miércoles, 6 de agosto de 2025

1953- CUENTOS - Philip K.Dick (3)



(Viene de la entrada anterior)

 

“El Hombre Variable” tiene una extensión de novela corta y fue publicada en primer lugar en la revista británica “Space Science Fiction” en julio de 1953 y dos meses después en la versión norteamericana de esa misma cabecera. 

 

En el primer capítulo, el Comisionado de Seguridad de la Tierra, Reinhart, discute con el científico Kaplan la planificación de la guerra contra el Imperio Centauro, una guerra que aún no ha estallado pero que ya se está preparando con intensidad. A medida que se desarrollan nuevos sistemas de armamento, su posible impacto en el futuro conflicto se registra en sistemas informáticos que arrojan una probabilidad de victoria para la Tierra. Poco a poco, con cada nuevo preparativo, esa probabilidad va aumentando. En el momento en el que se obtenga una cifra inequívocamente a favor de la Tierra, darán comienzo las hostilidades destinadas a poner fin al bloqueo centaurano a la expansión terrestre por la galaxia.

 

Reinhart contacta con Peter Sherikov, jefe de Diseños Militares. Sherikov es polaco y se le describe como alguien muy individualista, lo que, en esta época en la que se fomenta el compromiso con la causa bélica y el sacrificio de las necesidades individuales en favor de las colectivas, hace que Reinhart no confíe plenamente en él. El científico se halla trabajando en un proyecto llamado Ícaro, una nave diseñada originalmente para viajar más rápido que la luz. Sin embargo, tiene un problema que no han logrado solventar pero que puede ser lo que les dé la victoria definitiva en el futuro conflicto: al reingresar en el espacio-tiempo tras su viaje por el hiperespacio, se produce una explosión masiva. El plan de Sherikov consiste en rediseñar Ícaro para convertirlo en un arma que reingresará en el espacio normal justo en el sol de Centauro, destruyendo su civilización de un solo golpe. Al introducir en el programa informático el uso de este arma, se obtiene el primer cálculo abiertamente favorable para la victoria de la Tierra, así que, Reinhart, pasando por encima de la autoridad política, comienza a movilizar a todo el planeta para el inminente esfuerzo bélico.

 

Pero entonces, Kaplan le informa de que el uso de una burbuja temporal con la que un equipo investigaba el pasado, trajo accidentalmente a alguien de esa época hasta el presente. Inmediatamente, los cálculos de la computadora comienzan a oscilar de forma brutal, prediciendo a veces la victoria de la Tierra y a veces la de Centauro. Kaplan se da cuenta de que esto se debe al "hombre variable" del pasado, cuyo papel en el conflicto los ordenadores no consiguen valorar.

 

El segundo capítulo comienza presentándonos a ese factor “sorpresa”, de nombre Thomas Cole, de la Nebraska de comienzos del siglo XX, que de repente se encuentra en mitad de Central Park. Es un artesano y mecánico ambulante capaz de realizar una amplia variedad de trabajos y confía en encontrar por los alrededores un empleo esporádico. Mientras tanto, buscándolo para eliminarlo, Reinhart llega a las ruinas de Nueva York acompañado de E. Fredman, de la Oficina de Investigación Histórica.

 

Cole, conduciendo su carro tirado por caballos, comienza poco a poco a comprender que hay algo extraño en el entorno. Las casas de la ciudad tienen un diseño desconocido, una mujer camina en topless, cuando pregunta por trabajo, lo dirigen a una oficina gubernamental de la que nunca ha oído hablar y la gente con la que se cruza se asombra al ver los caballos, extintos hace mucho tiempo en esa Tierra del futuro. Cole se adentra en las regiones rurales y no tarda en descubrir que se encuentra en el año 2128. Se informa de su huida a Reinhart, que teme que, hasta que encuentren al “hombre variable”, los preparativos bélicos no pueden continuar con un mínimo de seguridad en la victoria. Se entera luego de que Cole fue visto en la carretera y bombardeado por aeronaves.

