Libros, películas, comics... una galaxia de visiones sobre lo que nos espera en el mañana
lunes, 1 de mayo de 2017
196- FLASH GORDON - Al Williamson (y 2)
(Viene de la entrada anterior)
En la primera historia del primer número, Williamson –con la colaboración de su colega y también aficionado a Flash, Larry Ivie- pone al día a los nuevos lectores respecto a la historia del personaje y su estatus en Mongo antes de narrar una historia bastante sencilla de conspiraciones palaciegas en el reino de Frigia. Al finalizar la aventura y haber cumplido su misión en el planeta –encontrar el suficiente radio como para asegurar la operatividad de las armas que “ayudarán a mantener la paz” en la Tierra-, Flash, Dale y Zarkov regresan a nuestro mundo. Es aquí donde transcurre la segunda aventura, en la que Flash y Zarkov, a bordo de una tuneladora exploran un desconocido mundo subterráneo en una peripecia claramente inspirada en la saga de “Pellucidar” de Edgar Rice Burroughs. Por supuesto, allí, en el reino secreto de Krenkellium (bautizado en honor al mentor y amigo de Williamson, el dibujante Roy Krenkel), se enfrentarán al tiránico rey, obtendrán la ayuda de la enamoradiza princesa de turno, se enfrentarán a un monstruo, liberarán a un pueblo esclavizado y escaparán ilesos de vuelta a la superficie. Y todo ello en doce páginas.
Por mucho que Williamson agradeciera la oportunidad de trabajar en Flash Gordon, la tarifa que le ofrecía King Features no estaba ni mucho menos a la altura de la calidad de su trabajo ni de su categoría profesional. Fue ese el motivo por el que su arte estuvo ausente de los nº 2 y 3 (a este último contribuyó con la portada). Dos números le costó a la editorial darse cuenta de que los lectores reconocían a Williamson como el auténtico sucesor de Raymond y que no iban a encontrar a ningún otro artista con su talento y comprensión del personaje. Así que terminaron ofreciéndole una mayor compensación económica por volver a la colección, acontecimiento que se produjo en el nº 4 (marzo 1967), para el que escribió y dibujó “Flash Gordon en el Continente Perdido de Mongo”. Williamson nunca se consideró a sí mismo como un buen guionista y si escribió esta aventura fue por necesidad y presionado por las fechas de entrega. Y, de nuevo, recurrió para inspirarse a sus lecturas de juventud, en concreto a “Thuvia, Dama de Marte”, una de las entregas de la saga de John Carter.
Para la segunda aventura de ese número, “Flash Gordon y los Centinelas de la Montaña Oscura” ya contó con el guión de su amigo y colaborador Archie Goodwin. El número 5 (mayo 1967) se abría con “Flash Gordon y el Dios de los Hombres Bestia”, de nuevo con guión de Goodwin. Completaba la entrega la aventura titulada “El terror de la Muerte Azul”, escrita por Larry Ivie.
Para entonces, la King Features ofreció a Archie Goodwin y Al Williamson ocuparse de la tira de prensa “Agente Secreto Corrigan”, que bajo el nombre de “Agente Secreto X-9” había sido creado por Alex Raymond en 1934. Semejante oportunidad suponía un gran avance en su carrera, tanto en términos económicos como de prestigio, por no hablar de que suponía encargarse de otro de los personajes creados por su admirado Raymond. Así que, no sin cierta pena, tuvo que abandonar Flash Gordon. (Los comic-books de Flash continuaron su andadura sin él, incluyendo en los créditos a nombres tan ilustres como Gil Kane o Reed Crandall, hasta clausurar la línea tras once números).
Durante los siguientes diecisiete años, Goodwin y Williamson formaron uno de los mejores equipos creativos del mundo del comic. De 1967 a 1980, con un Williamson permanentemente perfeccionando y puliendo su estilo, contaron las historias del agente secreto Corrigan. A continuación, ambos fueron fichados por George Lucas para adaptar al comic la película “El Imperio Contraataca”. Como buen fan de Flash Gordon –el origen de “Star Wars” puede rastrearse a un intento frustrado por recuperar para el cine al rubio héroe-, Lucas conocía y apreciaba el trabajo de Williamson para el personaje y la destreza que en el género de la ciencia ficción había demostrado en los comics publicados por la EC en los años cincuenta. Los excelentes resultados obtenidos les llevaron a ocuparse de la tira de prensa de “Star Wars” durante tres años, de 1981 a 1984.
