jueves, 30 de noviembre de 2017

1974- EL HOMBRE DE LOS SEIS MILLONES DE DÓLARES


La cancelación de la serie original de “Star Trek” marcó el comienzo de un periodo relativamente yermo para la ciencia ficción televisiva. Y ello aun cuando “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) y sus maravillosos efectos especiales, habían demostrado como nunca antes la capacidad del género para maravillar –al menos visualmente- a los espectadores. De hecho, la producción de nuevas series de CF bajó tanto que, si “Star Trek” había sido la más importante de los sesenta, también lo fue en los setenta debido a su reemisión en el mercado sindicado, donde amasó mayor popularidad que en su recorrido inicial. Pero al margen de Kirk, Spock y la Enterprise, las series de CF americana más famosas de los setenta fueron “El Hombre de los Seis Millones de Dólares” y su spin-off, “La Mujer Biónica”.



Que el mundo entraba en una nueva realidad biomédica, con prótesis e implantes artificiales muy avanzados, empezó a hacerse notar a comienzos de los sesenta a raíz de la tragedia de la Talidomida (el medicamento alemán que resultó causar malformaciones congénitas en miles de niños) y la Guerra de Vietnam, que provocó multitud de amputados entre las fuerzas americanas (y los civiles camboyanos y vietnamitas, claro; pero éstos no se beneficiaron de los avances médicos occidentales). Estas circunstancias llevaron a invertir más dinero en la investigación de prostéticos, fijándose una nueva meta más ambiciosa que la simple sustitución de una extremidad por una versión mecánica: se trataba de imitar con la mayor fidelidad posible las funciones del miembro original…o incluso superarlas.

Muchos pensaron que gracias a la tecnología el hombre iba a poder desprenderse pronto de las limitaciones de su propio cuerpo físico. Aquella era sin embargo una visión positiva de las posibilidades del avance tecnológico que no halló reflejo en la mayor parte de las ficciones cinematográficas de la época, mucho más pesimistas al respecto de las consecuencias de tal avance sobre la libertad e individualidad humanas. Esa fascinación por el potencial de la biotecnología y el sentimiento ambivalente que despertaba fueron las ideas de partida del libro “Ciborg”, de Martin Caidin.

Publicado en 1972, la novela presentaba a Steve Austin, teniente coronel de las Fuerzas Aéreas y piloto de pruebas de la NASA, que en el curso de un vuelo experimental sufría un accidente en el desierto de Mojave, California. Con la ayuda financiera de la secreta Oficina de Operaciones Especiales (OSO según sus siglas en inglés), representada por Oscar Goldman, el doctor Rudy Wells, al frente de un equipo de cirujanos, reemplazaba las piernas, brazo y ojo de Austin que habían resultado dañados, por unos implantes biónicos que le proporcionaban habilidades sobrehumanas. ¿Hasta qué punto comprometían esos nuevos miembros su humanidad? Es una pregunta sobre la que no pudo reflexionar en profundidad antes de darse cuenta de que ese regalo no lo era tanto. El precio de esos dones era que Austin debía convertirse en agente encubierto del gobierno realizando misiones que un hombre normal jamás habría podido acometer.

Martin Caidin quería llevar esta historia a la pantalla, ya fuera la grande o la pequeña, tal y como había hecho ya con uno de sus libros anteriores (“Atrapados en el Espacio”, convertido en película en 1969 por John Sturges). Así que se dedicó a pasear su proyecto por los principales estudios hasta que conoció a Richard Irving, un ejecutivo de
Universal. Este estudio convenció a la ABC para que produjera un piloto que se titularía “El Hombre de los Seis Millones de Dólares”.

Buscar al actor ideal para el papel no fue fácil. Debía ser alguien capaz de transmitir al mismo tiempo fuerza y vulnerabilidad, alguien atractivo y varonil pero con la suficiente normalidad como para que el espectador pudiera identificarse con él viéndolo desenvolverse de forma creíble en situaciones extraordinarias. El estudio optó finalmente por Lee Majors, que hasta entonces formaba parte del reparto de otras series (como el western “Valle de Pasiones” u “Owen Marshall, Counselor at Law”) pero que aspiraba a ser la estrella de su propio programa. Por entonces, estaba casado con Farrah Fawcett y aunque todo esto sucedió antes de que la modelo y actriz triunfara en “Los Ángeles de Charlie”, la cadena ya sabía que tenía una pareja de oro. Así que le hicieron una prueba para “El Hombre…” y lo eligieron. Lee dejó “Owen Marshall” y se convirtió en el primer superhéroe realista de la
televisión (su esposa intervendría también en la serie en tres episodios interpretando dos personajes diferentes).

