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jueves, 29 de mayo de 2014
1949- 1984 - George Orwell (1)
Mientras que la Ciencia Ficción norteamericana apostó en la primera mitad del siglo XX por un tono optimista, orientado hacia el espacio y con vocación escapista (entiéndase esto no como algo necesariamente peyorativo), en Europa y particularmente en Gran Bretaña, las visiones futuristas siguieron un camino muy diferente, dominado por el pesimismo. No se podía esperar otra cosa. Durante los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, Norteamérica experimentó un continuo crecimiento económico y político; Inglaterra, por el contrario, se plegó sobre sí misma.
Es difícil imaginar el efecto que para el ego británico tuvo la descomposición del Imperio. Lo que pocos años atrás fuera una nación que controlaba las vidas y haciendas de un quinto de la población mundial, ahora iba disminuyendo hasta convertirse, “solamente”, en una isla de los márgenes de Europa. A eso se añadieron los profundos traumas de dos terribles guerras y las penurias materiales consecuencia de la segunda de ellas: el racionamiento de alimentos, por ejemplo, se mantuvo durante años tras el final del conflicto. Todo esto se fue filtrando en las obras de ciencia ficción producidas en ese país, tomando la forma de sentimiento de injusta pérdida, de fin de ciclo y de pesimismo acerca de lo por venir. En lugar de imaginar brillantes futuros supervisados por gobiernos y tecnologías benignos que abrían el camino hacia las estrellas, los autores de ciencia ficción británicos sólo se sentían con ánimos para imaginar oscuras distopias.
Son muchos los trabajos de CF que integran fuertes componentes satíricos, entre ellos, en un grado u otro, casi todas las novelas de ese género que escribió H.G.Wells. Hemos visto también magníficos ejemplos en la obra del escritor checo Karel Capek, concretamente en sus distopias “La Fábrica del Absoluto” (1922) o “La Guerra de las Salamandras” (1936). De hecho, la ficción distópica es, generalmente, satírica por naturaleza. Incluso las utopías, empezando por la de Tomás Moro que dio nombre a ese subgénero, servían como plataforma para criticar las sociedades reales en las que viven sus autores.
Dentro del subgénero de las distopias podríamos distinguir tres grandes bloques: aquellas que se centran en la polarización política socialismo- capitalismo; las que contemplan un escenario en la que la tecnología se ha adueñado de la vida del individuo; y aquellas cuyo punto de partida es la opresión de la mayoría por parte de una minoría sin que entre en juego una ideología particularmente definida. De entre estas últimas, hemos hablado ya en este blog de dos de las más importantes, como "Nosotros” (1924) de Yevgueni Zamiatin; y “Un Mundo Feliz” (1932) de Aldous Huxley, ambas novelas clave del género y ampliamente reconocidas como clásicos modernos de la literatura universal incluso por una “élite” literaria refractaria por lo general a la literatura de género. Hubo también otros ejemplos menos recordados hoy, como “Metrópolis” (1926), de Thea von Harbou o la novela escrita por la británica Amabel Williams-Ellis, “To Tell the Truth” (1933), en la que imagina una Inglaterra en la que las peores tendencias de comienzos de los años treinta se han agigantado hasta producir una sociedad desalentadora, autoritaria y empobrecida cuyo establishment cultural ha conseguido diluir cualquier intento de acción contra el sistema proveniente del ámbito obrero.
Pero quizá la más conocida de todas las distopias de la ciencia ficción sea esta que ahora comentamos, “1984”, escrita por George Orwell, portavoz político de una generación que sobrevivió a dos guerras mundiales, el declive económico y un terrible sufrimiento.
George Orwell fue el seudónimo del periodista, ensayista y novelista Eric Arthur Blair. Nació en la India colonial, donde su padre era funcionario, pero a la edad de un año su madre lo llevó de regresó a Inglaterra, donde creció y recibió educación. Su aplicación y capacidad le valieron una beca para el prestigioso colegio de Eton, donde estudió desde 1917 a 1921 y en el que recibió clases de Aldous Huxley, sobre el que volveremos más adelante. Incapaz de costearse estudios universitarios, Blair se marchó al sudeste asiático, donde se alistó en la policía colonial británica de Birmania durante 1922. Desilusionado por esa experiencia, Blair volvió a Inglaterra en 1927 convertido en un acérrimo oponente del imperialismo. Había tomado la decisión de convertirse en escritor, aunque aún tenía por delante años de pobreza y trabajos de poca categoría, etapa de su vida que describiría con valentía y pasión en su primer libro de ensayo, “Sin Blanca en París y Londres” (1933), el primero de los reportajes que le aseguraron un lugar en los anales del periodismo británico y para el que ya adoptó el seudónimo por el hoy le conocemos.
