lunes, 20 de noviembre de 2023

1984- S.O.S. BIENESTAR – Van Hamme y Griffo (y 2)

(Viene de la entrada anterior)

 

“Profesión Protegida” es una corrosiva crítica a los creadores subvencionados por el Estado y está protagonizada por Stèphane Grenier, un joven que al término de sus estudios en la Escuela de Letras recibe el título de “Maestro Escritor”, honor inédito para alguien de su edad que todavía no ha publicado ninguna novela y que, además, le permite acceder a un nivel de vida privilegiado. El Estado se ocupará de pagar todos sus gastos para que él pueda dedicarse a crear sin distraerse con preocupaciones materiales. Pero esto no es un regalo sin precio. El escritor no sólo queda obligado a producir material de forma regular, sino que éste ha de adecuarse a unas líneas editoriales dictadas implícitamente por el Estado; sobre todo que la obra sea optimista e inspiradora. Cualquier enfoque melancólico, nihilista o cínico, es invariablemente rechazado por unos editores reacios a indisponerse con las autoridades.

 

Hijo de un escritor estatal con menos distinciones que él, Stéphane no tarda en sentirse asfixiado por esas imposiciones, pero su única alternativa es renunciar a todos sus privilegios y ganarse la vida con un trabajo ordinario. Y así lo hace. Viviendo en la humildad, trabaja por el día en una fábrica y por la noche escribe literatura no permitida que es distribuida por un grupo de disidentes. Pero dado que ha salido del sistema y que sólo ese paraguas permite ejercer la actividad de escritor, queda expuesto a la detención y el castigo…

 

El tercer y último volumen (del primer ciclo, porque bastante tiempo después, en 2017 y 2019, aparecerían otros dos volúmenes escritos por Stephen Desberg y dibujados otra vez por Griffo) es el que revela que todas las historias anteriores tenían lugar en el mismo futuro y que están relacionadas. Un encuentro casual que deriva en incidente violento, lleva a Robert Langlais (el padre de la pequeña Emilie de “¡A Tu Salud!”) al sistema judicial, que también ha experimentado profundos cambios.

 

Como explica el funcionario que ahora resuelve los casos: “No se da cuenta de hasta qué punto carecían de agilidad esos tribunales que parece añorar. ¿Sabía que, entre un aplazamiento y otro algunos casos tardaban años en resolverse? ¿Se imagina lo que eso representaba para los demandantes? Y en materia penal, ¿dónde estaban los procesados mientras tanto? ¡En la cárcel! Cerca de la mitad de los detenidos de este país estaban en ella de forma preventiva, a la espera de un juicio que probase su inocencia. ¡Cárceles superpobladas, tribunales atorados, actuaciones desfasadas y jueces estresados! Ése era su “antes”. Y ese antes, ya no nos interesa. Y estaba el factor humano. La falibilidad de los hombres. El juez intransigente y el juez demasiado indulgente. Aquél que padece de úlcera o el que durmió mal la víspera. ¿Es esa la auténtica justicia?”.

 

La solución que se ha encontrado está en la tecnología: Temis, un ordenador (hoy lo llamaríamos inteligencia artificial) que, alimentado con todos los detalles del caso y conectado a la información que del acusado consta en los registros oficiales, dicta una sentencia tan neutral como inhumana. Pero cuando, por alguna razón que nadie quiere comprender, la máquina condena a muerte a Langlais (castigo que había sido eliminado del código penal pero que los políticos se empeñan en llevar a cabo para no socavar la confianza que el pueblo tiene en la infalibilidad de Temis), se ponen en marcha una serie de acontecimientos que involucran al comisario Louis Carelli, a punto de jubilarse y quien llevó el caso de Langlais.

