martes, 27 de diciembre de 2011

1912- JOHN CARTER Y EL CICLO DE BARSOOM- Edgar Rice Burroughs (1)


La primera revista que dedicó enteramente su contenido al género de la CF fue “Amazing Stories”, publicada por Hugo Gernsback a partir de 1926 y de la que hablaremos en una futura entrada. Pero ya desde hacía tiempo las revistas periódicas habían acogido historias de este género. Publicaciones literarias británicas del siglo XIX, como Blackwood´s y The Strand, o americanas como Putnam´s y Atlantic Monthly, incluían ocasionalmente relatos de fantasía y proto-CF junto a narraciones realistas. A comienzos del siglo XX, gracias a la disponibilidad de papel barato, aparece un fenómeno editorial nuevo: los pulp.

“Pulp” es una palabra que se usa para definir un determinado tipo de historia, impresa en revistas especializadas. Las historias estaban escritas por autores tremendamente prolíficos que trabajaban a destajo. El nombre de las revistas, "pulp", provenía de la pulpa de madera que se utilizaba para elaborar su papel, de bajo tramaje, escasa calidad y rápido deterioro. La estrategia comercial era muy simple: mantener los costes bajos (los editores solían pagar mal a sus autores), vender barato y en cantidad y, por lo tanto, maximizar el beneficio.

A menudo se identifica el primer pulp con la revista norteamericana The Argosy, que se publicó desde 1886 y que llevaba en sus páginas todo tipo de ficción, incluyendo CF (su título se había tomado de una revista británica muy diferente que se había venido editando desde 1865). En los años veinte del siglo XX ya existían revistas pulp que atendían a una amplia selección de gustos temáticos, desde las aventuras, las intrigas policíacas, los dramas románticos, la fantasía… y la ciencia ficción.

Lo que podríamos llamar "estilo pulp" (melodramas de poca calidad literaria heredados de las novelitas baratas, repletos de acontecimientos y acción, protagonistas de personalidad magnética, un código ético muy simple y maniqueo y entornos exóticos y maravillosos), así como su popular formato de publicación periódica y barata, condicionaron profundamente y durante mucho tiempo el desarrollo de la ciencia-ficción. Y también fue responsable de la escasa consideración que el género ha tenido entre la "élite" intelectual. Sin embargo, otros campos de la ficción que también se desarrollaron en los pulp, como el policiaco, sí disfrutan de general respeto y aceptación. ¿A qué se debió esa discriminación?

En primer lugar, al formato: las obras de ciencia-ficción -al menos las norteamericanas- no
empezaron a aparecer directamente en forma de novela hasta los años cincuenta y sesenta, siendo hasta entonces la edición en revista su soporte primario. Por otro, las razones del desprecio del "mainstream" literario son las mismas que explican su éxito popular: era una literatura pueril y estéticamente limitada, reducida a los más comunes denominadores, a menudo reaccionaria desde el punto de vista ideológico, sólo en muy raras ocasiones algo más que literatura de evasión… y, sin embargo, hay algo más. Su contenido era tan luminoso, tan sorprendente, que despertaba el sentido de la maravilla en mayor medida que las historias pulp de otros géneros.

Las revistas pulp necesitaban historias a mansalva con las que cubrir sus páginas cada semana y ello dio oportunidad a un sinnúmero de autores de publicar sus obras. Muchos ya han sido olvidados, pero otros tuvieron en ellas el pasaporte a la fama y, en algunos casos, la inmortalidad. Jack London fue uno de ellos. Edgar Rice Burroughs otro.

En 1911, Burroughs tenía 36 años y su vida profesional era un fracaso. Su último intento en el mundo de los negocios se deslizaba inexorablemente hacia la bancarrota. Evadiéndose de su poco prometedora situación, comenzó a escribir en sus horas muertas una novela para aquellas revistas pulp. Trataba de un hombre que viajaba a Marte.

Aquella historia, una narración de capa y espada, acción, aventura y romance que transcurría en un moribundo Planeta Rojo, era tan extravagante que no se atrevió a usar su propio nombre, firmándola con un seudónimo: Norman Bean. El relato se tituló “Bajo las lunas de Marte" y fue serializado entre febrero y julio de 1912 en la revista "All-Story Magazine", siendo recopilada posteriormente como novela bajo el título "Una Princesa de Marte”. El éxito que obtuvo convenció a Burroughs para emprender una nueva carrera: la de escritor. Su siguiente historia, un romance histórico, no tiene mayor interés, pero su tercera novela, "Tarzán de los Monos", lo convertiría en uno de los autores más vendidos del siglo XX.

