La obra del Premio Nobel británico Kazuo Ishiguro conforma un conjunto literario inmediatamente identificable tanto por su estilo como por sus temas, pero rara vez por género, ya que la mayoría de las veces plantea las mismas preguntas adoptando diferentes marcos, por ejemplo, la Britania postartúrica en “El Gigante Enterrado” (2015), o la Inglaterra de mediados del siglo pasado en la que quizá sea su novela más alabada, “Lo Que Queda del Día” (1989). En el caso de su octavo libro, “Klara y el Sol”, el escritor regresa al género de la Ciencia Ficción que ya había abordado en “Nunca Me Abandones” (2005). De hecho y más allá de transcurrir en un futuro cercano, es casi imposible no comparar ambas novelas porque las dos comparten elementos característicos del autor (ironía en un contexto dramático; dilemas éticos surgidos a raíz de algún avance científico o tecnológico; angustia creciente e interesantes reflexiones sobre el poder, la memoria, el amor y la incognoscibilidad tanto del yo como del otro) con el objetivo de reflexionar sobre el significado de ser humano. Aunque quizá menos elegante que “Nunca Me Abandones”, la historia de Klara es un libro particularmente conmovedor.
La
historia transcurre en un futuro ambiguamente cercano. Aunque se han prod
ucido
avances extraordinarios, esa realidad se percibe desasosegantemente próxima a
la nuestra. Si bien Ishiguro la escribió antes de la pandemia de Covid-19, sus
personajes viven aislados en el campo, asistiendo sólamente a reuniones
sociales cuidadosamente planificadas. La mayoría de los niños son "mejorados”,
esto es, genéticamente potenciados en cuanto a su inteligencia, y cursan sus
estudios desde casa. Su vida social consiste en "reuniones de
interacción" organizadas por sus progenitores en sus casas particulares y
de AA o Amigos Artificiales, que les hagan compañía, les den conversación, los
vigilen y, en fin, hagan de amigos sustitutos.
La
protagonista y narradora es Klara, una de esas AA. Cuando la conocemos, está
todavía en la tienda junto a otros robots como ella, pero ya entonces demuestra
una curiosidad y empatía fuera de lo común. El rol de observadora que
desempeñará en el resto de la historia –de la cual ella es la narradora- se
subraya desde la primera frase de la novela: “Cuando Rosa y yo éramos nuevas, nos colocaron en la parte central de la
tienda, en el lado de la mesa de las revistas, y eso nos permitía tener vistas
a través de algo más de la mitad del escaparate. De modo que veíamos el
exterior (…) A diferencia de la mayoría
de los AA, a diferencia de Rosa, yo siempre deseé ver más el exterior, y verlo
con todo detalle”.
Aunque
no es el modelo más avanzado, Klara capta la atención de una niña de catorce
años, Josie, que convence a su madre para que se la lleven a casa. Klara está
bastante contenta con su nueva vida (la única con la que parece tener problemas
es la irascible criada, Melania), pero pronto se hace evidente que no todo va
bien con la pobre Josie. Como consecuencia de la manipulación genética que la
“mejoró”, ha desarrollado una enfermedad probablemente letal que de forma
intermitente la postra en cama durante semanas. A lo largo del indeterminado
periodo que transcurre entre su adquisición y la preparación de Josie para la
universidad, Klara observa el deterioro de la salud de su ama/amiga; su
relación intermitente y accidentada con Ricky, un vecino no “
mejorado”; sus tensas
interacciones con su madre Chrissy, con quien vive, y con su padre, Paul, un
ingeniero de talento que decidió exiliarse de la sociedad en una especie de comuna
de "sustituidos", aquéllos cuyas profesiones quedaron obsoletas por
la introducción de las IAS y los robots.