 

Cole, que sobrevive al ataque, pero pierde su carreta, caballos y herramientas, encuentra a unos niños jugando. Esta escena es crucial para el cuento porque averigua aquí que en esa época al trabajo se le llama "terapia" y que, como ya nadie repara objetos rotos o averiados y la sociedad prefiere desecharlos y comprar otros nuevos, su habilidad podría resultar inútil en este tiempo. Por eso los niños se sorprenden cuando Cole repara fácilmente el videocomunicador roto de uno de ellos, quien corre a contárselo a su padre, el cual informa a su vez a las autoridades.

 

En el tercer capítulo, se descubre que la reparación del juguete ha implicado un alto grado de improvisación y transformación. Colo no sólo lo ha hecho funcionar, sino que lo ha mejorado al nivel de los grandes transmisores militares. Es ahora cuando Reinhart comienza a comprender la razón por la que la presencia de Cole resulta tan disruptiva: no solo reintroduce habilidades perdidas en esta sociedad, sino que proviene de un pasado con una cosmovisión muy diferente. Mientras tanto, las probabilidades de victoria siguen siendo desastrosas. No solo el esfuerzo bélico, sino toda la estructura social puede verse trastornado por la aparición del "hombre variable". Sherikov quiere estudiar más a fondo el fenómeno, pero Reinhart insiste en que Cole debe morir para reequilibrar la situación.

 

Por su cuenta y riesgo, Sherikov manda a sus hombres a salvar la vida de Cole (que iba a ser aniquilado por un bombardeo masivo de la zona donde se encontraba) y lo lleva a su laboratorio de investigación localizado bajo los Montes Urales. Le explica que lo necesita para terminar el proyecto Ícaro: “Muy pocos hombres son capaces de armar circuitos usando las microlentes y las herramientas. Probamos los robots, pero han de tomar demasiadas decisiones, y está fuera de su alcance. Se limitan a reaccionar” (…) Es el único capaz de hacerlo. Si no, Centauro continuará dominando la galaxia y la Tierra tendrá que resignarse a permanecer encerrada en el sistema solar. Un sol diminuto y mediocre, una mota de polvo en la galaxia”.  A cambio de su colaboración, Sherikov promete devolverlo a su época.

 

El capítulo cuarto está dominado por la acción explosiva. Cuando Reinhart deduce que Sherikov ha capturado a Cole, se presenta en su laboratorio para arrestarlo, desatándose una feroz batalla entre defensores y asaltantes. No sin muchos esfuerzos, Reinhart triunfa y llega hasta las instalaciones donde se encuentra Ícaro, pero Cole ya no está allí. Ha escapado, pero tras salir del laboratorio de Sherikov, uno de los hombres de Reinhart ordena el lanzamiento de una bomba de fósforo sobre su posición. Cuando lo encuentran, está vivo pero gravemente herido por las quemaduras. Con Ícaro por fin completo gracias a Cole y éste fuera combate, comienza la guerra. Poco después de enviar las órdenes finales al ejército, los nuevos cálculos del ordenador arrojan una probabilidad de 100 a 1 contra la Tierra, pero es demasiado tarde. Tras un breve pero brutal conflicto que incluyó el despliegue aparentemente fallido de Ícaro, la guerra termina con la derrota de la Tierra.

 

Al final, se revela que Cole reparó Ícaro para que cumpliera su misión original: impulsar naves por el hiperespacio sin explotar en el reingreso al espacio-tiempo. Ícaro, por lanto, sí entró en Próxima Centauro, pero no explotó. Aunque esto significó la derrota militar, también solucionó el problema inicial porque, en el futuro, las naves equipadas con ese dispositivo podrán evadir el bloqueo centauriano y permitir la expansión de la Humanidad por la galaxia. En la escena final, Sherikov y Cole trabajan en un sistema informático que cambiará la democracia al facilitar que cada ciudadano vote sobre los asuntos en lugar de esperar a que la burocracia y el consejo gobernante decidan sobre ellos. Esto evitará –o hará más difícil- que figuras con inclinaciones autoritarias como Reinhart asciendan al poder.

