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lunes, 11 de enero de 2016
2002- JEREMIAH
Año 2021. Han pasado quince años desde “La Gran Muerte”, en la que perecieron todos los adultos a consecuencia de un ataque biológico con un virus que aniquilaba a quienquiera que tuviera menos de trece años. Lo que dejó la catástrofe es un mundo roto en el que aquellos supervivientes, ahora convertidos en adultos, reclaman su parte de los restos. Jeremiah, hijo de un antiguo funcionario de alto rango, viaja por el país tratando de encontrar el misterioso Sector Valhalla, donde tiene la esperanza de encontrar vivo a su padre. Por el camino se encuentra a otro vagabundo, Kurdy Malloy y ambos deciden unir sus fuerzas con aquellos atrincherados en la Montaña del Trueno para empezar a reconstruir la civilización.
La inspiración para esta serie postapocalíptica vino de dos fuentes, una declarada y otra, al menos hasta donde yo sé, no. Por una parte, la magnífica serie de comics del mismo título escrita y dibujada por el belga Hermann Huppen, que empezaron a publicarse en 1977 y de la que hablaremos en otra entrada. Pero en lo que se refiere a la premisa de partida, la serie se parece sospechosamente a “El Último Recreo”, álbum de comics escrito por Carlos Trillo y dibujado por Horacio Altuna, que ya comentamos en este blog.
Sea como fuere, Scott Mitchell Rosenberg, presidente ejecutivo de Platinum Studios, una compañía especializada en trasladar comics a la pantalla, reconoció el potencial de los álbumes de “Jeremiah” ya en una etapa profesional anterior, cuando en los ochenta dirigió Malibú Comics (editorial que, por ejemplo, publicó “Men in Black”, muy exitosamente adaptado al cine). Fue bajo ese sello que lanzó, para el mercado americano, “Jeremiah” (si bien, mutilando el formato original francobelga al convertirlo en comic books en blanco y negro). A Rosenberg le gustaba su atmósfera a lo “Mad Max”, la relación entre los dos protagonistas principales y el futuro postapocalíptico que se retrataba, carente de muchos de los estereotipos que a menudo lastran el subgénero.
En 1997, Rosenberg fundó Platinum Studios junto a Ervin Rustemagic, editor de comics y agente de Hermann que, como parte del acuerdo, cedió al recién nacido estudio sus derechos de imagen sobre un par de series de comic, “Jeremiah” y “Dylan Dog”. El segundo personaje vería la luz como película en 2010, pero Jeremiah fue enseguida contemplado por Rosenberg como una posible serie de televisión al ser el formato que mejor podría adaptarse al ritmo episódico de la colección.
No era, sin embargo, un proyecto barato. En el comic, Jeremiah y Kurdy iban encontrándose en cada álbum con un entorno diferente, completamente distinto de los anteriores, y un amplio reparto de nuevos personajes. Había una genuina y comprensible preocupación por parte de los fans del comic y de aquellos que habían tenido anteriormente los derechos sobre el mismo, porque no se modificaran los elementos claves de la colección. Rosenberg llamó entonces a J.Michael Straczynski, que había creado y producido una de las mejores series televisivas de CF de la historia, “Babylon 5” y le pidió que considerara encargarse del proyecto.
La elección de Rosenberg no estaba motivada sólo por la fama del Straczynski, sino por su probada capacidad para construir sólidos universos de ficción, algo que era necesario en esta serie. El guionista examinó la premisa inicial y desarrolló un enfoque que pensaba sería adecuado para el formato televisivo. Esencialmente, lo que hizo fue cambiar el tema central del comic: en lugar de explorar los restos decadentes de una sociedad destruida, trataría sobre la reconstrucción de ese mundo. Le dio un esquema de “road show”, con Jeremiah y Kurdy –más maduros que en la versión gráfica- viajando de un lado a otro del país en un jeep militar.
