(Viene de la entrada anterior)
Apoyándose en los cimientos creados en la primera parte y con la que Villeneuve presentó el entorno, los personajes y el drama, “Dune: Parte Dos” es más sorprendente, grotesca y grandiosa que aquélla.
Paul Atreides (Timothee Chalamet) y su madre Lady Jessica
(Rebecca Ferguson), aunque no sin reservas, son aceptados por los Fremen. A
medida que ambos se integran en esa sociedad, las visiones proféticas del joven,
potenciadas por la exposición ambiental a la especia, se vuelven cada vez más intensas,
sombrías y perturbadoras. Establece también una relación con Chani (Zendaya),
la hija de Stilgar (Javier Bardem), quien lo defiende cuando otros ponen en
duda su capacidad para sobrevivir en el desierto utilizando las estrategias
Fremen.
Al mismo tiempo que Paul debe demostrar su valía, a Jessica
la persuaden para que reemplace a la moribunda Madre Reverenda de las Bene
Gesserit que mora entre los Fremen. Desde ese respetado puesto, fomenta la
leyenda de que Paul es el profetizado Kwisatz Haderach, un campeón que liderará
al pueblo del desierto contra la opresión de las Casas que llegan a Arrakis para
beneficiarse de la preciada melange.
Paul unifica y organiza a los Fremen, liderándolos en una
revuelta contra los Harkonnen y el Emperador, saboteando insistentemente las
operaciones de extracción de especia. El Barón Harkonnen (Stellan Skarsgard)
responde colocando a su psicópata sobrino, Feyd-Rautha (Austin Butler), al
mando de las tropas que esa Casa tiene estacionadas en Arrakis. Éste
desencadena una sangrienta campaña contra los Fremen mientras Paul, embarcado
en un viaje tanto interior como exterior, trata de navegar por el complejo
panorama social y político de Arrakis para encontrar un futuro que no termine en
una brutal masacre.
“Dune: Parte Uno” es claramente una película de
presentación que arranca la trama pero no la concluye. Algo de eso ocurre
también con su continuación. Aunque el drama épico iniciado en la primera parte
llega a un final que respeta básicamente el de la novela de Frank Herbert y
cierra la trama principal, también apunta a una posible continuación dado que
aún quedan muchas cosas por rematar, desde el destino de Arrakis a la reacción
del resto de casas nobles ante la derrota del Emperador pasando por la forma en
que Paul maneje su rol de mesías ante los Fremen. Villeneuve aseguró que tenía
interés en continuar la historia adaptando “Mesías de Dune” (1969), pero no ha
puesto fecha a ese proyecto dado que también declaró que necesitaba un descanso
de este universo literario.
La primera parte concluyó con Paul y Jessica escapando al
desierto para salvar sus vidas y siendo encontrados por los Fremen. “Dune: Parte
Dos” comienza exactamente donde terminó la primera, dejando claro por qué
Villeneuve colocó en ese preciso lugar la línea divisoria entre ambas
películas. Y es que las dos partes abordan diferentes aspectos de la historia:
la primera presentaba tanto a Arrakis como el trasfondo político de la galaxia
y los principales personajes que iban a participar en el drama; la segunda, en
cambio, se centra en la cultura Fremen y el creciente movimiento mesiánico en
su seno. Villeneuve nos sitúa en ese nuevo mundo desde la escena de apertura,
en la que las tropas Harkonnen llegan buscando los restos del tóptero robado y
los Fremen emergen de la arena acabando con ellos rápidamente, les extraen el
agua de los cuerpos y dejan los cadáveres para que el desierto se encargue de
ellos.
