jueves, 20 de febrero de 2020

2009- AVATAR - James Cameron (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

Cuando se estrenó el primer tráiler de “Avatar”, cundió cierto pánico entre los ejecutivos del estudio a tenor de los comentarios sarcásticos que empezaron a saltar desde internet, acusando a lo poco visto de videojuego de alta definición y equiparando a los Na´vi con los Pitufos. Sin embargo, una vez que pudo verse la película entera en pantalla grande, sólo los más resentidos y puntillosos podrían quejarse de los resultados. 

Si “Avatar” tiene algún problema, no es el que la mitad del metraje pueda considerarse animación digital. A diferencia de algunas de las incursiones en ese formato de, por ejemplo, Robert Zemeckis (“Beowulf”, 2007; o “Cuento de Navidad”, 2009), en las que también se utilizó tecnología de captura de movimiento y cuyo resultado fueron unas figuras poco agraciadas y a mitad de camino entre lo real y lo artificial, en “Avatar” no se nos recuerda que estamos ante un producto animado. No sólo es que no se pretenda recrear en pantalla a un humano (se supone que los Na´vi son alienígenas y extraños) sino que la fusión entre la acción real y la animación digital con captura de movimiento es tan perfecta y sofisticada que la divisoria entre ambas es irrelevante hasta el punto de que la mayoría de los espectadores ni siquiera pensaron durante su visionado que estaban viendo animación. Fue ese logro, así como la gran definición y detalle con la que se retrataba un mundo inexistente, lo que hizo de “Avatar” un gran salto adelante en el campo de los efectos especiales.



Siendo sus películas un himno triunfante a la tecnología, James Cameron no descuida en ellas las emociones del corazón humano. En títulos como “Abyss” o “Terminator 2” se lanza el mensaje de que los protagonistas deben mirar más allá de la tecnología y recuperar su humanidad esencial. “Avatar” lleva este tema todavía más lejos que en sus anteriores films. Siendo la película de aquel año en la que la tecnología jugó un mayor peso, es irónico que el triunfo de los protagonistas se consiga a base de abandonar la tecnología en favor de un misticismo panteísta en armonía con la Naturaleza.

Quizá no sea descabellado comparar a James Cameron con el escritor Michael Crichton. Éste
sentía pasión por la tecnología de última generación –ya fuera médica, genética, mecánica, informática…- y salpicaba sus libros con una gran densidad informativa acerca del campo científico o técnico que sustentara la trama. Sin embargo, en cuanto introducía al hombre, Crichton se mostraba muy pesimista y el motor de sus historias se alimentaba con la codicia, la estupidez, la arrogancia o la confianza en una tecnología que no se entiende del todo bien y que es proclive a fallar.

Cameron, por el contrario, aborda temas similares pero es mucho más optimista. En “Almas de Metal” (1973), Crichton introdujo androides volviéndose locos y asesinando humanos.
Cameron dirigió las películas de “Terminator”, pero a diferencia de aquel, hizo que el hombre venciera a la máquina. Como aventura submarina de ciencia ficción, Cameron dirigió “Abyss” y Crichton escribió la similar “Esfera” (1987), llevada a la pantalla en 1988 con el mismo título. Ambas son películas sobre una tripulación de especialistas en un hábitat submarino que se encuentran con formas de vida alienígenas. En el caso del escritor, ésta amplificaba los peores terrores humanos y su peligro anulaba la obtención del poder que se derivaba del contacto con esa inteligencia extraterrena. Cameron, en cambio, proponía trascender el miedo a lo desconocido y entrar en comunión con la forma de vida no humana para lanzar un mensaje pacifista.

En el caso de “Avatar”, su homólogo más cercano en la bibliografía de Crichton podría ser
“Estado de Miedo” (2004). Aunque las tramas y temas debatidos son muy distintos, sí comparten su preocupación por el medio ambiente. Allá donde Crichton concluía que el Calentamiento Global era un fraude extendido y mantenido por una organización ecologista parecida a Greenpeace, Cameron adopta un posicionamiento opuesto al hacer que sus héroes renuncien a la tecnología y se conviertan en seres en perfecta comunión con el ecosistema. De hecho y de nuevo irónicamente, es posible que tras su complejo despliegue de CGI de última generación, “Avatar” sea el anuncio pro ecologista más caro jamás rodado.

