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martes, 24 de mayo de 2016
2006- GUERRA MUNDIAL Z – Max Brooks
¿A qué responde la reciente y aún vigente moda de los zombis? Hay quien afirma que es un barómetro de nuestras ansiedades colectivas y que la proliferación de películas y literatura de ese subgénero desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 no es sino un reflejo de la angustia ante una muerte antinatural, encarnada en escenas propias de un apocalipsis: montones de cadáveres insepultos, calles desiertas y desintegración de la vida comunitaria. Otros interpretan a los zombis como construcciones culturales que definen los miedos que anidan en nuestro subconsciente: la enfermedad que corroe el cuerpo, la pérdida de identidad, la soledad, la desaparición del entorno social y familiar…
Al margen de este tipo de consideraciones intelectuales, tengo que decir que nunca me han atraído demasiado las novelas y/o películas de zombis. Y no porque no consigan hacerme sentir de vez en cuando incómodo e incluso asustado, sino porque, en sí, los considero criaturas aburridas con escaso recorrido dramático y poca o ninguna capacidad de interacción más allá de matar y hacer ruidos desagradables. Ello lleva a que el foco de atención de estas historias recaiga siempre en la relación que establecen entre sí los supervivientes humanos que, sujetos a una enorme tensión, desvelarán sus auténticas naturalezas. Para que eso funcione en una ficción, es necesario mantener la escala reducida: pocos humanos que se muevan en entornos geográficos limitados.
A comienzos del siglo XXI, Danny Boyle retomó para “28 Días Después” (2002) la vieja idea de Richard Matheson en “Soy Leyenda” (1954) de imaginar a los zombis como seres humanos infectados por algún tipo de virus, añadiéndoles de paso una velocidad y ferocidad que los convertía en depredadores aún más temibles. Pero aparte de estas variaciones conceptuales, la rutina dramática siempre era la misma: un pequeño de grupo de individuos tratando de sobrevivir tanto a los zombis como a sus embrutecidos congéneres. Seguro que fuimos muchos los que nos hicimos preguntas tales como: si se trata de una epidemia tan virulenta, ¿se ha extendido por todo el planeta?; y, si es así, ¿qué ha pasado en el resto del mundo? ¿Cómo han reaccionado las sociedades y los gobiernos? ¿Hay alguien trabajando en una cura? ¿Se ha deshecho la civilización por completo? ¿Ha quedado algún lugar seguro? Se echaba de menos, en definitiva, una perspectiva más global, más ambiciosa, más épica. Y entonces, en 2006, llegó Max Brooks y su “Guerra Mundial Z”.
Tres años antes, Brooks había publicado “Zombi: Guía de Supervivencia”, una sátira en clave zombi de la serie de libros “Worst-Case Scenario Survival Handbook” escrita por Joshua Piven y David Borgenicht y de enorme popularidad en el mercado anglosajón. Para su siguiente libro, “Guerra Mundial Z”, no abandonaría el marco del apocalipsis zombi, pero su aproximación daría un giro radical hacia el realismo.
La novela tiene un subtítulo: “Una historia oral de la Guerra Zombi”. Y eso es exactamente lo que es. Han pasado diez años desde que finalizó la Guerra Mundial Z, que vio a los restos de la especie humana luchar por la supervivencia contra hordas incontables de zombis, infectados por un virus a los que sólo se podía matar destruyendo su cerebro. Tras años de durísima contienda y reconstrucción un funcionario de la ONU ha viajado por todo el mundo entrevistando a gente de todo tipo y condición y recogiendo datos con vistas a elaborar un informe que revise la secuencia completa del desastre. Sus jefes, sin embargo, desecharon las entrevistas que realizó dado que le darían al documento un cariz excesivamente personal. Entonces, decide escribir un libro que recopile esas vivencias y ofrezca, precisamente, aquello que las Naciones Unidas han rechazado: la perspectiva humana, la experiencia cercana, las emociones y sentimientos de aquellos que, en diferentes momentos y lugares del conflicto, hubieron de enfrentarse con una situación sin precedentes en la Historia.
