En el cine, la sátira es un género muy espinoso de llevar a cabo con éxito. Requiere que director y espectadores conozcan, comprendan y compartan los referentes de los que se sirve aquélla; que éstos se hallen integrados en una premisa y una trama consistentes que sean algo más que una mera excusa para encadenar chistes; y, quizá lo más importante y difícil: encontrar el tono adecuado. Tanto un humor burdo como uno demasiado sutil y oscuro pueden desbaratar el propósito original: ridiculizar algo con propósito moralizador o lúdico. De vez en cuando y en el campo de la CF, aparecen títulos ejemplares en este campo, como “Héroes Fuera de Órbita” (1999); pero lo más frecuente es encontrarse con intentos mediocres que se quedan a mitad de camino tras haber fallado en alguno de los puntos antedichos. Caso en cuestión: “Las Mujeres Perfectas”.
Joanna Eberhard (Nicole Kidman) es una alta ejecutiva de la cadena de
television EBS. Después de que uno de los realities que produjo descarrilara a
raíz de que uno de los concursantes, disgustado y en pleno ataque de nervios,
empezara a disparar al público de una gala, es despedida y cae en una
depresión. Su marido, Walter (Matthew Broderick), deja su trabajo en la misma
cadena y toma la decisión de que la familia (que se completa con dos hijos) ha
de cambiar de aires. Y el lugar elegido como nuevo hogar en el que encontrar
una nueva dirección y salvar el matrimonio es Stepford, un pueblo de
Connecticut custodiado por seguridad privada y cuyos residentes son todos de
alto standing.
Una vez allí, Joanna empieza a sentirse incómoda y desconcertada por
la aparentemente perfecta vida que llevan todos en esa comunidad. Bajo el
liderazgo del matrimonio más destacado del lugar, compuesto por Mike
(Christopher Walken) y Claire Wellington (Glenn Close), todas las mujeres parecen
ser diosas del sexo que se contentan con tener sus hogares en perfecto estado
de revista y esperar pacientemente a que sus esposos regresen. Mientras que
Walter se amolda rápidamente al pueblo y su ambiente, Joanna, más alienada aún
que antes, se hace amiga de Bobbie (Bette Midler), una escritora polémica, algo
atolondrada y la única que parece escapar a esa epidemia de perfección. Ambas
empiezan a investigar y descubren que los esposos del pueblo,
reunidos en el
club local, están reemplazando a sus mujeres, profesionales de éxito y
obsesionadas por sus trabajos, por androides diseñados para comportarse de
forma absolutamente complaciente y servil. Es más, ellas dos son las siguientes
en la lista…
“Las Mujeres Perfectas” es un remake de una película de 1975, “Las
Esposas de Stepford” y que a su vez era la adaptación de una novela de Ira
Levin (cuyas otras dos incursiones en el género fantacientífico de resonancia
mundial fueron “La Semilla del Diablo”,1967; y “Los Niños del Brasil”,1976). No
deja de ser una sorpresa que se optara por recuperar aquel film setentero ya
que no fue particularmente exitoso cuando se distribuyó inicialmente, aunque sí
acumuló estatus de título de culto durante los años siguientes a base de
reposiciones televisivas, hasta el punto de que se hicieron tres horrendas
secuelas en 1980, 1987 y 1996. Tengo que decir que no soy un gran entusiasta
del film original, que a mi juicio quedaba estancado entre el thriller
paranoico y la sátira de la guerra de sexos sin establecer además una premisa
creíble.
El remake viene firmado por Frank Oz, uno de los principales talentos
tras los Teleñecos (1997-81) y voz de la inefable Miss Piggy. Oz se bregó como
realizador apadrinado por Jim Henson en “Cristal Oscuro” (1982, codirigido por
Henson) y “Los Teleñecos Conquistan Manhattan” (1984) para levantar el vuelo en
solitario con la muy apreciada “La Pequeña Tienda de los Horrores” (1986) y
encasillarse luego principalmente en comedias destinadas a un público generalista
como “Un Par de Seductores” (1988), “¿Qué Pasa con Bob?” (1991), “Esposa por
Sorpresa” (1992), “In & Out” (1997) o “Bowfinger” (1999). En cuanto al
libreto de “Las Mujeres Perfectas” corrió a cargo de Paul Rudnick, un guionista
residente en Nueva York que suele escribir sobre la comunidad gay (“Jeffrey”,
1995; “In & Out” y, hasta cierto punto, “Marci X”, 2003).