Villeneuve nos ofrece un panorama mucho más amplio de la
cultura Fremen y su entorno no sólo que en la primera parte sino en cualquier
adaptación previa. La película de 1984, con un metraje de 135 minutos, dedicó
sólo 45 a lo que el realizador canadiense dedica 166. Para esta versión, el
aspecto visual de los Fremen (su vestimenta, hábitats y rasgos físicos) está
claramente modelado de acuerdo a una amalgama de culturas árabes de tradición
nómada. Es una elección natural. Al fin y al cabo, cuando escribió “Dune”, Frank
Herbert se inspiró en Oriente Medio. En la actualidad, sin embargo, si analizamos
“Dune: Parte Dos” desde la perspectiva de la política mundial contemporánea,
este enfo
que podría llegar a suscitar algunas interpretaciones incómodas dado
que los Fremen (apócope de “Free Men”, “Hombres Libres”) son los equivalentes a
los combatientes del ISIS/DAESH, unos “luchadores por la libertad” que siguen
fanáticamente a un líder guerrero-religioso, mientras que las naciones
exportadoras de petróleo (representadas por los Harkonnen) son vistas como
brutales y opresoras, y, llegado Feyd-Rautha al mando de Arrakis, afines al
genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino. Por otra parte, el
guion también introduce una bienvenida dosis de realismo: no todos los Fremen
son creyentes incondicionales del dogma sembrado siglos atrás por las Bene
Gesserit. En su seno hay divisiones en relación a quién y por qué debe
encabezar la lucha por Arrakis y su pueblo.
Esta sección de la novela original le permite también a
Villeneuve orquestar impresionantes escenas de combates y épicas batallas
creadas con el apoyo de los más avanzados efectos digitales, como aquella en la
que Paul y Chani encabezan una incursión contra un grupo minero Harkonnen; o,
por supuesto, la batalla del clímax en la que los inmensos gusanos de arena
arrasan con todo lo que encuentran a su paso. El director, además, nos ofrece
algo inédito y muy intenso: el punto de vista de alguien que cabalga sobre uno
de los gusanos, empezando por esa escena en la que Paul demuestra su valor y
habilidad domando una de esas grandes criaturas.
En relación al aspecto visual, resulta evidente desde el
principio la ambición de Villeneuve por superar sus ya impresionantes logros de
la primera entrega. Los imponentes paisajes de Arrakis están representados con
tal detalle y profundidad que casi se pueden tocar, desde la textura de la
arena hasta el intenso resplandor del sol. Este nivel de detalle se extiende a
los colosales gusanos de arena, que cobran vida con un realismo sobrecogedor.
Sus movimientos por las dunas, combinando las sensaciones de elegancia majestuosa
y amenaza insuperable, les hacen trascender lo meramente animal para
convertirlos en la encarnación del poder del planeta. Pero no son solo los
elementos naturales los que cautivan al espectador porque las maravillas
tecnológicas son igualmente fascinantes. Las naves espaciales y los
ornitópteros están diseñados con un logrado equilibrio entre funcionalidad y estética,
integrando tecnología futurista con una belleza muy peculiar y atemporal.
Otro elemento visual que merece la pena destacarse es el
uso del color y la luz para evocar atmósferas y emociones. El contraste entre
los intensos tonos de los días de Arrakis y los fríos azules de sus noches
añade tensión dramática a las imágenes, mientras que el uso de sombras y luces
juega con los temas de la película: profecía, visión y destino. La única pega
es que se diría que invirtieron casi todo el presupuesto en las enormes
estructuras brutalistas de Arrakis, descuidando las escenas que transcurren en
el Palacio Imperial, el cual no transmite ni de lejos la sensación de opulencia
y poder que debería.
Aunque la primera película, en general, se mantuvo fiel a
la novela original, la segunda realiza algunos cambios significativos respecto
a ésta. Una de las decepciones de “Dune Parte Uno” fue que Stellan Skarsgard,
que interpretaba al Barón Harkonnen, aparecía gordo y utilizaba un ingenio
levitador, sí, pero carecía de esa pátina grotesca que le hacía memorable en el
libro y otras versiones fílmicas anteriores. Villeneuve pareció haber tomado
nota y aquí nos presenta un Barón obeso hasta rozar lo burlesco. Por su parte,
Feyd-Rautha tiene más peso y está mejor caracterizado que en las versiones
anteriores, novela incluida. De hecho, su
presencia aquí llega incluso a
oscurecer la figura del Barón (una de las más llamativas decisiones artísticas
del director fue rodar en blanco y negro la mayoría de las escenas ambientadas
en Giedi Prime, el mundo natal de los Harkonnen, y, aplicar un contraste
particularmente intenso en aquellas en las que Feyd-Rautha combate en la arena.
