Nightflyers” es una adición tardía y poco destacable al subgénero de “terror en el espacio” que floreció a comienzos de los ochenta gracias al éxito cosechado por “Alien,el 8º Pasajero” (1979). Fue por entonces que se estrenaron “Saturno 3” (1980), “La Galaxia del Terror” (1981), “Inseminoid” (1981) o “Galaxia Prohibida” (1982). En este caso, se trata de la adaptación de la novela corta del mismo título (en español, “Nómadas Nocturnos”) que George R.R. Martin publicó en 1981 y de la que ya hablé en una entrada anterior.
Un equipo de científicos encabezados por Michael D´Branin (John Standing) fleta un carguero espacial modificado, el “Nightflyer”, para rastrear las señales presuntamente emitidas por una mítica especie alienígena de nómadas interestelares, los Volcryn, que, se dice, viajan por la galaxia creando nuevas estrellas a su paso.
Al poco
de partir, la coordinadora de la misión, Miranda Dorleac (Catherine Mary
Stewart) entabla una extraña relación con Royd Erris (Michael Praed), el
capitán de la completamente automatizada nave y que sólo interactúa con el
resto de los tripulantes a través de hologramas. Royd revela a Miranda que es
un clon masculino de la propietaria original de la nave, una poderosa telépata
ya difunta llamada Adara. Habiendo nacido en el ambiente antiséptico e
ingrávido del espacio, Erris es incapaz de relacionarse normalmente con quien
fleta su nave ya que bien los gérmenes, bien la gravedad, acabarían con su
organismo. Pero el ordenador de a bordo, poseído por la personalidad celosa y
sociópata de Adara, empieza a utilizar su control sobre todos los sistemas de
la nave para ir asesinando a los pasajeros y evitar así que su “hijo” la
abandone.
Despreciada
casi universalmente por público y crítica ya en el mismo momento de su estreno,
“Nightflyers” se hundió miserablemente en taquilla (recaudó poco más de un
millón de dólares) y fue rápidamente editada en vídeo en un desesperado intento
de obtener algo de rentabilidad. No debió lograrlo ni siquiera en ese circuito
porque cuando el VHS fue sustituido por el DVD y se recuperaron muchos títulos
de culto y serie B de los ochenta, se la ignoró de nuevo.
Méritos para ese maltrato no le faltan. Es una película mal escrita, mal rodada y mal interpretada. Y fue una lástima porque, a pesar de que es obvio que los productores deseaban otra iteración de “Alien” en la que un grupo de personas corren por pasillos oscuros acechados por una maldad alienígena, su historia tenía el potencial necesario para ofrecer algo diferente en el subgénero de terror en el espacio.
Muchas
de las películas que se inspiraron o plagiaron a “Alien” incluían escurridizos
y letales monstruos que amenazaban a un grupo de personajes atrapados en un
espacio cerrado y aislado y con un diseño tomado en mayor o menor medida del
insuperable de H.R.Giger. “Nightflyers” fue uno de los pocos films de ese
subgénero mestizo que aspiró a ofrecer un material más cerebral apoyado en una
historia sólida y con matices psicológicos e incluso freudianos. La apertura de
la película crea una atmósfera adecuada, con la lanzadera recorriendo los
túneles tenuemente iluminados hasta que los personajes llegan al hangar
catedralicio en el que les espera el Nightflyer; y la voz en off de Miranda
-con unas gafas de espejo que reflejan lo que ella ve- presentando al equipo y
narrando el mito de los Volcryn, un concepto de grandeza cósmica. Plantear un
gran misterio es una forma eficaz de empezar la historia, aunque aquél pronto
se abandone y se limite a no ser más que una excusa para poner en marcha una
trama de suspense en la línea de “Diez Negritos” de Agatha Christie,
restringida enteramente al interior de la nave. En descargo del guionista y
productor, Robert Jaffe, hay que decir que también la novela de Martin
desaprovechaba esa subtrama. Por alguna razón, lo que sí cambió fue el marco
temporal en el que transcurría la acción: el siglo XXI en lugar de los 400 años
en el futuro del libro.