Sin embargo, resulta que apoyar, cuidar y mantener animada a Josie no es la verdadera razón de la presencia de Klara en la casa. Cuanto más enferma está la joven, más recurre su madre a la robot, hasta que le revela sus verdaderos planes. Por otra parte y a raíz de un fenómeno aparentemente milagroso que presenció desde el escaparate de su tienda, Klara se convence de que ella es la única que puede salvar a Josie. Solo necesita convencer al Sol -el ser que la nutre de energía a ella- para que le ceda algo de su alimento a la muchacha, aunque para ello tenga que sacrificar una parte de sí misma.
Como
he señalado, los temas que se abordan en la novela son similares a los ya
tratados por Ishiguro en otras obras: la soledad y el aislamiento; el
significado y los límites del servicio al prójimo; el dolor inherente a la
existencia humana; el sentido de la vida ante ese dolor y, por supuesto, ante
su inevitable brevedad y rápido transcurso. Por muy familiares que nos resulten
todas estas preocupaciones, no por ello dejan de ser eternas y merecer una continua
exploración, algo que el autor vuelve a hacer con sus habituales estilo
reflexivo, sutileza y elegancia, sirviéndose también de otra de sus
herramientas clásicas: el personaje que observa desde los márgenes y que realiza
meditaciones sorprendentemente profundas aunque expresadas a través de un
lenguaje relativamente mundano (y no por ello exento de cierta belleza lírica).
Un
conflicto presente de forma permanente en la novela es el relacionado con la
“mejora”. Ese procedimiento, no al alcance de todas las familias, ha abiert
o
una brecha social insalvable. Quienes no gozan de ese privilegio, están
condenados a languidecer en las peores escuelas y tener un futuro muy dudoso en
un entorno donde la cantidad y variedad de trabajos ha disminuido drásticamente
debido a la automatización masiva. Es el caso de Rick, vecino y mejor amigo de
Josie. Mientras que la familia de ésta tiene una casa amplia, bien cuidada y
con servicio doméstico, Rick y su madre se encuentran en una situación muy
diferente: “Ya al verla desde la
distancia había llegado a la conclusión de que la casa de Rick no era de tanto
nivel como la de Josie. Ahora, al verla de cerca, descubrí que muchos de los
listones de madera blancos habían adquirido una tonalidad grisácea —incluso
amarronada en algunas partes— y tres de las ventanas eran rectángulos oscuros
sin cortinas ni persianas”.
La
madre de Rick, Helen, decidió no mejorar a su hijo y, como resultado, la pareja
se ha visto abocada una situación económica y socialmente precaria, tal y como
se
demuestra en la reunión de jóvenes mejorados que se celebra en casa de Josie
y a la que Rick asiste. Aunque el resto de invitados se comportan de forma
educada con él, la insistencia de Rick en conservar su autonomía lo convierten
en un paria. Gran parte de la segunda mitad de la historia gira en torno a los
intentos de Helen por lograr que Rick ingrese en una institución educativa de
élite llamada Atlas Brookings, supuestamente una de las pocas que aceptan algunos
estudiantes de limitados recursos financieros.
Ser
un “mejorado”, por tanto, significa alcanzar el éxito. Eso sí, los padres deben
asumir un riesgo -en nombre de su hijo, lo cual, de partida, ya supone un
dilema ético nada despreciable- en forma de posible enfermedad degenerativa,
que es lo que le ocurre a la niña protagonista. Su madre decidió repetir el
procedimiento con su segunda hija, Josie, después de haber perdido a la primera
por la misma enfermedad, una muerte que la dejó con un miedo constante y un
sentimiento de culpa por haber arriesgado la vida de sus dos hijas. Ese drama
familiar desencad
enado por la decisión de Chrissy es el andamiaje argumental y
emocional de la novela, mientras que las observaciones y discretas reflexiones
de Klara -además de su eventual intervención- aportan la ironía dramática que el
lector necesita para integrar en ese armazón las cuestiones existenciales que
interesan a Ishiguro.
