Para algunos críticos, Irwin Allen no fue un narrador de historias, sino alguien obsesionado por el espectáculo. El creador de las más populares series de televisión de CF con espíritu pulp de los 60, sigue siendo visto por aquéllos como una especie de aberración, alguien más interesado en apelar a la –teóricamente- más sencilla audiencia infantil y aficionada a la fantasía que al público serio e intelectual que veía "La Dimensión Desconocida" (1959-1964), “Rumbo a lo Desconocido” (1963-1965) o "Star Trek" (1966-1969). Sin embargo, lo cierto es que había espacio para ambas aproximaciones en las parrillas de programación y público suficiente tanto para la CF política y reflexiva como para aquella centrada en la aventura y el espectáculo colorista.
El realizador Harry Harris, que dirigió episodios para varias de las series de Irwin Allen, recordaría más tarde que los decorados que exigía el productor eran siempre inmensos. Dado su fervor por la escala y las criaturas gigantes, era inevitable que Allen acabara produciendo “Tierra de Gigantes”, la cuarta y última serie de CF que creó para la televisión (tras “Viaje al Fondodel Mar”, “Perdidos en el Espacio” y “El Túnel del Tiempo”). Se trataba de una mezcla de “Perdidos en el Espacio” y “Los Viajes de Gulliver” que, con un argumento reminiscente del de “El Planeta de los Simios” (1968), jugaba con la yuxtaposición de gigantismo y miniaturización tan popular en las películas de serie B de los 50.
La decisión de Allen para seguir esta dirección era comprensible si tenemos en cuenta que siempre pareció saber cuáles eran las modas de la cultura popular en cada momento. El concepto del gigantismo había sido muy popular en el cine de monstruos de los años 50, “invadido” por una caterva de insectos, reptiles y dinosaurios resurrectos por las pruebas atómicas. El director Bert Ira Gordon, por ejemplo, debió su prestigio en la serie B al cine de criaturas gigantes (llegó incluso a capitalizar sus iniciales, B.I.G., como “marca” para vender sus películas).
Incluso cuando la moda declinó en el cine, no llegó a desaparecer del todo. Una efímera serie de televisión, “World of Giants” (1959) narraba las aventuras de un agente secreto al que habían reducido de tamaño y que era transportado en el interior de un maletín a la misión que requería de su intervención. En 1965, Gordon produjo una película, “El Pueblo de los Gigantes”, sobre un grupo de delincuentes juveniles que, tras ingerir una sustancia, crecían nueve metros y aterrorizaban a una población. Richard Fleischer dirigió en 1966 la impresionante “Viaje Alucinante”. Y las películas de Godzilla seguían teniendo su grupo de incondicionales en Estados Unidos. Allen observó todos estos productos y llegó a la conclusión de que el público no había perdido el gusto por las historias sobre cambios de tamaño.
Eso sí, esta vez Allen estaba decidido a que su nuevo proyecto, “Tierra de Gigantes”, fuera una serie diferente a las que había producido con anterioridad: nada de reciclar imágenes de archivo o recuperadas de viejas películas; nada de monstruos de goma en cada episodio. Semanas antes de que se estrenara la serie en televisión, declaró: “Nuestro desafío es escribir guiones que atraigan a los adultos.
No obstante, el prolífico productor era consciente de las turbulencias por las que estaba pasando la cadena que iba a emitir su serie. Ya había tenido problemas con la ABC cuando allí decidieron súbitamente cancelar “El Túnel del Tiempo” en 1967 para sustituirla por “La Leyenda de Custer”. En una mesa redonda sobre CF en la televisión junto a Gene Roddenberry y Rod Serling, Allen aseguró que la muerte de “El Túnel del Tiempo” había sido provocada por su emisión en un horario poco propicio. A continuación, describió su siguiente proyecto como “un programa sobre un grupo de americanos que intentan colonizar un planeta cuyos habitantes tienen 20 metros de altura”.
