“Ghost in the Shell” (1995) es uno de los animes de CF más justificadamente famosos y apreciados de todos los tiempos, habiendo inspirado películas como “Matrix” (1999) e influido durante años a una inmensa cantidad de obras y autores del género en todos los formatos. Se trata de una película muy cerebral (tanto, de hecho, que mucha gente la considera excesivamente densa, aburrida y/o difícil de seguir), pero tiene una textura, una imaginación y una atmósfera maravillosas que aguantan perfectamente el paso de los años y las múltiples revisiones. Un cuarto de siglo después de su estreno, no se ve como un producto caduco o excesivamente anclado en su tiempo y sigue planteando cuestiones muy vigentes sobre nuestra relación con la tecnología.
Tanto la película dirigida por Mamoru Oshii como el manga en el que se inspiró, creado por Masamune Shirow, mantuvieron tan viva su popularidad con el paso de los años que se decidió realizar una serie televisiva derivada titulada “Ghost in the Shell: Stand Alone Complex”. Dado que la mayor Motoko Kusanagi era la estrella de ambos productos, gráfico y fílmico, y su figura más reconocible, el responsable de la serie y principal guionista, Kenji Kamiyama (que ya había trabajado en otros títulos icónicos del anime, como “Akira” (1988) o “Jin-Roh” (1999) decidió ignorar lo que había sucedido al término de la película (la mayor se fusionaba en el ciberespacio con el Titiritero, abandonando su cuerpo físico y, por tanto, la Sección 9), para plantear una especie de universo alternativo paralelo pero independiente al de aquélla. Así, los 26 episodios de que consta la primera temporada se centran en las investigaciones y casos de la Sección 9, compuesta por un reparto coral integrado por personajes heredados de la película (Kusanagi, Batou, Aramaki, Togusa e Ishikawa) y otros nuevos (Pazu, Borma y Saito).
No fue el único distanciamento respecto del film de Oshii. Su ritmo pausado, las meditaciones filosóficas y la introspección de Kusanagi se dejaban a un lado en favor de la acción y la investigación policial, como también la representación de un Japón con un urbanismo ajado y decadente inspirado en Hong Kong, sustituyéndolo por urbes más limpias y luminosas.
El alejarse de la película original y levantar un mundo paralelo en lugar del recurso fácil que hubiera sido retroceder a aventuras anteriores de la Sección 9, fue un movimiento arriesgado que podía decepcionar a los fans de la película, pero dio resultado. “Ghost in The Shell Stand Alone Complex” sigue siendo hoy uno de los animes televisivos más queridos y una de las obras capitales del subgénero ciberpunk.
Por tanto y para empezar, hay que tener en cuenta que “Stand Alone Complex” es una pieza separada en el universo Ghost in the Shell y no debe compararse con la película. Una y otra son productos diferentes en su formato (una película de una hora y media frente a 26 episodios de veinticuatro minutos) y propósito. Los personajes y conceptos son, en general, similares, pero no exactamente los mismos que habían podido verse en la película. La atmósfera y tono que Mamoru Oshii se tomaba su tiempo para construir en aquélla no pueden replicarse en el poco metraje que tiene cada episodio; por no hablar de que las meditaciones filosóficas y el desfile de bellas imágenes acabarían siendo aburridos si se utilizan con profusión a lo largo de toda la temporada.
En segundo lugar, lo que vamos a encontrar aquí es una serie eminentemente policiaca. Futurista y con crímenes centrados en la tecnología cibernética, sí, pero drama criminal al fin y al cabo. Así que, si uno no gusta demasiado de este género, es posible que no disfrute con Ghost in the Shell: Stand Alone Complex.
La acción se ambienta en el Japón del año 2030, un futuro en el que las mejoras cibernéticas son lo habitual, existen robots y tecnología electrónica muy avanzada. Prácticamente todo el mundo tiene, además de miembros prostéticos, cibercerebros e implantes cervicales que permiten conectarse al ciberespacio y que han cambiado radicalmente la forma de relacionarse e interactuar con el mundo y difuminado la frontera entre lo real y lo virtual y, sobre todo, lo humano y lo artificial.
