Durante los años setenta, los ideales utópicos que habían alimentado parte de la contracultura en la década anterior, se disolvieron para dejar paso al desencanto y el pesimismo. La crisis del Petróleo, los escándalos políticos, las guerras en Asia y Oriente Medio o el deterioro medioambiental habían fomentado la desconfianza en los gobiernos y sus agencias. Así y dentro de esta corriente de paranoia y conspiración, aparecen películas como “Coma” (1978), “Capricornio Uno” (1978),“Telefon” (1977)…o “Scanners”, que además bebe del interés por los poderes mentales que ya en la década anterior había tenido cierto predicamento en el cine de terror y ciencia ficción.
En un futuro
cercano (o unos años ochenta alternativos a los nuestros, si así se prefiere),
la ciencia creó accidentalmente los “Exploradores”, una nueva especie de
humanos con poderes mentales. Sin embargo, éstos, lejos de ser un don,
constituyen una pesada carga que impide que muchos de sus portadores lleven
vidas normales, agobiados por las continuas voces/pensamientos que bullen en sus
cabezas procedentes de otras mentes.
Cameron Vale
(Stephen Lack) es uno de ellos. Tras atacar mentalmente a una mujer en un
centro comercial como respuesta involuntaria a los pensamientos negativos de
ella, es recogido por agentes de la empresa ConSec, cuyos científicos,
dirigidos por el doctor Paul Ruth (Patrick McGoohan), pretenden controlar el
poder de estos individuos (237 en total) con propósitos nada claros. Bajo la
tutela de Ruth, Cameron aprende a utilizar sus habilidades y mantenerlas bajo
control mediante la inoculación de una nueva droga llamada Efemerol, que acalla
el murmullo telepático de su mente.
El científico
le pide a Cameron que se infiltre en una facción de los exploradores liderada
por el megalomaniaco Daryl Revok (Michael Ironside), que ha puesto en marcha un
insidioso plan para convertir a las generaciones venideras en una raza superior
a base de inocular una nueva droga a las mujeres embarazadas recetada por una
red de ginecólogos sobornados. Esa nueva especie de humanos dominará el mundo,
marginando o eliminando a los Homo sapiens. Para acometer su misión, Cameron
reclutará la ayuda de otra exploradora, Kim Obrist (Jennifer O´Neill), pero lo
que acabará averiguando es una conspiración que se remonta en el tiempo y en la
que tuvo mucho que ver el propio Ruth.
Muy a menudo,
el terror y la ciencia ficción vienen de la mano en el cine sin que ello
beneficie demasiado ni a uno ni a otro. Pero sí es cierto que algunos de estos productos híbridos merecen un puesto destacado y, entre ellos, varios de los
dirigidos por el realizador canadiense de culto David Cronenberg. Éste apareció
en el radar cinematográfico a finales de los sesenta con un par de
mediometrajes poco conocidos: “Stereo” (1969, en el que ya aparecen muchas de
las ideas de “Scanners”) y “Crimes of the Future” (1970). Cronenberg pasó
después a transitar abiertamente por el género de terror, mezclando
surrealismo, carnalidad, sexo, ciencia y tecnología, recibiendo muy buenas
críticas con dos películas de serie B: “Vinieron de Dentro de…” (1975) y
“Rabia” (1977). Su éxito le abrió la puerta a dirigir films con mayor
presupuesto. Tras la excelente “Cromosoma 3” (1979) y “Scanners”, ascendería ya
a la liga superior del género de terror con títulos como “Videodrome” (1983),
“La Zona Muerta” (1983) o “La Mosca” (1986).
Uno de los
principales temas de la Ciencia Ficción es el de la mutación, entendida en este
contexto como el proceso, natural o artificial, mediante el cual un individuo o
una colectividad adquieren algún tipo de poderes especiales. La mutación le
puede suceder a un solo individuo (como en el caso de Peter Parker, que se
transforma en Spiderman por la mordedura de una araña); ser transmitido
genéticamente de padres a hijos; describirse como un salto evolutivo de la
especie (los X-Men); o, como es el caso en “Scanners”, inducida mediante la
exposición a toxinas químicas (en un paralelo con la talidomida, que tantas
malformaciones causó en fetos entre finales de los cincuenta y primeros de los
sesenta del pasado siglo). Son todas ellas herramientas narrativas que sirven
para revestir de plausibilidad científica a lo que de otra forma serían
historias fantásticas, aunque, como sucede con muchas explicaciones “científicas”
de las películas, descansen sobre una interpretación errónea de ciertas teorías
o leyes naturales.