Ahora bien, aunque los libros de Tarzán eclipsaron el resto de su obra -en buena medida gracias
a sus adaptaciones cinematográficas-, los once libros de que consta la serie de Barsoom (nombre con el que, en esa ficción, los marcianos denominan a su propio planeta) fueron no sólo su mejor trabajo, sino el más influyente. Y aunque el hombre-mono hizo que el gran público ignorara el papel fundamental de Burroughs como escritor de ciencia-ficción, prácticamente todos los autores del género que triunfaron años después en la conocida como Edad de Oro (y otras personalidades, como el astrónomo Carl Sagan, que admitió haberse sentido fascinado en su niñez por las aventuras de John Carter en Marte e inspirado para investigar más de ese planeta) crecieron leyendo los seriales de Burroughs en las diferentes revistas que los publicaron (Argosy, Bluebook, Amazing Stories y Fantastic Adventures). No sólo son relatos de puro y sencillo entretenimiento, sino que fueron la primera serie de libros ambientada íntegramente en un entorno alienígena.

Existe cierta controversia acerca de si Burroughs plagió una obra anterior, "Gulliver of Mars" (1905), escrita por Edwin Lester y que ya comentamos en una entrada anterior. No me extenderé mucho sobre ello puesto que no quiero convertir estas entradas en un estudio comparativo. Que el lector contraste ambas reseñas y saque sus propias conclusiones. Personalmente, creo que existen demasiadas coincidencias entre ambas obras como para tratarse de una afortunada casualidad.

Aunque la imagen del planeta presentada en la historia debía más a las descripciones especulativas del astrónomo Percival Lowell (“Mars as the Abode of Life”, 1908) que a la ciencia, Burroughs utilizó sus ideas como decorado para una fantasía de enorme influencia. Barsoom es un mundo que se muere. Sus océanos se secaron hace mucho tiempo, dejando las antiguas costas punteadas de ciudades abandonadas y en ruinas. Los famosos canales no son más que tristes sombras de un pasado magnífico. La cada vez más tenue atmósfera sólo es respirable gracias a una enorme planta recicladora de aire. Pero la civilización marciana, aunque decadente, está lejos de haber desaparecido. Si bien la mayor parte del planeta se halla bajo el dominio de hordas nómadas semi-bárbaras de marcianos verdes de cuatro brazos y cuatro metros de alto, una raza humanoide de marcianos rojos mantiene viva la civilización gracias a una red de ciudades amuralladas enzarzadas en un perpetuo enfrentamiento.

El primer libro de la saga, "Una Princesa de Marte" (1912) comienza de una forma un tanto extraña. Se nos explica algo del pasado de John Carter y su inverosímil "viaje" -más bien transición- de una abandonada cueva de Arizona al planeta rojo. Una vez que Carter se encuentra sorprendentemente transportado en mitad de un mar seco de Marte, comienza la acción. El protagonista es inmediatamente capturado por una partida de seres humanoides de cuatro metros de altura, cuatro brazos y color verde, una especie de versión alienígena de las hordas mongolas. Sin embargo, su reducido tamaño y densa masa muscular se convierte en ventaja a la hora de luchar gracias a la menor gravedad marciana, lo que incrementa su agilidad y fuerza. Así no tarda en adquirir prestigio e incluso rango entre los bárbaros "hombres verdes".

Durante una batalla, los "verdes" capturan a la princesa Dejah Thoris, una humanoide de piel roja, hija del líder de otra raza de marcianos, los "rojos", más civilizados que los "verdes". Por si fuera poco ser princesa de Helium, la principal ciudad-estado del planeta, la mujer es bellísima y le encanta deambular escasa de ropa. Como buen humano varón, Carter no puede resistirse y cae estúpidamente enamorado de la chica.

Consiguen escapar de su cautiverio pero se separan y Dejah Thoris cae presa del malvado y decadente líder de Zodanga, una ciudad "roja" marciana en guerra con Helium. Ese dictadorzuelo pretende casarlo con su hijo a cambio de la paz. La ceremonia nupcial finaliza en un baño de sangre cuando John Carter lidera un asalto a la ciudad tras haber forjado una alianza sin precedentes entre los marcianos rojos y verdes.

Pasan los años y Dejah Thoris pone un huevo de Carter (los marcianos son ovíparos sin que ello al parecer sea incompatible con la biología mamífera de los humanos terrícolas) y mientras se incuba, la planta de tratamiento atmosférico que mantiene respirable el aire de Marte, se estropea. El edificio es inexpugnable y sólo los guardianes que había dentro conocían la contraseña mental para acceder a su interior. Con su último aliento y cuando ya la población marciana sucumbe masivamente a la asfixia, Carter consigue abrir la puerta del edificio antes de perder la conciencia... y despertar en la cueva de Arizona de donde había partido años antes.

Como primera apreciación sobre la creación de Burroughs, llama la atención la despreocupación
del autor en lo que se refiere a la verosimilitud de los viajes del protagonista de la Tierra a Marte y viceversa. Simplemente, parece que el planeta Marte "tira" de su cuerpo astral y lo traslada hasta su superficie, reconstruyendo allí su cuerpo terrestre, más denso y fuerte que el de los nativos marcianos por efecto de la menor gravedad. Mirando más atrás, al siglo XIX, vemos una grieta siempre creciente -y que continuaría ampliándose en el siglo XX- que separa, por un lado los optimistas racionales y tecnológicos, trabajando en un marco mental casi militarista, que imaginan una sociedad próspera y unida bajo el mandato de la lógica y la máquina; por otro, un grupo rebelde que recela de la tecnología y que se impregna de un misticismo pseudocientífico.

