Desde hace ya una larga temporada, las distopías vienen siendo uno de los subgéneros predominantes de la CF tanto en su vertiente literaria como audiovisual. Las razones de esta popularidad son merecedoras de un estudio sociológico en profundidad que, probablemente, deberá esperar todavía unas décadas para disponer de la perspectiva y objetividad necesarias.
Puede aventurarse, no obstante, que una de esas razones sea el pesimismo respecto al futuro que impregna buena parte de las sociedades más desarrolladas, quizá producto, por una parte, del continuo estado de temor propiciado por unos medios de comunicación y redes sociales ávidas de captar la atención del público recurriendo al sensacionalismo más malsano y morboso; y, por otra, la sensación generalizada de que los grandes avances tecnológicos no han impedido la continua ampliación, desde hace décadas, de las desigualdades económicas y sociales, una tendencia que, de no revertirse, podría desembocar en una sociedad profundamente dividida, con la inmensa mayoría del capital, la riqueza (y el poder e influencia anexos) en manos de un puñado de empresas e individuos mientras el resto lucha desesperadamente por sobrevivir en un entorno económico depauperado.
Muchas de las obras distópicas más famosas aparecidas en las dos últimas décadas han estado protagonizadas por adolescentes, desde “Los Juegos del Hambre” a “El Corredor del Laberinto” pasando por “Divergente”. Aparte de los temas habituales en el subgénero (el poder y corrupción de las élites, el deterioro del medio ambiente, la tecnología como herramienta opresora/explotadora, libertad vs seguridad, etc), ese perfil de personajes permite introducir otras cuestiones acordes con sus edades como, por ejemplo, la construcción de una identidad propia, el paso a la madurez, la asunción de responsabilidades, la toma de postura ideológica o la rebeldía frente al sistema.
Dentro de esta corriente temática, “Proyecto Karón” ofrece una interesante aportación patria firmada por Ana B.Nieto en su primera incursión en la CF tras haber transitado con éxito el género histórico y el realismo mágico. La escritora, experimentada en su profesión y en la vida (es madre de familia y eso se traslada al tono de la obra que nos ocupa), se muestra perfectamente capaz de sintonizar con los intereses y preocupaciones de un lector más maduro. Varios de los personajes principales que encontramos en la novela son adultos que ya cuentan con una vida tras de sí, que soportan el peso de unas responsabilidades familiares y un pasado que les desvela y condiciona sus decisiones.
Pero, además, “Proyecto Karón” no es la típica historia de rebeldes idealistas contra la autoridad opresora o marginados individualistas que culebrean por las grietas del sistema aprovechándose del mismo. No, los protagonistas de esta novela no aspiran a derrocar al sistema sino a ganarse la vida sin romper las reglas y conservando su dignidad.
Alaxi Dalem, su esposa Danii y sus dos hijas, Sunii y Laria viven en el árido Valle del Diamante, donde, con muchos esfuerzos y escasez de medios, gestionan una granja de cosmética inteligente. Un día, reciben la visita de unos militares que requieren la presencia de Alaxi en el Sílex, la fortaleza que centraliza el departamento de seguridad del país, para que realice un trabajo muy importante. Como pago, asegurarán indefinidamente el suministro médico que necesita la pequeña Sunii.
Y es que resulta que, en su juventud, Alaxi fue un brillante estudiante de tecnología simbiótica y junto a una compañera y amante, Lena Gradavi, una genio en arquitectura virtual, desarrollaron un sistema de conexión mente-máquina que permitía la inmersión conjunta en entornos virtuales creados a partir de los recuerdos personales: el Karón. Sin embargo, ambos discrepaban respecto al destino que debía darse al invento. Lena deseaba ofrecérselo al ejército para así obtener a cambio fondos con los que seguir investigando; Alaxi, por el contrario, rechazaba esa idea, convencido de que sería utilizado, por ejemplo, como herramienta para interrogatorios o incluso tortura.
El Karón acabó, efectivamente, en manos de los militares pero no sin que antes Lena sufriera un accidente durante una de sus inmersiones que dejó su mente atrapada en su propia ilusión mental/virtual (y su cuerpo en un estado catatónico) durante cinco años en el Centro para la Rehabilitación de Transjuegos. Una vez recuperada, el general Evan Ritcard la acogió, se casó con ella y le encomendó el diseño de la arquitectura de datos y simulaciones que se conoce como Quimera y que es la inteligencia artificial que dirige el país. Mientras Lena estaba en coma, una juez de la poderosa familia Dobaldi ilegalizó el Karón por su potencial adictivo y ordenó la destrucción de todos los dispositivos existentes. La hija de la magistrada, Danii, se terminó casando con Alaxi y ambos fundaron una familia geográfica, social y económicamente alejada de los círculos aristocráticos empresariales a los que ella pertenecía.
Los militares le informan a Alaxi de que, secretamente, el Sílex conservó operativas dos vainas de inmersión, una de las cuales ha sido utilizada por Lena sin autorización tras sustraer una información muy importante cuya naturaleza no le ha sido revelada ni siquiera al general Ritcard. Pero algo salió terriblemente mal durante su inmersión y todos los “aradnes” -soldados especializados que entran en la simulación- enviados a su rescate han acabado catatónicos. Al único al que Lena está dispuesta a recibir en su construcción virtual plagada de peligros extraídos de su subconsciente, es Alaxi, que deberá sumergirse en ese entorno, averiguar qué ha pasado, tratar de convencerla para que regrese al mundo real y recuperar la enigmática información sustraída.
“Proyecto Karón” es una distopía que transcurre en Gran Unión, la franja Suroeste del actual Estados Unidos, el único territorio ahora habitable de aquel antiguo país que ahora ya no existe y del que nadie parece guardar demasiada memoria habida cuenta de la escasa mención que se hace al mismo. Esta nueva nación ni siquiera ha conservado gran parte de la antigua toponimia. Antiguas ciudades de gran tamaño como Los Ángeles o Las Vegas, han sido abandonadas y no son más que ruinas, surgiendo otras como BBDay o Ciudad U-Dream, de nueva construcción y organizadas de acuerdo a estrictas zonas según el precio de sus viviendas -y, por tanto, segregando económicamente a sus habitantes-. La costa Este del continente norteamericano, se nos dice, se ha tornado inhabitable y del resto del mundo sólo se mencionan lugares como el triángulo Escandinavo o Grecia, todavía abundantes en recursos y convertidos en territorios privativos de grandes compañías farmacéuticas; o las naciones africanas del conocido como Cinturón Barani, ricas en minería e investigación de medicamentos génericos y que han adoptado una estructura social de estricto matriarcado.
La sociedad que describe la autora no es producto de una catástrofe planetaria súbita sino de un agotamiento de los recursos básicos combinado con la apropiación y control de lo que resta de los mismos por parte de una serie de importantes compañías ajenas a todo excepto a obtener beneficios crecientes y expandir su poder monopolístico. A ello se añadió la culminación de una serie de tendencias nefastas del siglo XXI, como la agudización del cambio climático, la adicción a las redes sociales o la obsesión por las enfemedades, dietas y programas de mejora mental. Así, por ejemplo, el agua se ha convertido en un lujo que no solo es servida en ocasiones muy especiales como un líquido precioso sino que ha surgido todo un culto religioso a su alrededor inspirado en las culturas de la antigua Grecia.
Pero a lo que más presta atención la historia es a las medicinas. La autora empezó a trabajar en la novela en 2017, pero sin duda influyó en su desarrollo -no podía ser de otra forma- la pandemia de COVID-19 que se abatió sobre nuestro planeta en 2020 y en cuya crisis desempeñaron un papel fundamental las compañías farmacéuticas. El poder de éstas, en la novela, ha crecido de forma exponencial fomentando el miedo a la enfermedad -miedo, por otra parte, no del todo injustificado- y optando por la cronificación antes que la cura:
“La vacuna era opcional. Cada uno podía decidir si se arriesgaba o no. Pero ¿qué no haría un padre o madre por su hijo? ¿Y si le tocaba? Se jugaba mucho con el “y si”. Había testimonios de víctimas, imágenes de niños con malformaciones, fotografías horribles circulando. Eran muy pocos casos, poquísimos casos graves, pero se aseguraron de documentarlos al milímetro y darles mucha publicidad. Se empezaron a ofertar los cócteles preventivos y a meter presión en todos los canales. Hubo muchos padres que cayeron en eso. Yo supe de casos de familias, en esta segunda ola, que vendieron su único coche. Algunos hipotecaron su casa. Otros compraron los cócteles con el dinero de la universidad. “La salud es lo primero”, decían. Muchas familias vivían esclavas para pagar sus cócteles. Renunciaron a la educación.“¿Para qué?”, decían. “Si los conocimientos ya no tienen valor. Todo cambia con demasiada rapidez. Para los conocimientos ya están las IA”. Se quedaban obsoletos enseguida. Lo importante era tener capacidades. Un supercerebro. La cultura cayó en desuso porque las dietas químicas eran más importantes. Foco, rapidez, capacidad multitarea, blindaje emocional, resiliencia, desapego y, después, conectividad simbionte. Toda la inversión se fue en eso. Aparecieron los gimnasios cerebrales y los neuromentores. De repente hubo una generación muy capaz, pero nadie sabía de nada. Eran máquinas de procesar, pero les costaba horrores tomar una decisión. Nadie conocía ya los datos, los históricos. Los habían delegado todos en las IA. Eran sus discos duros externos. Fue la generación ACPI: altamente capaces pero ignorantes”.
La última pandemia dejó un importante número de niños aquejados de un grave síndrome de origen vírico, el VCA. Los medicamentos en general -y el Varisag en particular, que palia los síntomas de esa enfermedad- son muy caros y difíciles de conseguir, convirtiéndose en el paradigma del capitalismo en su más perfecta y despiadada versión: los precios de las medicinas se han ajustado tan finamente a la demanda que mientras uno está en la cola de la farmacia puede ver subir los precios del compuesto que ha ido a comprar reflejados en unos paneles colocados a tal efecto en el local, como si fueran cotizaciones de valores bursátiles. Las farmacéuticas se han convertido en entidades de mayor poder que los mismos gobiernos, fundando sus propias ciudades y presionando a las autoridades a legislar en su favor, privando de medicamentos a los ciudadanos de un lugar si pueden vender éstas en otro con mayor beneficio y negándose a compartir sus fórmulas para la elaboración de genéricos más accesibles económicamente por el grueso de la población.
La autora respeta la inteligencia del lector negándose a facilitarle cómodamente masticado el marco general y cómo se ha llegado al mismo. De hecho, uno puede sentirse un poco despistado en la primera parte por la importante cascada de términos y lugares nuevos, sin explicación clara de qué designan o cuál es su importancia. Pero Nieto se las arregla para estimular la curiosidad del lector, que se siente impelido a seguir leyendo. Poco a poco, conforme avanza la trama y utilizando el formato de entrevistas, informes, reportajes televisivos o breves apuntes relacionados con alguna escena, descubrimos no sólo las dinámicas vigentes en esa sociedad y las razones por las que los personajes se comportan y relacionan como lo hacen (consecuencia tanto de sus respectivos orígenes sociales como de sus pasados, aspiraciones, miedos y formas de ver el mundo) sino el hilo que conecta nuestro mundo actual con el futuro descrito en la novela.
Así, por ejemplo, se nos narra el derrumbe del sistema democrático: “El debate interno entre los pilares de Quimera, con sus cientos de miles de simulaciones en tiempo real, antes lo hacían personas. Argumentando, contando historias, que es lo propio del ser humano. Se tardaban muchos meses para aprobar una ley o un programa. Hablaban y hablaban y perdían muchísimo tiempo. A veces hablaban de cosas que no tenían ni que ver con lo que estaban discutiendo. Era desesperante. ¡El método tenía tres mil años! Encima, las sesiones tenían su horario y sus festivos, no eran un continuo. Para cuando dejaban de contarse historias y lograban un acuerdo, la cuestión hacía mucho que estaba obsoleta. Las leyes iban con desfases de meses, incluso de años, respecto a la realidad tecnológica y económica, que cambiaba por días. El Gobierno era muy ineficaz. Los datos se compraban a las corporaciones, que cada vez ganaban más poder respecto a los Estados. La Gran Unión se hizo ingobernable porque seguía en su burbuja. Simplemente, dejó de estar al servicio de la realidad”.
La democracia derivó, por tanto, en una datocracia carente de partidos e ideología, un sistema que es la consumación lógica de una tecnocracia elevada a su máxima potencia: una inteligencia artificial, Quimera, resguardada en un protegido búnker, que ejecuta continuamente algoritmos a partir de la recogida y almacenamiento histórico de los datos de toda la población extraídos de sus actividades tanto en el mundo digital como el real. Las acciones que Quimera estima necesarias para dirigir el país son trasladadas a las Falanges, el equivalente a los actuales ministerios, y ejecutadas por sus funcionarios. La cuestión aquí, claro, es si este sistema es verdaderamente impermeable o si, por el contrario, un intruso podría hackearlo y hacer que trabajara en su favor, cuestión esta que termina siendo nuclear en la trama.
Las empresas dedicadas a la recogida, interpretación y utilización de datos para influir en la población, desde hacerles desear un producto a venerar a algún gurú o líder corporativo representado por avatares digitales, son otros jugadores de peso en esta sociedad. Es el caso de la corporación Yosha Star, para la que trabajan dos hermanas, Naodi y Salvia, con puestos, personalidades y circunstancias muy diferentes en un sector ferozmente competitivo. Ambas mujeres servirán de instrumento narrativo para criticar dinámicas empresariales actuales, como el maltrato al que se somete al personal, las presiones brutales, los jefes tóxicos, la valoración basada exclusivamente en los últimos resultados obtenidos o la consideración del cliente como un medio para satisfacer las necesidades de la empresa.
La novela completa su retrato distópico con otros tropos tradicionales del subgénero: una mayoría de la población sobreviviendo con rentas magras; cambio climático que ha recortado la disponibilidad de recursos naturales; condiciones laborales deplorables; adicción a mundos virtuales; el utilitarismo como principio rector de la economía; la dependencia de la tecnología o el ascenso de élites con sus propias reglas y ritos, como los Keras (militares) o los Highcorps, una aristocracia endogámica compuesta por las grandes familias que dirigen las transnacionales.
Más novedosa es la segregación sexual presente en esta nueva sociedad, aunque no estoy del todo seguro de que una medida tan radical quede bien justificada. Los hombres han sido relegados a realizar tareas eminentemente físicas, como el trabajo en el campo, la construcción o la defensa; mientras que son las mujeres las que han pasado a ocupar todos los puestos cualificados, intelectuales y de gestión. Esto, a su vez, ha tenido consecuencias en la psicología colectiva de unos y otras a la hora de relacionarse con el sexo opuesto e interpretar su función y posibilidades en ese mundo.
También y como es lo habitual en las distopías, encontramos aquí situaciones claramente reconocibles de nuestro presente trasladadas, con más o menos transformaciones, al futuro. Al fin y al cabo, nuestra naturaleza más nuclear difícilmente puede cambiar en el curso de unas generaciones y las necesidades, temores y aspiraciones de los individuos siguen siendo las mismas aun cuando la forma de vivirlas pueda ser algo diferente. La sociedad que nos describe “Proyecto Karón” cuenta con formas nuevas de relacionarse fruto de sus circunstancias específicas: Salvia, por ejemplo, vive su bisexualidad con absoluta normalidad; y los keras del Sílex, que viven aislados y a menudo arriesgan sus vidas, han creado una suerte de “red afectivo-sexual” a múltiples bandas. Existen también nuevas maneras de socializar y divertirse que no son sino variaciones más sofisticadas de las actuales, como esas noches salvajes a las que se entrega Salvia tras días de intenso estrés en su trabajo de ejecutiva, liberando sus instintos más básicos en una discoteca en la que la música se combina con aerosoles de opiáceos para sumir a los danzantes en un estado de absoluto abandono y donde las mujeres exhiben un maquillaje inteligente que se modifica de acuerdo a sus emociones y deseos sexuales, lanzando inequívocas señales a sus pretendientes.
Pero, por otra parte, la gente sigue albergando los mismos sentimientos que desde hace siglos hacia sus seres queridos, soportando las mismas presiones, asumiendo -o rechazando- las mismas responsabilidades y cometiendo los mismos errores de juicio. Esto se refleja en todos los personajes de la novela: Alaxi acepta un trabajo dudoso movido por su deseo de ayudar a su hija enferma aunque ello le lleva a recaer en su antigua relación tóxica con Lena y recuperar su adicción a las inmersiones virtuales; Naodi, absolutamente sobrepasada por el estrés laboral y la soledad de la madre soltera, a veces desea no haber tenido a su bebé aunque acaba reconociendo que él es su único motivo para seguir adelante, llegando su sacrificio a rebajarse a esclava de su jefa en las sesiones de psicodrama con las que ésta exorciza sus traumas y complejos; la autoconfianza de Lena al utilizar el Karón no le sirve para superar los demonios de su pasado que acechan en su mente; Salvia es adicta a la adrenalina que le genera su trabajo, pero acaba dándose cuenta de no solo de la vaciedad de esa vida sino de que no es más que una inductora de engaños masivos y que lo importante es aquello que lleva tanto tiempo descuidando: su familia; el general Ritcard, investido de más responsabilidad que poder, esconde tras su fachada distante y carácter brusco un hombre sinceramente enamorado de su esposa y preocupado por los hombres y mujeres a su cargo...
Ana Nieto tiene un estilo ágil y directo que, aunque sin florituras, transmite muy bien los sentimientos de los personajes. Los capítulos cortos (a veces de tan solo tres páginas) dinamizan mucho la lectura, cambiando continuamente de escenario y personajes, por lo que las poco más de 380 páginas se recorren con gran facilidad. Por otra parte, aunque la construcción del mundo (historia, avances tecnológicos, costumbres sociales) es razonablemente buena, hubiera sido quizá deseable una descripción algo más detallada de los diferentes entornos (en este sentido, el libro cuenta con el complemento de una recomendable página web que incluye fotografías y perfiles de los lugares y personajes).
Hay también algunos puntos que no están suficientemente explicados (como el súbito empeño de Alaxi en ser iniciado en el culto mistérico de los keras del Sílex), personajes que ganan o pierden peso en la narración de formas algo descompensadas (por ejemplo Naodi, que en un momento determinado pasa a segundo plano sustituida por su hermana, que es la que desempeña un papel relevante en el desenlace) o elementos de alta tecnología (como la robótica o la clonación) que, pese a la indudable importancia que deberían jugar en la vida cotidiana de esa sociedad, son introducidos muy a última hora sin haber hecho mención previa a ellos.
“Proyecto Karón” es una meritoria obra de debut en el género que, como es exigible en cualquier distopía que se precie, incluye tanto una crítica a ciertas tendencias y fenómenos actuales como un mensaje de advertencia respecto a las consecuencias de persistir en los errores que sabemos se están cometiendo hoy. Cuenta con un interesante futuro perfilado a partir de extrapolaciones coherentes de las tendencias actuales, un amplio reparto de personajes muy diversos y bien construidos psicológicamente que ejemplifican distintos estamentos y dinámicas de la sociedad; y un misterio que no sólo actúa de núcleo y motor de la trama sino de elemento unificador de todos los personajes inicialmente dispersos.
Es posible que la novela no alcance todo su gran potencial, pero también que deja las bases bien sentadas para una posible secuela que se adentre más en ese futuro (incluyendo, por ejemplo, información algo más detallada del resto del mundo o insertando otras tecnologías -como los mencionados robots y la clonación- y su papel en las dinámicas sociales) y que ofrece una lectura muy entretenida que se devora con suma facilidad hasta la última página.
Indicar por último que, aunque la novela llega a un final (feliz para algunos personajes, ambiguo e incierto para otros) que resuelve el misterio central, la autora deja la puerta abierta a una posible continuación que, a tenor de lo aquí expuesto, será de lectura recomendada.
Muchas gracias por una reseña tan detallada, Manuel, nunca me habían hecho una con tanto detalle y atención. Me encantaron tus reflexiones. Un abrazo
ResponderEliminarGracias a ti, Ana, por el libro. Que, por cierto, me lo firmaste en la Hispacón, donde asistí además a una de las charlas en las que participaste sobre literatura distópica y contestaste a alguna de mis preguntas. Un saludo
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