La primera novela de Orwell, “Los días de Birmania” (1934), es un ataque al colonialismo a partir de sus propias experiencias allí. En el transcurso de la década de los treinta, Orwell se convirtió en un destacado miembro de la izquierda literaria de Inglaterra. En 1936, recibió el encargo de escribir un estudio de las condiciones de vida en las áreas más empobrecidas del norte del país. El resultado fue publicado en 1937 como “El Camino a Wigan Pier”.
En diciembre de 1937, Orwell se fue a España para combatir junto a las fuerzas republicanas. Aquella aventura, que narró en “Homenaje a Cataluña” (1938), cambió su vida. Por un lado, sufrió una grave herida en combate que le obligó a regresar a Inglaterra; por otra, experimentó una profunda desilusión ante las luchas intestinas que plagaban el bando de izquierdas, particularmente entre la facción socialista-anarquista que él apoyaba y los comunistas financiados por la Rusia de Stalin, que terminaron suprimiendo a los demás. Aquella experiencia le convirtió en un acérrimo enemigo del estalinismo, postura que reflejó en “Rebelión en la Granja” (1945), una sátira de la Unión Soviética en forma de fábula en la que los animales organizan una revolución contra los humanos que los dominan sólo para descender a los abismos de una nueva tiranía, esta vez animal. “Rebelión en la Granja” cosechó un gran éxito en una época, el amanecer de la Guerra Fría, cuyo clima favorecía este tipo de obras críticas con el estalinismo.
Ese mismo clima contribuyó a hacer de “1984” otro éxito inmediato y su trabajo más conocido. Aunque muchos lectores lo interpretaron también como una alegoría antiestalinista, lo cierto es que sólo eso no explicaría su pervivencia en el tiempo y su consideración como un clásico de la literatura universal. Y es que, en realidad, la intención de Orwell había sido hasta cierto punto la contraria. Escribió esta novela como un correctivo del patente anti-estalinismo de “Rebelión en la Granja”, tratando de avisar de las posibles consecuencias que podrían conllevar la adopción de medidas anticomunistas extremas en Occidente y, al tiempo, queriendo distanciarse, como socialista, del movimiento anticomunista más beligerante. “1984” es, sobre todo, la distopia definitiva, una visión de pesadilla de un mundo dominado por políticos obsesionados y enloquecidos por el poder.
Como muchos textos distópicos, “1984” se estructura en torno a una oposición entre los deseos de un individuo (el protagonista Winston Smith) y las exigencias de una sociedad autoritaria que busca, precisamente, aniquilar esos deseos privados. Smith, un gris funcionario de 39 años, vive en Londres, la ciudad más grande de la Franja Aérea 1 (antiguamente, Inglaterra), la cual, junto con América, Australia y África meridional, constituyen Oceania, uno de los tres grandes superestados que dominan el planeta (los otros son Eurasia, formado cuando Rusia absorbió Europa continental, y Asia Oriental, amalgama de los antiguos Japón, China y Sudeste Asiático). Oceanía está gobernado con puño de hierro por el Partido, cuya meta principal es el simple ejercicio del poder y la demostración del mismo mediante la opresión.
Smith es un miembro del Partido Exterior, el numeroso colectivo de funcionarios encargados del trabajo administrativo cotidiano, pero que viven en condiciones que bordean lo mísero, sufriendo racionamientos de comida y escaseces crónicas de objetos de primera necesidad; todo lo contrario de las comodidades de las que disfrutan los miembros del Partido Interior. La mayor parte de la población de Oceanía, sin embargo, la componen los “proles” (proletarios), obreros de baja cualificación, carne de cañón, que no pertenecen al Partido y a los que apenas se considera humanos.
Smith trabaja para el Departamento de Registro del Ministerio de la Verdad, entidad que controla el flujo de noticias, información y entretenimiento de Oceanía. Los otros ministerios son el de la Paz, que se ocupa de perpetuar la guerra con los otros dos superestados; el de la Abundancia, que controla los asuntos económicos de un sistema empobrecido, y el del Amor, que mantiene la ley y el orden apoyándose en la siniestra Policía del Pensamiento. El que esos ministerios tengan nombres que sugieren lo contrario de sus verdaderas funciones resulta muy apropiado en esta sociedad en la que la técnica del Doblepensar es uno de los principales recursos del Partido para manipular las percepciones de la realidad en su propio beneficio, animando a sus miembros a desarrollar la habilidad de asimilar con naturalidad y simultáneamente nociones contradictorias.
