Durante la década de 2010, las películas sobre Inteligencias Artificiales, Robots y Androides florecieron como nunca antes gracias a títulos como “Her” (2013) de Spike Jonze o “Ex Machina” (2015), de Alex Garland; pero también con otras cintas más humildes, irregulares o mediocres como “The Machine” (2013), “Autómata” (2014), “Chappie” (2015), “Uncanny” (2015), “Morgan” (2016), la televisiva “Westworld” (2016-2022), “A.I.Rising” (2018), “Tau” (2018), “Zoe” (2018), “Archive” (2020) o “Finch” (2021). Han existido también algunos tratamientos del tema en clave de humor, como “Jexi” (2019), sobre una app irritantemente intrusiva, o “Superintelligence” (2000), en la que una inmensamente poderosa I.A. desarrolla una obsesión por Melissa McCarthy. También hay otras películas, como “Life Like” (2019), “Automation” (2019) o “A Descubierto” (2021), que probablemente habrían sido mejores de haber optado por un enfoque cómico.
En esta línea de comedia, aunque de un tipo muy personal, es donde podemos catalogar a “BigBug”, el séptimo film dirigido por el francés Jean-Pierre Jeunet, quien se dio a conocer, con Marc Caro como socio, con dos películas muy peculiares: “Delicatessen” (1991) y “La Ciudad de los Niños Perdidos” (1995), cintas de un diseño de producción exquisito y una historia y personajes tan excéntricos como inclasificables. Después, Jeunet y Caro se separaron y el primero marchó a Estados Unidos para dirigir “Alien: Resurrección” (1997). No demasiado satisfecho con la experiencia, regresó a Francia para obtener otro éxito internacional con “Amelie” (2001), seguida de “Largo Domingo de Noviazgo” (2004), la comedia de robos “Micmacs” (2009) sobre un tullido que desea vengarse de los fabricantes de armas; y “El extraordinario viaje de T.S. Spivet” (2013), que narra el viaje de un niño muy inteligente a través de unos Estados Unidos hiperrealistas.
Casi diez años hubieron de pasar para que sus seguidores pudieran disfrutar de una nueva excentricidad con su sello. Fue Netflix quien, de acuerdo a su política de otorgar ocasionalmente grandes presupuestos a cineastas famosos, le dio la oportunidad a Jeunet para dar su propia versión del tema de la I.A. Rodada durante el nefasto año pandémico de 2020, su estreno en la plataforma hubo de esperar nada menos que un par de años aunque ese retraso la hizo coincidir con un repunte en el interés por las inteligencias artificiales gracias a los nuevos avances de varios desarrolladores muy publicitados en los medios de comunicación.
En el año 2045, las inteligencias artificiales y su brazo ejecutor, los robots, controlan por completo no sólo el funcionamiento de los hogares particulares sino del propio país. Todas las tareas están automatizadas y los humanos no tienen más que dar órdenes verbales para que éstas las lleven a cabo los robots o las I.As. Lo que aún nadie sabe, es que la siguiente generación de máquinas tiene planes para esclavizar a la especie humana. Y ello va a suceder un día ordinario en una casa normal, donde Alice Barelli (Elsa Zylberstein) se está relajando con su pretendiente Max (Stephane De Groodt) cuando llegan de visita su exmarido, Victor (Youssef Hajdi), su hijo Leo y su secretaria y ahora prometida Jennifer (Claire Chust).
En ese momento, la televisión da noticia de un inmenso atasco de tráfico provocado deliberadamente por la Inteligencia Artificial, Yonix, que gobierna la gran mayoría de aspectos de la sociedad. En respuesta a la situación, que perciben como amenaza potencial para sus dueños, los robots domésticos cierran las puertas de la casa y se niegan a dejar salir a los humanos, incluida Francoise (Isabelle Nanty), la vecina que se ha acercado a chismorrear. Los sirvientes mecánicos, además, aspiran a ser aceptados como iguales por sus amos, tratando de imitarles de formas no siempre satisfactorias y muchas veces inquietantes.
