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sábado, 2 de noviembre de 2019
1964- PUNTO LÍMITE – Sidney Lumet
Casi toda la ciencia ficción cinematográfica de los años cincuenta del pasado siglo incluía de una u otra forma el espectro de la guerra nuclear y las tensiones de la Guerra Fría. A veces se enmascaraban esos miedos bajo la forma de monstruos revividos por la radiación atómica que causaban la destrucción por doquier antes de ser aniquilados por las fuerzas del orden; o en historias de supervivencia en la que un grupo de hombres y mujeres arreglaban sus diferencias y se disponían a repoblar y construir un nuevo y mejor mundo.
En la década de los sesenta, la Guerra Fría se intensificó y ese incremento en la angustia por el futuro tuvo su reflejo en las películas. “La Hora Final” (1959), con su apuesta pesimista por un futuro sin supervivientes, marcó un punto de inflexión en el cine atómico de la época. En ese ambiente de sospechas recíprocas entre las dos potencias dominantes, cada una de ellas aumentando y perfeccionando el armamento nuclear con la amenaza de usarlo para contraatacar en caso de una ofensiva sorpresa, se produce en 1962 la denominada Crisis de los Misiles Cubanos. Este evento marcó un antes y un después en la apreciación del problema atómico por parte de la sociedad norteamericana, que tuvo que enfrentarse al hecho de que la guerra de este tipo había pasado de ser un terror algo vago a una posibilidad muy real e incluso inminente.
A raíz de ello surge una especie de sub-género que podríamos llamar de films “preholocausto”, aquellos que narran con un austero realismo los acontecimientos que culminan en una guerra nuclear, sin entrar a valorar el escenario resultante tras esta. Ahí tenemos, por ejemplo, la interesantísima “Siete Días de Mayo” (1964), de John Frankenheimer, o la que ahora me ocupa, “Punto Límite”.
En Estados Unidos, un par de congresistas están visitando el SAC (Mando Aéreo Estratégico de los Estados Unidos), en Omaha, guiados por el general Bogan (Frank Overton) y su ayudante, el coronel Casclo (Fritz Weaver). La sala principal de control, un gran mapa del mundo en el que se pueden proyectar las fuerzas aéreas y nucleares desplegadas, muestra hasta donde se ha integrado la tecnología en la vigilancia y control de la maquinaria bélica. En ese momento, se detecta un objeto volador no identificado sobrevolando territorio americano y se pone en marcha la rutina establecida para estos casos, elevando el nivel de alerta militar. Mientras unos cazas salen al encuentro de la misteriosa aeronave, los escuadrones de bombarderos estratégicos nucleares se dirigen hacia unas coordenadas predeterminadas, los “puntos límite”, en los cuales aguardarán la orden definitiva de ataque.
El objeto no identificado es interceptado por los cazas y resulta ser un avión civil fuera de ruta, pero algo sale mal con un grupo de bombarderos cuando se les envía la señal para que abandonen su punto límite. Al cambiar un relé del panel de control del SAC, reciben por error la orden de poner rumbo hacia territorio soviético y lanzar sus bombas atómicas sobre Moscú. Una interferencia electromagnética diseñada por los rusos impide comunicarse con los aviones, por lo que tampoco se les puede avisar de que todo es una equivocación. El Presidente norteamericano (Henry Fonda) contacta mediante el teléfono rojo con el Primer Ministro soviético con ayuda de un intérprete (Larry Hagman) y consigue convencerlo para que anule las interferencias y así aquel pueda hablar personalmente con el comandante del escuadrón, pero éste desoye el llamamiento ya que así lo dicta el protocolo a seguir (la voz de aquél, se dice, podría ser imitada por el enemigo).
Un consejero civil del Pentágono, el profesor Groeteschele (Walter Matthau), le dice al Presidente que ese error técnico podría ser la oportunidad de eliminar la amenaza soviética de una vez por todas, ya que está convencido de que los rusos no contraatacarán. Pero el Presidente opta por proporcionar a los soviéticos toda la información necesaria, incluso la secreta referente a sistemas de armamento, para que tengan más oportunidades de derribar a los aviones americanos antes de que lleguen a su objetivo. Esta decisión causa inquietud y conatos de rebeldía entre los oficiales del ejército. Cuando la tensión aumenta y nada parece impedir el holocausto, al Presidente sólo le queda una opción para apaciguar a los rusos: demostrar que ha sido un accidente y que no lancen una represalia masiva ordenando que un avión americano arroje una bomba nuclear sobre Nueva York.