Una vez que el guión de Straczynski para el episodio piloto recibió luz verde por parte de la cadena Showtime, el rodaje comenzó en Vancouver, Canada, en el otoño de 2001. Los actores Luke Perry (“Sensación de Vivir”) y Malcolm Jamal-Warner (“El show de Bill Cosby”) interpretaban a Jeremiah y Kurdy respectivamente. Además de ser la estrella del programa, Perry actuaba también de productor ejecutivo
En el episodio piloto, “El Largo Camino”, Jeremiah y Kurdy son capturados por un señor de la guerra y conocen a un misterioso pero amable personaje llamado Simon. Jeremiah y Kurdy logran escapar, Simon muere en el intento pero no sin antes decirles que encuentren un lugar llamado La Montaña del Trueno. Ésta resulta ser lo que queda del NORAD (la sede del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial), excavado en Cheyenne Mountain, Colorado y ahora convertida en sede de una comunidad bien organizada y tecnificada liderada por Markus Alexander (Peter Stebbings), un antiguo niño prodigio que sobrevivió a la Gran Muerte.
Markus esperaba usar la tecnología conservada en la base militar para reconstruir la sociedad y Jeremiah le convence de que no puede pretender hacerlo quedándose encerrado allí por siempre, de que es el momento de abrirse al exterior. Así, durante la primera temporada, los episodios narrarían las andanzas del dúo protagonista en su misión de reconocimiento como exploradores de Markus.
Además de evaluar el estado del país y establecer valiosos contactos, Jeremiah no olvida su obsesión por buscar el Sector Valhalla, un enclave que acabaría encontrando al final de la primera temporada, en Virginia Occidental: se trataba de una serie de complejos subterráneos que albergaban los supervivientes del gobierno y el Estado Mayor de los antiguos Estados Unidos y que aparentemente habían desarrollado inmunidad contra el virus de la Gran Muerte. Jeremiah se reencontró también allí con su padre, cuyo conocimiento científico quería utilizar un corrupto presidente para recrear el virus y hacerse con el poder.
Cinco días después de comenzar a rodar el primer capítulo de “Jeremiah”, tuvieron lugar los atentados múltiples del 11-S en Nueva York y Washington. Unos días después, se enviaban sobres con esporas de anthrax a senadores de Estados Unidos. De repente, la serie parecía cobrar una nueva actualidad, puesto que los norteamericanos se enfrentaban por primera vez a la amenaza real y tangible de ataques terroristas que podían utilizar también armas biológicas.
Por desgracia, la serie no supo aprovechar debidamente la circunstancia del momento y durante toda la primera temporada se limitó a tratar de encontrar el tono y la dirección que quería adoptar, lo que se tradujo en una trayectoria titubeante. Se esperaba que la participación de Straczynski atrajera a los espectadores de “Babylon 5”, pero aquella fue una presunción errónea, porque “Jeremiah” era en todos sus aspectos lo opuesto a aquella popular space opera. En lugar de transcurrir en el espacio y en un futuro más o menos utópico en el que la tecnología ha resuelto muchos problemas y en el que la Humanidad ha contactado con diversas especies de alienígenas, “Jeremiah” estaba ambientada en la Tierra, en un futuro postapocalíptico, el papel de la ciencia y la tecnología era -lógicamente dada la premisa de partida- muy limitado y los alienígenas no tenían nada que hacer aquí. Ello despistó incluso a los fans de la ciencia ficción en general puesto que para muchos de ellos, tal y como se publicitó, aquella serie no parecía pertenecer a ese género y, sencillamente, no se molestaron en buscarla.
Por otra parte, la serie venía lastrada por algunas incoherencias que empañaban la originalidad de la premisa inicial. Por ejemplo, resulta difícil de creer que los niños supervivientes de la plaga hubieran conseguido salir delante de forma tan satisfactoria. No sólo parecen razonablemente felices y acostumbrados a la situación, sino que todo está bastante organizado y sólo moderadamente decadente. Pero es que además las decisiones de casting pasaron por alto la premisa central. Luke Perry aparenta estar en la cuarentena pero la persona más vieja del planeta tras la Gran Muerte no debería ser mayor de 27 años. Podemos imaginar que ningún bebé habría podido sobrevivir a las consecuencias del virus habida cuenta de que sólo tenían niños huérfanos y traumatizados para cuidarlos y alimentarlos, por lo que los supervivientes de la tragedia deberían tener entre 17 y 27 años, y los nacidos desde entonces no podrían ser mayores de 12. El casting de actores no se ajustaba ni de lejos a la lógica de la historia.
