El guionista Jean Van Hamme se labró su justificada fama en el mundo del comic a partir de mediados de los años 70 gracias a series de acción, aventura y thriller que cosecharon un inmenso éxito, como “Thorgal”, “XIII” o “Largo Winch”, aunque su dilatada carrera abarca un amplio abanico de géneros, desde la fantasía al western pasando por el costumbrismo, en todos los cuales ha demostrado ser un narrador de primera categoría. Sin embargo, sus comienzos profesionales no tuvieron nada que ver con el comic, si bien terminarían siendo fuente de inspiración para muchas de sus historias, incluida la que ahora nos ocupa.
Graduado en economía política y marketing, viajó por el mundo primero como mochilero y luego, a finales de los 60, como ejecutivo de una importante compañía a países inestables de África, Oriente Medio y el Sudeste Asiático. En 1973, se asentó en Bruselas ocupando un puesto directivo en Phillips hasta 1976, momento en el que decidió dedicarse exclusivamente a escribir. Fue entonces cuando recurrió a muchas de sus vivencias y observaciones para alimentar su ficción. Las incongruencias y absurdos presentes en las dinámicas internas de las grandes empresas le dieron la idea, en 1980, para una posible serie de televisión que exploraría, en forma de ficción político-social, cómo, en un futuro muy cercano, las leyes de una sociedad democrática, ideadas inicialmente con buena voluntad en aras del bien común, podrían acabar construyendo una distopía en la que los ciudadanos carecerían de libertad personal o iniciativa propia.
El proyecto consistiría en varios episodios de unos cincuenta minutos con una premisa que el propio Van Hamme definía así: “Cuando una norma es impuesta para asegurar la teórica felicidad de la mayoría, ¿qué ocurre con aquéllos que voluntariamente o no, se apartan de ella?”. Esto es, ¿Qué perversiones sociales puede provocar un Estado tan poderoso como benevolente? ¿Habría lugar en una sociedad tal para los individualistas, los inconformistas, los curiosos, los inquisitivos, los contestatarios, los rebeldes…?
Cada una de las seis historias propuestas abordaría un aspecto de la sociedad (la empresa, la asistencia médica, la cultura subvencionada, las vacaciones, el control de natalidad y el registro de ciudadanos) y las consecuencias que una sobrerregulación y un intervencionismo excesivo del Estado podrían tener sobre aquellos que deciden cuestionarse la bondad del sistema o vivir al margen de él.
Sin embargo, la iniciativa no prosperó y quedó archivada en un cajón. Dos años más tarde, Philippe Vandooren era el jefe de redacción del semanario “Spirou” e instauró una política abierta en la que mezcló géneros y estilos, ofreciendo oportunidades a nuevos artistas y permitiendo la serialización de comics de tono más adulto, como “Soda”, “Jeremiah”, “Kogaratsu” o “XIII”, esta última escrita por Van Hamme y dibujada por Vance. Pues bien, Vandooren lee aquellos guiones de Van Hamme y le sugiere reconvertirlos en historieta, recomendándole para ilustrarlos a Griffo, nombre artístico del belga Werner Goelen, el cual no solo tenía experiencia en el campo del comic sino como ilustrador para revistas femeninas o de televisión, humorista gráfico, publicidad e incluso ilustración erótica.
De esta forma, aquellos seis primeros guiones se convirtieron en las historietas que componen los dos primeros tomos de la serie que se bautizó como “S.O.S. Bienestar” (previa serialización, entre 1984 y 1986, en “Spirou”), apareciendo un año más tarde una tercera entrega, “Revolución” con una historia que dotaba de unidad a todo lo anterior y ocupaba la extensión de todo el álbum.
“Plan de Trabajo” nos presenta a François Mortier, un hombre casado y de mediana edad que tras un traumático periodo en paro (el país está sumido en una profunda crisis económica y el consecuente desempleo) encuentra un trabajo bien pagado en una empresa importante, Compañía de Análisis Generales (CAG). Su tarea consiste simplemente en detectar y registrar discrepancias entre dos columnas de números escupidas por dos impresoras. Es una labor rutinaria y sencilla, pero François no tarda en empezar a preguntarse por el significado de esas cifras y, todavía más allá, la actividad de la propia empresa. Sin embargo, cada vez que pregunta sobre ello a sus jefes o sus compañeros, se topa con un muro de silencio: nadie sabe nada o no quieren informarle. François se obsesiona con encontrar respuestas hasta el punto de que arruinar su matrimonio y poner en peligro su empleo…
“¡A Tu Salud!” nos presenta a una madre divorciada, Michelle Duchant, a cargo de su hija de unos seis años, Emilie, y harta de un sistema de salud público, el Seguro Médico Unificado que, a cambio de la prestación universal y gratuita de servicios médicos, exige de los ciudadanos y en base al ahorro de costes, un cuidado y revisión estrictamente controlados de la propia salud.