 

En manos de Carelli obra una foto que no entregó a sus superiores: una imagen en la que aparecen, felices y juntos, todos los “desaparecidos” de las historias precedentes. Dispuesto a llegar al fondo del asunto, pide ayuda a un viejo amigo, el abogado Marcel Blanchart, que también es el defensor de Langlais, y le explica que la niña que aparece en la imagen es Emilie, su sobrina. Cuando empieza a indagar en los entornos familiares y laborales de todos esos ciudadanos que han pasado a la clandestinidad, él mismo empieza a ser vigilado por sus jefes. Eventualmente, esos ilegales serán quienes le rescaten de morir asesinado por sus propios colegas. Carelli se encuentra así metido de cabeza en los preparativos finales de una revolución…

 

Cada historia, como hemos visto, tiene la misma estructura: un individuo, consciente de lo absurdo de las normas sociales que le sofocan, se rebela sólo para ser inevitablemente triturado por los engranajes del sistema. Los dos primeros álbumes presentan seis dramas autoconclusivos e independientes entre sí. Lo que da coherencia y unidad al conjunto es el tercer álbum, que conecta todo lo anterior y ofrece una serie de reflexiones sobre la organización social, el establecimiento de las leyes o los límites de la libertad individual y el bien común. A pesar de una sucesión de giros un tanto forzados, el final que ofrece “S.O.S. Bienestar” en esta tercera entrega difícilmente puede ser más pesimista, apuntando a una gran conspiración de los poderosos que controlan los mecanismos de la Historia: “Hace tiempo que comprendimos algo esencial. El único medio que tenemos de asegurar la perpetuidad de nuestro dominio sobre el mundo no es gobernando a los que tienen el poder, sino a los que quieren tomarlo. Es decir, controlar las revoluciones. Todas las revoluciones, en todos países, sean cuales sean sus ideologías”.

 

A través de los dramas individuales de los personajes de cada una de las historias de esta breve serie, Van Hamme describe una sociedad que ha devenido fascista sin que sus ciudadanos hayan tenido conciencia de ello. No sólo viven bajo un régimen intransigente, absurdo, deshumanizado y autoritario, sino que colaboran con él convencidos de que es la única solución a los problemas que siempre han lastrado las sociedades. La contaminación, las desigualdades, la superpoblación… se han solucionado a cambio de instaurar un sistema policial global que vigila, controla y sanciona a los infractores. Escribir ficción, tener un hijo, ir de vacaciones, buscar un tratamiento médico… implica estar fichado, solicitar autorización y reprimir cualquier queja o transgresión so pena de sufrir graves consecuencias. Un médico lo resume de forma contundente: “El individualismo ya no tiene lugar en una sociedad tan estructurada como la nuestra. Hoy día, la Libertad es una forma de herejía que debe ser eliminada por el bien de todos”. Cada historia de “S.O.S. Bienestar” está separada de la anterior y la siguiente por la imagen de una estatua a medio construir que va paulatinamente desintegrándose conforme el estado del Bienestar (el auténtico, no el impuesto por las autoridades) va degradándose.

 

Se ha dicho de “S.O.S. Bienestar” que es un precedente de la serie televisiva británica “Black Mirror”, si bien existen notables diferencias entre ambos productos. Mientras que esta última a menudo apoyaba sus especulaciones futuristas en desarrollos tecnológicos, Van Hamme plantea futuros distópicos en los que la tecnología (quizá con la excepción de “Seguridad Pública” y, sólo parcialmente, “Revolución”) no juega un papel determinante. Esa es una de las razones por las que esta obra parece más realista que la serie británica y, tras cuarenta años, siga manteniendo actualidad aun cuando la estética, entorno urbano, vestuario y tono sí reflejen la década que la vio nacer. 