Para tratarse de un mundo postapocalíptico en el que la tecnología ha desaparecido junto al conocimiento de cómo fabricarla y repararla, aparecen demasiados coches, armas, helicópteros, agua corriente, radios de onda corta y, en general, todo aquello que necesite el argumento del capítulo en cuestión. No se dedica tiempo a mostrar a gente tratando de comprender todos esos artefactos y mantenerlos en buen estado de funcionamiento. Tampoco se ven granjeros y agricultores, una actividad que, sin duda, ocuparía al 99% de una población que ya no puede depender de la tecnología ni de las ventajas de un mundo organizado y compartimentado profesionalmente. Entiendo que todas estas no son cosas particularmente emocionantes o dramáticas que ver, pero sí aportarían verosimilitud y coherencia a la historia en su conjunto.
Probablemente, lo mejor de la serie era la relación que mantenían los dos protagonistas encarnados por Luke Perry y Malcolm-Jamal Warner, pero los argumentos a menudo no brillaban por su originalidad. Aunque había una trama general de fondo, demasiados episodios se ajustaban a la vieja fórmula (tan trillada, por ejemplo, en “El Coche Fantástico”, “El Fugitivo” o “El Increíble Hulk”) en virtud de la cual los héroes llegaban a una nueva ciudad cada semana (conduciendo, por cierto, un jeep al que nunca se le agotaba la gasolina), conocían a alguien atormentado por un problema, empatizaban con él o ella, resolvían ayudarle y lo solucionaban todo en 45 minutos para terminar conduciendo rumbo al ocaso. Ciertamente, la serie de comics original tenía una estructura similar, permitiendo al autor presentar en cada entrega diferentes grupos y modelos distópicos sobre los que reflexionar acerca de las injusticias, abusos y desigualdades presentes también en nuestra sociedad actual. Este nivel de crítica social no se hallaba presente en los guiones de la serie televisiva, como tampoco su tono cruel y a menudo éticamente gris. Se echan de menos argumentos en los que los protagonistas lleguen a una ciudad, malinterpreten lo que está ocurriendo y terminen haciendo más mal que bien. Los guionistas decidieron jugar sobre seguro y ajustarse a la archiconocida fórmula.
La amenaza de Valhalla es neutralizada finalmente por Markus y sus hombres al comienzo de la segunda temporada, volviendo Jeremiah y Kurdy a sus esfuerzos por reunir aliados y organizar la sociedad. El gran peligro al que tendrán que hacer frente en esta ocasión es el de el Ejército de Daniel, aparentemente originario de Oriente Medio y liderado por un autoproclamado profeta que quiere gobernar el mundo, una idea evidentemente extraída de la actualidad del momento, dominada por la búsqueda de Osama bin Laden.
En esta segunda temporada se presentan un par de nuevos personajes. El actor Sean Astin, recién llegado de su participación en “El Señor de los Anillos”, interpreta al misterioso Señor Smith, un hombre que cree de corazón que está recibiendo mensajes de Dios. La vertiente militar la personificó Gina (Enid-Raye Adams), enlace de Jeremiah en Millhaven, una ciudad de la que es nombrada administradora.
El segundo año vio también algunos cambios de formato y tono. En la primera temporada, los episodios habían sido básicamente autoconclusivos e independientes. Había algunas líneas argumentales de fondo, sí, pero cualquiera que se enganchara a la serie a mitad de temporada o dejara de verla varias semanas podía retomarla y entenderla sin problemas. La segunda temporada, en cambio, se alinea más con el tipo de serie cronológica en el que cada episodio se construye sobre los anteriores, por lo que se exige del espectador verlos todos y en orden so pena de perderse elementos claves para la comprensión de la trama y los personajes.
Puede que no parezca una gran decisión ésta la del formato, pero tiene mucha importancia para las cadenas. Los episodios independientes y autoconclusivos permiten llegar a un mayor número de espectadores, ya que entre éstos se contarán aquéllos que ven el programa de forma esporádica o aleatoria y que pueden “engancharse” fácilmente al no requerir la visión de los anteriores o los posteriores. Sin embargo, cuando se plantea una serie en base a arcos argumentales prolongados que exigen ver la totalidad de los capítulos, es probable que se pierda al espectador ocasional pero, si con ello se consigue ofrecer una mayor densidad y complejidad, puede fomentarse la fidelización de un gran número de espectadores que se convertirán en rendidos fans. Yo prefiero de lejos esta segunda opción, pero desde el punto de vista económico, la cadena nunca sabe a priori qué le resultará más rentable.