Se da una sucinta explicación sobre un sol negro para ese fenómeno, aunque esto
no tiene sentido en términos astronómicos).
Otro de los cambios fue la supresión del Conde Fenring, un
personaje menor de la novela (tanto, de hecho, que también fue eliminado de las
adaptaciones anteriores), un consejero del Barón Harkonnen. Su papel fue
reemplazado por el de Lady Margot Fenring (Lea Seydoux), la esposa del Barón,
que tenía todavía menos presencia en la novela (todo lo que hacía en ella era
acompañar a su cónyuge y dejar un mensaje oculto para Jessica en Arrakis). En
algunos de los libros del universo expandido de “Dune”, tiene un peso mucho
mayor y es de éstos de donde Villeneuve toma su caracterización. En esta
segunda parte encontramos toda una nueva subtrama en la que se revela que ella
es una Bene Gesserit infiltrada entre los Harkonnen y que seduce a Feyd-Rautha
con el propósito de asegurarse un plan alternativo con el que controlar el
trono imperial si éste ascendiera al mismo. También se deja fuera otro
personaje de bastante peso en la novela, uno que condiciona en no poca medida
el destino de Arrakis: la hermana de Paul, Alia, que aquí solo aparece como
feto propiciando las visiones de Paul, una solución apresurada y poco
convincente.
Por otra parte, al poner mayor énfasis en la religión y la
política interna de los Fremen, varios de los personajes experimentan
forzosamente cambios. Stilgar por ejemplo, en lugar del consejero sabio y leal
que habíamos visto en las versiones previas, aquí es retratado como un fanático
religioso. Chani, en cambio, adopta una postura opuesta, declarándose
firmemente en contra del movimiento mesiánico que aúpa a Paul al liderazgo e
intentando convencer a su pueblo de que son ellos los auténticos dueños de su
destino, los únicos que pueden liberarse de la opresión sin necesidad de creer
en profecías ni salvadores externos.
La novela finaliza con Paul exigiendo y recibiendo la mano
de la Princesa Irulan, quedando Chani relegada al papel de concubina, el mismo
que había desempeñado Jessica para el Duque Leto Atreides. Quizá los guionistas
(Jon Spaihts y el propio Denis Villeneuve) pensaron que una conclusión tal,
aunque coherente en el mundo que se nos ha presentado, resultaría ofensivo para
ciertas sensibilidades actuales, porque deciden terminar la película de una
manera completamente diferente, mostrando a una Chani insultada por la decisión
de Paul (que estaba motivada exclusivamente por motivos políticos y en aras de
la paz) para después volver sola al desierto.
Relacionado con esto, tenemos el personaje de la Princesa
Irulan (Florence Pugh), hija del Emperador (Christopher Walken, en un papel en
gran parte desaprovechado). Si bien protagoniza lo que parecen ser algunas
escenas clave (y Villeneuve le da suficientes primeros planos como para sugerir
que es un elemento a tener en cuenta), todo se desarrolla con tanta rapidez y
poco equilibrio que algunos podrían preguntarse si su inclusión se decidió una
vez terminada la fotografía principal. No parece un personaje que encaje con la
narrativa y se diría que más bien la estuvieran posicionando para la prometida
tercera película, en la que es fácil imaginar que tendrá un papel mucho más
importante.
Volviendo al subtexto religioso de la película, otro cambio
destacado consiste en los esfuerzos de Lady Jessica por empujar a su hijo a
asumir el rol de mesías y fomentar el engaño entre los “más débiles de entre
los Fremen” (según sus propias palabras). Al ser nombrada, como he dicho, alta
sacerdotisa, ostenta una posición desde la que controla tanto a su hijo como a
los más religiosos de entre el pueblo que les ha acogido, así que Villeneuve
decide convertirla en una especie de farsante, una vendehúmos. Es cierto que
hay un motivo para que Jessica adopte ese papel y que está directamente
relacionado con su adscripción a las Bene Gesserit y su maquiavélico plan a
largo plazo, pero la película presenta su estrategia de forma demasiado poco
sutil.