Pero todas estas nuevas y maravillosas tecnologías –que, por otra parte, no resultan en absoluto inverosímiles en nuestro mundo y a medio plazo- han traído consigo tanto nuevos crímenes como nuevas formas de cometer los viejos. Por ejemplo, los hackers pueden penetrar en los cibercerebros de la gente para piratear o alterar sus recuerdos o sensaciones, u obligarles a actuar de determinada manera. Para combatir este tipo de cibercriminales se creó la Sección 9 de Seguridad Pública, dependiente del Ministerio del Interior japonés y dirigida por el teniente coronel Daisuke Aramaki, un circunspecto pero muy eficaz líder que tiene contactos en todos los niveles del gobierno. Es estricto, riguroso y exigente con su equipo, pero también está dispuesto a proteger a sus hombres cueste lo que cueste.
Tácticamente, la Sección 9 está dirigida por la mayor Motoko Kusanagi, un ciborg de cuerpo completo, experta en combate, armamento e investigación. Se sabe poco de su pasado y ni siquiera ella conserva claros recuerdos del mismo, ya que a raíz de un accidente siendo niña su cerebro fue ocupando cuerpos ciborg progresivamente más grandes y “adultos” conforme madura. De hecho, su cuerpo, el de una espléndida mujer de unos treinta años, no refleja su auténtica edad, que está en torno a los cincuenta.
La que tuvo que atravesar ella fue una experiencia traumática y para la que la mente humana no está bien preparada. Además, siempre le acompaña la duda de si el gobierno, que desde el principio financió sus caros cuerpos y el correspondiente mantenimiento, ha introducido cambios en su memoria acordes con los intereses de aquél. Tras el cumplimiendo de algunas misiones en la serie, ella es quien más reflexiona sobre las implicaciones filosóficas del caso que han solucionado.
Quizá por todo ello, en lugar de mirar atrás, prefiere concentrarse en su trabajo, transmitiendo una imagen de soldado muy profesional pero algo fría, distante e introvertida, reacia a hablar con sus colegas de sí misma o de su pasado. En general, más allá de que tiene una relación lésbica ocasional, no se nos cuenta nada sobre su vida privada y sólo en algunas ocasiones se agrieta su coraza y deja ver sus sentimientos. El vestuario que habitualmente luce –básicamente lencería sexy con una chaqueta de cuero- está claramente diseñado para agitar las hormonas del público adolescente, lo que le resta un punto de realismo y la aproxima a la imagen de mujer objeto, algo que en absoluto es.
Batou es su mano derecha y, como ella, un ciborg completo. Es un antiguo ranger del ejército y sus rasgos más característicos son sus ojos cibernéticos, su temperamento irascible y un sentido del humor seco que denota que tras su fachada de tipo duro se esconde un alma más sensible de lo que él está dispuesto a reconocer, sobre todo en su relación con los Tachikomas –las inteligencias artificiales de las que hablaré más adelante-. Su filosofía personal es muy diferente del de la mayor. Su actitud más desenvuelta y su práctica visión del mundo contrasta con el estricto profesionalismo y la propensión melancólica y contemplativa de ella. La dinámica que se establece entre ambos es uno de los elementos más interesantes de la serie en lo que se refiere a los personajes.
El otro miembro de la Sección 9 con mayor peso y recorrido de la serie en su primera temporada es Togusa, un antiguo inspector de policía recientemente incorporado al equipo y que, además, es el único que no tiene mejoras cibernéticas más allá del puerto cervical con el que todos se conectan al ciberespacio. Incluso, renuncia a utilizar pistolas automáticas en favor de un clásico revolver de seis tiros. También su vestuario parece sacado de otra época. Es, asimismo, el único que parece tener familia y disfrutar de ella. Por todo ello, Togusa es el más “humano” del equipo y con el que más fácil resulta simpatizar.
Ishikawa es el principal investigador y experto en tecnología de la Sección. Aunque no suele participar en misiones de campo, sus habilidades a la hora de navegar por el ciberespacio y encontrar la información precisa o la brecha necesaria en el sistema, hacen de él un elemento vital. Saito es el francotirador; las únicas partes cibernéticas de su cuerpo son su ojo y brazo izquierdos, lo que le permite sostener armas pesadas y disparar con infalible puntería. Borma es el experto en explosivos y virus informáticos, pudiendo también participar en misiones sobre el terreno gracias a su fuerte cuerpo. Pazu es el menos perfilado en cuanto a sus habilidades; parece ser un hombre para todo que, como antiguo Yakuza, tiene buenos contactos en el mundo criminal.