Sidney Lumet era ya por entonces un respetado director con una larga trayectoria en televisión que además había firmado películas tan sobresalientes como “Doce Hombres Sin Piedad” (1957) o “Larga Jornada Hacia la Noche” (1962). Como la primera de esas cintas, Lumet aborda “Punto Límite” con un estilo teatral y un ritmo firme. En vez de un drama, en esta ocasión se nos presenta un thriller sin acción, tiroteo ni explosiones, pero con una tensión inmensa y creciente generada sólo por los diálogos y las interpretaciones alrededor de un tema tan terrorífico como el de la guerra nuclear causada por un encadenamiento de fallos técnicos y humanos. Una tensión que evoca de forma muy acertada lo que muchos debieron sentir durante la todavía muy cercana Crisis de los Misiles Cubanos, con el reloj marcando inexorable la cuenta atrás y las frentes perladas de sudor.
Tras una escena inicial un tanto extraña en la que el general Warren Black (Dan O´Herlihy), de las Fuerzas Aéreas, tiene una pesadilla y trata de desentrañar su significado, la acción (como más adelante veríamos también en la más famosa “Teléfono Rojo, ¿Volamos Hacia Moscú?”,1965) se circunscribe a tan sólo tres escenarios: la austera sala de la Casa Blanca donde se encuentran el Presidente y su intérprete en comunicación telefónica con el Kremlin; el Pentágono, donde se hallan reunidos el Secretario de Defensa y sus expertos militares y civiles; y el SAC, el centro militar desde donde se monitoriza la situación. En cada uno de esos escenarios se desarrolla una faceta diferente de la crisis: en la Casa Blanca, la tensión política entre los dos dignatarios; en el SAC, la tecnológica y militar; y en el Pentágono, la discusión intelectual acerca del curso a seguir.
La narración se estructura como una serie de clímax dramáticos: cada escena comienza con el atisbo de una débil esperanza de resolver el problema, aumenta la tensión conforme los personajes se enfrentan a sus propios compatriotas hasta que, al final, esa esperanza es aplastada y la pesadilla continúa. A medida que el minuto del apocalipsis se aproxima, Lumet crea la ilusión de que el mundo se reduce cada vez más hasta que sólo el Presidente, un teléfono y la voz del distante premier ruso separan el hombre de su autodestrucción.
Se pueden trazar muchas similitudes entre “Punto Límite” y “Teléfono Rojo…”. Cuando Stanley Kubrick dirigió la segunda, decidió que la novela de Peter George que le servía de base era tan pesimista que la única forma de presentarla era como una sátira muy negra. Algunos comentaristas maliciosos han subrayado que el material que nos ofrece “Punto Límite” hubiera podido dar lugar a una comedia todavía más siniestra. Y es que, efectivamente, el final parece en exceso absurdo, con un Presidente norteamericano ordenando bombardear Nueva York para demostrar que lo ocurrido en Moscú era un accidente. Es muy difícil de creer que un líder político tomara voluntariamente semejante decisión y uno no tiene dificultades en imaginar que Stanley Kubrick bien podría habría utilizado ese pasaje transformado en humor negro por obra y gracia de Peter Sellers. Dicho esto, el final de “Punto Límite” está expuesto con una convicción absoluta y profundamente trágica.
La película es una severa advertencia contra la confianza ciega en la tecnología a la hora de dejar en sus manos el destino de la Humanidad (al fin y al cabo, su título original, “Fail Safe”, “A Prueba de Fallos”, hace referencia irónica a la soberbia de los técnicos cuando diseñan sus sistemas y a los militares cuando los implementan). No es que arruine la experiencia del visionado, pero la contundencia de su mensaje queda algo diluida por la inclusión de un mensaje final: “Los productores de este film desean subrayar que la postura del Departamento de Defensa y las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos es que un estricto y obligatorio sistema de salvaguardas y controles aseguran que hechos como los mostrados en la historia no puedan suceder”.
Esto hace de “Punto Límite” una película que, en último término, recula de la pesadilla expuesta e intenta aligerarla rematándola con un comentario que asegura que sólo se trata de una ficción, ni siquiera una posibilidad. Es más, con esa frase los productores y el estudio (Columbia Pictures) se alinean con la postura del ejército y los políticos del momento, a saber, que el gobierno americano y el estamento militar están integrados por individuos cuerdos que jamás permitirían que algo así sucediera. Lo terrible es que, efectivamente, a punto estuvo de ocurrir, no sólo en la Crisis de los Misiles cubanos sino, más adelante y ya en los ochenta, como ya conté en la entrada dedicada a “Juegos de Guerra” (1983).