El segundo cambio, como decía, tuvo que ver con el tono. En lo que parece una injerencia propia de la cadena, la calidad y profundidad de diálogos y argumentos empeoraron al adoptar un enfoque más “optimista” que resultaba obvio ya incluso en los créditos iniciales de cada episodio, en los que se cambió la frase introductoria y la música de acompañamiento. Es como si algún ejecutivo del estudio o la cadena hubiera decidido que la serie era demasiado deprimente y, pasando por encima del planteamiento original, obligara a los guionistas a convertirla en una sucesión de aventuras ligeras orientadas a un público más familiar.
En el episodio final, dividido en dos partes, “Interregno”, la Montaña del Trueno se preparaba para un ataque lanzado por el ejército de Daniel. Pero cuando se descubría que el profeta no era alguien real sino tan sólo una voz que lanzaba órdenes a sus fanatizados seguidores, la violencia se conjura.
Y entonces la serie se canceló. La historia de su desaparición, como suele ocurrir a menudo en el mundo televisivo, tuvo más que ver con políticas corporativas que con la rentabilidad económica de la serie o su aceptación por parte del público.
Aunque Straczynski había preparado una saga con una extensión de cinco temporadas (a semejanza de “Babylon 5”), “Jeremiah” fue cancelada porque Showtime decidió clausurar toda su programación relacionada con la ciencia ficción. Como sucede frecuentemente en Hollywood, un cambio en los círculos ejecutivos da como resultado la fijación de nuevas prioridades para la cadena. En años anteriores, habían lanzado las exitosas “Stargate SG-1”, “La Dimensión Desconocida” y la serie de fantasía terrorífica “Poltergeist: Legado”. Todas fueron canceladas por Showtime, aunque acabaron hallando acomodo y una vida más extensa en Sci-Fi Channel.
La decisión de cancelar “Jeremiah” se tomó antes siquiera de que arrancara la segunda temporada en noviembre de 2003. Showtime emitió los primeros siete episodios; los ocho restantes vieron la luz diez meses después, en septiembre de 2004, como especiales de dos horas en un intervalo de cuatro semanas. La cosa se hizo tan mal que mientras los aficionados estadounidenses tuvieron que esperar a la segunda tanda para averiguar el final de la serie, una cadena por cable canadiense emitió, entre diciembre de 2003 y enero de 2004, los últimos episodios, por lo que los contenidos y detalles de los mismos estuvieron disponibles en Internet antes de que Showtime completara la emisión en Estados Unidos. Aún peor, cuando ésta anunció la emisión de los primeros siete episodios, se refirió a ellos simplemente como “segunda temporada”, sin hacer mención a la existencia de otros ocho capítulos adicionales, lo que desencadenó una avalancha de emails, faxes y llamadas telefónicas a Showtime, Platinum Studios y MGM-TV (otra de las compañías productoras de la serie).
La cancelación del programa ni siquiera fue oficial durante algún tiempo, por lo que los productores tampoco pudieron buscar un nuevo hogar en otra cadena. En lo único en lo que podían confiar era en la campaña iniciada por los fans y en que ésta se tradujera en una mejora de los ratings que convenciera a los ejecutivos de la viabilidad de la serie. Era algo difícil de conseguir sin contar con el debido apoyo promocional por parte de la cadena; aún así, cada capítulo emitido iba aumentando el número de telespectadores. Pero al final, los directivos optaron por escucharse a sí mismos en vez de al público y dieron carpetazo definitivo a la serie. El único consuelo para aficionados y productores fue que se emitieran los 35 episodios y los guionistas tuvieran tiempo de cerrar los hilos argumentales y ofrecer un final a la historia.
Movimientos corporativos a un lado, la serie empezaba a verse afectada por tensiones y problemas que, como mínimo, estaban cambiando su orientación y cuyo resultado hubiera sido incierto. Las tensiones habían comenzado ya al iniciarse la segunda temporada, cuando Luke Perry, en su calidad de actor principal y productor ejecutivo, quería darle más peso al desarrollo de los personajes, en contra de la opinión de los productores, que preferían optar por la aproximación opuesta y aumentar la espectacularidad a base de acción y explosiones.
Pero lo peor fue que Joe Straczynski, tras mantener una difícil relación con MGM-TV, anunció que no participaría en una tercera temporada mientras no cambiara la dirección de esa compañía. Si finalmente “Jeremiah” hubiera continuado, habría sido necesario encontrar otro “show runner” que, en mi opinión, difícilmente habría resultado estar a la altura de Straczynski, incluso tratándose éste de uno de sus proyectos menos inspirados.
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