser y hachas. El vestuario es poco práctico y recuerda a las viejas series de televisión setenteras con ínfulas futuristas…
Toda esta larga lista de problemas no puede sino apenar al amante de la CF, porque “Nightflyer” contiene los ingredientes necesarios para ser una buena aportación al género. El esqueleto narrativo que brinda la novela es sólido y permite mejorar y ampliar la historia a partir de él; cuenta con un reparto más solvente de lo que podría esperarse y unos valores de producción decentes; y admite –si los guionistas así lo hubieran querido- interesantes cuestiones de calado: ¿Qué es la percepción? ¿Qué es la verdad? ¿Cuán objetivos son nuestros recuerdos y hasta dónde nos definen como individuos? ¿Qué reacciones podríamos tener ante la presencia de una inteligencia extraterrestre? ¿Podría entablarse una auténtica comunicación con ella?
Por desgracia, productor y guionistas no pudieron, quisieron o supieron superar el nivel del terror básico (momentos gore, pasillos y camarotes en penumbra, declaraciones ominosas, goteo interminable de muertes…) que formaba el núcleo argumental de la novela. La consecuencia de no trascender el material original es una serie alargada, errática e incapaz de suscitar miedo o simpatía por sus personajes. “Nightflyers” es el tipo de ciencia ficción que aspira desesperadamente a ser diferente de otras series del género, pero que no lo consigue.
Ni siquiera SyFy pareció satisfecha con el resultado, apresurándose a emitir los diez episodios en un periodo de sólo dos semanas como parte de una inteligente estrategia ante un producto mediocre: las primeras cinco horas son las más disfrutables y consumir la serie rápidamente facilita llegar al final de la misma (cuando se entra en la segunda parte de la temporada, el ritmo se ralentiza y la coherencia se desintegra, propiciando el abandono si el consumo es semanal). Netflix, donde se puede ver hoy, se hizo con los derechos de exhibición en su plataforma un par de meses después, justo cuando SyFy anunció que no habría segunda temporada. Alguien en ese canal debió pensar que, a la vista del resultado y la acogida, lo mejor era dejar que la Nighflyer se alejara a la deriva hacia las profundidades del espacio profundo sin volver a saber de ella.
Una pena, con todos los ingredientes que tenía podría haber sido una gran serie del género.
ResponderEliminarTenía ganas de verla, pero ya no.
Saludos