Así, “Guerra Mundial Z” está estructurada como una serie de cortas entrevistas a supervivientes de la guerra zombi por todo el mundo. Esta forma de narrar la historia (y la Historia, aunque ésta sea ficticia) se aleja de lo habitual en la ciencia ficción y es una opción que entraña riesgos: no hay protagonista central o trama definida, sino fragmentos de una imagen mucho mayor. Existe, eso sí, una línea general de progresión, puesto que el funcionario comienza entrevistando a los testigos de los primeros brotes de la enfermedad en una pequeña aldea de China y termina recogiendo testimonios de la vida tras la victoria sobre los zombis (lo que no es ningún spoiler, puesto que desde el comienzo se nos informa de que el resultado del conflicto fue ese); además, una batalla o tecnología brevemente comentada por uno de los entrevistados se convierte en elemento fundamental de otro relato posterior. Así, Brooks va iluminando el mundo que ha creado de una forma más natural y orgánica que si se hubiera limitado a ofrecer de golpe toda la información relativa a un determinado tema la primera vez que es mencionado.
Este estilo tan peculiar de contar una historia podría no haber funcionado si la narrativa no hubiera estado a la altura en cuanto a agilidad. Pero sí lo está. Los capítulos son cortos, el autor no se recrea en largas descripciones de lugares o personas y la prosa es funcional, sin florituras ni estilismos pero precisa a la hora de transmitir la información y el contenido emocional necesarios. El resultado es que el lector queda atrapado por la historia, sin tiempo para aburrirse y sin poder predecir qué nuevo personaje y lugar va a encontrar en el siguiente capítulo. Poco a poco, el autor va desvelando a través de las entrevistas el discurrir de los acontecimientos, colocando una detrás de otra pequeñas piezas que nos permitirán reconstruir la imagen de un mosaico mayor: cómo se detectan los primeros brotes, cómo se extiende la enfermedad, cómo reacciona la gente y las autoridades, qué medidas se toman y qué sacrificios se realizan, los descubrimientos que se llevan a cabo sobre la naturaleza y fisiología de los zombis, los fracasos y victorias de los militares, la reconstrucción de la sociedad sobre nuevas bases…
Brooks hace un gran trabajo describiendo hasta qué punto se ha extendido la infección zombi (los episodios de las alcantarillas y el de la limpieza de los fondos marinos, por ejemplo, son claustrofobia pura) y cómo las modernas tácticas y equipamiento militar son inútiles contra una amenaza semejante. Ya no se trata de acabar con un puñado de zombis confinados en un edificio o una ciudad. No, ahora el enemigo con el que hay que acabar se cuenta por miles de millones, un desafío como ningún otro había enfrentado la especie humana. Conforme avanza la novela y, correspondientemente, la Guerra Mundial Z, se ofrecen buenas ideas acerca de lo que podría funcionar contra los zombis –obtenidas más a través de la prueba y error que como fruto de una investigación ordenada- y cómo podría reconstruirse una sociedad “a prueba de zombis”, contemplando éstos como una especie de fuerza de la naturaleza con la que hay que convivir, pero de la que es posible protegerse..
Brooks consigue dotar a la narración de un grado de realismo que hace posible aceptar sin problemas lo imposible de la premisa inicial (un virus capaz de modificar el cuerpo humano de una manera tan radical). Ello lo consigue, por una parte, mediante los verosímiles diálogos y el estilo periodístico de la prosa; por otra, ofreciendo una multiplicidad de puntos de vista (hay historias ambientadas en edificios, bunkers, bosques, el mar abierto, ciudades…narradas, como veremos, por gente de todo tipo); y, por último, gracias a una exhaustiva documentación tanto en lo que se refiere al equipamiento y tácticas militares como acerca de las diferentes regiones del mundo en las que transcurren los diferentes capítulos y la forma en que podrían enfrentarse a la amenaza según sus características geográficas, políticas o culturales.
Así, la solución de un retorno al nacionalismo de corte religioso que se adopta en Rusia, por ejemplo, poco tiene que ver con la de Israel que, aunque teóricamente era la mejor preparada para la catástrofe, acaba disolviéndose víctima de la guerra civil por acoger a refugiados palestinos. Japoneses y chinos, organizados en sociedades más cooperativas, afrontan el problema de manera muy diferente a la de los individualistas norteamericanos, que creen poder solucionar el problema con una única y decisiva batalla. Algunos regímenes prefieren ocultar la información a sus ciudadanos; otros, como Sudáfrica, recurren a estrategias éticamente condenables pero que pueden salvar a parte de los ciudadanos a cambio de sacrificar a muchos otros. La población de Corea del Norte, literalmente, desaparece bajo tierra…
Por supuesto y dado que los zombis, como apunté al principio, no son particularmente interesantes, el drama se centra en las personas. De hecho, en lugar de aburrir al lector con información “científica” acerca de los zombis, son los supervivientes quienes, a través de sus testimonios, revelan lo que esas criaturas pueden hacer y qué no (por ejemplo, los que huyeron hacia el norte canadiense descubrieron que el frío paralizaba a los zombis y que así era más fácil acabar con ellos).
