El subgénero zombi ha sido declarado "muerto" casi tantas veces como sus propios monstruos. Que se resista a desaparecer por completo sugiere que quizá no estemos tanto ante una agonía terminal como una metamorfosis. Tras décadas de saturación (a la cual no fue en absoluto ajeno el fenómeno de “The Walking Dead”), el público ya no se conforma con ver a personajes perfilados de acuerdo a sobados arquetipos que se enfrentan en una orgía gore a una horda de zombis feroces.
Las aportaciones más interesantes de los últimos tiempos
utilizan al zombi más como parte del paisaje que como centro de la acción y
motor del suspense, hibridando el subgénero con otros como la sátira o el drama
al tiempo que desplazan el foco del Terror a la Ética y la Ciencia. Frente a la
acción frenética, los directores modernos apuestan por narraciones más lentas e
intimistas, abordando estas historias más desde un punto de vista autoral que como
producto de consumo masivo. Así, podemos mencionar series como “En Carne Viva”
(2013) o películas como “Retornados” (2013), “Maggie” (2015) o la que ahora nos
ocupa, ópera prima de John Rosman como director y guionista.
La primera escena que vemos al comenzar la película nos
muestra a una joven, Jessica (Hayley Erin), saliendo a escondidas de una casa
en la que irrumpen unos enmascarados, con la cara manchada de sangre y
expresión angustiada y confusa. Su actitud y actos (roba ropa, mira a su
alrededor con precaución, camina temerosa, se cuela de polizona en una
furgoneta y se interna sola en los fríos bosques norteños) sugieren claramente
que está huyendo, pero no sabemos de quién ni por qué, una ignorancia en la que
el espectador se va a mantener durante buena parte de la película, aunque poco
a poco irá desvelándose el terrible misterio.
La segunda mujer sobre la que se apoya la trama es Elsa
(Sonya Walger), una agente de campo cuyo equipo ha sido contratado para
encontrar a
la joven e impedir que llegue a su destino supuesto, la frontera
canadiense. Hay una razón por la que su empleador habitual, Raymond (Tony
Amendola), la ha escogido aun cuando ella claramente está quemada de su
trabajo. Y esa razón es que Elsa está enferma de ELA (Esclerosis
Lateral Amiotrófica), una enfermedad neurodegenerativa que acaba
invariablemente con la muerte del paciente. Siendo una mujer de acción e
independiente, se siente incapaz de soportar la larga degeneración que le
espera y considera el suicidio. Raymond le ofrece esta última misión como
alternativa a jubilarse y sentarse a esperar el final. Elsa acepta, aunque su
enfermedad ya ha empezado a manifestarse, limitando seriamente su capacidad
sobre el terreno.
El guion mantiene las cartas ocultas durante buena parte
del metraje. Poco a poco, Elsa y su equipo van estrechando el cerco mientras
Jessica va avanzando hacia el norte, huyendo de un pasado sin aclarar y
lidiando con las necesidades básicas de supervivencia: dónde dormir, qué comer,
buscar un lugar para vivir y trabajar… Por el camino va encontrando manos
amigas que la ayudan sin hacer demasiadas preguntas. Elsa solicita más personal
y apoyo de las autoridades locales habida cuenta de la envergadura de la
operación, pero Raymond, por alguna razón que solo más tarde se desvela, no
puede o no quiere facilitárselo.
(ATENCIÓN: SPOILER). El quid de la cuestión es que Jessica
es portadora accidental de una variedad artificialmente mutada del Ébola, que
le contagió
un perro escapado del laboratorio de una importante empresa
farmacéutica. Todos aquellos con los que ha entrado en contacto (su novio, una
pareja de amables granjeros, la camarera del bar de pueblo que la acoge) acaban
infectados. Pero esta cepa no sólo provoca horribles heridas y hemorragias,
sino que transforma a las víctimas en agresivos zombis. La fuga de Jessica en
busca de una nueva vida (ella ignora que está enferma y cree que la persiguen
por el asesinato de uno de los guardias que inicialmente la confinaron) se
convierte en un encadenamiento de malas decisiones, un reguero de infectados
que Elsa va siguiendo hasta su origen.
En su impresionante debut en pantalla grande (porque ya
tenía tras de sí una amplia experiencia en diferentes series de televisión,
sobre todo “Hospital General”), Hayley Erin aporta a su personaje una mezcla de
intensidad salvaje y calma precavida. En muchos sentidos, “New Lif
e” no se
diferencia demasiado de tantas películas independientes que tratan sobre
mujeres que huyen de relaciones tóxicas o buscan un trabajo y un hogar en
tiempos de incertidumbre económica. De hecho, aquellos con los que va
interactuando Jessica en su viaje, dan por supuesto, al ver su anillo de
compromiso y su ojo morado, que huye de algún novio o esposo maltratador. El
realismo de esas escenas y la matizada interpretación de Erin casi hacen
olvidar que tan sólo unos minutos antes, la película había comenzado en un tono
muy diferente, con la joven cubierta de sangre huyendo de su casa mientras un
comando derribaba la puerta. Igualmente cotidianas y realistas son las escenas
en las que Elsa, que mantiene su enfermedad en secreto, lidia con los problemas
que ésta le genera en cosas tan sencillas como caminar, abrocharse un botón o
bajar unas escaleras.