Símbolos respectivos de ambas posturas son la “Antigravedad” (que representa la capacidad de la ciencia para romper las ataduras terrestres) y la “Voluntad” (la noción, muy común en la CF de este período, de que sencillamente con desearlo, el cuerpo, o mejor dicho, el cuerpo astral, podía viajar a cualquier parte). Ahora contamos con la suficiente perspectiva como para ver que ninguna de las dos aproximaciones resistió el paso del tiempo como motor narrativo de las historias de CF; pero mientras que la ciencia ha rechazado totalmente la noción de Antigravedad (puesto que un objeto con esa característica no tendría, por ejemplo, inercia y no se cumplirían las leyes físicas conocidas; el propio Burroughs recurriría a las naves espaciales cuando escribió su serie Carson de Venus), la doctrina de la “Voluntad” aún conserva un respetable pedigrí filosófico.

La tecnología marciana que Burroughs imaginó era una inverosímil mezcla de atavismos y
artilugios futuristas cuya única coherencia era la de servir convenientemente a la acción. El principal medio de transporte son los "voladores", vehículos que anulaban la gravedad gracias a depósitos del "Octavo Rayo Barsoomiano". Su tamaño oscilaba entre aeronaves individuales y acorazados militares y podían alcanzar velocidades de 300 km/h. En cambio, el transporte terrestre se realiza a lomos de bestias de ocho patas. El armamento comprende desde revólveres y "fusiles de radio" que disparan proyectiles explosivos a 150 km de distancia hasta lanzas y espadas.

Los once libros que Burroughs escribió ambientados en Barsoom no tenían como objetivo la especulación tecnológica. Al contrario, su esquema básico era muy simple. Por un lado, y a un nivel general, teníamos la vieja historia "chico conoce chica, chico pierde chica, chico recupera chica", más vieja que el propio Marte. Esa rutina se inscribía dentro de un marco propio del western. El mundo se dividía en una zona civilizada y aislada y otra gran área, salvaje, nueva y aún por descubrir a la que un hombre valiente podía viajar para encontrar su destino y acumular fortuna. Precisamente, la primera novela de la saga comienza en el Oeste americano. Tras la Guerra de Secesión, un John Carter sin futuro en su tierra sudista se traslada con un compañero a las tierras auríferas de Arizona. Allí, los indios matarán a su amigo y él se verá obligado a esconderse en una misteriosa cueva. Desde allí, viajará a Marte, un territorio aún más peligroso y extraño que el Oeste.

Una situación típica de los westerns es la del héroe con ideales y sensibilidades propias del
"Este", pero con las habilidades combativas y la resistencia de los nativos del "Oeste". Así, John Carter se identifica con los hombres rojos de Marte, a quien identifica con los antecesores de su propio linaje. Pero los guerreros más poderosos del planeta son los gigantescos hombres verdes -a quienes compara con los indios apaches que le atacaron al comienzo de la novela-. Carter luchará junto a los hombres rojos, pero con la fuerza y la habilidad de los verdes. Eso sí, demostrará ser tan hábil con las palabras como con la espada, lo que apela a las nuevas sensibilidades de los lectores.

Los esquemas narrativos, por tanto, eran muy viejos. Pero Burroughs era un narrador competente que sabía salpicar sus historias con exotismo y emoción: razas perdidas, criaturas extrañas y monstruos terroríficos, ciudades misteriosas e incluso unos cuantos científicos locos. El héroe cruzará su espada con una interminable serie de enemigos y animales de grotescas formas (normalmente con muchas patas). Burroughs era de la opinión de que "cuanto más grande, mejor": los perros guardianes tienen el tamaño de ponis, y los simios blancos son tan altos como jirafas y feroces como leones.

Con tanto esgrima, no nos extrañará que Burroughs propusiera a Douglas Fairbanks, el rey de las películas de acción del cine mudo, que encarnara a su héroe John Carter en la pantalla. Sin duda lo hubiera hecho bien, porque el papel le venía como un guante: un maestro de la esgrima, valiente, leal e inteligente, que no dudará en enfrentarse a cualquier peligro con tal de rescatar a la dama en apuros. Y no sólo saldrá victorioso, sino que lo hará con elegancia.

En los tiempos que corren, con los medios de comunicación inundados de sexo -con escaso estilo
las más de las veces- resulta gracioso comprobar los esfuerzos de Burroughs por crear en sus historias tensión sexual sin traspasar la línea de lo entonces aceptable. Todo el mundo va desnudo a excepción de una especie de correajes diseñados no para tapar las partes pudendas sino para acarrear armamento y adornos. Puede que las mujeres marcianas sean ovíparas, pero están tan bien dotadas como cualquier mamífero y sus genitales son compatibles con los del homo sapiens. Ahora bien, aunque las líneas están ahí, Burroughs nunca se decidió a completar el dibujo por miedo a los censores. El héroe se comporta siempre caballerosamente y el villano, por mucho que amenace a la chica en apuros con el tópico "destino peor que la muerte", siempre acaba comportándose.

(Continúa en la siguiente entrada)

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