Oz y Rudnick reformularon “Las Esposas de Stepford” en clave de
comedia negra (el guionista William Goldman afirmó haber concebido el guion del
primer film como una sátira, solo para verla diluida a manos del director Bryan
Forbes). La película original llegó en mitad de la marea del Movimiento por la
Liberación de la Mujer que había emergido a finales de los sesenta y que aún se
prolongaría durante todos los ochenta. El problema, claro, es que en 2004,
cuando muchas de las reivindicaciones de aquella plataforma ya habían sido
alcanzadas y la mujer se hallaba mucho más integrada en las sociedades de los
países desarrollados –lo cual no quiere decir que aún no quede camino por
recorrer, ojo-, esa sátira parece ya fuera de lugar. Al fin y al cabo, la
protagonista, Joanna, empieza la historia ostentando un alto cargo en una
importante empresa… dirigida también por una mujer. Esta orientación coloca a
la película en la incómoda posición de intentar satirizar la guerra de los
sexos cuando éstos ya han conseguido alcanzar al menos un armisticio.
Sin embargo, sí hay un cambio de matiz. De lo que trata el film ahora
no es exactamente de unos hombres temerosos de que las mujeres les sustituyan
en sus trabajos. Eso ya ha ocurrido y el mundo no se ha venido abajo. Lo que
sienten los hombres de Stepford (que aparecen retratados como como unos vagos e
inútiles) es que el ascenso profesional de sus mujeres hasta las más altas
instancias públicas y privadas les han convertido en seres impotentes y
carentes de propósito, criaturas insignificantes a la sombra de ellas. Lo que
tratan con su plan es, por tanto, recobrar aunque sea solo una ilusión de
control.
Con todo, no estoy seguro de que este nuevo enfoque satírico esté bien
encaminado. Después de todo, las mujeres apenas ocupan hoy el 30% de los altos
puestos en las principales corporaciones así que la situación dista de estar
muy desequilibrada a favor de ellas. Y aún peor, Joanna acaba siendo una
caricatura de sí misma. La película de 1975 se postulaba de parte de la
protagonista en su deseo de liberación; en esta versión, por el contrario,
Joanna se siente profundamente infeliz con su “empoderamiento” profesional:
está estresada, obsesionada por el trabajo y ha desatendido a su familia. Es
más, la villana tras toda la intriga resulta ser una mujer despechada en lugar
de un hombre inseguro y machista.
Durante buena parte de la película, Nicole Kidman pasea su esbelta y
angulosa figura vestida con un austero atuendo que subraya su arrogancia y
negatividad mientras mira al mundo que le rodea con desprecio y hastío. En un
momento determinado se la define como una “obsesa del trabajo, neurótica,
castradora y que odia a los hombres”, adjetivos que ella no niega. Se nos dice
reiterada y poco sutilmente que su éxito y ambición no han hecho sino traerle
infelicidad. Entre su interpretación y el papel que debe encarnar, Kidman da
argumentos más que suficientes a aquellos de sus detractores que la acusan de
fría y poco empática. Y es que Joanna no cae bien en ningún momento y el
espectador va a tener problemas para compartir su miedo a ser reemplazada por
un androide.
Lo contrario ocurre en el caso de Bette Midler, cuyo personaje, Bobbie,
es también una profesional de éxito y mujer temperamental, pero sin duda más
humana y simpática al espectador. De hecho, no puede evitar pensarse que la
película podría haber funcionado mejor a un nivel emocional si hubiera sido
Midler la que hubiera asumido el papel protagonista en lugar del de la amiga “rarita”
que sucumbe a la transformación. Matthew Broderick no tiene la menor química en
pantalla con Kidman y ambos resultan una pareja escasamente verosímil por mucho
que él sí cumpla en el papel de hombre arrinconado por su mujer. Christopher
Walken resulta
divertido como el sabio loco cuyo carisma reúne en torno así a
los insatisfechos hombres del pueblo. Quizá el miembro del reparto que más
brille sea Glenn Close, que compone un personaje delirante e hipnótico por
mucho que el guion estropee su arco al final.
La película funciona mejor cuando Oz y Rudnick se centran en satirizar
el ambiente social del film original, lanzando hirientes puyas contra el
concepto familiar y los valores tradicionales de la América más conservadora, o
el retrato de las tareas del hogar como un arte casi divino. Stepford pasa a
ser una comunidad amurallada y carente de cualquier diversidad étnica o sexual.