También pueden detectarse ciertas similitudes entre “Avatar” y “Los Sustitutos” (2009), una
película que se estrenó tres meses antes el mismo año. Ambos films muestran futuros en los que es común el uso de amplificadores neurales con los que habitar y manejar mentalmente cuerpos artificiales. En las dos películas, el mundo en el que evolucionan esos avatares es mucho más atractivo que la mundana realidad de la gente ordinaria atrapada en cuerpos envejecidos o discapacitados por la falta de ejercicio o contacto con el mundo más allá de las paredes de sus domicilios.

Por otra parte, las dos películas difieren completamente en el destino que ofrecen para sus
respectivos avatares. En “Los Sustitutos”, tal práctica se enfoca como algo no “real” y el héroe que encarna Bruce Willis es poco más que un anciano gruñón que destruye el sistema porque no le gusta la artificialidad que esclaviza al mundo. En cambio, Cameron, una vez más, ofrece una visión diferente e interpreta a los avatares como una herramienta con la que los humanos pueden reencontrarse con la Naturaleza. Lo cual no deja de ser contradictorio puesto que la historia pone el énfasis en el abandono de la tecnología genética y cibernética que ha permitido el desarrollo de esos mismos avatares.

En mi opinión, el principal problema de “Avatar” reside en su argumento. No tanto porque,
como comentaré enseguida, sea poco original y predecible sino por la descompensación entre los aspectos visuales y narrativos y la historia. No puede uno sino pensar que es una lástima derrochar semejantes medios y talento en un argumento tan poco inspirado y escaso de sutileza. Esa decepción se acrecienta por las propias expectativas que Cameron y la Fox habían ido generando durante los años que se dilató la producción. Las noticias, declaraciones y publicidad que se filtraron de forma continua desde que comenzó la producción dieron a entender que “Avatar” iba a ser un acontecimiento sin igual, un antes y un después en el cine y la ciencia ficción, el proyecto más anhelado y mimado de un director estrella. De nuevo, Cameron había excedido el ya monstruoso presupuesto; de nuevo, estaba explorando nuevos territorios en la tecnología de efectos especiales, diseñando cámaras 3D y llevando la captura de movimientos a niveles de calidad nunca vistos; la producción superaba los tres años y los costes seguían descontrolados… Y al final, cuando “Avatar” llegó a las pantallas, arrolló con un espectáculo visual a la altura de lo que se había anunciado, pero desde luego, como producto integral en el que el contenido es tan importante como el continente, poco podía presumir.

Y es que la muy básica trama puede interpretarse como un “Aliens” a la inversa. En lugar de una malvada corporación que utiliza a los humanos como cebo y alimento para destruir/dominar a unos alienígenas monstruosos, en esta ocasión son los humanos los que hacen el papel de alienígenas y monstruos, y los pacíficos Na´vi las víctimas que se enfrentan a la destrucción. Es también una guerra interna en el bando humano, entre nuestra faceta codiciosa y violenta, que trata a los nativos como una molestia que se interpone entre nosotros y nuestro objetivo -encarnada por el coronel Quaritch-; y la científica y humanista,
que defiende que los Na´vi tienen mucho que enseñarnos, conocimiento de igual o más valor que los preciosos recursos minerales que se busca expoliar -encarnada por la doctora Augustine.