Actriz
fetiche del cine de género, Catherine Mary Stewart (“Starfigher: La Aventura
Comienza”,1984; “La Noche del Cometa”) tiene aquí la oportunidad de interpretar
su primer papel adulto como la coordinadora (sea lo que sea eso) de la misión,
Miranda Dorlac. Su -más o menos- equivalente en libro, Melantha Jirl, era
descrita como una mujer mejorada genéticamente en todos los aspectos, alta, fuerte,
vital, de raza negra, curvas rotundas y sexualidad agresiva que se acostaba con
casi todos sus compañeros de equipo, fuera cual fuese su sexo. Nada más lejos
de lo que aquí representa Stewart. Aunque una escena se recrea mostrándola
realizando unos ejercicios gimnásticos muy básicos, en todo lo demás es casi su
opuesta: lánguida, introspectiva, distante con sus colegas, completamente aria
e impolutamente arreglada y maquillada.
Es
curioso que el guionista decidiera -con la excepción de Royd Eris- cambiar
todos los nombres de los personajes del libro, recortándoles exotismo y
sonoridad futurista para, supongo, hacerlos más accesibles al público
generalista. Karoly d´Branin, por ejemplo, pasa a ser Michael D´Brannin
(interpretado por el británico John Standing, que también apareció en “El
Hombre Elefante”). Aunque en la novela, ya lo he dicho, se dejaba de lado todo
el misterio de los Volcryn para concentrarse en la amenaza de la nave, sí se
mencionaba aquél repetidamente dado que constituía la obsesión del líder del equipo.
En la película, por el contrario, este rasgo definitorio del personaje se
olvida para presentarlo solamente como un académico apocado e incapaz de tomar
las riendas de la situación.
El
actor Michael Praed que da vida al misterioso Royd Eris, era entonces una cara
familiar por haber interpretado a Robin Hood en la serie televisiva británica
“Robin of Sherwood” (1984-6), tras lo cual dio el salto al mercado americano
participando en dos temporadas de “Dinastía” (1981-89). La relación entre Royd
y Miranda está abocetada con cierta imaginación y tiene los mimbres para ser
uno de los puntos más interesantes y turbios de la película, pero, por
desgracia, ni el guion ni los actores, a todas luces carentes de indicaciones
del director, saben quiénes son sus personajes y hacia dónde encaminarlos.
Aparte
de Stewart, Standing, Praed y el rockero Michael Des Barres, que encarna al
telépata Jon Winderman (Thale Lasamer en el libro), el resto del reparto estaba
integrado por relativos desconocidos. De ellos, Lisa Blount puede ser el rostro
más familiar gracias a su participación, aquel mismo año, en “El Príncipe de
las Tinieblas” de John Carpenter. Interpreta a la lingüista Audrey Zale
(Lindren en el libro) pero tiene poco que hacer aparte de lucir palmito y simular
que aporrea el teclado de un ordenador (en la novela había dos especialistas en
lenguaje pero en el guion se funden en uno solo).
El
resto no merece la pena ni comentarse porque ni sus personajes tienen carisma o
recorrido alguno ni los actores hacen nada mínimamente salvable con ellos.
Glenn Withrow, por ejemplo, interpreta al biólogo Keelor (Rojan Christopheris
en el libro), un personaje irritante que desde el principio se dedica a
quejarse sin motivo y no hace otra cosa durante todo el tiempo que dura la
película. Independientemente de las limitaciones del personaje, el actor hace
un trabajo pésimo. Basta compararlo con la nerviosa Veronica Cartwright en
“Alien” o Bill Paxton en “Aliens” (1986).
Independientemente
de su grado de veteranía, el reparto hace un trabajo verdaderamente mediocre.
El que no sobreactúa es incapaz de transmitir nada. Nadie resulta creíble. Para
colmo, su vestuario y peinados son dolorosamente ochenteros y absolutamente
inverosímiles en una película de CF incluso en aquella época. Parece que deambulen
por una pasarela de moda en lugar de hallarse en plena misión espacial. En
ningún momento llega a facilitarse la conexión entre ellos y el espectador y lo
que les ocurra no solo importa poco, sino que es un alivio verlos caer uno tras
otro teniendo en cuenta lo irritantes que resultan.
El
diseñador de producción, John Muto, optó por esa línea industrial y de realismo
sucio que había triunfado en “Alien” y que inmediatamente sería adoptada por
tantísimas películas del género, pero por desgracia en ningún momento el
resultado guarda parecido alguno con una nave, por muy lujosa que sea. Por no
decir que cae en dolorosas incongruencias: el punto central de reunión es un
gran salón con sofás, cocina americana y claraboya que más recuerda a un loft
de yuppie, mientras que los personajes duermen prácticamente en el suelo en una
especie de catres. Ni siquiera hay una estética uniforme, mezclando sin ton ni
son el art deco, el neogótico y el funcionalismo.