Pero, sobre todo, las entrevistas sirven para hacer un recorrido por lo mejor y peor de la naturaleza humana desde todos los puntos de vista. La diversidad de personajes es total, desde un político de alto rango o un general a un ciudadano normal y corriente, se recorre toda la escala social: hay soldados, padres de familia, delincuentes, científicos, médicos, mercenarios, adolescentes alienados… provenientes de todos los continentes. Algunos de ellos fueron parte activa en el proceso; otros son meros testigos, víctimas de las circunstancias; o combatientes que se enfrentaron a los zombis en los más diversos frentes, ya fuera en el campo de batalla o en las oficinas de reconstrucción. Algunas de las entrevistas tienen un toque de humor y sarcasmo, otras son terroríficas y otras indignantes por la propia actitud del entrevistado.
Quizá la más repulsiva moralmente sea la del empresario que comercializa el Phalanx, una supuesta cura para la infección zombi. Cuando todavía sólo existían rumores acerca de la enfermedad, este individuo vendió millones de dosis de vacuna contra la rabia como tratamiento preventivo contra lo que inicialmente se creía que era una “rabia africana”. Sabía perfectamente que ese medicamento no ofrecía protección real contra el auténtico mal, pero le dio igual: engañó a millones para que le compraran el producto, amasando una increíble fortuna a costa de que muchos acabaran convertidos en zombis al creer que estaban protegidos y no tomar las debidas precauciones. Es un caso que recuerda al de muchos negacionistas del SIDA, especialmente en Sudáfrica, responsables de vender tratamientos inútiles al tiempo que acusaban a los medicamentos retrovirales de provocar la enfermedad.
Uno de los pasajes con más dosis de humor negro es aquel en el que un mercenario es contratado para proteger la casa de una celebridad millonaria. Éste ha pensado que sería una buena idea invitar a todos sus amigos famosos a su fortificada mansión mientras se les graba en directo para retransmitirlo al resto del planeta en una especie de “Gran Hermano” apocalíptico. El resultado de semejante “experimento social” es tan predecible como satisfactorio.
Muchas de las historias tratan sobre el miedo, la codicia, el egoísmo, la corrupción y el asesinato, pero Brooks se asegura de aliviar tal torrente de ignominia sobre nuestra raza con otros episodios en los que se demuestra que también somos capaces de acciones heroicas que sirvan de inspiración para muchos otros. Es el caso del capítulo sobre el japonés cegado por la explosión de una de las bombas atómicas lanzadas sobre su país por los americanos en la Segunda Guerra Mundial. Tras vivir como un paria inválido, consigue trabajo como jardinero de un hotel de lujo sólo para tener que huir a los bosques al llegar los zombis. Cuando ya sólo espera morir y dejar de ser una carga para la sociedad, encuentra en su interior algo que nunca había tenido antes: un motivo para seguir viviendo. O el segmento de los valerosos combatientes en las alcantarillas de París, cuyo coraje y capacidad de sacrificio en unas condiciones inimaginables, son pasados por alto por una sociedad más concentrada ya en la reconstrucción que en la guerra y deseosa de olvidar los horrores vividos.
Hay otra sección sobre la Estación Espacial Internacional que, contrariamente a lo que pueda pensarse, no se basa en la claustrofobia ya que está narrada desde el punto de vista de un experimentado astronauta que ha sido adiestrado para permanecer largos periodos aislado en el espacio. Sin embargo, su fortaleza mental a la hora de permanecer en su puesto y mantener los sistemas funcionando sin esperanza de recibir ayuda o rescate, resulta inspiradora y heroica.