El concepto original había sido el de un planeta alienígena habitado por humanoides de tamaño normal que vivían en bosques y que se veían obligados a refugiarse en el subsuelo cuando unos gigantes espaciales invadían y se establecían en ese mundo. Dos astronautas humanos extraviados, Steve y Alex, se encontraban atrapados en la lucha entre ambos pueblos. El guionista Anthony Wilson (un veterano que había trabajado para “La Dimensión Desconocida”, “Los Invasores”, “F.B.I”, “Bonanza” o, también con Allen”, en “Viaje al Fondo del Mar”), pensó que todo aquello era demasiado complicado y propuso una premisa más sencilla y aceptable para la cadena: siete viajeros terrícolas se estrellan en un mundo de gigantes y tratan de regresar a su hogar. Se elaboró un corto de presentación de diez minutos a base de storyboards y locutado por Dick Tufeld (la voz del Robot en “Perdidos en el Espacio”).
La ABC compró la idea de inmediato. Una vez reunido el reparto, los primeros 13 episodios se produjeron entre 1967 y 1968 e inicialmente se planificó estrenar en enero de ese último año, colocándola en la parrilla de los viernes. Pero la cadena decidió no malgastar el programa como relleno de media temporada y la ascendió a gran evento para el otoño de ese año.
Entonces tuvieron lugar las turbulencias a las que hacía referencia más arriba. El presidente de la ABC, Thomas Moore, que siempre se había mostrado receptivo al tipo de ficción fantástica que hacía Allen, fue reemplazado por Edgar Scherick quien, a pesar de contar en su haber con algunos de los programas más exitosos de la cadena (“Embrujada”, “Batman”, “Peyton Place”), de primeras se encontró sobre la mesa con una serie muy extraña con gigantes que ni había solicitado ni le interesaba lo más mínimo.
Ese cambio de régimen en la compañía puso más presión sobre Allen, que ahora necesitaba más que nunca que “Tierra de Gigantes” fuera un éxito. Con el fin de aumentar la expectación, anunció que iba a ser la serie más cara de la televisión (en su rango de duración, claro), con 250.000 dólares por episodio en comparación con los 180.000 que solía ser la norma. Tal y como dijo: “Para sobrevivir, debe gustar a toda la familia y ser un gran éxito”. Aunque Allen declararía en una entrevista de 1989 que “El Túnel del Tiempo” era su serie favorita, en 1968 afirmaría que “Tierra de Gigantes” “supera todo lo que he hecho antes”. Cuando en 1968-1969 se hizo un sondeo entre el público acerca de 30 programas nuevos de todas las cadenas, “Tierra de Gigantes” obtuvo el quinto puesto. El éxito parecía asegurado.
Los espectadores pudieron asistir al comienzo de la aventura el 22 de septiembre de 1968, cuando se emitió el primer episodio. En un entonces futuro año 1983, la nave espacial Spindrift, con sus siete pasajeros y tripulación, se encuentra realizando un viaje suborbital rutinario de California a Londres cuando atraviesa un misterioso y brillante orbe blanco del que emergen en un planeta en el que todo es doce veces más grande que en el nuestro. En esta Tierra de Gigantes encuentran una sociedad exacto reflejo de la suya del siglo XX, con sus mismos problemas sociales y políticos y una tecnología muy avanzada. De hecho, parece que esos humanos gigantes son conscientes de la existencia de la Tierra y han estado explorando nuestra atmósfera, que es lo que causó la distorsión a través de la cual pasó la Spindrift.
Los viajeros no tardan en saber del dictatorial Consejo Supremo que gobierna a todos los ciudadanos; y del Departamento de Investigaciones Especiales (SID), cuya misión es hacer que la ley se cumpla y la dictadura se perpetúe. Irónicamente, estos tiranos ven en los diminutos recién llegados una amenaza –dirigiendo la simpatía del espectador hacia quienes, técnicamente, son los “alienígenas invasores”-. Así que, a lo largo de los dos siguientes años, los viajeros, mientras tratan de reparar su nave, deberán evitar ser capturados. En el proceso, encontrarán amigos y enemigos –especialmente un detective gigante, el Inspector Kobick- así como todo un catálogo de amenazas que van de lo predecible (gatos o insectos gigantes) a lo siniestro (niños sádicos o científicos demasiado inquisitivos) pasando por lo extravagante (el actor Jonathan Harris –de “Perdidos en el Espacio”- interpretando a un siniestro flautista de Hamelín).