Para
colmo, todas las escenas se han fotografiado con una neblina inexplicable que
apaga los colores y oculta las formas, como si fuera una discoteca after hours
a las cinco de la mañana -sensación amplificada por la música de sintetizadores
ochenteros que suena de fondo-. Los productores adujeron que su intención era
crear una atmósfera onírica pero más bien parece que traten de ocultar las
carencias técnicas y de diseño. Cinematográficamente es una película plana, sin
chispa ni en la fotografía ni en la edición.
Todo ello hace que “Nightflyers” no consiga el efecto esperado. En lugar de suscitar suspense o terror, lo que transmite es aburrimiento. A ello también contribuyen otros factores, como que el misterio sobre el origen de Royd se desvele a la media hora y la auténtica naturaleza de la presencia que les acecha, cuarenta y cinco minutos antes de terminar la historia; o unos efectos especiales torpes y granulosos. El guion tiene partes difíciles de entender no porque lo que sucede sea complejo sino porque está mal interpretado, mal dirigido y mal montado.
La
violencia, además, está muy diluida respecto a la novela. Por ejemplo, en ésta
se producía un momento de gran impacto cuando, tras serle administrada una
droga potenciadora de sus capacidades, el cráneo del telépata Thale Lasamer
explota al mejor estilo “Scanners” (1981). Es un momento visceral cuyo
propósito era el equivalente a la escena del gusano reventando el pecho de John
Hurt en “Alien”, o el asesinato de Janet Leigh en “Psicosis” (1960): clavar al espectador
en su butaca y dejarle claro que cualquier cosa puede suceder y cualquiera
puede morir. No hay nada semejante en esta película. Sí, Winderman acaba
muriendo, pero víctima de
una unidad quirúrgica automatizada controlada por
Adara, seccionándole un brazo y el cráneo… con una inverosímil ausencia de
sangre. No es ni mucho menos un instante que, como en la novela, actúe como
catalizador para introducir una sensación de urgencia entre el equipo.
“Nightflyers” supuso un tropiezo para todos los que participaron en ella. El director, Robert Collector, abandonó la película antes de finalizar el montaje, solicitando además que su nombre se retirara de los créditos (siendo sustituido por uno de esos alias ficticios que Hollywood tiene a tal efecto, T.C. Blake), lo que apunta a severas discrepancias con los productores. No volvería a dirigir otra vez hasta 2006, aunque por el camino, en 1992, escribió el guion para “Memorias de unHombre Invisible”, de John Carpenter.
Michael
Praed, que, como dije, ya era un guaperas adorado por las adolescentes, hundió
con esta película sus pretensiones de triunfar en el cine y con la excepción de
un título de serie B, “Son of Darkness: To Die For II” (1991), hizo poco más
que prestar su voz a documentales, aparecer como invitado en programas diversos
y participar en obras teatrales. Algo parecido ocurrió con Catherine Mary
Stewart, que al final de la década había desaparecido del panorama
cinematográfico. Hasta Doug Trimm, compositor debutante que firmó la sosa banda
sonora, fue asesinado dos años después –quiero creer que no a causa de esta
película-.
Hasta donde conozco, “Nightflyers” solo puede verse hoy como parte de la programación de algún canal temático de CF o terror y no cuenta con edición en formato doméstico. Muchos aficionados nostálgicos han pedido y obtenido reediciones de clásicos menores y de discutible calidad de los ochenta, pero de este título nadie parece haberse acordado. Es fácil comprender por qué cuando se revisita. Es una película mal confeccionada y que ya parecía vieja menos de diez años después de su estreno. No me atrevería a recomendársela a nadie que no fuera un fanático de cualquier serie B de los ochenta o seguidor incondicional de todo lo que lleve el nombre de George R.R.Martin. E incluso en estos casos, siempre será mejor opción leer la novela.
En 2018, gracias al enorme éxito de la serie de televisión “Juego de Tronos”, el guionista y productor de la película de los ochenta, Robert Jaffe y el propio George R.R. Martin como productor ejecutivo, pensaron recuperar “Nightflyers” para llevarla a la pequeña pantalla en una serie que duró diez episodios y de la que hablaré en otra entrada
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