Bajo ese marco general, Cameron parece haber elaborado el argumento a partir de las corrientes revisionistas del conflicto histórico con los nativos americanos. A nivel de trama, “Avatar” podría considerarse como un reciclaje futurista de “Bailando con Lobos” (1990) en el que los indios son sustituidos por alienígenas gigantes que vuelan en reptiles en lugar de cabalgar a lomos de caballos. En ambas historias aparece el personaje del hombre blanco proveniente de una cultura colonial opresora que sintoniza con la forma de vida nativa, es paulatinamente aceptado por la tribu y se convierte en su líder guerrero antes de encabezar la resistencia contra el invasor dispuesto a
cometer un genocidio para apoderarse del territorio. También comparten las dos películas el personaje de la mujer nativa con la que el protagonista tiene una relación –situación que remite claramente al episodio histórico, aunque probablemente “adornado”, de Pocahontas y John Smith-, y el bravo guerrero que siente celos y muestra hostilidad ante la habilidad del recién llegado hasta que se da cuenta de que ambos están del mismo lado y unen fuerzas contra el enemigo común.

Fuera del ámbito mainstream, los aficionados a la Ciencia Ficción no tendrán problemas en identificar otras fuentes, como la novela “El nombre del mundo es Bosque” (1976), de Ursula
K.Leguin, en la que, excepto el avatar, encontramos también la despiadada iniciativa de los colonos humanos para destruir un bosque en el que un grupo de alienígenas se han fusionado con el entorno, compartiendo una conexión que los hombres no pueden comprender. Y, por supuesto, hay elementos en la película que nos remiten a los personajes y aventuras de Tarzán de los Monos” (1912) o John Carter de Marte (1912), imaginados por Edgar Rice Burroughs: hombres blancos que se integran en un entorno ajeno y se convierten en líderes de los nativos conquistando a la bella de turno. Sospechosas similitudes –y no es la primera vez que Cameron tuvo que enfrentarse a acusaciones de plagio en su carrera- pueden encontrarse también con la novela corta “Llamadme Joe” (1957), de Poul Anderson; o el Universo Noon de los hermanos rusos Strugatsky, donde aparecía un planeta Pandora muy similar al de la película.

Cameron no escapa a la actual corriente global contra el militarismo. De hecho, “Avatar” quizá sea una de las películas más antimilitares de su época. El villano de la historia es el coronel Miles Quaritch, un individuo sin matices por el que es imposible sentir la menor simpatía (y que está eficientemente interpretado por Stephen Lang, que aquel mismo año encarnó de forma mucho más cómica a otro oficial en “Los Hombres Que Miraban Fijamente a las Cabras”). Este enfoque supone un considerable cambio para Cameron, que en el pasado disfrutó en sus películas con la parafernalia bélica. No en vano, escribió el guion para “Rambo 2” (1985) y escribió y dirigió “Aliens”, un ejemplo impecable de CF militar. Su conversión hacia el pacifismo pudo verse ya en “Abyss” o “Terminator 2”, películas en las que integraba un expreso mensaje contra la carrera armamentística nuclear. En el caso de “Avatar”, las escenas con los soldados bien podrían haberse extraído de aquellas protagonizadas por los marines espaciales de “Aliens” –de hecho, la piloto Trudy Chacon (Michelle Rodriguez) parece un intento de recuperar a la Vasquez (Jenette Goldstein) de esa película-. Sin embargo, el retrato que del cuerpo militar se ofrece en “Avatar” es opuesto del de “Aliens”: en lugar de los toscos y gruñones héroes de ésta, nos encontramos con unos asesinos genocidas que disfrutan con su sangrienta misión.

Cameron, como de costumbre, es poco sutil a la hora de articular los mensajes que desea transmitir, en este caso una crítica al estamento militar como mamporrero de intereses
económicos privados, tal y como sucedió con el Imperio Británico o la colonización del territorio norteamericano, por no mencionar las dos Guerras del Golfo. Al interpretar “Avatar” en estos términos y en esta época, sí sorprende lo radical del punto de vista de Cameron y el bando hacia donde basculan sus simpatías. Si se ve la película como una analogía de la Guerra de Irak, se ha de concluir que Cameron opta por el bando iraquí: sus luchadores por la libertad contra la ocupación extranjera, los ataques suicidas y la estrategia de guerrilla contra un enemigo invasor más poderoso. Aunque la mayoría del público norteamericano se habría alejado de una película que tratara abiertamente esa incómoda guerra, Cameron se sale con la suya recurriendo a la vieja herramienta de la CF: la alegoría. Como ya hiciera “Star Trek” (1966-69) en su día, disfraza el conflicto con rostros alienígenas y lo sitúa en otro planeta, consiguiendo de ese modo un impacto, tanto en términos de audiencia como de intensidad del mensaje, mucho mayor que cualquier documental realista. Es una táctica sorprendentemente subversiva para una película que se convirtió en uno de los mayores éxitos de 2009 y luego en la más taquillera de todos los tiempos. Por no mencionar que Cameron se lo coló al mismo estudio que posee el canal Fox, abierta y notoriamente conservador.

“Avatar” sigue siendo una película que parece suscitar opiniones muy encontradas, aunque sus detractores suelen hablar con más vehemencia y esgrimir argumentos más contundentes que
sus defensores. Dada la excelencia visual y narrativa de la película, posiblemente el origen de los ataques sea la mencionada decepción de encontrarse con un producto del que se esperaba una mayor solidez y originalidad argumental. Por otra parte, una de las fortalezas de Cameron siempre había sido siempre la fisicidad de sus escenas de acción real: las persecuciones, las peleas, los tiroteos… todo ello construido con recursos tradicionales y actores de carne y hueso. De alguna forma y para muchos aficionados, el tránsito del director de esos efectos de la vieja escuela a las florituras digitales le hizo perder su faceta más visceral. Las batallas multitudinarias generadas por ordenador de “Avatar” carecen del peso, el impacto y la presencia de las persecuciones del Terminator, las inmersiones en la oscuridad abisal de “Abyss” o las peripecias de Schwarzenegger en “Mentiras Arriesgadas”. Por no hablar de que el talento de los animadores que trabajan con captura de movimiento no hacen olvidar las emociones que puede transmitir un buen actor sin ayudas digitales (aunque no sea el caso aquí de Sam Worthington).

Y a pesar de ello y de estrenarse aquel mismo año películas de CF más interesantes, como “Moon”, “Distrito 9” o “Más Allá del Tiempo”, “Avatar” recaudó cifras record y cautivó al público de todo el mundo, lo que indica que para la mayor parte de los espectadores sus virtudes estéticas, su monumentalidad y su
aliento épico superaron las carencias literarias. No hay marcha atrás para Cameron, que ha comprometido con Fox nada menos que cuatro secuelas más de “Avatar” a estrenar –según calendario provisional porque con él nunca hay que dar nada por sentado- hasta el año 2027. Lo que sí se puede asegurar es que el público lo va a seguir haga lo que haga.

Además, es de ley reconocer que Cameron consiguió la tarea no poco meritoria de superar a “Titanic”. Las razones del triunfo de este último título son fáciles de entender: se trataba de una variación de una trágica historia de amor de corte muy clásico narrada en un entorno espectacular. En cierto modo, “Avatar” es lo mismo pero el mundo que Cameron creó para esta película era mucho más extraño y menos accesible al público en general. Y aun así, lo consiguió.

Aunque no todos los films de Cameron han sido un éxito artístico, ninguno de ellos puede ser calificado de aburrido. Es un narrador impecable y si hubiera decidido ser tan prolífico como, digamos, Steven Spielberg, podría haber desarrollado una cinematografía mucho más variada. En cambio, su modelo profesional parece aproximarse más al de Stanley Kubrick, empleando años en la preparación y desarrollo de cada proyecto y siempre tratando de ir más allá de las fronteras tecnológicas establecidas. Cameron no es Kubrick –trabaja más con el corazón que con la cabeza- pero desde “Terminator” (1984) –y con la excepción de “Mentiras Arriesgadas”- en cada una de sus películas ha tratado de asombrar al espectador con algo que no había visto antes en la pantalla. Y con “Avatar”, lo hizo otra vez.


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