El lector va descubriendo esa sociedad del futuro a través de los ojos y la voz de Klara, progresivamente y al mismo tiempo que ella, a través de situaciones y diálogos que van revelando cada vez más detalles y matices, la forma en que la gente interactua, los secretos que esconden y la fina línea que separa el amor y la rabia: “lo que empezaba a tener claro era hasta qué punto los humanos, en su obsesión por evitar la soledad, hacían maniobras que resultaban muy complejas y difíciles de entender”.
En
“N
unca Me Abandones”, a Kathy H y sus compañeros clones se les animaba a crear
obras de arte para que sus profesores pudieran discernir si tenían alma. Klara
retoma la cuestión de qué es lo que nos hace humanos y, por tanto, dignos de
derechos, personalidad y amor. Esta pregunta difícilmente sorprenderá a ningún
lector de ciencia ficción, ya que el género ha convertido en un tópico desde
hace mucho tiempo el protagonista robótico en busca de su humanidad. Sin
embargo, en lugar de tomar el camino más trillado y preguntarse si la
tecnología es capaz de “humanizar” a una máquina, Ishiguro enfoca el dilema
desde otro punto de vista, preguntándonos si, para empezar, somos capaces de percibir
y comprender la humanidad en el prójimo.
En
ningún momento Ishiguro se plantea la cuestión de si las máquinas sienten
emociones porque es evidente que, en ese futuro, respuesta es afirmativa. Al
fin y al cabo, Klara fue diseñada para tenerlas, comprenderlas y responder a
las de los demás. El problema es que a los humanos que la rodean les ha dejado
de importar lo que eso significa. La
personalidad y sentimientos de Klara son
relegados en la desesperada lucha que libran sus dueños por demostrar su valía
en una meritocracia despiadada. Klara, por su parte, en vez de rebelarse, hace
aquello para lo que fue diseñada: no preocuparse por sí misma sino por el
bienestar físico y emocional de la familia humana que la ha acogido. Ahora
bien, Ishiguro está lejos de pretender mostrar a sus personajes humanos como
insensibles: su amor mutuo es el motor del drama y el conflicto de la novela y
sus emociones se retratan como reales y trágicas. Como siempre pasa, los
malentendidos son continuos. No es de extrañar: si los humanos son incapaces de
ver la profunda vida interior de Klara, es normal que tampoco puedan hacerlo
con la de los demás.
Unida
a esta pregunta de qué hace a un ser "humano", de fondo se vislumbra
una parábola sobre el cambio climático. Aunque este fenómeno no se menciona directamente
como fuerza destructora, la dependencia y obsesión de Klara con el Sol crean una
atmósfera de tensión que permea toda la novela. Como he dicho
, la robot se
convence de que, a cambio de salvar a Josie, el Sol quiere que destruya una
máquina muy contaminante que vio en la ciudad mientras aún estaba en el
escaparate de la tienda. El lector puede interpretar esa fe casi religiosa de
Klara como una actitud ridícula, incluso triste. Pero, ¿lo es acaso más que la
mayoría de nuestros tibios intentos de salvar a las generaciones futuras del
desastre climático inminente? ¿O que tantas otras fes humanas que defienden el
sacrificio a cambio de una redención?
Klara
no se equivoca al pensar que la maquinaria contaminante enferma a la gente, así
como nosotros no nos equivocamos al afirmar que las pajitas de plástico son
perjudiciales para el medio ambiente. Pero la destrucción de ese artefacto no
curará a Josie de su enfermedad, como tampoco dejar de utilizar pajas para los
refrescos disolverá la Gran Mancha de Basura del Pacífico. Los humanos de la
novela tampoco se equivocan al creer que la tecnología puede mejorar aspectos
de sus vid
as que han sufrido un deterioro a raíz del cambio climático. Es el
caso de la propia Klara, un sustituto de la socialización presencial que ahora
se les niega a los niños. Pero este avance en Inteligencia Artificial y
Robótica no puede reparar los daños causados por otras tecnologías. Y cuanto
más se distancian los humanos entre sí -un proceso que en la novela se
intensifica y consolida gracias, precisamente, a la tecnología-, menos
conectados están con aquello que realmente podría salvarlos: su amor mutuo.