Hay muchos otros capítulos memorables, como el del adiestrador de perros; el de la familia urbana de clase media que trata de sobrevivir sin ninguna experiencia en la agreste naturaleza canadiense; la piloto derribada sobre territorio zombi; el general indio que se sacrifica por sus hombres; el ejecutivo que levanta en California un nuevo país a partir de los restos del antiguo…
Aunque hay pasajes duros, incluso terroríficos, y alguna que otra escena gore, no se puede decir ni mucho menos que lo que prevalezca aquí sea ese terror sangriento y visceral tan común en el subgénero de zombis. No encontraremos en “Guerra Mundial Z” pasillos y corredores oscuros y manos pútridas que surgen de repente de algún agujero. No, el horror proviene de la experiencia de enfrentarse a un enemigo del que se desconoce todo, que no puede morir, que parece imparable y cuya naturaleza primaria impide cualquier solución negociada; el terror está en la angustia de saber que la especie humana está al borde de la extinción, en el sufrimiento, en la pérdida. Las secuelas psicológicas dejadas por la larga y traumática experiencia son evidentes en todos los supervivientes entrevistados. Pero, al mismo tiempo, la forma en que los humanos, individual y colectivamente, son capaces de afrontar los desafíos, superar la adversidad, adaptarse y reconquistar su espacio resulta inspirador.
Es verdad que, a pesar de su enfoque global, la historia está algo desnivelada a favor de unos Estados Unidos que, predeciblemente, triunfan sobre el enemigo y lideran el victorioso contraataque. Al fin y al cabo, Max Brooks es un norteamericano que escribe principalmente para sus compatriotas. Con todo, el patrioterismo está mucho más contenido que en la mayoría de la ficción norteamericana y, de hecho, el libro no tiene reparos a la hora de criticar la política de su país, la complacencia de sus ciudadanos, su escasa preparación para sobrevivir a situaciones extraordinarias, su codicia y mercantilismo y los grandes fallos que todos, gobierno y sociedad, cometen a la hora de afrontar la crisis.
Hay quien ha señalado que el libro deja lagunas por cubrir, que muchas cosas quedan sin explicar y que el gran esquema de la Guerra Mundial Z no está completo. No creo que el objetivo de Brooks fuera ése, como demuestra la modalidad de narración elegida. Su intención era escribir un libro sobre personas, no sobre grandes hechos históricos. Sus diferentes experiencias, sus vivencias y su manera de entender lo que sucedió nos permiten seguir y entender las líneas generales de la Guerra pero, sobre todo, de la forma que nosotros, como individuos y como sociedad, podemos –o no- enfrentarnos a una situación límite.
“Guerra Mundial Z” es un libro mucho mejor de lo que su premisa podría hacer pensar. De hecho, su construcción de un mundo apocalíptico y habilidad narrativa compensan ampliamente lo planos que resultan muchos de sus personajes. Es una novela de ideas más que caracterización y Brooks consigue conquistar al lector con ellas y engullirlo en su particular infierno. No solamente es una novela ágil y entretenida que insufló nueva vida a un subgénero aletargado, sino que es también una lectura provocadora e inteligente que examina con ojo crítico las fortalezas y debilidades de las sociedades modernas. Por todo ello, puede recomendarse incluso a lectores no habituales del género fantástico. Si solo has de leer una novela postapocalíptica sobre zombis, no lo dudes: que sea esta.
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Coincido contigo. A pesar de no ser muy fan del género, la novela me encantó, probablemente por su enfoque realista. Muy recomendable, sin duda. En mi opinión, la adaptación cinematográfica se aleja demasiado de la novela, yo lo veía más como un falso documental. Obviamente, eso no habría tenido el mismo tirón comercial.
ResponderEliminarSobre la película hablaré en la próxima entrada. Pero sí, un falso documental o una serie TV habría sido mejor adaptación, aunque por razones económicas probablemente desaconsejable. Un saludo
ResponderEliminarTuve el gusto de comprarme y leer este libro hace un año y medio más o menos...Y me fascinó. Realmente o encuentro formidable e incluso emotivo. Lo considero entre lo mejor que he leído en mi vida. Por si te interesa, hice mi propio post al respecto: http://elcubildelciclope.blogspot.cl/2015/01/el-legado-literario-y-mas-alla-zombie.html
ResponderEliminarMe alegro de que te gustara. Yo no diría que está entre lo mejor que he leído en mi vida, pero sí entre lo más entretenido que ha caído en mis manos en los últimos años dentro del género de terror. Un saludo y muy interesante el análisis que haces en tu blog. Enhorabuena!
ResponderEliminarIt´s really important to know all about films
ResponderEliminarEl mayor fallo que encuenro a este libro es la idea de que el inventario del armamento actual no hay nada eficaz contra una masa desarmada y con poca coordinación más allá de la carga frontal: ¿por qué no los machacan con orugas mecanizadas? ¿Por qué no los pulverizan con un vehículo de desminado con cadenas? No, mejor usemos una cachiporra optumizada por los Marines ¿Qué podía salir mal?
ResponderEliminarEmpecé con ganas pero se me hizo bola...