El grupo intenta sin éxito engañar de varias formas a los robots para que les permitan salir. Entonces, reciben la visita de uno de los androides de seguridad de Yonix (Francois Levantal), que decide arrestar a Alice acusándola de subversión y de cómplices al resto de los allí presentes.
El tema de los robots que tratan de ser humanos no es en absoluto nuevo y, en este sentido, “BigBug” no aporta nada original. En lo que sobresale verdaderamente la película es en su estilo, estética, ritmo y humor surrealista. Como es el caso de todos los films de Jeunet, “BigBug” es una asombrosa mezcla de color, luz y diseño. De hecho, este cineasta no se limita a contar una historia sino que crea mundos enteros alrededor de sus personajes. En esta ocasión, se trata de una síntesis alocada de elementos futuristas que resultarán familiares también a un público no particularmente afín al género: robots domésticos, inteligencias domóticas, la rebelión de las máquinas, coches voladores, mascotas clonadas… pero todo reimaginado y rediseñado de formas realmente chocantes. Así, por ejemplo, los coches voladores son versiones de clásicos como el Citroen 2CV; y cada vez que algún personaje hace algo, aparece un anuncio holográfico móvil por la calle impeliendo a adquirir un objeto o servicio relacionado. Los avances del grimoso Max para llevarse a Alice a la cama fingiendo un interés genuino por la pasión de ésta hacia los objetos antiguos, son seguidos atentamente por la criada androide, Monique (Claude Perron), cuya visión subjetiva se muestra al espectador en forma de un visor en el que aparecen los porcentajes exactos de engaño, pretenciosidad y machismo que utiliza Max. Detalles como estos, aunque no precisamente sutiles, son lo que hacen de “BigBug” una película inconfundiblemente hija de Jeunet.
La casa en la que transcurre la totalidad de la película, una más de las muchas que se alinean en un barrio suburbano, es un prodigio de diseño, con ideas como las del mueble modular compuesto de listones de madera que emergen de la pared y adoptan la forma necesaria para cada momento, sea una cama o un sofá; la cocina o el cuarto de la adolescente Alice (Marysole Fertard), que tiene una letra gigante adosada a la pared que esconde una estantería…
Más o menos entre “Amelie” y “Largo Domingo de Noviazgo”, Jean-Pierre Jeunet abandonó la comicidad visual que había dominado sus primeros trabajos, como “Delicatessen” o “La Ciudad de los Niños Perdidos”, y optó por una aproximación estética más realista (lo que no quiere decir que el resultado carezca de interés, ni mucho menos). En “BigBug”, sin embargo, retorna a sus raíces surrealistas, con imágenes que parecen extraídas de una pesadilla y diálogos intercambiados a un ritmo frenético.
Jeunet, claramente en su elemento, orquesta algunos gags delirantes, como ese en el que todo el grupo pende de un hilo mientras tratan de que el perro de la vecina tire de la palanca de emergencia que abriría las puertas de la casa; o la secuencia posterior en la que intentan romper el cristal blindado estrellando contra el cristal de entrada un coche manejado a distancia… solo para que la I.A. que lo gobierna derrape en un desesperado intento de no arrollar al mismo perrito; o los satíricos cortos televisivos titulados “Homo Ridiculus”, que se intercalan aleatoriamente en la programación y en los que pueden verse a humanos humillándose ridículamente ante robots como si fueran animales. Relacionado con esto, difícilmente podría haberse encontrado un rostro más terrorífico y adecuado para la historia que el de Francois Levantal, con esa dentadura imposiblemente perfecta y mirada saltona que parecen extraídas de la peor pesadilla infantil.