Sin embargo, la cadena se mostró inicialmente remisa a convertir ese telefilm en el piloto de una serie regular. A comienzos de los setenta, la ABC era la más “joven” de las tres grandes cadenas nacionales y a pesar de que su trayectoria había sido en general muy positiva en lo que a series se refería (“Embrujada”, “La Familia Adams”,“La Tribu de los Brady”, “Mamá y sus increíbles hijos”, “Días Felices”, “Kung Fu”), seguía siendo muy cauta a la hora de lanzar programas nuevos. Sabían que en este caso tenían un producto ganador, pero optaron por proceder con calma. Primero, en 1973, produjeron una serie de tres películas (el piloto y dos más) para el programa “ABC Suspense Movie”, emitido los sábados por la noche. Esas primeras entregas, con un Steve Austin muy al estilo de James Bond, se alternaron con otros telefilms y episodios de “Kung Fu”. Cuando finalmente , en enero de 1974, los excelentes resultados de audiencia aconsejaron transformarlo en serie regular y colocarlo en la parrilla de los viernes por la noche, se recortó su metraje de noventa a sesenta minutos y Austin pasó de ser un superagente invencible a un tipo más “normal” con el que la gente pudiera conectar mejor.

Aunque “El Hombre…” no fue ni mucho menos la primera representación de un ciborg en la
ciencia ficción (el término data de 1960), sí se puede afirmar con cierta seguridad que Steve Austin fue el primero que caló profundamente en la cultura popular norteamericana. La novela de Caidin se cita incluso como precursora del subgénero ciberpunk que tanto se cultivó en los ochenta y noventa. Dado su interés en la cibernética y los efectos físicos y psicológicos que los implantes tienen sobre su receptor, “Ciborg” sin duda está relacionado con uno de los temas recurrentes del ciberpunk: la creciente dependencia de la sociedad y del individuo respecto de la tecnología así como la línea cada vez más borrosa que separa a los humanos de las máquinas que manejan. Asimismo, la novela desplegaba una buena dosis de cinismo dirigido a la tecnología, el gobierno y la sociedad en general, un tono más tarde adoptado por muchas historias ciberpunk. Aunque algo de todo esto puede encontrarse en el primer telefilm –de forma muy diluida, claro está-, para cuando dio comienzo la serie semanal todos esos temas se eliminaron.

La versión televisiva también registró otros cambios respecto a la novela, poniendo más énfasis en la acción y las hazañas heroicas de Steve Austin, un personaje del que guardarían grato recuerdo tantísimos americanos que crecieron viendo sus aventuras. Aunque la premisa básica del accidente, mutilación y renacimiento biónico permanecen intactas, hay que señalar importantes diferencias no sólo en la trama, sino también en los personajes y sus motivaciones.

En la novela, el doctor Rudy Wells es un amigo de Austin que –junto a otro médico, Michael
Killian- ha estado realizando investigaciones experimentales relacionadas con biónicos. Tras el accidente de Austin, el gobierno da a Wells carta blanca para que aplique en el piloto todos los conocimientos que ha ido acumulando y que reemplace sus perdidos órganos por prótesis avanzadas diseñadas por el propio Wells. Naturalmente, el gobierno, encarnado por Oscar Goldman y la OSO, tiene grandes planes para Austin si el procedimiento culmina con éxito. Goldman y sus superiores ven en Austin un gran potencial como el primero de un ejército de agentes modificados cibernéticamente que serían utilizados con efectos devastadores contra los enemigos de América.