Pero en
cualquier caso y ejercitando la necesaria suspensión de la incredulidad que
requiere el género, Cronenberg reinterpreta la telepatía como un proceso no
exclusivamente mental sino con una faceta muy física descrita por el doctor
Ruth como “el enlace directo de dos sistemas nerviosos separados por un
espacio”. Esta fisicidad queda ilustrada durante una demostración para un grupo
de ejecutivos y militares. Antes de comenzar la misma, el presentador avisa de
que puede ser un proceso doloroso: “A veces produce sangrado de nariz, dolor en
los oídos, calambres en el estómago, náuseas”; y, como todo el mundo recuerda,
la conclusión del evento es la explosión de la cabeza del ponente. La batalla
final entre el héroe y el villano se produce no sólo entre sus mentes, sino
entre sus respectivos cuerpos: cuando cada uno trata de absorber la energía
mental del contrario, su piel, sus ojos, su cerebro y sus órganos, se funden,
revientan y sangran.
Hay quien ha
criticado negativamente la película argumentando que Cronenberg rodaba sin
tener un guión completo y que lo iba terminando sobre la marcha. Efectivamente,
fue así. El director y guionista había estado trabajando en la idea de
“Scanners” desde los años setenta y se vio obligado a empezar y terminar la
producción en solo dos meses para poder beneficiarse de las ventajas fiscales
que ya había obtenido del gobierno canadiense. No tuvo más remedio que escribir
páginas del guión cada mañana y dejarlas preparadas para cuando comenzaba el
rodaje; un ritmo de trabajo criminal que puede explicar por qué algunos
diálogos resultan demasiado acartonados o el irregular ritmo de la trama.
Con todo, esas
prisas no resultan muy evidentes en el producto terminado con la posible
excepción del enigmático y ambiguo final, motivado quizá por la indecisión
acerca de como rematar la película. De todos los films de esta primera etapa de
Cronenberg, “Scanners” es sin duda el más divertido sin querer con ello decir
que sea un producto de consumo masivo. En cualquier caso, el siguiente film del
director, “Videodrome” (1983), resulta todavía más incoherente.
El frenético ritmo de escritura del guión puede que explique también por qué, de todos los films que Cronenberg había hecho hasta ese momento, “Scanners” sea el menos terrorífico y osado. La batalla entre el cuerpo y la mente y la corrupción de ambos por la tecnología o la ciencia, uno de sus temas recurrentes, se halla en el núcleo de la historia, pero no están presentes en esta ocasión sus metáforas sexuales. Por otra parte, aunque habían existido films anteriores que mezclaban el tema de los poderes mentales y la conspiración gubernamental (como “El Poder” (1968) o “La Furia” (1978)), no habían sabido integrarla en un argumento absorbente y coherente, como sí hace Cronenberg (podría contemplarse la excepción de “Carrie” (1976), pero su enfoque era claramente terrorífico más que de ciencia ficción).
“Scanners” está
estructurado como un thriller de tono pulp (siniestras corporaciones actuando
en la sombra, encuentros clandestinos en estaciones de metro, persecuciones en coche)
que va engarzando una serie de efectistas escenas sobre una trama somera y a
veces algo confusa y en la que el realizador materializa su idea de “La Forma
de la Rabia”, a saber, pensamientos y emociones que se manifiestan en el mundo
material. Por ejemplo, el escultor Benjamin Pierce (Robert Silverman) es un
artista cuyas obras reflejan de forma harto expresiva el tormento que le
producen sus poderes telepáticos y que sólo encuentra la paz acurrucándose en
una especie de capullo uterino con forma de cabeza humana gigante. En una escalofriante
escena que prefigura las vívidas metáforas que impregnan su posterior
“Inseparables” (1988), el protagonista sincroniza su mente y ritmo cardiaco con
los de un yogi.
En otra secuencia muy original, Cameron, utilizando la línea telefónica, lanza su mente a través del sistema de ordenadores de la empresa para obtener información. Lo más curioso es que esta escena se pensó antes de que apareciera internet o siquiera el concepto de hacker. Hoy, por supuesto, la idea tal y como está planteada resulta absurda –las similitudes entre el sistema nervioso humano y el de un ordenador no pueden ser literales, como en la película, sino funcionar sólo como analogías metafóricas- pero las imágenes a que da lugar son notables.
Está claro que
el equipo de efectos especiales se lo pasó en grande dando forma y vida a las
grotescas ideas de Cronenberg. Tenemos, por ejemplo, el tremendo duelo mental
del climax entre Cameron y Daryl, con las venas de ambos hinchándose y su piel
estallando en llamas. Por supuesto, uno de los momentos más recordados (y
recreado hasta la nausea por las secuelas) llega al principio del film, cuando
Daryl se infiltra en una demostración de exploradores y permite que uno de ellos
le escanee solo para contraatacar telekinéticamente y hacer que, literalmente,
le estalle la cabeza a aquél. Un inolvidable momento de 47 fotogramas diseñado
por los magos del maquillaje y los efectos visuales Dick Smith (“El Exorcista”),
Gary Zeller (“Zombi: El Regreso de los Muertos Vivientes”) y Chris Walas
(“Gremlins”, “La Mosca”) y para el que se utilizó una cabeza de latex rellena
de comida para perro, restos variados de comida, sangre falsa e hígados de
conejo.
Uno de los
principales puntos débiles de “Scanners” es el actor Stephen Lack.
Aparentemente, Cronenberg lo seleccionó por sus penetrantes ojos azules. Y sí,
su intensa mirada transmite una mezcla de tristeza y perspicacia, pero lo
cierto es que Lack difícilmente puede ser más inexpresivo y falto de carisma,
por no hablar de su incapacidad de pronunciar sus diálogos con un mínimo de
inflexión (de hecho y para el bien de todos, abandonó el cine y se dedicó a la
pintura, su auténtica vocación).
Mayor acierto se
tuvo en el resto del reparto, que realiza un trabajo mucho más competente.
Patrick McGoohan ofrece una de las mejores interpretaciones de su carrera como
científico de propósito y lealtades ambiguos. “Scanners” fue asimismo la carta
de presentación del actor canadiense Michael Ironside. Elegantemente vestido,
severo, con un inquietante rictus en su expresión y una cicatriz en su frente,
resulta un enemigo absolutamente convincente, alguien cuyos modales suaves
esconden una bomba de relojería a punto de estallar. No puede extrañar que a partir
de aquí, Ironside se especializara en papeles de villano brutal y frío.
Además del
sobresaliente trabajo visual, el principal interés de “Scanners” reside en su
atmósfera de paranoia y su tratamiento maduro y realista de la historia, con
violencia explícita y el difuminado de la frontera entre el Bien y el Mal. De
hecho, el final es ambiguo y no queda claro quién ha resultado vencedor en la
contienda. Es una película que ofreció un fuerte contraste al tipo de ciencia
ficción maniquea que por entonces parecía estar más presente y cuyo mejor
símbolo eran las aventuras espaciales propiciadas por el éxito de “Star Wars” y
“Star Trek”.
Fuera por su desvergonzada exhibición de sangre en las escenas mencionadas, por su atmósfera opresiva o por el sonado tiroteo que se produjo en uno de los primeros pases de la película en Nueva York, “Scanners” fue un éxito de taquilla inesperado y el film con mejores resultados de los dirigidos por Cronenberg hasta ese momento: sobre un presupuesto de 3,5 millones, obtuvo alrededor de 14 millones. En el boyante circuito del videoclub fue asimismo un éxito, lo que contribuyó a su reputación de film de culto y propició la aparición de cuatro secuelas entre 1991 y 1995, todas ellas sosas, aburridas y centradas en los aspectos más grotescos y sangrientos. Ni Cronenberg ni el resto del equipo que participó en “Scanners” tuvo nada que ver con estas continuaciones. Se ha hablado de remakes e incluso series de televisión y, aunque no han salido adelante, es una muestra de que sigue ejerciendo una gran atracción entre aficionados y creadores.
Desde su estreno, “Scanners” ha sido uno de los films clave –algunos afirman que incluso el definitivo- sobre el tema de los poderes mentales. Treinta años después, aún destaca el particular estilo de Cronenberg pese a los problemas de ritmo irregular y algunas escenas mal resueltas (como ese joven Revok en el frenopático; o Cameron torturado por las mentes de docenas de civiles en un aislado almacén). Aunque sea difícil no pensar cuál hubiera sido el resultado de haber contado el director con un mejor actor protagonista y circunstancias de producción más propicias, al final y tal como quedó la película, sus virtudes pesan más que sus defectos.
muy buena la pelicula
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