 

“El Hombre Variable” es la obra más extensa que Dick publicó durante sus prolíficos dos primeros años como escritor profesional. De hecho, puede que sea su narración más larga previa a que comenzara a escribir novelas y es temáticamente tan ambiciosa y compleja como muchas de las que publicó más adelante.

 

El tema central, siempre relevante pero de especial actualidad en la época en la que vivimos, dominada por las IAs y los algoritmos, es la relación entre los humanos y la tecnología. En el futuro que nos presenta Dick, la Humanidad ha convertido todo, incluyendo ir a la guerra, en un cálculo realizado por máquinas, renegando de cualquier autonomía en la toma de decisiones. Sherikov le dice a Cole: “Las máquinas se limitan a calcular en pocos minutos lo que podríamos hacer nosotros en más tiempo. Son nuestros criados, herramientas, no dioses a los que rendimos adoración, ni oráculos que predicen el futuro. No adivinan el futuro; hacen predicciones estadísticas…, que no es lo mismo que profecías. Existe una gran diferencia, pero Reinhart y los suyos han convertido a las máquinas SRB en dioses”. Este fragmento resume la tecnofobia matizada de Dick: la tecnología, cuando prescinde de la intervención humana, es una fuerza peligrosa; cuando se usa como herramienta, puede ser liberadora.

 

El héroe de "El Hombre Variable" es un hombre polifacético, la única persona en la Tierra de principios del siglo XXII con la flexibilidad mental necesaria para reestructurar tecnologías y resolver problemas técnicos. Esto es algo de lo que, en general, esa sociedad adolece. Pueden diseñar armas o bienes de consumo basándose en planificaciones previas –probablemente realizadas por máquinas-, pero nada más. Desviarse del plan o encontrar alternativas creativas está fuera del alcance de los tecnócratas. Cole pertenece a una época en la que la gente tiene una relación más sana con la tecnología. "Recuerde de qué época llega, Dixon: principios del siglo XX. Antes de que empezaran las guerras. Fue un periodo único. Había vitalidad, ingenio. Fue una época de desarrollo y descubrimientos increíbles. Edison, Pasteur, Burbank, los hermanos Wright. Inventos y máquinas. La gente manejaba con inusitada habilidad las máquinas, como si poseyeran algún tipo de intuición…de la que nosotros carecemos”.

 

Otra consecuencia negativa es la pérdida de la individualidad. Sherikov y Cole son almas gemelas porque ambos creen en la importancia del individuo por encima de la institución. La gente ya no tiene trabajo ni empleo, sino que asiste a "terapia", uno de los eufemismos más originales que he visto en la CF para referirse al trabajo. Aparentemente, el trabajo se considera parte esencial de una vida equilibrada y regulada (como si los humanos fueran máquinas, en definitiva). Cole es visto como una rareza incómoda porque busca trabajo para ganarse la vida.

 

Otra derivada de la dependencia de las máquinas en ese futuro es la sustitución de las instituciones democráticas por una tecnocracia autoritaria. Reinhart (cuyo apellido, no es casual, tiene origen alemán) es quien encarna la odiosa naturaleza de ese sistema. A diferencia del muy estadounidense "Thomas Cole", Reinhart remite a los peores valores del Viejo Mundo: es brillante (rápidamente evalúa a Cole y el peligro que representa) pero jerárquico, intolerante a la disidencia o a la ruptura del orden y tendente a solucionar los conflictos mediante la violencia. Cole, por otro lado, abraza los valores de la cooperación, el autosacrificio y la autonomía personal, los mismos de los que depende una democracia para funcionar correctamente. Cole es la visión de Dick de un granjero rural para la era industrial.