La premisa de partida era intrigante y estaba desarrollada con acierto. Al principio, el espectador cree que la nave y sus ocupantes han sido de alguna forma encogidos. Lleva algún tiempo descubrir que no se encuentran ya en la Tierra y que la sociedad de ese mundo, aunque similar a la que conocen, presenta importantes discrepancias en el plano político y tecnológico. Los mejores episodios son, precisamente, aquellos que se centran en esas diferencias. Inicialmente, a los gigantes se los representa moviéndose con lentitud; tampoco hablan mucho y tienen dificultades para ver en la oscuridad. Pero esos rasgos, en aras de potenciar la emoción, van perdiéndose gradualmente conforme la serie avanza.
El reparto de personajes es a priori interesante: la tripulación compuesta por el capitán Steve Burton (Gary Conway”, el copiloto Dan Erickson (Don Marshall) y la azafata Betty Hamilton (Heather Young); y los pasajeros: un ingeniero, Mark Wilson (Don Matheson); una mujer rica, Valerie Scott (Deanna Lund); Barry Lockridge, un huérfano (Stefan Arngrim); el perro de éste; y un estafafor, Alexander Fitzhugh (Kurt Kasznar).
Obviamente, la dinámica “chico-perro-tramposo” trataba de copiar la que tenían el Will Robinson, el Robot y el Doctor Smith en “Perdidos en el Espacio”. Los actores, sin ser carismáticos, sí están correctos en sus respectivos papeles, aunque tampoco pudieron hacer mucho con ellos dado que apenas se registra evolución alguna en sus personajes. Otras caras conocidas intervinieron como estrellas invitadas, como Ron Howard haciendo de genio infantil; John Carradine como actor de terror que recluta a los hombrecillos como estrellas; o Michael Ansara en la que bien podría ser la peor interpretación de su carrera.
Los guiones no son gran cosa y, en cualquier caso, nunca están a la altura del concepto central. La calidad y orientación de los argumentos es irregular, como podría esperarse de temporadas de 25 o 26 episodios. Pueden verse los esfuerzos, desesperación incluso, de los guionistas al tratar de encontrar nuevos temas sobre los que centrarse, ya fuera atrapar a un asesino, crear un audífono para un niño sordo o incluso ayudar a un mago a limpiar su reputación.
El ritmo de la serie es asimismo extraño: lento, pero no del modo en que lo eran el “Doctor Who” u otras series británicas contemporáneas. Éstas eran lentas en cuanto a que se tomaban su tiempo para desarrollar el argumento, dando prioridad a los diálogos sobre la acción. “Tierra de Gigantes” tiene más acción que diálogos, pero aquélla es… parsimoniosa. Ese ritmo diluye la emoción y el suspense porque a todo le cuesta mucho tiempo resolverse a base de insertar largos planos de caras o efectos especiales. Es como si el productor estuviera tratando de sacar el máximo provecho del dinero gastado en trucos visuales dándoles todo el tiempo posible en pantalla.
A lo largo de los años, muchos de los colaboradores de Allen se han referido a su enfoque apolítico a la hora de afrontar sus producciones. El mencionado director Harry Harris, por ejemplo, insistió en que Allen “nunca pensó en términos de enviar un mensaje. Nunca”. Que series como “Viaje al Fondo del Mar” incorporaran en sus argumentos referencias al espionaje y las intrigas políticas de la Guerra Fría parece contradecir esas afirmaciones, pero un análisis más minucioso revela que lo único que hacía Allen era servirse de un tema muy imbricado ya en la cultura popular, no tratar de articular una declaración política.
Dicho esto, es irónico que “Tierra de Gigantes”, una serie claramente orientada a lo visual, fuera, de todas las producidas por Allen, la que tuviera mayor carga política. Se repetían aquí las moralejas típicas de la CF audiovisual de los 60: no se puede confiar en las apariencias, la línea entre el bien y el mal es borrosa... Pero ojo, esto no significa que Allen estuviera tratando deliberadamente de pasarse al campo de la “ciencia ficción política”. Esas advertencias eran típicas de la ciencia ficción audiovisual de la década de 1960 y la metáfora del hombrecillo pequeño luchando contra el Gran Hermano -que fue perfectamente comprendida en algunos países con esa lacra y en los que la serie tuvo una gran acogida- casi con seguridad fue más involuntaria que deliberada.
Allen, fiel a su estilo, cuidó bastante el aspecto visual y utilizó grandes decorados y vestuario muy colorido. En aquella época, “Tierra de Gigantes” fue el programa más caro de los producidos por Allen –en esta ocasión para la 20th Century Fox-. Como ya mencioné más arriba, cada episodio costaba más de 250.000 dólares, quedando la mayor parte del presupuesto absorbido por las elaboradas maquetas (en general muy logradas con la excepción de la mano gigante, que tenía un movimiento muy limitado), unos decorados inmensos y los insoslayables efectos ópticos y fotográficos. Dignos de mención son también los créditos de apertura. La secuencia animada tiene su gracia y la música de la entradilla la compuso nada menos que John Williams.
Desde el principio, la gran pregunta para la ABC fue si este programa de fantasía podía competir en un ecosistema televisivo que había cambiado radicalmente en tan solo un año. Series de acción como “Comando en el Desierto”, “El Agente de C.I.P.O.L.”, “Tarzán” o “Viaje al Fondo del Mar” habían sido reemplazados por programas de comedia como “Laugh-In” o de género pero ambientados en el mundo contemporáneo, como “Audacia es el Juego” o “Patrulla Juvenil”. Para sobrevivir y aspirar a la renovación, un programa de televisión debía obtener al menos un rating de 16.0 cada semana. Los tres primeros episodios de “Tierra de Gigantes” sobrepasaron cómodamente esa marca (20.0, 19.5 y 21.0 respectivamente). Aún más importante fue que la demografía del público era la adecuada, así que se convirtió en la primera serie de la temporada 1968-69 en obtener la renovación.
Además, las críticas eran, en general, laudatorias. “The Hollywood Reporter” la describió como “el trabajo más prometedor de Allen, con el foco en el elemento humano”. “Newsday” dijo de ella que era “gasolina visual” y el “New York Times” escribió que “Es una ganadora. Aventura por todo lo alto”. “Daily Variety” no le concedía importancia a los “guiones juveniles” pero profetizaba que “le irá suficientemente bien como para durar un par de años”.
A los espectadores más jóvenes de entonces no les importaban demasiado los ratings. Sólo sabían que era una serie emocionante. En “Pueblo Fantasma”, los diminutos recién llegados tenían que esquivar piedras, cerillas y grava que les arrojaba un travieso niño gigante (un proyectado encuentro con una abeja enorme tuvo que recortarse por limitaciones presupuestarias). En “Plan de Vuelo”, hacían Amistad con un piloto de aviones perdido que resultaba ser un siniestro gigante miniaturizado que planeaba robarles la nave; en “Mundo Extraño”, un astronauta sacrificaba su vida ante una araña gigante para salvar a Barry; en “En Una Noche Clara Puedes ver la Tierra”, Steve hacía frente con una cuchilla a un enorme Doberman; y en “Imán Mortal”, Dan quedaba atrapado en unas arenas movedizas mientras una tarántula gigante se balanceaba sobre él. En los dos años que duró la serie, hubo encuentros con langostas, comadrejas, mantis, tejones, osos, serpientes, lagartos, pájaros, hienas y pollos.
La influyente revista “TV Guide” le dedicó mucha atención a “Tierra de Gigantes”, incluyendo en sus páginas artículos sobre Deanna Lund, Heather Young, Kurt Kasznar, Stefan Arngrim y una portada dedicada a Gary Conway. Asimov escribió sobre ella un artículo humorístico y se ofrecieron reportajes fotográficos sobre los efectos especiales y la compañía que proveía de insectos gigantes a la serie.
Con todos esos buenos ratings, críticas elogiosas, un reparto popular y una demografía sólida, nadie prestó atención a la ominosa advertencia de “TV Guide”: “La renovación de “Tierra de Gigantes” es pan comido, pero los éxitos rápidos algunas veces se desvanecen”.
Muchos niños seguían prefiriendo programas como “Lassie” o “Disney”, entre otras cosas porque sus padres no les dejaban ver “Tierra de Gigantes”. Y ello por una razón de lo más curiosa: con el cambio de hora que se efectuaba a comienzos de año en la zona del Pacífico, el programa pasaba a emitirse a las 8 de la tarde. Era un horario que, para muchos padres y teniendo en cuenta que los niños solían levantarse a las 7 para ir a la escuela, no era el adecuado para que sus hijos estuvieran levantados. Los pequeños aficionados con la esperanza de seguir las aventuras de sus héroes en las reposiciones veraniegas, se vieron frustrados al comprobar que, en mayo de 1969, “Tierra de Gigantes” era súbitamente reemplazada por una vieja serie antológica, “Suspense Theatre”. Pensando que el programa había sido definitivamente cancelado por la ABC, muchos la apartaron de su pensamiento y se dedicaron a otra cosa.
Pero no era así. Aunque hubo cadenas filiales que decidieron no continuar emitiéndola, la ABC sí produjo una segunda temporada que vino acompañada por diversos accidentes y problemas. Por ejemplo, Heather Young estaba embarazada y hubo que eliminarla de varios episodios; durante el rodaje, una piruleta gigante le rompió el dedo del pie a Don Marshall; y un lapicero de 12 metros dejo coja por una temporada a Deanna Lund. Por otra parte, la cadena entregó a Irwin Allen una lista de exigencias: querían menos rodajes nocturnos, menos episodios en los que el capitán Burton resolvía los problemas (más trabajo en equipo, en definitiva), más encuentros con animales gigantes, más viajes a otras regiones del planeta y un episodio en el que el grupo quedara atrapado en el estómago de un pez gigante.
La primera temporada había tenido unos buenos ratings, con una media de 17.7. Pero sus beneficios financieros provenían de haberse podido vender a 45 países. Al ser una serie eminentemente visual, no era necesario comprender todo el diálogo para seguir la historia. Allen respetaba a sus actores, pero creía firmemente que el público estaba más interesado en las maquetas gigantes que ayudaban a crear la ilusión de tamaño.
La segunda temporada hizo un esfuerzo por acomodarse a las exigencias de la cadena e incluyó episodios como aquél en el que Steve y Dan retroceden a 1983 para impedir el despegue de la nave; otro en el que terrícolas del futuro planean conquistar a los gigantes utilizando armamento muy avanzado; un viaje en globo al confín del planeta…
Las cartas de los espectadores y las críticas en los medios se mostraron más divididas ante esta segunda temporada. La revista satírica MAD hizo una parodia de la serie titulada: “La Tierra de los Gigantes Aburridos”. Aunque el público se había sentido al principio fascinado por la propuesta y los efectos, la novedad se desvaneció al cabo de un par de años. Sin embargo y aunque era un programa muy caro para la Fox, el estudio esperaba sacar adelante un tercer año que totalizara los 75 episodios y lo habilitara para pasar el mercado sindicado. Pero los ratings de los primeros capítulos de ese segundo año fueron desastrosos, no llegando siquiera al 11.0. Luego se produjo una lenta remontada culminando con el episodio “Regreso”, en noviembre de 1969, que obtuvo un 17.0. La misma semana en la que la ABC debía decidir el destino de “Tierra de Gigantes”, en febrero de 1970, se emitió el episodio con peor rating de toda su trayectoria, “El Dardo Mortal”, con un 10.3.
Durante su primer año, “Tierra de Gigantes” había conseguido la hazaña de obligar a otras cadenas a cancelar sus apuestas para la misma franja horaria: “Mi Oso y Yo”, de la CBS; y el programa de media hora más caro de la televisión, “Las Nuevas Aventuras de Huck Finn”, en la NBC. Además, tanto “Lassie” como “Disney” habían sido desbancados del Top 20. Pero Irwin Allen dio por sentada la fidelidad de su público y siguió ofreciéndole historias repetitivas que no encaminaban la serie hacia conclusión alguna ni contribuían a desarrollar los personajes. Así que aquella misma audiencia adulta que el programa necesitaba para garantizar su supervivencia, acabó perdiendo el interés. Muchas cadenas locales de la ABC empezaron a sustituir “Tierra de Gigantes” por reposiciones de “Yo Espía” o “Alma de Acero” tratando de mantener a ese público maduro.
“Tierra de Gigantes” finalizó su segundo año con un rating medio de 13.0, conservando una base demográfica de niños y mujeres adultas (la serie que la sustituyó, “Los Jóvenes Rebeldes”, lo hizo aún peor, cancelándose al cabo de solo 15 episodios y con un rating medio de 11.0). ABC anunció la cancelación del programa en marzo de 1970 sin que apenas hubiera reacciones. A casi nadie pareció importarle. Harlan Ellison, en su columna del diario “Los Angeles Free Press”, dijo que “el programa ha tenido un buen desempeño” pero que se sentía feliz de que terminara. “Aunque muchos de los miembros del reparto de “Tierra de Gigantes” son amigos y conocidos míos, el programa ha provocado escalofríos en cualquiera que esté mínimamente familiarizado con la ciencia ficción”.
La serie, en resumen, totalizó 51 episodios de sesenta minutos divididos en dos temporadas (de 26 y 25 episodios respectivamente) entre 1968 y 1970. El plantel habitual de guionistas y directores de Allen llegó aquí a sumar 274 episodios en cuatro programas a lo largo de seis años. La serie terminó sin que los protagonistas hubieran podido regresar a su mundo. Pero, como mínimo, el programa creó una pareja: Don Matheson y Deanna Lund, que se enamoraron durante el rodaje y se casaron en la primavera de 1970. Más tarde tuvieron una hija, Michele, que también sería actriz.
Durante los años 70, Irwin Allen siguió presentando proyectos televisivos: “La Ciudad Bajo el Agua” (piloto, 1971), “Los Robinsones Suizos” (serie, 1975), “Los Viajeros del Tiempo” (piloto, 1976) y “El Retorno del Capitán Nemo” (piloto, 1978). Sólo “Los Robinsones Suizos” registró un éxito moderado. Quizá el éxito de la película de George Seaton “Aeropuerto” (1970, basada en la novela de Arthur Hailey) fuera lo que le devolvió a Allen el instinto que siempre le había acompañado para comprender las tendencias en los gustos populares. Y así, en 1972, canalizó su gusto por el espectáculo y la acción hacia un proyecto cinematográfico de gran calibre, “La Aventura del Poseidón”, que, ahora sí, tuvo un gran éxito.
Con “El Coloso en Llamas” (1974), volvió a dar en la diana, satisfaciendo la demanda del público por las catástrofes, el drama y la acción. De hecho, Allen fue conocido como “el maestro del desastre”. Sus éxitos propiciaron una sucesión de films producidos por otros y que bebían de la misma fórmula: “Terremoto” (1974) o “Aeropuerto 75” (1974). El propio Allen se retroalimentó a sí mismo persistiendo en el subgénero tanto en la pantalla grande como en la pequeña. En los siguientes años, presentó “Inundación” (TV, 1976), “El Bosque en Llamas” (TV, 1977), “El Enjambre” (cine, 1978), “Hanging by a Thread” (TV, 1979) y “Más Allá del Poseidón” (cine, 1979),
Como había sido el caso de sus programas televisivos de los 60, Allen aplicó una y otra vez la misma fórmula a sus ficciones de desastres: las vidas de varios personajes intersectan a causa de una catástrofe a la que deben sobrevivir. Aunque a menudo el reparto estaba compuesto de nombres ilustres y viejas glorias, lo que de verdad constituía el foco de atracción para el público era la premisa catastrófica, ya fuera un navío que zozobra, un rascacielos que se incendia, un enjambre de abejas asesinas africanas que invaden Estados Unidos… Hizo, en definitiva, lo mismo que había hecho en sus series de TV, solo que sustituyendo el monstruo de la semana por un desastre natural.
Por desgracia, también pareció olvidar que la criatura de la semana de sus series había empezado cayendo en gracia a los espectadores solo para, a base de repetición, colmar su paciencia. Para cuando Allen reunió un grupo de actores de primera división (Paul Newman, William Holden, Jacqueline Bisset, Barbara Carrera, Ernest Borgnine, Burgess Mereditt..) para participar en “El Día del Fin del Mundo” (1980), en la que los huéspedes de un resort isleño se ven amenazados por la erupción de un volcán), esa fórmula se había convertido en algo tan gastado, obvio y predecible, que se podía asegurar que la época de cine de desastres, por el momento, había pasado. Aún así, Allen se negó a aceptarlo y, presentando como bazas su prestigio y buen ojo para la acción, obtuvo fondos para rodar dos telefilms, “The Night The Bridge Fell Down” (1983) y “Cave-In!” (1983), antes de resignarse y olvidar las catástrofes.
Allen no consideraba que nada fuera propiedad exclusiva de una serie concreta y recicló sistemáticamente imágenes, música y efectos de sonido de un programa para realzar otro. Esas polinizaciones cruzadas daban a todas sus producciones cierta familiaridad, pero también es posible que el público acabara empachado de recibir más de lo mismo, imágenes y sonidos que recordaban de otros lugares.
Sin embargo y a pesar de todos sus defectos, las series que Irwin Allen produjo en los años 60 fueron, en la mayoría de los casos, productos de entretenimiento eficaces gracias, en gran parte, a las recurrentes obsesiones de su creador y a su talento para sintonizar con su audiencia, aunque sólo fuera temporalmente. Allen no era un gran narrador al estilo de otros gigantes de la televisión fantacientífica como Rod Serling, Gene Roddenberry, Leslie Stevens o George Stefano; él era un hombre de espectáculo y, como tal, ofrecía lo que a él mismo le gustaba.
“Tierra de Gigantes” es un producto de su época y, admitámoslo, no ha envejecido bien. De tener interés o curiosidad en recuperarla, el espectador moderno debe hacer un esfuerzo por adoptar los ojos y el espíritu del momento y así poder valorar adecuadamente sus virtudes. Una de ellas fue su actualización de la vieja premisa del cambio de tamaño, añadiéndole un barniz de CF. Utilizando la metáfora de las diferencias de tamaño, exploró las dinámicas de poder magnificando cuestiones esenciales de la vida inspirándose en productos anteriores, como “Doctor Cíclope” (1940) o “El Increíble Hombre Menguante” (1957). Por otra parte, el equipo técnico, limitado por la tecnología de la época, hizo una excelente labor en la recreación de un mundo creíble poblado por gigantes, componiendo planos y escenas que soportan sorprendentemente bien las décadas transcurridas.
“Tierra de Gigantes” fue desde poco tiempo después de su cancelación, maltratada, ridiculizada y expuesta como ejemplo de serie cutre e infantil. Sin embargo, el tiempo ha ido poniéndola en su lugar y hoy muchos críticos la reivindican como una serie que ocupa un lugar especial en la Historia de la CF televisiva. A pesar de su corta vida, adoptó un enfoque innovador, combinando una narrativa reflexiva con imágenes cautivadoras. Hoy puede considerarse un clásico menor del género y testimonio del talento y habilidad de sus creadores.
Maravilloso artículo. Me gusta la serie,,,,no terminé de verla..pero vista la mitad, es sin duda de gran disfrute para los aficionados del scifi.....
ResponderEliminarUn saludo
Buen articulo! la serie podria haber sido muy buena pero se noto que iba en picada en la 2da temporada, una pena pero no deja de ser una joya scifi
ResponderEliminar