Una de las parejas de recién instalados en el pueblo es gay y el más liberal de
los dos es transformado en un androide que inmediatamente inicia una carrera
política en el partido republicano. En el fondo, el guion defiende el derecho a
ser sucio, desordenado, infeliz y estrafalario y que el reverso al conformismo
conservador es la diversidad multicolor en la que la gente es lo que quiere
ser. La moraleja, articulada de forma bastante burda, es que todos deberíamos
poder afrontar nuestras vidas a nuestra manera, por muy imperfectas o desgraciadas
que sean. Por otra parte, el segmento inicial exagera con efectos cómicos la
nefasta moda de los realities y los enfermizos extremos a los que son capaces
de llegar los ejecutivos de las televisiones con tal de aumentar la audiencia
alimentando su morbo.
Pero globalmente, el humor es más tontorrón que inteligente y los
actores no acaban de decidirse por una interpretación seria y contenida o
cómica y sobreactuada. Hay algunos momentos rescatables y la dirección artística
es notable, pero esta versión, aparte de reformular en clave de comedia negra
lo que originalmente intentó ser un inquietante thriller que transmitiera
sensación de amenaza y terror, no añade verdaderamente nada nuevo al meollo de
la historia. Aunque la premisa de partida es un tanto estúpida, si se hubiera
desarrollado correctamente podría haberse logrado una película inquietante. La
novela de Ira Levin está todavía ahí, pero bajo la superficie, oculta,
reprimida y obligada a encajar en los parámetros de una comedia mainstream
salida de la factoría Hollywood.
(ATENCIÓN: SPOILERS). A diferencia del final de la película de los setenta,
el guion de la moderna alarga la trama para mostrarnos a la “nueva y mejorada”
Joanna y cómo, en un soso final, Walter desbarata el sistema y recupera a las
mujeres originales revelándose que todo había sido un plan ideado por la
demente Claire como forma de afrontar un incidente traumático de su pasado; lo
cual, claro, diluye la sustancia del concepto original. Otra adición igualmente
inútil es la escena en la que Walter se arrepiente de su machismo y recupera a
las mujeres originales; escena que también aflora otro de los principales agujeros
de guion, a saber, su confusión respecto a la naturaleza de las mujeres de
Stepford. Ciertamente, comparada con la versión de 1974, esta se encuadra más
abiertamente dentro de la CF. En aquélla, el proceso de sustitución de las
humanas por androides acontecía fuera de plano, pero para cuando se estrenó la
moderna, el
lenguaje conceptual y visual de la CF había permeado tanto la
cultura popular que los creadores se sintieron libres para mostrar abiertamente
los ingenios mecánicos.
Ahora bien, el clímax pone de manifiesto la confusión que tenía el
guionista acerca de lo que estaba ocurriendo en Stepford. Durante el corto
publicitario de animación que había preparado el genio loco, Mike Wellington, y
la escena en la que Walter deshace el condicionamiento, puede verse claramente que
las esposas solo han sido programadas mediante la inserción de chips en sus
cerebros y cuando Walter los borra, ellas retornan a su antiguo ser. Nunca
habían sido, por tanto, androides; siempre habían conservado su propio cuerpo.
Algo que está en abierta contradicción con lo que habíamos ido viendo en
momentos anteriores, donde algunas mujeres eran inconfundiblemente
artificiales: la interpretada por Faith Hill gira fuera de control y echa
chispas, otra incrementa su talla de pecho por control remoto; la que sustituye
a Bobbie pone la mano en el fuego sin que le ocurra nada; y el propio Mike
resulta ser un androide cuya cabeza está llena de cables. Es imposible imaginar
que nada de esto pudiera haber sucedido solo con unos chips de control por lo
que sólo queda especular que estamos ante otro desafortunado caso de película
de CF cuyo guionista no sabe nada sobre el género. (FIN SPOILER).
Al final, “Las Mujeres Perfectas” tiene demasiados problemas como para
que el estelar reparto pueda compensarlos: un claro problema de tono, un
mensaje moralista poco sutil articulado a base de clichés, cierto tufillo
condescendiente, una visión de la mujer profesional que resulta incluso incómoda
y abundantes incoherencias y agujeros de guion. ¿Es una total pérdida de
tiempo? Si se busca una historia de la que se pueda extraer algo consistente,
original o digno de reflexión, sí. Si se aborda como un entretenimiento ligero,
intrascendente e incluso familiar, tiene un pase.
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