Pero entretanto, en 1980, Williamson volvió a tener la oportunidad de dibujar a Flash Gordon. En aquel momento, Dino De Laurentiis estaba produciendo para Universal una nueva versión cinematográfica del personaje que prometía ofrecer una visión “raymondiana” de su universo, ambientando la acción en Mongo y utilizando los personajes y estética clásicos. Western Publishing se aseguró los derechos para adaptar al comic la película y Williamson accedió a dibujarla sobre un guión de Bruce Jones. En base a su positiva experiencia dibujando “El Imperio Contraataca” y lo que sabía en ese momento acerca de la producción en curso, ansiaba regresar a su personaje favorito. Tenía puestas grandes esperanzas en lo que prometía ser una visión fiel y épica de la obra de Raymond.
Williamson empezó a trabajar en las seis primeras páginas de la historia sin contar con ninguna referencia fotográfica de los actores y los decorados, por lo que recurrió a su propio aspecto y el de su esposa Cori para representar a Flash y Dale. Pero cuando al fin recibió las esperadas imágenes, no pudo sino sentirse profundamente decepcionado por lo que vio. Él se veía a sí mismo hasta cierto punto padre y custodio del personaje. Tenía ideas muy precisas acerca de los actores que podrían encarnar a los personajes principales y, de hecho, su esposa recordaría más tarde cómo a Williamson le encantaba revisitar el serial de los años cuarenta que tanto le había marcado y jugaba a tratar de encontrar el reparto ideal que en los tiempos contemporáneos pudiera recuperar y modernizar aquella historia. Y, desde luego, el casting de la película de De Laurentiis no era lo que él tenía en mente.
Aquel proyecto resultó más arduo de lo inicialmente esperado para Williamson. No sólo tuvo que lidiar con los continuos cambios de guión y los retrasos en la recepción de referencias fotográficas (que, por otra parte, eran problemas comunes en las adaptaciones al comic que se producían simultáneamente a las películas) , sino que su insatisfacción con la aproximación camp, incluso paródica, que había elegido el estudio era creciente. Aunque los decorados y el vestuario se ajustaban hasta cierto punto a la estética del Flash clásico, el tono de todo el conjunto era claramente humorístico. A la separación de la respetuosa visión de Flash que tenía Williamson se añadió el hallarse en un periodo de transición en su carrera (tras haber dejado “Agente Secreto Corrigan” se preparaba para empezar “Star Wars”). Todo se confabuló, en fin, para que aquella experiencia se convirtiera en una concatenación de frustraciones para el artista.
A pesar de todo ello, estamos ante una excelente historia del personaje. En primer lugar porque Williamson supo llevar la narración a su terreno, eliminando todo lo que de camp y cómico tenía la película y ciñéndose a los elementos aventureros y épicos. A diferencia de lo que podía verse en pantalla, sus decorados son elegantes y sofisticados, repletos de detalles en los fondos y vestuario; sus figuras transmiten dignidad y dramatismo y, si se lee en su versión en blanco y negro, podrá además prescindirse del chirriante color que atacaba a los espectadores tanto en la pobre edición original como en las salas de cine (por no hablar de la banda sonora de Queen, totalmente inadecuada independientemente de su calidad musical).
Pero es que, además, Williamson estaba en su mejor momento artístico y este comic ofrece buena muestra de ello. Para empezar, dibujó las páginas al doble del tamaño habitual, preparándolas para que pudieran publicarse tanto en el recortado formato del comic-book como en una edición de lujo más grande. Así, concentró la narración principal en una rejilla de viñetas que ocupaba el centro de la página, pero en muchas de esas planchas el dibujo desbordaba esos márgenes para ocupar casi toda la superficie disponible. En la edición estándar en comic-book, esa “ampliación” no llegaba a verse pero se suponía que en un formato álbum, los lectores podrían deleitarse con el meticuloso trabajo que Williamson realizaba más allá de los límites de las viñetas. Por desgracia, no fue así y todas las ediciones acabaron mutilando su arte. Hasta la fecha, sólo en la lujosa edición de todo el Flash Gordon de Williamson que realizó en 2009 Flexk Publications han sido respetadas y perfectamente reproducidas esas páginas, eliminando el color para que pueda apreciarse el meticuloso trabajo de entintado que el autor llevó a cabo.