El Partido gobierna Oceanía de acuerdo con los principios del “Ingsoc” o socialismo inglés, aunque su filosofía política es la contraria del proyecto igualitario de aquella ideología. Ingsoc, de hecho, está diseñado específicamente para mantener el tipo de desigualdades de clase que el socialismo trató de erradicar y que el capitalismo requiere para funcionar. A diferencia de muchos gobiernos distópicos de la CF, el de “1984” ni siquiera pretende estar mejorando la calidad de vida de los ciudadanos. Tal y como explica un personaje, el Partido no puede permitir la idea de un igualitarismo social porque va en contra de su auténtico y único objetivo: la dominación. Sin embargo, sí se dan cuenta de que el progreso tecnológico ha ido empujando a la sociedad hacia la clase de ilustración y globalización que, en último término, desembocará en la igualdad; por tanto, su objetivo es el de extender y mantener la pobreza y la ignorancia gastando la mayor parte de los recursos en guerras tan inútiles y carentes de propósito como interminables con Asia Oriental o Eurasia. Mediante este y otros medios, el Partido busca deliberadamente crear la distopia definitiva, un mundo que sea “lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores”.
Al comienzo del libro, Smith se encuentra desilusionado con el Partido y su icónico líder, el Gran Hermano, representado en los carteles e imágenes televisivas como “un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas”. En un intento de mantener su integridad psicológica ante las manipulaciones del Partido, comienza a llevar un diario secreto en el que registrar sus pensamientos subversivos, un proyecto harto difícil habida cuenta de la continua vigilancia a la que el gobierno somete a todos sus ciudadanos, utilizando entre otros métodos las omnipresentes telepantallas, una de las ideas más memorables del libro y clarividente profecía del poder que años más tarde obtendría la televisión en nuestra sociedad contemporánea. Estas pantallas bidireccionales permiten al Partido tanto mantener vigilados a sus gobernados como bombardearlos con un continuo flujo de videopropaganda de entre la que destaca el martilleante eslogan del Partido: “La Guerra es la Paz, la Libertad es Esclavitud, la Ignorancia es Fuerza”. Funcionan continuamente, están por todas partes y sólo los miembros del Partido Interno tienen permitido desconectarlas.
El Ministerio de la Verdad mantiene también un estricto control sobre otros productos culturales, suministrando a los ciudadanos “periódicos, películas, libros de texto, programas de telepantalla, comedias, novelas, con toda clase de información, instrucción o entretenimiento. Fabricaban desde una estatua a un slogan, de un poema lírico a un tratado de biología y desde la cartilla de los párvulos hasta el diccionario de neolengua…”. Incluso los proles no quedan exentos de este estricto control cultural; de hecho, una de las razones por las que el Ministerio de la Verdad no considera que haya que vigilarlos es porque ya los mantiene intelectualmente a raya con subproductos culturales como “periódicos que no contenían más que informaciones deportivas, sucesos y astrología, noveluchas sensacionalistas, películas que rezumaban sexo y canciones sentimentales compuestas por medios exclusivamente mecánicos en una especie de calidoscopio llamado versificador. Había incluso una sección conocida en neolengua con el nombre de Pornosec, encargada de producir pornografía de clase ínfima”.
Buscando apoyo, Winston confiesa sus sediciosos pensamientos al enigmático O´Brien, quien se hace pasar por otro conspirador, pero que resultará ser en realidad un importante miembro del Partido encargado de desenmascarar a “peligrosos” individuos como él. Las actividades subversivas de Smith pasan a un nivel significativamente superior cuando inicia una relación sexual clandestina con Julia, una joven que trabaja en el departamento de ficción del Ministerio de la Verdad. Tales relaciones están estrictamente prohibidas por el Partido, que pretende erradicar el deseo sexual, opinando que podría crear “un mundo propio fuera del control del Partido” y que la privación sexual le permitiría canalizar esas energías hacia sus propios intereses.
Por tanto, Smith y Julia interpretan sus intercambios sexuales como una forma de afirmar su individualidad en contraposición al poder oficial. Ambos coinciden en considerar su unión como “un golpe contra el Partido. Era un acto político”. Por otra parte, Smith siente cierta desilusión ante la falta de conciencia política de Julia, acusándola de ser “sólo una rebelde de cintura para abajo”. De hecho, la rebelión sexual de Smith y Julia acaba resultando inútil: ambos son arrestados por las autoridades, torturados, sus mentes reacondicionadas y obligados a acusarse mutuamente. Al final la apropiación del Partido de la pasión que siente Smith por Julia es completa: éste transforma su deseo por la mujer en un comportamiento socialmente aceptable, dándose cuenta de que el único al que puede ofrecer su amor es al Gran Hermano.
A pesar de su propensión a organizar ejecuciones públicas y torturar física y cruelmente a los conspiradores reales e imaginarios, el Partido emplea principalmente técnicas psicológicas basadas en la intimidación y el miedo, como el recordar constantemente a sus miembros que se hallan bajo vigilancia. El Partido también promueve la lealtad demonizando a sus enemigos. En particular, toda oposición al Partido se personifica en la vilipendiada figura de Emmanuel Goldstein, el “enemigo” oficial (de apellido apropiadamente judío). Periódicamente se lleva a cabo un ritual llamado los Dos Minutos de Odio en el curso del cual los miembros del Partido se reúnen frente a una telepantalla para asistir a un programa centrado en la supuesta traición de Goldstein y diseñado para enfervorizar a las masas hasta el histerismo violento. Entonces, el incendiario mensaje se dulcifica con la entrada del Gran Hermano como salvador de la maldad satánica de Goldstein y la histeria de odio se transforma en una histeria de devoción y lealtad con claros ecos religiosos.
El papel de Goldstein como enemigo definitivo en “1984” remite tanto a la demonización de Leon Trotsky por parte del régimen estalinista de la Unión Soviética como a la demonización racial de los judíos por parte del Partido Nazi. Por su parte, las reminiscencias místicas de los Dos Minutos de Odio apuntan a la forma en que las autoridades pueden usar la religión para incrementar su influencia y poder muy en la línea del famoso dicho de Karl Marx según el cual en el capitalismo “La religión es el opio del pueblo”.
Las actividades religiosas convencionales están prohibidas en Oceania, al menos para los miembros del Partido, aunque Orwell sugiere que los proles sí podrían practicar algún tipo de culto. Sin embargo, resulta evidente que la prohibición no deriva de que sea algo completamente ajeno a las prácticas del Partido, sino porque, al contrario, se parece demasiado y, por tanto, competiría con aquél. Como en el caso de la sexualidad, el Partido busca apropiarse en exclusiva de todas las energías e intereses de los ciudadanos y utilizarlos para sus propios fines.
Entre otras cosas, el Partido refuerza su ideología con el celo de la Inquisición medieval, pero con una comprensión más profunda de las sutilezas de la psicología y el poder. Está más que dispuesto a recurrir a elaboradas torturas físicas (como la de las ratas que sufre Winston en la terrorífica habitación 101), pero prefieren utilizar las mentales e incluso éstas se administran tras un velo de secreto que surte un efecto muy diferente a los espectaculares castigos públicos infligidos por la Iglesia medieval como advertencia a potenciales herejes. El oficial del Partido O´Brien explica así al prisionero Smith al final del libro en qué sentido las cámaras de tortura del irónicamente denominado Ministerio del Amor difieren de las inquisitoriales de la Edad Media:
“Pretendían erradicar la herejía y terminaron por perpetuarla. En las persecuciones antiguas por cada hereje quemado han surgido otros miles de ellos. ¿Por qué? Porque se mataba a los enemigos abiertamente y mientras aún no se habían arrepentido. Se moría por no abandonar las creencias heréticas. Naturalmente, así toda la gloria pertenecía a la víctima y la vergüenza al inquisidor que la quemaba. Más tarde, en el siglo XX, han existido los totalitarios, como los llamaban: los nazis alemanes y los comunistas rusos. Los rusos persiguieron a los herejes con mucha más crueldad que ninguna otra inquisición. Y se imaginaron que habían aprendido de los errores del pasado. Por lo menos sabían que no se deben hacer mártires. Antes de llevar a sus víctimas a un juicio público, se dedicaban a destruirles la dignidad. Los deshacían moral y físicamente por medio de la tortura y el aislamiento hasta convertirlos en seres despreciables, verdaderos peleles capaces de confesarlo todo, que se insultaban a sí mismos acusándose unos a otros y pedían sollozando un poco de misericordia. Sin embargo, después de unos cuantos años, ha vuelto a ocurrir lo mismo. Los muertos se han convertido en mártires y se ha olvidado su degradación. ¿Por qué había vuelto a suceder esto? En primer lugar, porque las confesiones que habían hecho eran forzadas y falsas. Nosotros no cometemos esta clase de errores. Todas las confesiones que salen de aquí son verdaderas. Nosotros hacemos que sean verdaderas.”
Efectivamente, los prisioneros del Partido creen en sus confesiones y se arrepienten sinceramente. Las técnicas de tortura psicológica, por tanto, están pensadas no para castigar, sino para exaltar la lealtad. La meta del Ministerio del Amor es convertir totalmente a sus enemigos y liberarlos, integrarlos de nuevo en la sociedad como leales miembros del Partido. En este sentido, el Partido vuelve a remitir al espíritu religioso de la Iglesia a través del sacramento de la confesión, el perdón de los pecados y la readmisión entre la comunidad de creyentes. Pero en la distopia de Orwell, los arrepentidos, a diferencia de los cristianos, una vez que han demostrado su nueva ortodoxia durante un tiempo (demostrando así la habilidad del Partido en transformarlos), quedan marcados para ser arrestados y ejecutados sin previo aviso. De esta forma, el Partido orwelliano es todavía más despiadado y cruel que la Iglesia medieval.
Entre las más memorables estrategias del Partido en su persecución del poder absoluto se encuentra uno de los cometidos del Ministerio de la Verdad en apoyo de lo que llaman “mutabilidad del pasado”: controlar no sólo el contenido de todos los periódicos y libros del presente, sino modificar continuamente, una y otra vez, los ejemplares antiguos de acuerdo con la última línea de pensamiento del Partido y expurgarlos de todo aquello que ahora pudiera contradecirla, no dejando ni uno solo de los archivos sin revisar. Smith y sus colegas “actualizan” continuamente la Historia recortando y modificando todo tipo de publicaciones y fotografías antiguas, eliminando cualquier pista de la existencia de personas o acontecimientos molestos para el Partido y creando, por el contrario, toda una historia ficticia de individuos y hechos que nunca existieron pero que ayuden a respaldar su política en cada momento.
Esa manipulación de la historia recuerda a la realizada por el régimen estalinista de la Unión Soviética, pero no ha sido el único ejemplo. La burguesía occidental ha reformulado en numerosas ocasiones los acontecimientos históricos para justificar su ascenso social y económico en el siglo XVIII. De hecho, toda la noción de Historia en un sentido moderno –que entiende el flujo de la misma como proceso lógico de causa-efecto gobernado por leyes científicas- fue una invención burguesa. Textos fundacionales como la monumental “Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano”, de Edward Gibbons, interpreta el ascenso del poder aristocrático católico en la Edad Media como un declive de la verdadera civilización, mientras que el posterior florecimiento de la burguesía y el paso del feudalismo al capitalismo equivaldría a un regreso a las glorias civilizadoras del mundo clásico.
En el caso del Partido de “1984”, la manipulación del pasado va más allá de un simple intento de aparentar que su gobierno ha mejorado las condiciones de vida, sino que pretende controlar todos los aspectos de las vidas de los ciudadanos, incluidos sus recuerdos. Hasta cierto punto, se diría que el Partido quiere cambiar continuamente el pasado solamente para demostrar que es capaz de hacer que la gente, literalmente, lo recuerde tal y como el Partido quiere que sea, incluyendo recuerdos claramente contradictorios. De ahí la noción ya mencionada del “Doblepensar”, que permite a los miembros del Partido creer simultáneamente en nociones opuestas, pero también participar en la construcción de las mentiras oficiales, creyendo en las mismas al tiempo que sabiendo de su falsedad.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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Hola, leyendo la excelente entrada comencé a cuestionarme sobre la vida de individuos (de una clase social equivalente al protagonista en "1984"), de los restantes superestados, supongo diferencias tecnológicas, arquitectónicas y en las metodologías de control sobre la población.
ResponderEliminarSaludos!...
Hola Exo. Yo llegué a la conclusión -porque Orwell no menciona casi nada de los otros estados- que las condiciones de vida son muy similares, con sociedades y regímenes dictatoriales semejantes. Un saludo!
ResponderEliminarComo siempre, un gozo leerte y más a la hora de revisar un clásico como éste, que vez que lo he leído, me ha producido tanto terror como admiración. Derechamente este libro es magnífico y revelador. Espero leerme pronto la continuación y culminación de tu ensayo dedicado a él,
ResponderEliminarUn saludo Elwin. Efectivamente, uno de los libros más sobrecogedores de la ciencia ficción, totalmente diferente de lo que se podía encontrar por esa misma época en Estados Unidos. Un saludo.
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