“Klara y el Sol” no es una historia ludita ni moralista, prefiriendo centrarse en las complejas interacciones a que dan lugar el amor y el poder. Quienes ya conozcan otras novelas de Ishiguro, no se sorprenderán aquí de no encontrar respuestas fáciles y sí una desgarradora exploración de lo que significa cuidar a los demás y las imposibles contradicciones inherentes a esa tarea. La humanidad, argumenta la novela, es más que la suma de sus partes: emoción, memoria y percepción.
Precis
amente
la percepción es una capacidad que se destaca de manera especial en momentos de
angustia emocional. Klara es un ser muy empático y experimenta esa sensación de
una forma que afecta a su sentido de la visión, volviéndose ésta multifacética,
casi como la de un insecto, con escenas separadas en dos o más "bloques”.Esto
es lo que sucede en una escena singularmente intensa con Chrissy: "La Madre se inclinó sobre la mesa y me miró
fijamente, hasta que su rostro ocupó ocho bloques, dejando libres solo los
bloques periféricos para la cascada, y por un momento me pareció que su expresión
variaba entre un bloque y otro. En uno, por ejemplo, sus ojos reían con
crueldad, pero en el contiguo rebosaban tristeza”. Es un momento a la vez
extraño, artificial (piénsense en las pantallas partidas a las que todos nos
hemos acostumbrado en la actualidad) y, sin embargo, también completamente
humano porque representa la forma en que luchamos por comprender los
pensamientos y sentimientos de otra persona, cómo éstos adoptan caras
"diferentes" que se mezclan de forma compleja, no siendo nadie una
sola cosa. Esta idea ya le había sido transmitida a Klara al principio de la
novela, cuando la Gerente, tras una observación particularmente desconcertante
par
a la inexperta robot, aquélla le explicó: “A veces, en momentos especiales como ese, las personas sienten al mismo
tiempo alegría y dolor”.
Una
lección importante dado que en esta historia todo el mundo experimenta algún
tipo de dolor: físico, emocional, el de la ausencia, el del acoso, el de
sentirse diferente, del aislamiento, de la responsabilidad, de la culpa, de la
desesperación, del miedo y de la esperanza. Klara se mueve a través de todo
este dolor, observando atentamente pero sin perder el optimismo. Es ella, el
ser artificial, quien constantemente consuela a los humanos, diciéndoles,
aunque sin ninguna razón lógica ni evidencia que lo sustente, que tiene un “buen presentimiento” sobre lo que le
sucederá a Josie, que “cree” que hay
una esperanza que los humanos no ven. Y eso a pesar de que la propia Klara
siente miedo en ocasiones, como cuando debe sacrificar una parte de ella misma
para alcanzar su meta, cuando su fe flaquea frente al sol poniente o, un
instante más mundano, cuando ve por primera vez un toro: “M
e asusté tanto por su aspecto que dejé escapar una exclamación y me
detuve. Jamás había visto nada que emitiese de golpe tantas señales de furia y
voluntad de destrucción. La cabeza, los cuernos, los gélidos ojos que me
observaban me provocaron miedo, pero sentí algo más, algo más inquietante y
profundo. En ese momento me pareció que era un gran error que se permitiera que
esa criatura estuviera allí plantada, cubierta por las manchas del Sol, que ese
toro pertenecía a las entrañas de la tierra, a un lugar entre el barro y la
oscuridad, y que su presencia sobre la hierba solo podía traer terribles
consecuencias”.
“Terribles consecuencias” que todos los humanos tienen motivos para temer dadas las malas decisiones que tomaron en el pasado, desde Chrissy repitiendo su error con Josie tras la muerte de su primogénita a toda la civilización que ha decidido olvidar el daño medioambiental que estaba provocando. Y lo peor es que nadie parece aprender la lección porque Klara acaba padeciendo también las consecuencias de los actos y decisiones ajenas, algo que se revela conforme la novela se acerca a su final.