Por contraste, “Teléfono Rojo…” no siente la necesidad alguna de retractarse. Al contrario, en esa película, las personas en el poder son caricaturas, lunáticos, lo que contrasta con el realismo con el que se rueda la película (en los escenarios, la fotografía…)… sin restar un ápice de terror puesto que uno no puede sino pensar que lo que Kubrick nos presenta es, precisamente, lo que podría suceder en la realidad.
La sofisticada sala de control del SAC, amplia, con su gran pantalla alimentada con información transmitida por radares de todo el mundo, filas de ordenadores y lucecitas titilantes, contrasta poderosamente con la desnudez y estrechez de la sala de la Casa Blanca desde la que el Presidente trata de afrontar la crisis y salvar el mundo. El guionista Walter Bernstein salpica el guión con referencias a los peligros de confiar ciegamente en la tecnología. Los generales y sus avanzados artefactos no sólo provocan el problema sino que luego son incapaces de arreglarlo, mientras que el Presidente, armado tan sólo con un teléfono, trata de encontrar una solución humana para la tragedia que se avecina. Puede que los ordenadores trabajen a una velocidad imposible para un cerebro humano, pero no pueden competir con nuestra capacidad para razonar, comprender y valorar las consecuencias de una u otra decisión al borde de un desastre planetario.
“Punto Límite” es también una película articulada en base a una serie de discursos. Los actores, más que a personajes bien construidos, tienden a encarnar puntos de vista polémicos que articulan con total seriedad. No se puede negar que el guión pone sobre la mesa diversos debates de enorme interés sobre los que se puede discutir largo y tendido. A pesar de que, como digo, los personajes son unidimensionales, los actores hacen un trabajo formidable, interpretándolos con absoluta convicción.
En lo que parece una irónica condena de la Guerra Fría, los personajes no militares son los más memorables. Henry Fonda le da al presidente su personal carisma de hombre honrado y responsable que inmediatamente descarta cualquier inútil reacción de ira, culpa y rabia para concentrarse en lo importante: evitar el apocalipsis. Su rostro refleja maravillosamente la intensidad emocional de las decisiones que toma y los fracasos en que éstas se traducen. Su interpretación es sobresaliente teniendo en cuenta que no dispone prácticamente nada con lo que interactuar. Como había sido su personaje en “Doce Hombres Sin Piedad” (recordemos, otro film de Lumet y circunscrito a un solo espacio físico), su Presidente vuelve a ser alguien sereno y circunspecto pero al mismo tiempo muy humano, cuya obsesión es la de salvar vidas.
Aunque nunca llegan a encontrarse físicamente en la película, el profesor Groeteschele es la contrapartida perfecta del Presidente. Sin corazón ni sentimientos, puramente teórico en sus apreciaciones y sólo interesado en los cálculos estratégicos y económicos filtrados por su fanática ideología anticomunista, Groeteschele presume de su conocimiento exhaustivo de los fríos datos, pero ignora todo lo relacionado con la ética y las emociones. Representa esa idea del “ordenador humano”, que escupe todas las respuestas pero es incapaz de comprender y empatizar con el sufrimiento que se esconde tras los números. Walter Matthau, en un acusado contraste con el tipo de personajes malhumorados pero encantadores que luego interpretaría en las comedias junto a Jack Lemmon (“En Bandeja de Plata”, “La Extraña Pareja”, “Primera Plana”), le da vida como un individuo frío, arrogante y cortante que lanza sus argumentos xenófobos a favor de la guerra nuclear con una inquietante naturalidad. Mención especial también para un joven Larry Hagman en el papel del intérprete y quien hace un gran trabajo con el poco papel del que dispone.
“Punto Límite” es una película muy interesante y bien rodada, un auténtico clásico que no sólo nos anima a reflexionar sobre temas interesantes sino que nos ofrece además un testimonio histórico sobre el grado de tensión que se vivió en la década de los sesenta entre Estados Unidos y la Unión Soviética y lo cerca que se percibió la guerra nuclear.
A recomendar asimismo el remake que se hizo en 2000 para televisión y con el mismo título, dirigido por Stephen Frears y con un reparto que incluía a Richard Dreyfuss, Sam Elliott, James Cromwell, Hank Azaria, Don Cheadle, George Clooney o Harvey Keitel. Se rodó también en blanco y negro con la peculiaridad de emitirse en directo desde dos estudios de la Warner Brothers para la CBS, el primer programa de estas características que podía verse en esa cadena en treinta y nueve años.
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