 

Relacionada con la cuestión del estancamiento está la creencia de Dick en la importancia de la creatividad, la exploración y el renacimiento cultural para la supervivencia de la civilización. Próxima Centauro es un antiguo imperio que ha dejado atrás su punto álgido y ya no es capaz de expandirse más, aunque todavía puede bloquear el avance de los comparativamente menos desarrollados humanos. La Tierra corre el riesgo de seguir el mismo destino por dos razones: la dependencia de las máquinas y el bloqueo de la frontera. El individualista Sherikov es perfectamente consciente de la importancia de esto: ”La Tierra está asediada por el antiguo imperio centauriano. Su origen se remonta hasta una antigüedad que desconocemos, cientos, miles de años. Es viejo…, decadente y corrompido, pero sus tentáculos se extienden a la mayor parte de la galaxia que nos rodea, y nos impiden salir del sistema solar (…) Hemos de ganar la guerra contra Centauro. Hemos esperado y trabajado durante mucho tiempo para este propósito, ese momento ansiado en que romperemos el cerco y nos abriremos paso hacia las estrellas con nuestros propios medios”. La necesidad de una frontera estará presente en muchas de las primeras obras de Dick, incluida la novela “El Mundo Que Jones Creó” (1956).

 

En "El Hombre Variable", Dick también critica la cultura del despilfarro que vio extenderse a su alrededor en los Estados Unidos de principios de la década de 1950. Thomas Cole recuerda una época incluso anterior a la de Dick, cuando los trabajadores cualificados, expertos en todo tipo de maquinaria, controlaban las tecnologías cotidianas. A principios del siglo XXII, no sólo ese ascendiente de la humanidad sobre la máquina había llegado a su fin, sino que dominaba una cultura del despilfarro (la kippilización, por usar un término de “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?”). Todo el esfuerzo bélico de la Tierra se apoya en el principio de una obsolescencia casi instantánea. Los sistemas de armas ni siquiera se construyen, sólo se planifican e introducen en el ordenador para que calcule la probabilidad de victoria. Inmediatamente, comienza la planificación para la siguiente generación de armas. Esto no está muy alejado de lo que ocurre en la novela "La Pistola de Rayos” (1967). Dick parece recalcar el valor esencial que tiene la producción para el uso real. Toda la estructura estatal de esa sociedad distópica está dedicada a la producción para un uso meramente potencial. El resultado es un gran desperdicio de esfuerzo humano para no obtener resultados concretos.

 

Como de costumbre, para articular sus mensajes, críticas y análisis, Dick daba prioridad a la narración por encima de la verosimilitud. En este caso, el elemento “fantástico” es el propio Cole, cuyas habilidades le sitúan más allá de la categoría de mecánico habilidoso para convertirlo prácticamente en un genio, capaz de reparar aparatos electrónicos aun cuando en su época tal tecnología ni se soñaba. Se hace algún intento poco convincente de explicar su “magia”, pero, aunque hubiera sido deseable que Dick abordara de forma más realista lo que en el relato no deja de ser una especie de talismán humano, al final lo que realmente importa es la advertencia, absolutamente relevante hoy, que nos lanza el autor: que una alta especialización de conocimientos conlleva la pérdida de vista del panorama general y, por tanto, la capacidad para imaginar soluciones integrales.

 

“La Rana Infatigable” se publicó en el número de julio de 1953 de “Fantasy Story Magazine” y comienza con la clase de un profesor universitario de Física, Hardy, sobre la paradoja más conocida del sabio griego Zenón, “Aquiles y la Tortuga”. En ella se argumenta que el corredor más rápido (Aquiles) nunca podría alcanzar al más lento (la tortuga) porque siempre tendría que recorrer la mitad de la distancia restante. La paradoja se basa en la idea de que para llegar a un punto, primero hay que llegar a la mitad de ese punto, y antes a la mitad de la mitad, y así sucesivamente hasta el infinito. Esto significa que el corredor tendría que realizar infinitas acciones para llegar a la meta, lo que parece imposible.

 

Otro profesor de la universidad, Grote, este de filosofía, sostiene la tesis contraria a la de su colega: la rana sí alcanzaría su destino. Desafía públicamente al otro docente y, dado que nadie ha realizado jamás un experimento que confirme o refute la afirmación de Zenón, los dos sabios acuerdan, con el apoyo de la institución –más que deseosa de zanjar el tema-, construir una máquina a tal efecto.