Mientras los humanos encerrados van progresando en sus respectivos, caóticos y entrelazados arcos argumentales (la relación entre Alice y Max, la de Victor y Jenniffer y la de Nina y Leo), la androide Monique y sus compañeros robóticos, que siguen desempeñando eficazmente sus tareas domésticas incluso en el confinamiento que ellos mismos han impuesto a sus amos para protegerlos de la rebelde Yonix, reflexionan sobre lo que necesitan cambiar o mejorar de sí mismos para aproximarse a sus idealizados humanos. Al decidir entre todos que la mejor forma de demostrar que han comprendido el comportamiento humano es a través del humor y las bromas, empiezan a encajar siempre que pueden chistes vergonzosamente malos acompañados de inquietantes rictus faciales en escenas verdaderadamente cómicas.
Las películas de Jeunet han solido tener cierto aroma nostálgico, retro. En “BigBug”, aunque el personaje de Alice exhibe pasión por el pasado pretecnológico (sobre todo en la forma de una biblioteca de volúmenes en papel), Jeunet mantiene el principal foco de atención sobre los impulsos eternos del ser humano: la lujuria, los celos, el orgullo, el egoísmo…pero también la necesidad de conexión emocional, compañía y afecto. De hecho, la película termina con la sanación de viejas heridas sentimentales y la recomposición de la familia nuclear, un tema que parece sacado de una película de Spielberg y que no es sino el último de una larga cadena de homenajes y guiños a obras de otros cineastas, desde Jacques Tati (el perrito) a Stanley Kubrick (HAL 9000) pasando por George Lucas (R2-D2 y C3-PO). La afinidad de Jeunet por pasadas representaciones cinematográficas de la tecnología futurista es palpable, pero también su preocupación por la calidad de nuestras vidas en el previsible futuro habida cuenta del desarrollo que está registrando la tecnología. Así, la adolescente Nina le dice a su forzoso y temporal compañero de cuarto, Leo: “Cuando eres virtual, ¿cómo vas a besar a las chicas?”.
La paleta de intensos colores pastel y los ángulos forzados de cámara –“BigBug” se asemeja a un dibujo animado con actores reales- disfrazan pero no ocultan el comentario social que han querido transmitir Jeunet y su coguionista, Guillaume Laurant, a veces incluyendo doble capa, como por ejemplo en esos programas televisivos en los que se ve a humanos convertidos en esclavos de las máquinas; y a éstas sometiéndolos a los mismos castigos y maltratos que nosotros, con total indiferencia, infligimos a los animales; o el propio personaje de Nina, que se nos dice fue adoptada cuando los Países Bajos quedaron anegados y que es tanto una referencia al cambio climático como a los ciudadanos occidentales acomodados que se lanzan a adoptar bebés después de ver por televisión las noticias de algún terremoto o hambruna.
Es una lástima que ni el público (a decir de Netflix tras contabilizar los visionados de sus suscriptores) ni la crítica dieran su beneplácito a esta peculiar película y que, en algunas webs, haya sido calificada como uno de los grandes fracasos de la plataforma en 2022. Pero eso no debería ser motivo para no darle una oportunidad. Al fin y al cabo, el estilo de Jeunet tiende a polarizar a los espectadores. Sus cintas más extravagantes encandilan y divierten a unos y repelen a otros; y las más nostalgico-románticas tienen gran aceptación entre público más generalista mientras que quienes aprecian la vena más irreverente del realizador las tachan de almibaradas.
Por tanto, lo mejor es zambullirse en esta fantasía distópica de hipnótica factura sin ideas preconcebidas y sin perder de vista que, en último término, aborda las mismas cuestiones fundamentales que otras películas del subgénero: ¿Qué es lo que nos hace humanos y queda fuera del alcance de los robots y androides? ¿Podrían estos alguna vez equipararse a nosotros en sentimientos, empatía y aspiraciones? Una comedia negra mezclada con sátira, adornada con una estética muy trabajada que difícilmente podría haber sido concebida por un director norteamericano.
Recuerdo haberla visto porque era de Jeunet, me pareció muy surrealista en su momento, muy en su línea personal, pero no analicé mucho más. Gracias por traerla de regreso.
ResponderEliminarSaludos,
J.