“Klara
y el Sol” es una novela de ritmo, atmósfera y tono tranquilos y sobrios.
A
pesar de la presencia de robots y cambio climático, no es tanto una distopía
cínica y pesimista como nuestra propia realidad deformada por una lente. En su retrato
de una sociedad disfuncional, hay notas de esperanza e incluso respuestas
cotidianas y sencillas a cuestiones existenciales. El lenguaje robótico y
sencillo de Klara (intercalado con pasajes de inspiración poética, casi
religiosa) halla un reflejo mucho menos inocente en el uso de eufemismos que la
sociedad humana utiliza para encubrir verdades más oscuras:
"sustituido", "mejorado", "apagado lento"… . El
final es perturbadora y engañosamente suave al tiempo que melancólico y
conmovedor.
No
es este un libro, sin embargo, al que no se le hayan formulado algunas
críticas. La más común ha sido la de tratarse de una novela juvenil y, por
tanto, tener un tono demasiado ligero. Aunque hay algo de cierto en ello, discrepo
en cuanto a que sea un punto negativo y, de hecho, funciona perfectamente en el
contexto general de la historia. Klara, a pesar de ser un prodigio tecnológico,
tiene una visión del mundo ingenua, podría decirse que infantil, algo de lo que
no acaba de desprenderse
del todo en lo que se refiere a su fe en el poder del
sol. Es comprensible dado que se alimenta de energía solar. Que esa candidez se
convierta en una actitud casi religiosa y a todas luces insensata, refuerza la
caracterización del personaje.
Otras críticas parecen más justificadas. La mayoría de los lectores no adeptos a la Ciencia Ficción normalmente solo están dispuestos a suspender parcialmente su incredulidad, lo que les dificulta la inmersión en el poco definido mundo que nos propone Ishiguro. Por el contrario, aquellos que esperen encontrar una novela de CF más, digamos, “pura”, pueden sentirse algo defraudados. Dado el nivel que ha alcanzado la tecnología robótica y otras como la genética, el resto de ese futuro se parece demasiado a nuestro presente. La gente sigue comunicándose mediante dispositivos digitales (“rectángulos”, los llama Klara”) y la tecnología aparentemente de vanguardia se reduce a un grupo de drones volando en formación. Da la impresión de que se ha invertido poco esfuerzo en crear un mundo distinto al nuestro.
Ade
más,
si bien la primera mitad del libro avanza con soltura, la tercera parte se torna
algo confusa, incluso atropellada, y para cuando queda claro que no se van a
obtener respuestas definitivas, muchos lectores ya habrán desconectado. El
verdadero giro de la historia, en el que se revelan los planes de la familia
para Josie y Klara, se deja de lado con rapidez, y hay una confusión de hilos
argumentales que nunca parece desenredarse y resolverse del todo. De hecho,
varios conceptos parecen quedar olvidados por el camino. Por ejemplo, que se
insista bastante al principio en el origen inglés de Rick y su madre, cuando a
la hora de la verdad eso no lleva a parte alguna. Lo mismo puede decirse de la
forma en que Klara identifica en varias ocasiones a ciertas personas como
"de piel negra". Obviamente, Ishiguro pretende decir algo con ello,
pero es esta también una idea que se desvanece a medida que el libro avanza.
Pero estos son problemas relativamente menores en relación a las virtudes de la obra y que no deberían disuadir a ningún aficionado a la CF de calidad a abordar la lectura de “Klara y el Sol”. Es una novela muy disfrutable y amena que nos brinda una perspectiva interesante sobre el rumbo que está tomando nuestra sociedad tecnológica y el precio en términos emocionales y sociales que pagamos por ese progreso.

No hay comentarios:
Publicar un comentario