 

Quizá los referentes más claros de “S.O.S. Bienestar” sean autores clave del género distópico y reconocidos por la Literatura universal, como Franz Kafka (“El Proceso”), George Orwell (“1984”), Aldous Huxley (“Un Mundo Feliz”) o Ray Bradbury (“Fahrenheit 451”), novelas que presentan estados intervencionistas y autoritarios; dinámicas, leyes y procesos tan absurdos como opresivos; sociedades conformistas y antihéroes rebeldes atrapados y aplastados por el sistema. Van Hamme deja bien claro en cada historia que las situaciones que describe son producto no de la búsqueda del poder por parte de una élite (si bien él mismo agrieta esa premisa en la conclusión del tercer álbum, a mi entender innecesariamente) como de una auténtica voluntad de mejorar una sociedad democrática. Siempre hay algún personaje en la historia que se ocupa de explicar al lector la pésima situación en que se encontraba en el pasado (que es nuestro presente) tal o cual aspecto de la sociedad: la justicia, la superpoblación, la sanidad, la cultura…y la necesidad de tomar medidas administrativas o legales de carácter drástico. A priori, éstas parecen inexcusables e incluso razonables… hasta que Van Hamme nos muestra los excesos en los que es fácil caer y que empujarán a esa misma sociedad hacia la dictadura. Bajo el argumento de la protección del ciudadano y el bien común, se le imponen más y más restricciones y obligaciones, anulando su libertad y sofocando la iniciativa personal.

 

No son estas historias con final feliz en las que el perverso sistema y sus defensores caen derribados por algún héroe con tanto valor como recursos. El mensaje, de hecho, es muy pesimista: un sistema opresor será reemplazado por otro antes o después. No faltan ejemplos, en nuestra propia Historia, de revoluciones que triunfan sobre dictaduras sólo para edificar otra equivalente a continuación: “Acaban de derrotar un sistema que los ahogaba desde hacía años. ¡Están ebrios de alegría y libertad! Pero a partir de mañana, impondrán un nuevo sistema: nuevas leyes, nuevas reglas, nuevas instituciones. Por lo tanto, nuevos medios de control y represión que llevarán a nuevas injusticias”.

 

El dibujo de Griffo es reminiscente del de Moebius, Enki Bilal o Caza. Su estilo realista, de línea precisa, sombreado a base principalmente de rayado y meticulosa atención al detalle, resulta idóneo para el tipo de historias que Van Hamme escribe, carentes de aventura, heroísmo o sentido de lo maravilloso y donde sólo vemos a gente ordinaria dedicada a sus quehaceres cotidianos. De hecho, es inevitable identificar en estas viñetas nuestro propio mundo. No hay fantasías tecnológicas, ni especulaciones arquitectónicas o de moda y diseño, pero sí un claro aroma a decrepitud urbana y una suerte de estancamiento y atmósfera opresiva gracias a pequeños detalles como los omnipresentes carteles y eslóganes, las pintadas callejeras o las manifestaciones de protesta; efecto realzado, además, por la aplicación de una apagada paleta de colores que le da a las imágenes un aire de tristeza, monotonía y uniformidad). Aunque Griffo no sea un artista particularmente carismático ni su dibujo llame inmediatamente la atención, tampoco puede achacársele ningún defecto importante. Quizá el único punto mejorable (y que en obras posteriores mejoraría considerablemente) sea el de la expresividad facial de los personajes, que a veces se antojan excesivamente acartonados.

 

“S.O.S.Bienestar” es una obra distópica que, para nuestra desgracia, conserva su relevancia décadas después de su publicación original. Independientemente de la ideología del propio Van Hamme (él mismo se declaró de derechas, pero también decepcionado desde hace mucho por la calidad del estamento político y aquí ataca de frente tanto a los Estados controladores como a las grandes empresas sedientas de poder que él conoció muy bien), “S.O.S. Bienestar”, con su difuminación de la línea entre lo deseable y lo inadmisible y los argumentos y contraargumentos para cada medida adoptada por ese gobierno benevolente, ofrece una interesante reflexión acerca del poder del Estado, las reglas que le permitimos que nos imponga y la alienación y servidumbres que de ellas derivan; una lectura, en fin, intensa y presciente, que nos propone mirar con ojo crítico a lo que sucede en nuestro propio entorno y considerar si no estamos ya viviendo en una distopía.

 

 

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