Así, la Policía Médica puede entrar en los domicilios particulares en cualquier momento y sin permiso para efectuar revisiones de lo que consideren riesgos para la salud y, de encontrarlos, multar al propietario por ellos con parte de su sueldo; los ciudadanos deben presentarse a revisiones periódicas donde controlan desde su grado de nicotina hasta su dieta (para ir a un restaurante, por ejemplo, ha de llevarse la cartilla de régimen quincenal expedida por el médico de cabecera, y en el establecimiento sólo le servirán lo que allí esté detallado); es obligatorio consultar el boletín meteorológico y vestirse de acuerdo a él, so pena de ser sancionados por agentes que comprueban, por ejemplo, si se está llevando el jersey adecuado; no se pueden elegir los destinos para las vacaciones, sino que éstos son determinados por el departamento correspondiente en función del estado de salud; también es obligatoria la asistencia a clase de gimnasia o llevar mascarillas por la calle en todo momento; por otra parte, está prohibido permanecer sentado en un parque cuando el tiempo sea húmedo o siquiera darse un beso… Para colmo, estar afiliado al sistema no sólo obliga a someterse a todos estos requerimientos castradores de la libertad individual, sino que es carísimo, tanto en términos de las multas impuestas como de la propia cotización, alrededor de un tercio del salario.
Hastiada de esta esclavitud que le impide vivir como ella desea y darle a su hija la vida que le gustaría, Michelle, inspirada por un hombre que conoce casualmente, decide, en contra del consejo de todos quienes la rodean, desafiliarse. Ahora puede comer lo que quiera en los restaurantes, disfrutar de su salario íntegro, marcharse de vacaciones donde desea… El riesgo es que ningún profesional médico está autorizado a tratar a los no afiliados, vacunarlos o proporcionarles medicamentos. Y cuando Emilie enferma del tétanos a causa de un rasguño durante las vacaciones, el mundo de ambas se viene abajo…
El Estado también interviene de lleno en el tiempo de ocio de sus ciudadanos en la tercera historia, “¡Vivan las Vacaciones!”. Una funcionaria lo explica concisa y eficazmente: “Eres demasiado joven para recordar el auténtico infierno que eran las vacaciones antes de la nacionalización. Todos querían irse al mismo tiempo, el país no era más que un gigantesco embotellamiento, los campings estaban abarrotados, se pagaban precios desorbitados por una comida asquerosa y la gente volvía con los nervios de punta, enfadada, extenuada. Si volvían, ya que miles de ellos morían cada año en la carretera. Y finalmente, estaban aquellos que nunca podían irse. Fue también pensando en ellos que se decidió la nacionalización de las vacaciones. Vacaciones para todos. A un precio único, y repartidas durante todo el año. Estamos orgullosos de ello. Cualquier ciudadano puede beneficiarse de la época del año más favorable en función de su informe social”.
Y así, el Ministerio de Vacaciones Nacionales, organiza durante todo el año vacaciones para los ciudadanos: los traslada en autobuses a campos vacacionales públicos en los que insoportable y falsamente amables y entusiastas animadores organizan estrictamente su tiempo con actividades obligatorias para todo el grupo y sea cual sea el clima imperante o los gustos particulares. Quedarse al margen, por ejemplo, leyendo en la habitación, se considera asocial y reprochable, mereciendo una calificación negativa en el informe social, lo que se traduce en ser enviado de vacaciones el siguiente año al mar en pleno invierno. Por el contrario, mostrarse participativo, siempre alegre y dispuesto, hace ganar puntos para disfrutar el siguiente periodo de asueto en verano.
Dos adolescentes que acompañan a sus respectivos padres en uno de estos programas vacacionales en los que los condescendientes encargados tratan a adultos como niños pequeños, se enamoran y lo arriesgan todo por romper las reglas.
“Seguridad Pública” es quizá uno de los relatos de mayor actualidad pese a haberse publicado en “Spirou” en 1985. Y ello debido a los actuales avances en digitalización y el control individual que ello conlleva. Joaquín Robin-Dulieu, Jefe del Gabinete de Seguridad Pública, es la sensación política del momento: joven, atractivo, inteligente… y promotor del Carnet Universal o C.U., que fusiona las funcionalidades del carnet de identidad, la tarjeta sanitaria y las tarjetas bancarias de crédito y débito. Un carnet que ha de presentarse para solicitar, recibir o pagar cualquier servicio público o privado. Dado que se ha convertido en el principal –casi único- medio de pago, el dinero en efectivo ha caído en desuso y ahora todas las transacciones monetarias están supervisadas por el Estado.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con esta medida que para muchos es intrusiva en la intimidad personal y alguien de entre todos esos descontentos decide demostrarle a Robin-Dulieu las grietas de su sistema convirtiéndole en víctima del mismo. De repente, su ficha en el Registro Central desaparece, como si nunca hubiera existido. Y como el C.U. dimana de los datos en poder del gobierno, el suyo deja de funcionar. Al principio, las consecuencias parecen ser molestias menores, como la imposibilidad de abonar en establecimientos, pero luego se da cuenta de que no puede demostrar su identidad, que su caso se ha convertido en un escarnio público gracias a la prensa y que crecen las sospechas respecto a si en realidad alguna vez fue quien asegura ser…
Por su formato, “Planificación Familiar” casi parece una obra teatral dado que casi toda ella consiste en una conversación que transcurre en una sola estancia entre el Presidente de la República y un terrorista que se ha infiltrado en su residencia. Éste no es más que un adolescente, Johnny, cuya intención no es otra que exigirle al político que derogue la ley de control de natalidad que deja sin existencia civil y legal a los que, como él, nacieron de matrimonios que, por el motivo que fuera, decidieron tener un tercer hijo incumpliendo la cuota estatal, una infracción que lleva consigo el supuesto internamiento en campos (para los progenitores y el infante) cuya localización nadie conoce y de los que nadie regresa.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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