 

La función de la "Cámara de la Rana", replicando la situación de la paradoja, consiste en calentar un extremo de un amplio tubo, obligando a la rana a saltar hacia adelante para huir de la temperatura creciente. Con cada salto, consiguen, mediante un ingenio tecnológico, que la rana reduzca a la mitad su tamaño. Desde la perspectiva de la rana, el tubo se alarga más a cada salto. Hardy afirma que el experimento demostrará que la rana nunca puede llegar al final del tubo. Grote, que no se fia de la máquina, decide, a instancias de su colega, examinar ésta con más detalle y se introduce en su interior, quedando atrapado. Hardy, que detesta a su colega, no sólo no le libera sino que lo somete al mismo experimento que la rana, obligándolo a saltar mientras reduce sus dimensiones. Con todo, Grote, sigue convencido de que Zenón estaba equivocado y de que llegará al final del tubo en nueve horas y treinta minutos, aunque con un tamaño mucho menor.

 

En un momento dado, Grote ha disminuido tanto de tamaño que ya no se le puede ver y Hardy, seguro de su victoria, se jacta de ello ante sus alumnos. De repente, la rana original y, posteriormente, Grote, interrumpen la clase. Desafortunadamente, la paradoja de Zenón no puede comprobarse utilizando ese tubo, ya que una vez que los sujetos (la rana y Grote) se redujeron a dimensiones subatómicas, escaparon del tubo y recuperaron su tamaño original. Entusiasmado por el nuevo desafío y, aparentemente, sin guardarle resentimiento a su colega, Grote se marcha dispuesto a continuar explorando la fascinante cuestión.

 

“La Rana Infatigable” viene a ser una especie de alivio cómico después del intenso drama presentado en “El Hombre Variable”. Se presenta un duelo intelectual entre un filósofo y un científico (la postura más extraña es la de este último, porque cree en la literalidad de la paradoja y está dispuesto a demostrarla experimentalmente). Como ocurre con tantos debates académicos, por muy elaborados que sean la hipótesis y el experimento, al final quedan preguntas sin resolver y la solución definitiva se le escapa a ambos bandos. Quizá es también una sátira a tantas controversias entre sabios e investigadores de todas las áreas del conocimiento, que presentan como cruciales para el devenir de la sociedad o incluso de la civilización pero que, a la postre, tienen poco sentido y/o relevancia.

 

Desde el siglo V a. C., la época de Zenon, nos ha ido bastante bien sin resolver su paradoja. Bueno, para ser exactos, ésta quedó zanjada con la invención del cálculo infinitesimal y la teoría de series infinitas, pero Dick aparentemente lo ignoraba o prefirió no mencionarlo para llegar a la resolución que buscaba en este cuento. Aunque el planteamiento del relato es ridículo, deja meridianamente claro el blanco de sus críticas: las luchas intestinas académicas e interdepartamentales por el reconocimiento y el éxito en sus respectivos campos.

 

No creo que Dick pretendiera con “La Rana Infatigable” advertir de la actual lucha por la supervivencia universitaria de las Humanidades frente a las disciplinas científicas y de ingeniería, pero sí parece claro el bando a favor del cual se posiciona. El profesor de filosofía resulta ser el más práctico de los dos, conformándose con la razón. Es el científico quien se pierde en las matemáticas y siente la necesidad de construir un gran y caro dispositivo para resolver lo que en realidad es una pregunta absurda.

 

“El Constructor” apareció en el número de diciembre 1953-enero 1954 de la revista “Amazing”. El cuento comienza con el protagonista, Ernest Elwood, mirando absorto por la ventana y su esposa Liz regañándole por su indiferencia mientras comen en familia con sus dos hijos, el pequeño Toddy y el algo más mayor Bob. Este último habla sobre el simulacro de ataque atómico que han tenido en la escuela y presume de sus conocimientos sobre las armas nucleares. Ernest, aparentemente disgustado por la conversación, se levanta de la mesa. Su hijo cree que la extraña actitud de su padre se debe a algún tipo de trastorno postraumático a causa de la Segunda Guerra Mundial en la cual combatió. Ernest va a su garaje y contempla su proyecto personal: un barco. Dedica a él todo su tiempo libre y está inmensamente orgulloso de lo que ha conseguido hasta el momento. Pero su vecino, Joe Hunt, bromea sobre lo absurdo de tal empeño.