En vez de hacer que el ascenso de Paul tenga lugar en el
momento en el que él mismo se siente preparado para asumir su destino, aquí es
en mayor medida un peón manejado por las fuerzas que su madre desata a su
alrededor. Su gran drama es quedar atrapado entre su madre (y su todavía
no-nata pero plenamente consciente hermana) y la mujer que ama, las cuales
representan, respectivamente, el siniestro matriarcado que busca dominar la
galaxia mediante un plan eugénico y los nativos a los que desea unirse y
liberar. Como no se presta ninguna atención a los Mentats u otros factores de
poder presentes en la novela de Herbert, esto acaba dañando el corazón de la
historia. Poner mayor énfasis en Chani y los Fremen era la elección correcta,
pero el guion hubiera necesitado equilibrarlo dando igual peso a otros
personajes femeninos y jugadores del tablero político.
Y así, la película no tiene reparos en dedicar una cantidad
desproporcionada de tiempo a subtramas masculinas. Centrar la atención en
Gurney Halleck (Josh Brolin) es una decisión extraña cuya única explicación
parece ser abundar en uno de los temas principales de esta adaptación: la
venganza. Paul, Jessica y Gurney están impulsados por el deseo de venganza
contra individuos específicos: Paul contra el Emperador y el Barón Harkonnen; Jessica
contra su propia Reverenda Madre (Charlotte Rampling) y Gurney contra Rabban
(Dave Bautista). Si bien la venganza es, sin duda, una motivación subyacente en
la novela, colocarla en el centro temático no aporta nada a la historia y, de
hecho, le resta metraje a personajes que necesitan y merecen mayor desarrollo.
Por último, la línea temporal está muy comprimida respecto
a la novela, una decisión narrativa con la que ni estoy de acuerdo ni entiendo.
En lugar de utilizar recursos como las elipsis para dilatar los acontecimientos
y que estos, como en la novela, se desarrollen a lo largo de años, todo lo que
cuenta la película ocurre en el curso de unos cuantos meses. No sólo le resta
verosimilitud al conjunto, sino que priva a los personajes de la oportunidad de
crecer y evolucionar. Lleva tiempo convertirse en una leyenda, pero aquí parece
que a Paul le baste un discurso.
Tengo que decir que ni Timothée Chalamet ni Zendaya son
actores que me hayan impresionado en las películas en que han participado.
Chalamet tiende a exhibir una irritante pose de afectada superioridad mientras
que a Zendaya es difícil perdonarle haber encarnado a la peor la peor Mary-Jane
de la historia cinematográfica de Spiderman. En “Dune: Parte Dos”, la famosa
actriz convierte a su personaje femenino, absolutamente relevante en la
historia original, en el más flojo de toda la película. Aunque no puede igualar
a Paul, Chani claramente era un personaje fuerte e influyente, una mujer
enamorada que –en esta adaptación, además- se rebelaba contra su destino y
contribuía tanto como Jessica al ascenso de Paul al poder. Nada de eso
transmite Zendaya. Su relación con Paul más parece un rollo de instituto que un
amor intenso destinado a trascender el tiempo y el espacio. Lo único que hace
es sentarse en la arena, estar de pie de por ahí, ocupar espacio y mirar
fijamente a la cámara cada vez que el director se lo pide.
Por eso no es poco mérito que Villeneuve consiga que la
película funcione a pesar de ambos actores. Paul se convierte en una figura de
talla casi mítica que le exige a Chalemet poco más que posar, mientras que Zendaya
hace lo que mejor se le da: exhibir una completa falta de humor y una expresión
perpetuamente enfadada. Aunque, como he dicho, Villeneuve pone en pantalla
escenas de acción sobresalientes, cuando la cámara muestra a estos dos actores
en lucha o movimiento lo único por lo que llaman la atención es por su desnutrición,
sobre todo cuando Paul se enfrenta en duelo contra Feyd-Rautha en el clímax.
