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miércoles, 22 de junio de 2011
1906- LA INVASIÓN DE 1910 – William Le Queux
En el tiempo transcurrido entre la publicación de “La Batalla de Dorking” en 1871 y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 hubo, literalmente, cientos de autores escribiendo libros sobre guerras futuras y fantasías de invasión. Sus obras a menudo alcanzaron una inmensa popularidad en Inglaterra, Alemania y Francia. Se estima que llegaron a publicarse unos 400 títulos, el más conocido de los cuales fue “La Guerra de los Mundos” de H.G.Wells, si bien hemos analizado varios de ellos en entradas anteriores.
Aunque entre 1870 y 1903 la mayor parte de aquellos libros proponían la tesis de que el enemigo sería Francia en lugar de Alemania, esto cambió con la publicación de “El enigma de las arenas” (1903), del que ya hemos hablado en otra entrada. De todos aquellos cientos de autores pocos siguen reeditándose hoy en día. Uno de ellos es William Le Queux.
Periodista, diplomático (cónsul honorario de San Marino), viajero, aviador y pionero de la radio (emitía música desde su propio aparato mucho antes de que la radio fuera una invención extendida), fue, probablemente, el más prolífico escritor del subgénero de fantasías bélicas. Su primera novela fue “La Gran Guerra en Inglaterra de 1897” (1894) y desde ese momento experimentó una auténtica diarrea literaria, publicando al ritmo de uno a doce libros al año hasta su muerte en 1927. Sus historias se serializaban en los periódicos de la época, especialmente el Daily Mail, y consiguieron atraer a un buen número de lectores.
En ciertos aspectos, se puede considerar que “La Gran Guerra de Inglaterra de 1897” era la antítesis de la madre del género, “La Batalla de Dorking”: mientras esta tenía un final sombrío teñido de derrota y decadencia, en aquella no sólo la invasión de Londres era repelida en el último momento (con la ayuda de Alemania, aliada de Inglaterra en la historia y enemiga acérrima de Rusia y Francia) sino que Gran Bretaña veía su imperio enormemente ampliado con la anexión de Argelia y las regiones asiáticas de Rusia.
Pero la novela de invasiones futuras más popular de Le Queux fue “La invasión de 1910”, traducida a veintisiete idiomas y con ventas superiores al millón de copias. Le Queux y su editor, en una maniobra de marketing magistral, cambiaron el final del libro según el país en el que se publicaría la edición correspondiente (en la versión alemana, son éstos los que ganan, por ejemplo). Se decía que Le Queux era el escritor favorito de la reina Alejandra.
La novela fue encargada para el Daily Mail por Lord Northcliffe con un propósito político claro, apoyada por una amplia campaña publicitaria y escrita para que en la historia se mencionaran pueblos y aldeas en las que las ventas del diario eran importantes, incrementando de esta forma la circulación del periódico y, de paso, haciéndole ganar una pequeña fortuna a Le Queux. Parece ser que la idea de la novela provino del mariscal de campo Earl Roberts, quien se dedicaba a dar conferencias a los niños ingleses sobre la necesidad de prepararse para la guerra, algo que, según la visión de un sector de la sociedad de la época, era algo en lo que el país estaba haciendo un pobre papel.
El libro comienza con la invasión de Gran Bretaña por parte de los alemanes, que consiguen desembarcar en la isla, avanzando hacia el interior y cortando las líneas de telégrafo a su paso, además de arrasar las granjas. Aunque consiguen ocupar la mitad de la ciudad de Londres, surge, como era de esperar, la heroica figura de un político que llama a la unidad y la resistencia. Los rebeldes hostigan a los teutones haciendo uso de su pequeño número, movilidad y obstinación hasta que el enemigo se tiene que enfrentar a un levantamiento popular. Al final, aunque son expulsados de Gran Bretaña, los alemanes se quedan con Bélgica y Holanda.
Literariamente, el libro adopta la forma de un tratado de historia militar, incluyendo mapas, extractos de los diarios y cartas de los personajes que toman parte en el conflicto, proclamas ficticias, noticias periodísticas y disquisiciones sobre estrategia militar. Efectivamente, no hay personajes fijos cuyas peripecias seguir a excepción de un puñado de generales y políticos de efímero papel en la historia. Es, en definitiva, la crónica de una campaña militar que nunca tuvo lugar, un tratado histórico más que la narración de un testigo o un combatiente. Y es posible que eso fuera precisamente una de las principales claves de su éxito –además de su tono acusador contra los gobernantes británicos contemporáneos-. Esta aproximación en la que se intenta transmitir una sensación de verosimilitud, de que lo que se cuenta podría suceder hoy o mañana, volvería a tener buena aceptación popular en obras posteriores como “The Great Pacific War” (1925) de Hector Bywater o “The Third World War: August 1985” (1978) del general Sir John Hackett.
La novela de Le Queux fue también llevada al cine, aunque el proyecto sufrió no pocos inconvenientes. La productora Gaumont se interesó por la historia en 1912, pero, claro, para entonces ya había que cambiar el título: “El raid de 1915”. La filmación se terminó en 1913, pero fue sometido a censura en Inglaterra y archivado en el cajón hasta octubre de 1914, cuando el conflicto mundial ya estaba a la vuelta de la esquina, así que hubo de buscarse un nuevo título: “Si Inglaterra fuera invadida”. En esos momentos, el público bastante tenía con las noticias que les golpeaban desde los periódicos como para responder adecuadamente a la ficción que la película proponía.
En fin, se trata de un magnífico ejemplo de novela de encargo que obtiene un éxito millonario, haciendo temblar a cientos de miles de lectores ante la perspectiva que mostraba, solo para desaparecer en la bruma del tiempo y apenas ser recordada más allá de cómo anécdota en la historia de la literatura eduardiana o de CF. No puede extrañar. Trataba un tema demasiado apegado a su propio tiempo que, por otra parte, era el único elemento de interés de la obra. Su patrioterismo era difícilmente exportable y duradero, su estilo algo indigesto y sus llamadas al rearme, la militarización, el adiestramiento de todos los hombres disponibles y la desconfianza suenan hoy algo paranoicos (aunque cuando estallaron la Primera y luego la Segunda Guerra Mundiales debieron de parecer proféticos).
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