 

Al día siguiente, la cafetería del trabajo de Ernest bulle de conversaciones de todo tipo, desde comentarios racistas hasta charlas sobre chicas guapas, pasando por el miedo a la infiltración comunista en el gobierno o el béisbol. Un compañero le invita a una partida de póquer y una despedida de soltero, pero Ernest no se siente muy entusiasmado con ello. Sale de la cafetería sin haberse comprometido a asistir y camina de regreso a su casa deteniéndose en los típicos lugares de una ciudad pequeña estadounidense: una tienda de televisores, joyerías, comercios de ropa femenina... Después del paseo, llega a casa y anuncia que se ha tomado un día libre en el trabajo. Liz expresa su preocupación por esa obsesión que parece tener con el barco e insiste en llamar a un psiquiatra.

 

Cuando su esposa, tras darle un ultimatum terminante, lo deja trabajando, Toddy aparece para ayudarle en los últimos pasos de la construcción. Más tarde, Bob se acerca en bicicleta con unos amigos del instituto y presume de que su padre está construyendo un submarino nuclear, no un barco de madera. El vecino señala que el barco carece de generador eléctrico, velas o motor, por lo que no tiene utilidad alguna. Solo cuando lo ve “terminado”, Ernest cae en la cuenta de lo absurdo del proyecto. Pero en el momento en que empiezan a caer grandes gotas de lluvia negra, comprende por fin el propósito de su obsesión.

 

Esta historia es una versión moderna del mito del arca de Noé, aunque bastante más ambigua. Las "grandes gotas de lluvia negra" podrían ser consecuencia de una guerra nuclear. A lo largo del relato se va insinuando que el mundo se halla al borde de un conflicto atómico, algo que, debido a su participación en la Segunda Guerra Mundial, preocupa profundamente a Ernest. Sin embargo, ese fenómeno también podría ser, “simplemente”, otra gran inundación. Lo cierto es que sólo se nos habla de las primeras gotas y la epifanía que experimenta el protagonista respecto al propósito de su obsesión con el barco. También podría ser que Ernest estuviera trastornado y la lluvia no fuera sino la primera señal de una tormenta normal y corriente que él, en su psicosis, interpreta como un inminente apocalipsis para el que se ha venido preparando. Personalmente, me inclino por esta última interpretación.

 

Por otra parte, Dick podría estar burlándose de la costumbre de los hombres estadounidenses residentes en los suburbios de acometer proyectos personales en sus garajes o sótanos, a menudo ante el desconcierto de familiares y vecinos. La principal motivación de Ernest a lo largo de toda la historia es escapar de la banalidad de las conversaciones familiares y laborales. El barco es, simplemente, la forma que ha encontrado para tener un espacio personal, libre de su familia y todo aquello que le molesta de la sociedad. Claramente, la persona a la que profesa mayor afecto es el joven e inocente Toddy, que imita todo lo que hace su admirado padre. Su esposa y su hijo mayor, ambos con sus propias vidas, le resultan menos interesantes. De esta manera, Ernest es un patriarca emasculado, objeto de burlas por parte de sus vecinos y dominado por su esposa. Incluso su hijo mayor se avergüenza de tener que inventar mentiras para que sus amigos no piensen que su padre es un chiflado.

 

La mayoría de las conversaciones que Ernest escucha a su alrededor le resultan odiosas no sólo a él, sino también al lector. Su hijo fetichiza las armas de destrucción masiva; sus compañeros de trabajo hablan de seducir a jovencitas engañando a sus esposas o lanzan con absoluta naturalidad ofensivos comentarios racistas. También le molesta el consumismo que reina en las calles y tiendas. No comprende su entorno ni participa de él, se siente tan alienado que su esposa amenaza con internarlo. En este contexto, el giro final es menos significativo que la sociedad y el estado mental que Dick describe en las páginas anteriores. De hecho, si se omite la última frase, este relato no puede ser considerado ciencia ficción sino un drama psicológico.

 

(Sigue en la próxima entrada) 

 


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