“Dune: Parte Dos” es una película que consigue aunar grandiosidad
e introspección y que se atreve a soñar a lo grande arriesgándose a tropezar
con su propia ambición. Para quienes han disfrutado de la novela, la propuesta
de Villeneuve es menos una película y más un evento que pide ser experimentado
y debatido. Pero este es quizá uno de sus principales inconvenientes de cara a
su porvenir como cabecera de una futura saga.
Y es que “Dune” (entendida como una sola película en dos
partes) es una obra que sin duda será mejor apreciada por los conocedores y
amantes de la novela original o los verdaderos aficionados a la Ciencia Ficción
(de hecho, en este análisis no he podido evitar introducir numerosas
comparaciones entre ambas obras). No quiero decir con esto que quienes queden
fuera de los colectivos antedichos o los espectadores ocasionales no vayan a
encontrar nada de su gusto aquí. Ni mucho menos. A estas alturas de la carrera
de Villeneuve, no hace falta decir que es un maestro con la cámara. Su pericia
narrativa junto con la estética y textura de sus películas lo alejan de lo
convencional para acomodarlo en la categoría de autor. Puede que su estilo no
sea el ideal para todas las propiedades intelectuales actualmente en curso en
Hollywood, pero creo que podría decirse con bastante seguridad que sería capaz
de sacar adelante con maestría casi cualquier proyecto de ciencia ficción “seria”
tras haber demostrado que sabe cómo dotar a este género de una asombrosa
profundidad visual, incluso en los detalles más nimios.
Ahora bien, con “Dune Parte 2”, la épica obra de Frank
Herbert no logra escapar de su peso canónico el tiempo suficiente como para
dotar a esta adaptación del ritmo y la relevancia sociocultural necesarios para
garantizar el éxito de las franquicias milmillonarias. Temática y
argumentalmente, “Dune” es una obra densa que desafía las típicas simplificaciones
de “El Bien contra el Mal”. Y me temo que, debido a ello, la mayor parte de los
espectadores ocasionales —que son los que necesita cualquier propiedad
intelectual para pasar a formar parte del canon de la cultura popular- acabarán
desconectándose incapaces de mantener su interés y atención frente a los
complejos matices y relaciones laberínticas entre los personajes y colectivos
que intervienen en la historia. En otras palabras, para su disfrute, “Dune”
requiere de un ejercicio intelectual por parte del espectador, y el público
generalista no suele dar su beneplácito a películas que le exijan tal esfuerzo.
Así que cuando se dijo que “Dune: Parte 2” había alcanzado
unas excelentes cifras de taquilla pero que, sin embargo, no cumplió con las
expectativas del estudio, tiendo a pensar que la película sólo se sostuvo
económicamente gracias al boca-oído. Comentarios del tipo "es un
espectáculo increíble, pero a veces no tenía ni idea de lo que pasaba" no
animan demasiado a verla. Y de seguro que muchos de los que fueron a las salas
de cine impulsados por la publicidad que la ensalzaba como la película del año,
quedaran o no satisfechos con la experiencia, probablemente no volverán a
verla. La cuestión es que, en Hollywood, son precisamente esos visionados
repetidos los que convierten a una película en un auténtico fenómeno. Si no,
pregúntenle a la Marvel de hace diez años (porque actualmente han caído en una
rutina de espectáculo sin accesibilidad, redoblando la apuesta con superhéroe
tras superhéroe lanzando sermones que no interesan ya al público).
Teniendo claro que la mayor parte de los espectadores siguen
acudiendo a los cines en busca de evasión más que reflexión, “Dune: Parte 2”,
debido a su complejidad, cumple y al mismo tiempo no cumple con esos requisitos.
No quiero decir en absoluto que sea una mala película, al contrario. De hecho,
es la mejor adaptación que se ha hecho de la magna novela de Herbert.
Sencillamente, no es un producto para todos los públicos y eso, probablemente,
le impedirá alcanzar el estatus legendario que su historia merece aun cuando sí
haga honor a su fuente original.
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