El reparto de personajes es amplio, variado atractivo, aunque la primera temporada no los desarrolla como hubiera sido deseable –la segunda sí entraría a contarnos algo del pasado de varios de ellos-. Cada uno, eso sí, tiene un aspecto característico y –con la mencionada excepción- unas habilidades bien diferenciadas, lo que contribuye a diversificar la Sección 9 y aportar diferentes perspectivas de cada caso según las misiones que cada uno lleva a cabo dentro de las mismas. Además, la buena química entre ellos está convincentemente representada a través de sus diálogos y dinámica.
Los argumentos de los capítulos se dividen en dos. Por una parte, están los “Complex”, aquellos que desarrollan la trama principal: la persecución del Hombre que Ríe, un hacker increíblemente dotado que consigue no sólo evitar que le capten las cámaras sino piratear los ojos de la gente para hacerles ver lo que él desea. Togusa será el principal investigador de esta trama, quien descubrirá algunas pistas vitales e incluso actuará como infiltrado. Lo que parecía un simple caso de terrorismo anti-sistema, va desvelándose como una vasta conspiración que involucra a altos cargos del gobierno en torno a la comercialización de una vacuna contra una ciberenfermedad a sabiendas de su escasa utilidad y ocultando, por intereses económicos, la existencia de otra más eficaz. Es esta una trama muy compleja y enrevesada, con múltiples giros y participantes y un villano excelente y de moralidad ambigua.
Por otra parte e intercalados con los anteriores, los “Stand Alone”, episodios independientes, autoconclusivos y, en general, más ligeros, donde se aprovecha para profundizar algo en los personajes, en aspectos del mundo futuro en el que transcurre la serie o dilemas éticos y cuestiones filosóficas derivadas del uso de las nuevas tecnologías. Y cuando digo “ligero”, hago referencia a la complejidad de sus tramas, no a su tono.
Como ejemplo, valga el décimo de esta primera temporada, “Travesía en la Jungla”. En él, un asesino norteamericano llamado Marco Amoretti se halla en Japón matando mujeres. Batou reconoce en sus víctimas los métodos de un antiguo comando de la CIA que operaba en la guerra asiática en la que también el participó como ranger y cuyo objetivo era sembrar el terror en el bando enemigo. Amoretti quedó trastornado y ahora, con la guerra finalizada, repite compulsivamente las mismas pautas tratando de satisfacer un retorcido “sentido del deber”, aunque en el fondo lo que espera es que alguien lo encuentre y lo mate, deteniendo así lo que él no puede. Y, efectivamente, eso es lo que pretenden los agentes del gobierno americano que han contactado con la Sección 9: que Batou pierda el control e, indignado, lo asesine, acabando de esta forma por ellos con un vergonzoso cabo suelto de su historia. No sólo es una historia muy sólida tanto en su intriga como en la psicología de los personajes, sino que aporta un interesante vistazo al propio Batou.
Lo mismo puede decirse del segundo episodio, “Sobre la Pista”, en el que la Sección 9 ha de vérselas con un prototipo experimental de tanque que parece haber cobrado vida y escapado por la fuerza del laboratorio que lo estaba probando. Resulta que su inteligencia artificial está controlada por la mente escaneada de su diseñador, un hombre amargado que quiere vengarse de sus padres porque de niño le impidieron, arguyendo motivos religiosos, utilizar los prostéticos que le hubieran permitido vivir más allá de lo que su enfermedad crónica finalmente dictó. O el séptimo, “Idolatría”, en el que los agentes protagonistas han de seguir a un líder revolucionario extranjero, Marcelo Jarti, que ha llegado a Japón para reunirse con una banda yakuza. El giro sorpresa es que Jarti, de altura legendaria porque ha conseguido sobrevivir a seis intentos de asesinato, resulta ser un duplicado del original, muerto desde hace largo tiempo, realizado por los yakuza.
Otros episodios interesantes exploran el tipo de delitos y crímenes a los que podría dar lugar la cibertecnología. En el 3, “Una Molesta Rebelión”, un joven hacker que se ha enamorado de su ginoide esparce un virus por los modelos similares, impulsándolos a “suicidarse” y hacer así del suyo algo único. En el 8, “Corazones Extraviados”, un grupo de ricos estudiantes de medicina roban y venden ciberorganos; y en el 13, “Terroristas”, el equipo investiga el misterio de la reaparición de una chica, hija del presidente de una compañía cibernética, secuestrada años atrás pero sobre la que no parece haber pasado el tiempo.
(Finaliza en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario