jueves, 23 de febrero de 2023

1967- VALERIAN y LAURELINE – Pierre Christin y Jean-Claude Mezieres (7)

 


(Viene de la entrada anterior)

 

Como ya apunté, los álbumes 9 y 10, “Metro Chatelet, Dirección Casiopea” y “Brooklyn Station, Término Cosmos”, supusieron un notable avance en la madurez de la colección al introducir una dosis de realismo situando parte de la acción en el París de 1980 pero sin sacrificar por ello lo escrito hasta ese momento por Christin para los personajes y aprovechando la enorme versatilidad del dibujo de Mézières. Así, la guerra secreta entre dos multinacionales energéticas y tecnológicas que aspiraban a comprar y controlar fuerzas potencialmente aniquiladoras de todo el planeta, era una nada velada crítica al ambiente de salvaje liberalismo económico que empezaba a impregnar a Occidente en esa década.

Pero aquella orientación combinada con algunas decisiones tomadas quince años atrás, amenazaban ahora la coherencia de la propia serie. En 1967, con el debut de Valerian en la revista “Pilote”, se había presentado a Galaxity y el Servicio de Agentes Espacio Temporales. Ese futuro había surgido tiempo después de acontecer un gran catalismo nuclear que fundió el hielo polar e inundió grandes porciones de costa, acabando con la civilización actual. A ese escenario llegaban Valerian y Laureline en su segunda aventura (que formó el primer álbum de la serie), titulada “La Ciudad de las Aguas Turbulentas”. En aquel momento, el año 1986 en el que tenía lugar el apocalipsis no era más que un futuro más que permitía desplegar un marco de imágenes sugerentes y peligros variados para unos personajes que nadie previó fueran a ser tan longevos.

 

Pero he aquí que casi quince años después, la fecha designada estaba a las puertas de la Historia y ello preocupaba a los autores, que ya hacían alusión a aquél episodio al cierre de “Brooklyn Station, Término Cosmos”, serializado en “Pilote” en 1981. A Christin y Méziéres les costó los siguientes tres años decidir la dirección a seguir, un hiato significativo para una serie que, hasta ese momento, había ido encadenando álbumes a un ritmo constante. En lugar de optar por un cómodo olvido y cerrar los ojos a lo que él mismo había escrito para la serie años antes, Christin decidió coger el toro por los cuernos, asumirlo e integrarlo en un nuevo díptico que iba a cambiar el rumbo de toda la colección: “Los Espectros de Inverloch” (1984) y “Los Rayos de Hypsis” (1985).

 

“Los Espectros de Inverloch” es un álbum atípico en tanto que contiene muy poca acción, se diría que a tramos es incluso pastoral, con Valerian y Laureline relegados a ser secundarios en su propia colección.

 

Años 80 del siglo XX. En el norte de Escocia, en el castillo de Inverloch, hogar ancestral del clan McCullough, Laureline deja pasar el tiempo acompañando a la anciana pero todavía muy activa Lady Charlotte Seal mientras Valerian, varios miles de años en el futuro y a años luz de distancia, acecha y captura a un Glapum´Tiano, una criatura anfibia con extraordinarias capacidades de rastreo espacial para llevarla consigo a la Tierra del pasado. El extraterrestre, una mezcla de calamar y medusa, es muy astuto y burla todas las estratagemas de Valerian para engañarlo… hasta que éste acierta al tentar su gula.

 

Ambos amantes, Valerian y Laureline, de nuevo aquí separados por eones, se muestran inquietos con la falta de concreción de las instrucciones recibidas de Galaxity y la ausencia de noticias de sus jefes. Valerian, además, vive atormentado por pesadillas del fin del siglo XXIV del cual procede.

 

Otros personajes, en diferentes lugares, van recolectando piezas de un gran puzzle que, al final del álbum, pondrán en común cuando se reúnan en Inverloch. Así, lord Basil Seal, del servicio de inteligencia británico y esposo de lady Charlotte, intercambia con agentes de la CIA preocupante información sobre el colapso de individuos clave de toda la red mundial de control nuclear así como de la desaparición de parte de ese armamento. El señor Albert (al que conocimos en el ciclo anterior) coge un tren en Londres para viajar a Escocia, debiendo sortear una cadena de huelgas que sugieren una inminente quiebra social. Y los tres Shingouz (viejos conocidos de “El Embajador de las Sombras”) manipulan y chantajean en el planeta Rubanis a su jefe de policía secreta para conseguir información sobre el último paradero de un misterioso planeta, Hypsis, que parece saltar inexplicablemente de un punto a otro de la galaxia. Por último, el jefe del Servicio Espacio Temporal para el cual trabajan Valerian y Laureline, deambula melancólico por una Galaxity desierta y en proceso de disolución en la nada.

 

Una vez todos ellos reunidos en el discreto castillo de los McCullough, lady y lord Seal les conducen a conocer al espectro de Inverloch, fuente de la fortuna financiera y profesional de la familia durante siglos. En ese instante, Valerian y Laureline tomarán auténtica conciencia de la amenaza que se cierne sobre ellos: si tienen éxito en su misión de proteger a la Tierra del siglo XX de las maquinaciones de Hypsis, la Galaxity del futuro y por tanto ellos mismos desaparecerán.

 

Estamos ante un álbum bastante peculiar para una serie caracterizada por las aventuras exóticas y de acción futurista. Y con esto quiero decir que habrá no pocos que quedarán decepcionados por el ritmo pausado, el amplio reparto de personajes dispares y dispersos que hacen cosas no particularmente emocionantes y hablan demasiado y lo poco que se explica sobre el misterio central que mueve a todos ellos.  

 

De hecho, “Los Espectros de Inverloch” puede ser considerado un largo prólogo abundante en pasajes expositivos y enfocado a una sola cosa: la reunión de todos los implicados en el castillo de Inverloch, cada uno poseedor de una pieza que resultará relevante en la solución del enigma de Hypsis, una amenaza en la sombra empeñada, por alguna razón ignota, en destruir el planeta. Ciertamente, todo podría haberse contado con mayor brío y menos teatralidad. La revelación de la identidad del espectro de Inverloch, por ejemplo, carece de emoción. Además, una vez se han ido juntando las teselas del mosaico, la evocación de lo sucedido en “La Ciudad de las Aguas Turbulentas”, en la penúltima página, resulta redundante. Es más, los seguidores del personaje ya podían haber olfateado en el aire desde la mitad del álbum el aroma preapocalíptico que debía desembocar en el desastre de 1986.

 

Así y todo, debo admitir que este es un álbum que ejerce una indefinible fascinación sobre mí. Y por los mismos motivos que otros encuentran molestos o aburridos: su ritmo tranquilo, la variedad de ambientes y personajes y la sensación de amenaza difusa pero cierta que va descubriéndose en cada pasaje, desde las molestas huelgas de taxistas y ferroviarios ingleses que padece Albert a las inquietantes informaciones obtenidas por los Shingouz; de las pesadillas y el aislamiento de Valerian a los inexplicables suicidios de militares y civiles clave de los sistemas nucleares norteamericano y soviético pasando por el funesto destino de Galaxity.

 

Pero es que, además, y esto ya lo he dicho más de una vez en esta serie de entradas pero aquí es más cierto que nunca, Mézières está mejor incluso que en álbumes anteriores, algo que reconoció el jurado del Festival de Angouleme cuando le premió aquel año por este trabajo. Se maneja igual de bien dibujando el planeta acuático donde Valerian captura al Glapum´tiano que los yermos escoceses, el urbanismo colosalista de Rubanis o un valle de Virginia, el interior de una pensión cutre de Londres o la rancia elegancia de una mansión noble escocesa. Sus viñetas son impecables, llenas de detalles en los fondos y con unos personajes tan disímiles como bien retratados (Laureline está aquí especialmente bella). El color aplicado por su hermana, Evelyne Tran-Lé, está especialmente inspirado en una historia en la que éste desempeña un papel crucial a la hora de dotar de atmósferas bien diferenciadas a los distintos parajes. La única pega que puede achacársele a Méziéres es que, hacia el final, en las últimas diez páginas, quizá por un error de planificación, se ve obligado a aumentar el número de viñetas por plancha, perdiendo varias de ellas riqueza de fondos y transmitiendo cierta impresión de abigarramiento que contrasta con la amplitud y ritmo relajado de todo lo anterior.  

 

Por otra parte, hay algunos otros elementos de este comic que merece la pena destacarse, como el retrato, estereotipado pero sutilmente cómico, que los dos autores hacen de la cultura británica: multicultural (el recepcionista del hotel sij o los manifestantes posiblemente jamaicanos) pero aún muy estratificada y clasista (la clara brecha entre los amables pero algo estirados lores y el personal a su servicio en Inverloch). Resulta irónico que los franceses Christin y Mézières hagan bromas a cuenta de unos trabajadores ingleses perpetuamente en huelga. Ambos se divierten también insertando guiños tanto a los amantes del comic (las referencias argumentales y gráficas a “Partida de Caza”, el drama político guionizado por Christin y dibujado por Enki Bilal el año anterior) como a los amantes de la cultura popular (las misteriosas figuritas alienígenas que representan a Snoopy; E.T., cuya película se estrenó un año antes; o los misiles Pershing, de los que tanto se habló por entonces en las noticias).

 

También es importante la labor de construcción de “universo” que realizan los autores, recuperando a personajes de álbumes anteriores, como el siempre entrañable señor Albert, el jefe del servicio Espacio Temporal o, especialmente, los Shingouz, que aportan momentos de humor gracias a su jubiloso descubrimiento de los placeres terrestres (particularmente los alcoholicos) y la facilidad con la que pueden corromper y manipular a los humanos.

 

Y otro detalle nada baladí aun cuando añada poco a la historia propiamente dicha: por fin se escenifica claramente la naturaleza de la relación entre Valerian y Laureline. Sorprende echar la vista atrás y descubrir que, de una forma u otra, ambos llevaban separados nada menos que cinco álbumes (desde “El Embajador de las Sombras”, pasando por “Mundos Ficticios”, “Los Héroes del Equinoccio” y el díptico de “Metro Chatelet” y “Brooklyn Station”). En esta ocasión, por fin, ambos se reúnen, se besan y, como se ve en la entrega siguiente, pasan la noche juntos en actitud “cariñosa”. Por si a alguien le quedaba alguna duda, la colección había abandonado el enfoque tradicional y juvenil de la relación entre los dos protagonistas para saltar ya sin complejos al mundo adulto.

 

Con todas las virtudes comentadas, “Los Espectros de Inverloch” es un álbum imposible de recomendar por sí solo dado que carece de auténtica entidad propia. Consiste, como he dicho, en un largo prefacio a la peripecia principal que se desarrolla en “Los Rayos de Hypsis”. Ésta, por cierto, fue la última aventura de Valerian en serializarse en “Pilote” previamente a su lanzamiento en álbum (concretamente, de enero a septiembre de 1985). A mediados de los 80, el mundo editorial del comic europeo se transformó y las revistas empezaron a perder terreno frente a los álbumes, un fenómeno que afectó a todos los personajes francobelgas y que, eventualmente, supondría el fin de casi todas las cabeceras históricas.

 

“Los Rayos de Hypsis” comienza a la mañana siguiente de la reunión de todos los variopintos personajes indicados más arriba, comprometidos con la tarea de evitar el apocalipsis que se está preparando y que culminará con el escenario descrito en “La Ciudad de las Aguas Turbulentas”. Poniendo en común toda la información de que disponen, llegan a la conclusión de que que la crisis estallará en el Ártico y que será provocada por alguno de los barcos en ese momento presentes en sus aguas. Los contactos de lord Seal en el Almirantazgo le permiten disponer de un navio meteorológico, el HMS Crosswinds, a bordo del cual el grupo inicia su viaje hacia el norte.

 

Gracias a las capacidades rastreadoras y de comunicación con los cetáceos de Ralph, el Glapum´tiano, la búsqueda se estrecha a un solo barco, un velero llamado Hvexdeta. Mientras tanto, el Jefe, ensimismado, se ha encerrado en su camarote; Valerian sufre con mayor intensidad sus pesadillas y los Shingouz se las han arreglado para timar a la tripulación haciéndose dueños de prácticamente todo el navío.

 

Acorralando al Hvexdet en una banquisa, el aguerrido capitán Merryweather da órdenes de embestirlo, obligando al falso velero a saltar al espacio, un movimiento que deja herido de muerte al Crosswinds. Ése es el momento que el Jefe ha estado esperando. Con el Crosswinds naufragando y su tripulación abordando los botes salvavidas, insta a Valerian, Laureline, lord Seal, Albert, los Shingouz y Ralph a reunirse con el en la astronave de los primeros y perseguir a los saboteadores extraterrestres hasta Hypsis.

 

Una persecución errática y compleja que triunfa gracias a la idea de Valerian de conectar a Ralph con los sistemas de su nave para que así pueda predecir el destino final del Hvexdeta. La estratagema funciona y pronto llegan a un planeta rocoso y punteado de inmensas torres. Y es en este punto donde el comic se torna verdaderamente extraño, pasando de thriller espacial a sátira surrealista y apóstata cuando el grupo conoce a los responsables de sus desvelos: nada menos que una trinidad de protagonistas, propietarios ancestrales del sistema estelar donde se encuentra la Tierra que, hartos de no recibir ganancia alguna de ella y considerándola una fuente interminable de problemas, han decidido borrar a la humanidad de la Historia. En el último momento, Albert, Laureline y los Shingouz negocian un tratado que salva al planeta... aunque no a Galaxity.

 

Christin vuelve a manejar a los personajes titulares con gran habilidad. Valerian es la antítesis del héroe tradicional: atormentado por horribles pesadillas, se muestra indeciso y temeroso ante la desaparición de la realidad de la que procede. Por el contrario, Laureline, que no nació en Galaxity y que siempre había demostrado ser un espíritu más libre que su compañero, no se siente atada por consideraciones respecto al futuro y exhibe una determinación y autoridad propias de una auténtica heroína.

 

Como había venido siendo habitual desde el comienzo de la colección, sobre las espaldas de Mézières vuelve a recaer la responsabilidad de suscitar en el lector el sentido de lo maravilloso propio de la CF. Y una vez más, no vuelve a decepcionar, demostrando su talento gráfico en secuencias como la larga persecución espacial, rebosante de ritmo e inventiva; pero también en su facilidad para integrar lo extraordinario con lo cotidiano: un alienígena gigante nadando con ballenas orcas y discutiendo de gastronomía con el cultivado señor Albert; un navío fantasmal que levanta el vuelo hacia el espacio; ridículos extraterrestres alados que juegan a las cartas con marineros que no se sorprenden por nada… De nuevo vuelve a maravillar la versatilidad de este artista capaz de dibujar con igual facilidad, verosimilitud y elegancia una cabalgada por las Highlands escocesas, una pesadilla apocalíptica o ciudades extraterrestres que se alzan sobre la superficie de un planeta desolado.

 

Sin embargo, la pericia del dibujante no es suficiente en este caso para compensar algunos problemas de estructura y tono en esta saga de dos álbumes. Para empezar, tras una preparación tan extensa como la de “Los Espectros de Inverloch”, el encuentro cara a cara con los responsables de la inminente destrucción de la Tierra y la posterior conjura de esa amenaza se solventa en tan solo cinco páginas que ni siquiera son demasiado emocionantes.

 

De hecho, tampoco está bien explicado quiénes son realmente esos villanos, trasuntos irreverentes de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Bromear o incluso ridiculizar a la Trinidad cristiana no me supone ningún problema; pero sí la banalidad y escasa sutileza con que Christin la representa hasta en el plano gráfico: Dios tiene las facciones y grotesco físico del Orson Welles de “Sed de Mal”; su Hijo, aspecto de judío hippy y el Espíritu Santo una máquina tragaperras flotante y lenguaraz. El guionista, que a lo largo de toda la serie había sido capaz de criticar nuestra sociedad del presente con agudeza y originalidad, adolece aquí de una decepcionante falta de inspiración. Y es una lástima porque el tema subyacente de esta larga aventura tiene más enjundia de la que Christin le extrae: la venalidad del hombre y su incapacidad para llegar a acuerdos incluso cuando tiene ante sí peligros que pueden suponer la aniquilación global.

 

Independientemente de la pobre conclusión, probablemente, esta historia que comprende dos álbumes hubiera funcionado mejor condensada en uno solo, aunque contara con una extensión algo superior a lo normal. “Los Rayos de Hypsis” es un álbum bien escrito y dibujado, pero en el contexto global de la serie, no se encuentra, en mi opinión, entre sus entregas más memorables.

 

Puede que este par de álbumes dividiera a los seguidores de Valerian e incluso hoy las opiniones se muestran dispares respecto a su calidad, pero en lo que hay consenso es en que supusieron un fin de ciclo para los protagonistas y para la propia serie; un movimiento quizá polémico para los partidarios de una línea más tradicional pero, en cualquier caso, valiente ya que dejaba a Valerian y Laureline huérfanos de tiempo y lugar, naúfragos varados en la Tierra del siglo XX.

 

Para no pocos seguidores de Valerian, este es el final de la serie. De hecho, bien podría tomarse como una conclusión, aunque sea parcial, y detenerse aquí. No es que los siguientes álbumes sean una pérdida de tiempo, ni mucho menos, pero el dibujo de Mèzières empezaría en cada uno de ellos a perder algo de riqueza, las historias a ser menos imaginativas y el tono de las mismas a centrarse más en la sátira del presente que en la orgánica inserción de ésta en mundos maravillosos que descubrir en cada entrega. De vez en cuando seguirán encontrándose perlas preciosas, pero nada ya a la altura de lo conseguido hasta este momento. También se producirá un fenómeno de reciclaje, con los personajes ya vistos regresando de manera regular. Aunque las recurrentes apariciones de los Shingouz o el señor Albert ayudarán a profundizar y cohesionar el universo propio de la serie, también es cierto que las especies alienígenas serán menos originales y los guiones más acomodaticios. 

 

(Continúa en la siguiente entrada)


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