Sus composiciones de viñeta y página son elegantes y con un cierto toque operístico sin caer en el estatismo; su habilidad en el uso de las superficies negras y blancas para crear efectos de iluminación y modular el tono dramático de la escena está en su punto más alto. La adaptación, en definitiva, nos da una idea de lo que podría haber sido la película de no haber optado por un enfoque camp. Mientras que ésta ha envejecido muy mal, el comic de Williamson no lo ha hecho un ápice y dentro de cincuenta años podrá seguir disfrutándose de igual manera.
Tras finalizar su etapa en la tira de “Star Wars” en 1983, Williamson regresó al mundo de los comic-books, dibujando varias historias autoconclusivas de ciencia ficción para diferentes editores antes de establecerse definitivamente como entintador de los lápices de otros artistas, primero en DC y luego en Marvel. Tras más de diez años con la presión de realizar un comic con cadencia semanal, pudo relajarse y mejorar sus ingresos con un trabajo menos exigente. Una vez más, volvió a demostrar su inmenso talento y entre 1988 y 1997 ganó nada menos que siete premios Harvey y dos Eisner en su faceta de entintador.
Ello, sin embargo, conllevó inevitablemente una drástica disminución de su obra como autor completo. El editor jefe de Marvel en aquel momento, Tom DeFalco, aunque estaba contento de contar con Williamson entre sus colaboradores habituales, quería encontrar algún tipo de proyecto que pudiera encajar con su estilo. Dado que éste había insinuado que lo único que despertaría su interés sería dibujar otra vez a Flash Gordon, DeFalco inició gestiones con King Features para conseguir los derechos del personaje.
En 1986, Marvel Entertainment había producido una serie televisiva de animación, “Los Defensores de la Tierra”, en la que aunaban fuerzas varios personajes aventureros de la King Features. DeFalco había estado buscando un modo de continuar la relación entre las dos empresas derivándola al formato de comic, y el interés de Williamson por volver a dibujar a Flash le proporcionó la excusa perfecta. En 1994, DeFalco llegó a un acuerdo con la King para lanzar series de comics protagonizadas por el Príncipe Valiente, el Hombre Enmascarado y Flash Gordon respectivamente. Williamson, que por entonces tenía 63 años y llevaba casi diez sin dibujar nada, se echó atrás ante la perspectiva de tener que mantener una cadencia de treinta o cuarenta páginas mensuales, pero DeFalco lo tranquilizó asegurándole que no habría fechas de entrega. Podía trabajar a su ritmo y, además, utilizar el comic para presentar las nuevas ideas que tenía sobre el personaje, en concreto explorar sus orígenes en la Tierra y de dónde venía su apodo (ya que “Flash” no es su verdadero nombre).
Williamson tenía una idea general de cómo desarrollar la historia, pero prefirió reclutar la ayuda de un guionista más experimentado que él. Y ahí es donde entra Mark Schultz, un autor que no sólo compartía con él su más absoluta admiración por Alex Raymond, sino un artista al que él mismo había influenciado. Su obra más conocida, “Xenozoic” es un rendido tributo a los comics no sólo de Raymond, sino también de Al Williamson o Frank Frazetta. Como en Flash Gordon, Schultz aunaba en ella, conceptual y estéticamente, el pasado (coches clásicos, dinosaurios) con el futuro (escenario postapocalíptico, tecnología futurista); sus protagonistas eran hombres varoniles y arrojados y mujeres sensuales –aunque ya no tan sumisas e indefensas-; las tramas eran dignas del mejor pulp y, sobre todo, estaban dominadas por el espíritu de la aventura más genuina.