El componente terrorífico de la historia se introduce de
lleno en el tercer acto, lo que podría resultar forzado y poco natural habida
cuenta del tono de realismo documental y emoción contenida de los dos primeros
tercios. Sin embar
go, ambos segmentos se integran con naturalidad, con
resultados impactantes y aterradores, a medida que el espectador se da cuenta
de la inevitabilidad del destino de las dos protagonistas. Aunque “Nueva Vida”
se inspira en otros thrillers pandémicos como “Estallido” (1995) o las
persecuciones de pacientes contagiosos como “Pánico en las Calles” (1950),
Rosman utiliza los mismos ingredientes para ofrecer algo diferente. Puede que
no sea un ejemplo particularmente intenso dentro del subgénero del terror
pandémico suborden zombis, pero el estudio que hace de los sentimientos de una paciente
cero y la mujer enferma encargada de encontrarla distingue esta propuesta
respecto a muchas otras cintas más orientadas a la acción y el suspense. De
hecho, aunque la sombra imprecisa pero cierta de una empresa farmacéutica sin
escrúpulos planea sobre toda la historia, no existe la figura de un villano
claro. Las dos mujeres, presa y cazadora, son víctimas de sus cuerpos, luchan
por sobrevivir y tienen buenas razones para actuar como lo hacen, lo que hace
que el espectador pueda comprenderlas y empatizar con ambas.
Según comentó el propio Rosman: “Lo que afrontan los dos personajes de la película es muy similar. Una
se enfrenta a un apocalipsis, y la otra a un apocalipsis personal. La una se
siente bien, pero afecta a todos los que la rodean; mientras que la otra no se
siente bien, pero quienes la rodean están a salvo. Ambas mujeres, una vez que
comprenden lo que está sucediendo, tienen que atravesar todas las etapas del
duelo”. Es más, las dos se sienten igualmente desesperadas por motivos
similares aunque opuestos. Jessica huye de su pasado para encontrar una nueva vida,
un anhelo que, como ella admite, ya bullía en su interior previamente a la
tragedia a la que se ha visto arrojada; Elsa, por su parte, no quiere abandonar
la vida que tiene, pero se ve obligada a encarar una completamente diferente.
Mientras que la primera se aferra desesperadamente a su sueño, la segunda lo
hace a la misión que mantendrá su autoestima y dignidad a flote durante algo
más de tiempo antes de tener –o no- que asumir el destino que la espera.
Por tanto, el núcleo de la película no reside en salvar a
la humanidad de un apocalipsis zombi, sino en seguir a estas dos mujeres de
diferentes generaciones en su lucha por encontrar esperanza y sentido ante un
futuro sombrío. Por eso, a
pesar de la constante amenaza de la cuenta atrás, la
trama ofrece poca acción física, centrándose en cambio en el sufrimiento y la
resiliencia de las dos protagonistas. El componente emocional se potencia por
el hecho de que Jessica solo encuentra en su huida personas amables y decentes que
le ofrecen esperanza y calor humano. Conocer a estas almas bondadosas al mismo
tiempo y con la misma cercanía que la protagonista, hace que sus destinos
finales resulten todavía más impactantes y trágicos, enfatizando todavía más la
ferocidad indiscriminada de la Naturaleza.
John Rosman trabajó durante más de una década como editor digital para cadenas de televisión en Oregón y San Diego y productor de cortos documentales, videos musicales y corporativos. Esta larga etapa formativa le enseñó a contar historias con recursos limitados y manejar el ritmo de forma precisa. Se mudó a Los Ángeles para hacer su primer largometraje, pero cuando no consiguió la financiación suficiente, escribió el guion de “New Life” y unos meses más tarde ya estaba rodando en Oregón.
“New Life” no esconde su alma de película independiente.
Tiene un elenco limitado, ningún efecto especial más allá del trabajo de
maquillaje, un tono intimista y una capa de realismo para cuya obtención bastó
con rodar en los paisajes y pueblos de Oregón. Pero, como él mismo decía, la
experiencia de Rosman le ha enseñó a condensar la acción en unos muy asumibles
85 minutos con un ritmo que, lejos de ser frenético, sí está bien dosificado, alternando
las dos subtramas con flashbacks que van revelando el origen de la crisis y unos
momentos gore de los que no se abusa y que están colocados donde deben estar.
Y hablando de zombis, aunque el maquillaje está muy conseguido a la hora de transmitir repugnancia y podredumbre y las explosiones de violencia son adecuada y previsiblemente tensas y aterradoras, la película pone más atención en el “body horror”, un subgénero cuyo miedo proviene del miedo a perder el control sobre el propio organismo. Es el caso tanto de Jessica (que no puede controlar a quién infecta y que, a la postre, ella misma empieza una lenta y horrenda transformación) como de Elsa, víctima de una enfermedad que disociará su mente de su propio cuerpo. Por otra parte, cuando se estrenó la película, la pandemia del Covid-19 estaba todavía muy fresca en la mente colectiva, por lo que aportó un grado extra de significado, recordando al espectador la vulnerabilidad de nuestros cuerpos frente a ciertos agentes externos de los que no podemos defendernos.
“New Life” no es una película para quien desee o espere un producto más convencional en el subgénero de zombis, porque lo que aquí encontrará es una mezcla del thriller de huidas, conspiraciones corporativas y body horror pasado por una lente minimalista y cercana y apoyado en la intensidad matizada de las dos protagonistas, las rápidas y eficaces caracterizaciones y el paisaje rural del norte de Estados Unidos.

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