A diferencia del intransigente pero tranquilo Oscar Goldman (Richard Anderson) con el que Austin traba amistad en la serie de televisión, el personaje de la novela tiene un sesgo claramente siniestro. De hecho, se dice explícitamente que la OSO ha estado monitorizando el trabajo de Wells desde hace tiempo y que sólo esperaba el momento adecuado para entrar en juego, incluyendo la “donación” de un “voluntario” con el que probar los miembros biónicos de Wells. Cuando Goldman le cuenta a Wells y Killian las intenciones de la agencia secreta, conoce perfectamente el pasado, experiencia, personalidad y capacidades de Austin, considerándolo el candidato perfecto para este nuevo proyecto. Es el típico burócrata, siempre preocupado por el dinero invertido en Austin e insistiendo para que dicha inversión de frutos.

Esta versión del personaje se plasma con todavía más frialdad en el primer telefilm donde, de
hecho, es reemplazado por otro individuo, Oliver Spencer (que no volverá a aparecer en la serie regular). Al comienzo de la película, Spencer está informando a un grupo de miembros del gobierno de que la idea de crear un ciborg se ha estado contemplando desde hace cierto tiempo y que sólo necesita al candidato ideal con el que comenzar el costoso procedimiento experimental que dará como resultado una superarma. Cuando se le pregunta si se está limitando a esperar a que surja un voluntario –al que se refieren como “materia prima”-, Spencer declara que “los accidentes ocurren continuamente. Tendremos que empezar por el principio”. Más tarde, le dice a Austin que él hubiera preferido un robot a un hombre –ya que así no hubiera tenido que preocuparse por las emociones o las dudas que podrían “nublar” el juicio de un agente humano-. A ojos de Spencer, el ciborg es una solución de compromiso que tiene que aceptar dada la tecnología existente. Al final de la película incluso se atreve a sugerir al doctor Wells que Austin debería ser mantenido bajo sedación entre misiones, como si no se tratara más que de una herramienta a la que se pudiera colocar en el armario hasta necesitarla otra vez.

La actitud de Spencer en la película y de Goldman en la novela serían comunes en el futuro ciberpunk, donde a menudo se planteaba un Estado frío y cruel que trataba a sus ciudadanos
como poco más que instrumentos. No es que fuera una idea nueva para cuando Caidin escribió la novela, pero sin duda su aproximación fue tenida en cuenta en obras posteriores, como la famosa película “Robocop” (1987). En ella, los ejecutivos de una corporación tienen el proyecto de desarrollar un oficial de policía cibernético que pueda hacer frente a la escalada del crimen en Detroit. Uno de ellos, especialmente codicioso, pone el plan en marcha cuando el policía Alex Murphy resulta gravemente herido en un tiroteo. Casi todo su cuerpo es sustituido por uno robótico casi invulnerable y su cerebro transformado en una especie de computadora. Murphy es ahora más máquina que hombre pero de alguna forma sus recuerdos y su alma han sobrevivido. El Steve Austin de “Ciborg” y el de los tres primeros telefilmes se siente igualmente atormentado por las dudas acerca de si su humanidad se ha visto comprometida. De hecho, en el libro su nuevo cuerpo se comporta de una forma bastante robótica y a veces incluso se mueve al margen de su voluntad consciente.

Y es que quizá el cambio más relevante en el salto de la novela a la televisión sea el operado
dentro del propio Steve Austin, no ya en las capacidades y gadgets de su cuerpo biónico, sino en su propia personalidad. Algunos detalles superficiales se mantienen, como su rango de coronel de las Fuerzas Aéreas o su antigua ocupación de astronauta, cuando fue uno de los pocos hombres que caminaron por la Luna. En el primer telefilm, en cambio, se lo presenta como un piloto de pruebas civil que trabaja para la NASA, aunque su currículo también incluía el paseo lunar. Los detalles de su accidente son básicamente los mismos como también la gravedad de sus heridas.

Pero Austin era en las páginas del libro mucho más sarcástico y cínico y durante las misiones
hacía uso de sus nuevas habilidades con una brutalidad letal. En el telefilm sólo lleva a cabo una misión antes de que deje claro que no quiere matar a nadie, aunque se ve obligado a hacerlo antes de que aquélla finalice. Ocurre de nuevo en los primeros episodios de la serie regular, pero más adelante las muertes serán algo cada vez más infrecuente. Está claro que la creciente popularidad del programa entre los niños tuvo mucho que ver en ese giro “pacifista” y a Austin se le podía ver a menudo pensando en formas de impedir víctimas innecesarias.

Otros cambios tenían que ver con las capacidades inherentes a su nuevo cuerpo biónico. En primer lugar, y por la sencilla razón de que Lee Majors era diestro, Steve Austin recibe el implante en su brazo derecho y no en el izquierdo. Su brazo artificial es más fuerte y móvil,
cuenta con sensores más agudos que nuestros nervios; sus piernas le impulsan más rápido y durante más tiempo que las naturales y también le permiten saltar a grandes alturas y distancias. La diferencia más importante fue la de su ojo biónico. En la novela, se dejaba claro que no se podía hacer nada para recuperar la visión que había perdido en el ojo izquierdo. El implante biónico era una cámara miniaturizada que podía extraerse y que Austin activaba mediante un interruptor oculto bajo su piel en el lateral de la cabeza. La primera película nos dice, en cambio, que su nuevo ojo le permitirá, en las palabras de Rudy Wells, “no sólo aproximarse sino trascender la visión normal”. Conforme la serie avance, se incorporarán a ese ojo visión infrarroja, telescópica y termal. El láser que sí figuraba en las secuelas de la novela (hubo tres) nunca se llega a mencionar en la televisión.

En la novela se presentaban asimismo mejoras o modificaciones puntuales para ciertas misiones que no hallaron traslación a la pantalla. Así, en su primera misión, en la que Austin requería maniobrar bajo el agua, se le incorpora un depósito de oxígeno en una pierna y aletas desplegables en los pies. El dedo medio de su mano biónica puede reemplazarse por una pistola de dardos envenenados que pueden matar a un hombre en segundos. Dada la aversión al asesinato del Austin televisivo, la elección de no añadir esos gadgets tiene sentido.

La serie fue un gran éxito, al nivel de fenómeno popular. A ello contribuyó probablemente que, a diferencia de otras series de la época, “El Hombre…” no era la adaptación televisiva de un producto cinematográfico, sino una historia original que, además, situaba la acción en la Tierra y en la propia época contemporánea. Sus personajes eran plausibles en tanto en cuanto la
tecnología descrita parecía algo razonablemente próximo.

Cada semana, Steve Austin debía enfrentarse a un nuevo desafío, ya fuera el robo de la Campana de la Libertad de Filadelfia o perseguir al Bigfoot. La premisa inicial de la serie era pura ciencia ficción y aunque pronto derivó hacia algo más cercano al género de superespías de la Guerra Fría, abarcando todo tipo de tramas, desde la intriga política de altos vuelos a la criminal pasando por los dramas personales, aún podemos encontrar episodios que anticipan posteriores éxitos del género, como “Expediente X”, introduciendo teorías de la conspiración gubernamental e incluso visitas de alienígenas.

En el episodio “Burning Bright”, William Shatner interpreta a un astronauta amigo de Austin que resulta afectado en el espacio por una especie de campo eléctrico, obteniendo el poder de comunicarse con los delfines y controlar la mente de los humanos. En “Straight on `Til Morning”, el héroe conoce a una extraterrestre radioactiva (Meg Foster) y la ayuda a regresar a su nave antes de que las autoridades la atrapen. En “The Pioneers” se presenta una pareja de astronautas criogenizados que ganan fuerza sobrehumana; y en “Just a Matter of Time” vemos cómo Austin regresa de un vuelo orbital para encontrarse con que han transcurrido seis años en su aparentemente breve ausencia.

Los productores, quizá preocupados ante la posibilidad de tener un héroe invencible y por tanto aburrido, idearon rápidamente formas con las que los villanos pudieran superar las habilidades biónicas de Austin. En “Population Zero”, el primer episodio de la serie regular, se nos informa de que el frío extremo deteriora la eficiencia de los componentes artificiales del protagonista
hasta el punto de incapacitarlo. Capítulos posteriores lo enfrentarían contra adversarios que poseían igual o superior fuerza física: robots, otro hombre biónico, una sonda espacial desbocada…¡incluso un Bigfoot interpretado por Andre el Gigante! Eran quizá intentos de demostrar que Austin, a pesar de sus “superpoderes”, seguía –al menos en parte- siendo humano, vulnerable, alguien con quien los espectadores podían identificarse. Austin era, en último término, el típico héroe de acción de los setenta: el tipo honesto, duro pero de gran corazón, que rara vez se ve acosado por dudas morales o éticas.

Dadas las limitaciones presupuestarias y la disponibilidad de efectos especiales de la época, “El
Hombre…” nunca fue una serie que pudiera descansar en el espectáculo visual, dando por tanto más importancia a los argumentos. Para resaltar los momentos en los que Steve Austin utilizaba sus “poderes”, se incorporaron por primera vez algunos elementos que luego serían ineludibles en tantas otras series de acción, como las secuencias a cámara lenta o los particulares sonidos que acompañaban las hazañas biónicas del protagonista. Los títulos de crédito y la narración que los acompañaba se encuentran entre los más recordados de la televisión, habiéndose convertido en carne de homenajes y parodias por igual. Estos y otros tópicos fueron establecidos ya al comienzo de la serie y amplificándose conforme ésta avanzaba.

En enero de 1975, ya en la segunda temporada, se emitió un episodio en dos partes en el que se
presentaba a un antiguo amor de Austin, Jamie Sommers, una tenista profesional interpretada por la actriz Lindsay Wagner. Ambos retomaban su relación pero cuando un accidente de paracaídas la deja gravemente herida, Austin convence a Oscar Goldman y el doctor Rudy Wells (Martin E.Brooks) para que la sometan al mismo tratamiento biónico. Jaime se transforma así en la Mujer Biónica. Aunque el personaje moría al final del episodio, fue tan bien recibido que la cadena decidió recuperarlo en otra dupla de episodios de la siguiente temporada antes de concederle su propia serie, con debut en enero de 1976 (y, por cierto, creada y producida por Kenneth Johnson, quien luego firmaría otras series de género tan importantes como “La Masa”, “Alien Nación” o “V”).

Jamie Sommers también tenía piernas y un brazo biónicos, pero en vez del ojo contaba con un
oído artificial que le permitía escuchar conversaciones a más de un kilómetro de distancia. Como su compañero Austin, la heroína cumplía misiones para la OSO tales como rescatar embajadores en un país sudamericano, desmantelar un ataque nuclear contra Los Angeles, salvar un león de la furia de los granjeros o hacerse pasar por reina de la belleza para destapar una red de espías. Tampoco faltaban las conspiraciones y amenazas alienígenas, como meteoritos vivientes o extraterrestres ocultos entre nosotros. Además, los productores y guionistas organizaron cruces entre ambos programas y los personajes de Goldman y Wells aparecían en los dos.

En el episodio en dos partes que abrió la tercera temporada, intentaron la misma jugada que
habían logrado con éxito en “El Hombre…”: presentaron un perro biónico, Max; un pastor alemán que había servido como animal sobre el que experimentar la tecnología que luego se aplicaría a humanos. La intención era la de crear una serie derivada, “El Perro Biónico”, en la que Max formaría equipo con un guardia forestal, recibiendo visitas ocasionales de Jamie. Pero la cadena debió pensar que aquella idea sobreexplotaba en demasía el concepto original y se optó por dejar que Max se quedará a vivir con Jamie, ayudándola en varias aventuras.

Si el éxito de un programa se mide por su merchandising, el de “El Hombre…” fue considerable (también el de “La Mujer Biónica”, aunque en menor grado). Kenner fabricó una serie de muñecos con un ojo “biónico” transparente y con la “piel” de un brazo que se podía retirar para descubrir los implantes biónicos. También se lanzó un muñeco de Oscar Goldman y varios villanos. Jamie Sommers obtuvo su propia versión, con vestuario de diseño y un Salón de Belleza Biónico. Y, por supuesto, la consabida retahíla de puzles, posters, cajas de almuerzo, juegos de mesa y de cartas e incluso un “Bionic Action Club Kit”.

Por supuesto, los comics no tardaron en aprovecharse del éxito del personaje y en 1976, la
editorial Charlton lanzó el título correspondiente con cadencia bimensual –y luego indeterminada-. La serie estaba escrita por Joe Gill y Nicola Cuti y dibujada principalmente por Joe Staton. Tras el obligatorio episodio inicial de origen, los autores gozaron de una gran libertad sin que la cadena interfiriera en ningún momento. Al mismo tiempo, lanzaron una versión más elegante en forma de revista en blanco y negro destinada a un público más adulto (una estrategia que ya les había dado buenos resultados anteriormente con “Espacio: 1999”). Era un material más oscuro y violento que el del comic book y acompañado de artículos y fotos. Los guiones corrían a cargo de Joe Gill, Nicola Cutti y Mike Pellowski, pero los dibujos se subcontrataron al estudio de Neal Adams, Continuity Associates. Algunas de las bellas portadas corrieron a cargo del propio Adams o de Earl Norem. Una de las historias del primer número fue dibujada por Adams, un novato Terry Austin y Dick Giordano; y por otros episodios desfilarían nombres más tarde conocidos como los de Klaus Janson, Josef Rubinstein o Howard Chaykin. En 1977, Charlton lanzó otra colección, esta vez protagonizada por “La Mujer Biónica”, con un formato similar pero con unos resultados menos interesantes.

“El Hombre de los Seis Millones de Dólares” y “La Mujer Biónica” se emitieron hasta 1978; la primera totalizando cinco temporadas y 102 episodios de diversa duración; la segunda obtuvo tres temporadas y 58 capítulos (y a diferencia de la primera, que terminó con un episodio normal, ésta sí recibió una conclusión adecuada). Los comics tuvieron una vida más corta, estando sus ventas más influidas por la novedad: el comic book duró 9 números y la revista 7; “La Mujer Biónica” no pasó del 5. Pero el legado de estos héroes biónicos no cayó en el olvido y abrió el camino para otros programas de ciencia ficción en los años venideros. A partir de finales de los ochenta, Lee Majors y Lindsay Wagner, progresivamente más ancianos, fueron retomando sus personajes para diversos telefilmes de calidad mediocre: “El Regreso del Hombre y la Mujer Biónica”, 1987; “Bionic Showdown”, 1989, con Sandra Bullock compartiendo cartel como nueva agente biónica y dispuesta a protagonizar un posible spin-off en caso de contar con el apoyo de la audiencia –cosa que afortunadamente, no ocurrió-; y “Biónicos para siempre”, 1994.

Hubo rumores de una película para el cine e incluso Kevin Smith preparó un borrador de
guión, pero el proyecto no salió adelante (quizá fue mejor así dado que llegó a hablarse de Jim Carrey como protagonista). En 2007, una nueva Mujer Biónica apareció en la NBC en su propia serie, impulsada de nuevo por Kenneth Johnson y protagonizada por la británica Michelle Ryan. La premisa era algo diferente de la original, centrándose más en la angustia psicológica de la heroína ante el cambio que ha sufrido su cuerpo y las motivaciones poco claras de la organización que la salvó, lo que sin duda la acercaba más a la novela de Caidin. La serie, sin embargo, no tuvo oportunidad de demostrar hasta dónde podía llegar: fue cancelada tras tan solo ocho episodios.

Aunque la mayoría de las habilidades biónicas de Steve Austin siguen perteneciendo al campo
de la ciencia ficción, ya existen aplicaciones médicas de dicha tecnología, como implantes en la cóclea para ayudar a los sordos, corazones artificiales mucho más sofisticados que los creados en la década de los sesenta, retinas de silicona, implantes oculares, manos biónicas plenamente funcionales y cómodas…. Los avances siguen produciéndose y se espera que aumentarán de forma exponencial con la llegada de la nanotecnología. Hace cuarenta años, la idea de una extremidad biónica que pudiera funcionar tan bien o mejor que la original era ciencia ficción. Dentro de otros cuarenta años, podrían formar parte de la cotidianeidad médica.

Sin importar las diferentes versiones del personaje que presentaban la novela o la televisión e independientemente de si la auténtica tecnología confirma o refuta los conceptos mostrados en “El Hombre de los Seis Millones de Dólares”, Steve Austin sigue siendo hoy uno de los principales héroes de la ciencia ficción de los setenta.



2 comentarios:

  1. En Chile está serie fue conocida como «el hombre nuclear» dando a entender que su poder tenía que ver con la energía atómica, un nombre no muy acorde con el personaje. En la actualidad, en el fútbol, muchos jugadores han superado largamente el valor de los seis millones de dólares jeje

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  2. Si habré disfrutado de esta serie en mi infancia. Magnífica. Muy buena reseña!! Saludos.

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