Incluso sin contar con una fecha de entrega –o quizá precisamente debido a ello-, Williamson tuvo bastantes problemas para finalizar el comic. Por una parte, había empezado a sufrir de glaucoma, una dolencia que le perseguiría hasta el final de sus días (y que supone una tragedia particularmente cruel para cualquier artista). Relacionada con esta dificultad, vinieron otras: su edad (64 años) y el consiguiente declive de sus facultades, su empeño en no utilizar referencias fotográficas o la asistencia de ayudantes, el tiempo transcurrido desde que había encarado un proyecto de estas características…
A pesar de todos esos apuros, esta miniserie de dos episodios en color aparecida en 1995, es un tebeo entretenido y en absoluto carente de virtudes. La historia no aporta realmente nada nuevo aparte de la secuencia en flashback que nos narra un pasaje trascendental de la infancia de Flash, pero tiene buen ritmo, es respetuosa con el espíritu de la etapa clásica y contiene todos los elementos que un aficionado al personaje podría esperar encontrar: persecuciones, secuestros, intrigas palaciegas, monstruos, tribus perdidas, grandes misterios, duelos, mujeres hermosas… todo ello representado con esa atrayente combinación de estética medieval y tecnología retrofuturista. Aunando frescura y nostalgia, Schultz construye una trama sencilla que sirve para revitalizar algunos de los personajes más recordados de la saga, como Barin, Azura o Ming. Es una historia sin complicaciones que, aunque contiene muchos guiños a pasadas peripecias, puede disfrutarse perfectamente tanto por los aficionados más veteranos como por los lectores jóvenes que nunca conocieron las versiones clásicas de Flash.
Por su parte, Williamson hace bueno ese dicho de “quien tuvo, retuvo”. Había dejado atrás el punto más alto de su carrera y aquí se percibían ya los signos de su crepúsculo, pero, con todo, ofrece una calidad que ya quisieran para sí autores más jóvenes. Sigue demostrando su talento para la composición de viñeta y página, imaginación para diseñar las exóticas regiones de Mongo y sus pintorescos habitantes y dominio de la anatomía. Eso sí, aunque sus escenas todavía exhiben un delicado barroquismo, no encontraremos ya en estas planchas el minucioso grado de detalle, la elegancia de línea y los magníficos claroscuros de sus anteriores incursiones en el personaje.
La miniserie pasó sin pena ni gloria en un momento de la industria en el que el género de aventuras y ciencia ficción no estaba pasando por su mejor momento, y mucho menos si el enfoque elegido era el clásico. Las compañías independientes, que por su variedad temática y de formatos, hubieran quizá sido la mejor plataforma para este tipo de productos, estaban cerrando sus puertas a marchas forzadas; DC lanzaba su sello Vértigo y el tono extremo, violento y éticamente difuso dominaba muchas de las colecciones y personajes del panorama contemporáneo. Quizá por ello, nadie pareció prestar demasiada atención a una obra que abogaba por la recuperación de una forma de hacer y entender los comics que ya no estaba en sintonía con los tiempos. No es un tebeo que pueda ser calificado de obra maestra, no es innovador en fondo ni en forma, pero sí es un comic de buena factura que debe leerse como lo que es: una historia de aventuras clásica realizada en tiempos modernos.
Conforme alcanzaba su séptima década de vida, Williamson fue abandonando su carrera, aunque seguía realizando puntualmente ilustraciones y acudiendo a las convenciones. Murió en 2010, gozando de todo el reconocimiento que merecía. Con una destreza sólo igualada por su imaginación y una carrera ejemplar, hoy está considerado como uno de los mejores artistas de comic de la historia y alguien que, incluso en trabajos aparentemente menores como el entintado de un comic de superhéroes, aportaba un elemento adicional de inspiración para todos los que colaboraban con él.
Resulta curioso que, en un recuento final, Williamson sólo dibujara tres comic-books de Flash Gordon, la adaptación de la película de 1980 y una miniserie de dos números para Marvel. A eso habría que añadir trabajos más puntuales, como ilustraciones, anuncios, campañas publicitarias que se servían de Flash y su colaboración con Dan Barry en la tira diaria. Eso es todo. Dice mucho de su talento que a pesar del escaso número de páginas que dibujó del personaje, su nombre haya quedado indisolublemente asociado a él en la mente de los fans. Desde luego, ello se debe a que fue un sobresaliente seguidor del estilo de Alex Raymond; pero más allá de eso, no se limitó a ser un clon de lujo del maestro, sino que durante toda su larga carrera supo evolucionar y madurar como artista, refinando continuamente su estilo sin desnaturalizar un ápice su visión del personaje. Su amor por Flash Gordon y su universo tal y como fue concebido por Raymond se percibe claramente en todas y cada una de sus planchas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario