(Viene de la entrada anterior)
El diseño de la primera nave espacial bautizada como Enterprise también representó una oportunidad para volver a las bases, si bien se respetó el diseño básico del puente que en su día tan brillantemente ideó Matt Jeffries. Rick Berman, Brannon Braga y el diseñador de producción Hermann Zimmerman consiguieron visitar un par de submarinos en la base naval de San Diego para sentir la sensación de confinamiento de quienes viven y trabajan en entornos tan reducidos. La intención era crear un diseño antitético al lujo que exhibían las naves anteriores.
Así, esta Enterprise
pionera es una mezcla entre una nave estelar y un submarino. No tienen escudos
sino una especie de casco blindado. Los torpedos de fotones no existen todavía,
sólo cuentan con unos proyectiles muy similares a los actuales misiles. Algunas
partes parecen sacadas del transbordador espacial, otras beben de la Enterprise
de Kirk y otras tienen un diseño nuevo, pero todo transmite la sensación de un
lugar estrecho y algo rudimentario, muy lejos de esa elegancia y visible
comodidad del puente de, por ejemplo, la Enterprise de Picard, que parecía la
sala VIP de un aeropuerto.
Esta aproximación
estética –que más tarde y perfeccionada, fue la que adoptaría “Battlestar
Galactica”- no fue totalmente del gusto de la cadena, que insistió varias veces
a lo largo de la serie para que el equipo de diseño puliera y diera algo más de
luz y color a las salas y camarotes. Abundando en el enfoque realista los
trajes de la tripulación se asemejaban a los monos de trabajo que llevan los
astronautas de la NASA.
Otra de las
decisiones polémicas que se tomaron con el fin de darle a la serie una
personalidad propia, moderna y alejada de sus predecesoras, fue la de omitir
las palabras “Star Trek” del título, limitando éste a “Enterprise”. Cuando los
ratings empezaron a caer en la segunda temporada, una de las primeras cosas que
pensaron quienes entonces estaban al mando fue volver a colocar las palabras
Star Trek, como si eso fuera una fórmula mágica o un silbato de reclamo para aquellos
fans que no se habían percatado de que se estaba emitiendo una nueva serie de
la franquicia. Así que los dos últimos años del programa, la entradilla luciría
la cartela de “Star Trek: Enterprise”, para los despistados.
Otro punto que
originó discusiones todavía más sangrantes fue el de cambiar el estilo de música
de la entradilla, que siempre había consistido en una orquestación sinfónica,
por una canción pop. Las imágenes de apertura también iban a ser diferentes. En
lugar de colocar a una nave volando por el espacio, como en las series
anteriores, se encargó al departamento de efectos visuales un montaje que
homenajeara a la ciencia y las personas que habían hecho posible el viaje
espacial, como Amelia Earhart o Alan B.Sheppard. Para acompañar las imágenes y
mantenerse acordes al tono más moderno que querían darle a este programa,
Berman y Braga eligieron originalmente la canción “Beautiful Day”, de U2. Ya
fuera por un cambio de criterio o porque Paramount no se podía permitir pagar
los derechos de ese tema, terminó eligiéndose a la compositora Diane Warren, que
era fan de Star Trek y podía hacerles un buen precio. Ésta había escrito
canciones inmortales para multitud de intérpretes y en diferentes estilos,
desde Aerosmith a Cher pasando por Celine Dion, Britney Spears, Elton John, Roy
Orbison o Beyoncé, por nombrar sólo unos pocos.
Pero la que finalmente
eligió Berman fue “Faith of the Heart”, interpretada para la serie por el
británico Russell Watson pero que se había escuchado por primera vez en los
títulos de crédito de “Patch Adams” (1998) –una cinta fallida protagonizada por
Robin Williams-. Berman pensaba que la letra de la canción reflejaba a la
perfección el espíritu de la serie: el sueño de salir a explorar lo desconocido
y la idea de poner el corazón en lo que realmente importa. Ésta fue una
elección que dividió tanto a los fans como al staff y que fue muy contestada. Un
sector importante de los aficionados la tacharon de cursi y llegaron a iniciar
una campaña para pedirle a la cadena que la retiraran. A la altura del tercer
año, se pidió al equipo de producción que reescribiera el tema. Dejaron la
parte vocal intacta y cambiaron los arreglos por unos más próximos al rock,
pero esta solución no satisfizo a los críticos.
Y por fin, el 26 de
septiembre de 2001, tras un rodaje de treinta y seis días y con un presupuesto
de doce millones de dólares, se emite el episodio piloto, “Broken Bow”, en dos
partes de una hora. En él, además de presentarse a los personajes principales,
el capitán Archer rescata a un klingon de unos alienígenas agresivos. Ese debut
fue el segundo más visto en la historia de UPN, reuniendo a 12.5 millones de
espectadores. Algunas de las críticas fueron tan entusiastas que dieron lugar a
un optimismo que acabaría demostrándose injustificado.
Dos de los primeros
guionistas de la serie fueron el equipo de marido y mujer Andre y Maria
Jacquemetton. Habían sido grandes fans de la serie original, pero como sólo
habían seguido las siguientes encarnaciones de forma esporádica se les
clasificó, de acuerdo a sus propias declaraciones, como “No-Trekkies”. Esto,
sin embargo, jugó a su favor y fue uno de los factores que facilitaron su
contratación porque Berman y Braga querían miradas nuevas, frescas, ajenas a la
endogamia en la que habían caído otros guionistas.
Pero su entusiasmo
iba a acabar diluido por las dinámicas propias de cualquier franquicia
milmillonaria: “Al principio, estábamos
muy entusiasmados con la idea de escribir para la primera nave que salía a lo
desconocido. Queríamos que fuera claramente distinta de las otras series. Después
de todo, no se había puesto a prueba a la tripulación y se sentía insegura. No
existía ninguna Primera Directiva que dictara sus acciones. Queríamos que
fueran heroicos, pero también que cometieran errores, mostraran
vulnerabilidades y tomaran decisiones poco “trekkies”. Con nuestra bravuconería
habitual, queríamos confusión, peleas, encuentros amorosos, insubordinaciones…
todas las cosas jugosas que deberían suceder cuando estás navegando por el
universo dentro de una lata de metal y sin un destino fijo. También queríamos
reflejar algunas de las dificultades y tragedias que el programa de la NASA
había tenido que afrontar a lo largo de los años. La exploración debe tener un
coste. Queríamos que la primera temporada terminara con el Enterprise
regresando a duras penas a puerto, con agujeros en el casco y la mitad de la
tripulación desaparecida. En última instancia, nuestras ambiciones quedaron atenuadas
por los poderes fácticos”.
"Enterprise"
resultó ser un desafío para el matrimonio de escritores: "Estábamos tratando con una franquicia enorme, con un legado de
cientos de episodios, muchos de los cuales estaban considerados como clásicos
del género. También existía el obstáculo de contar con una gran base de fans,
que eran muy críticos y protectores del universo Trekkie, una cultura muy
resistente al cambio. En estas circunstancias, idear y lograr que otros
aceptaran algo nuevo y fresco resultó muy difícil”. El productor Mike
Sussman también reconoció esta realidad: “Es
como si un grupo se fuera de gira y los fans sólo quisieran escuchar los
clásicos y no la nueva música. Eso es más o menos lo que creo que pasó con
Enterprise”.
A esa tendencia a la
fosilización se añadieron otras directrices y órdenes de la cadena, como la de
reducir el nivel de tecnocháchara porque pensaban que era algo que dificultaba
el acceso a nuevos espectadores. También dieron instrucciones a los actores
para que siguieran sus guiones al pie de la letra. Cualquier cambio de última
hora o improvisación o bien se rechazaba o era sometido a un profundo
escrutinio antes de autorizarse.
La pareja escribió
tres episodios para la primera temporada. En “Rompiendo el Hielo”, la
Enterprise investiga un extraño cometa. La historia combinaba la emoción de la
tripulación por ser los primeros en llegar a ese lugar y la situación personal de
T´Pol, que resultaba tener un prometido en Vulcano, un matrimonio concertado
que la obligaba por honor y que podía separarla de sus compañeros humanos. En “Querido
Doctor”, la tripulación encuentra un planeta habitado por dos especies
humanoides. Una de ellas está siendo aniquilada por una epidemia y requiere
ayuda médica. La cuestión que se plantea es si la Enterprise debería intervenir.
Y aquí tenemos un ejemplo de interferencia de la cadena en el trabajo de los
guionistas. En el final originalmente planteado, el doctor Phlox infringía las
órdenes del capitán para que administrara la cura. Archer creía que, si los
humanos podían salvar de la extinción a una especie alienígena, tenían la
obligación moral de hacerlo. Phlox, por el contrario, aunque simpatizaba con la
compasión humana, creía que interferir con la naturaleza era un error tan grave
que
estaba dispuesto a desobedecer a su capitán si ello era necesario. Pero ese
final no gustó a los ejecutivos y obligaron a los Jacquemetton a cambiarlo.
Creían que, en su versión, la autoridad de Archer quedaba seriamente socavada
por un tripulante, así que la historia acabó con el capitán decidiendo que él y
sus hombres no pueden jugar a ser Dios y dejando que la naturaleza siga su curso.
En el tercer
capítulo de los Jacquemetton, “Adquisiciones”, unos piratas Ferengi abordan la
Enterprise para robar todo aquello que les resulte beneficioso, sin saber que
Tripp les está espiando y que va a tratar de recobrar el control de la nave.
Los guionistas trataron de escribir todo el episodio en Ferengi, pero sólo
consiguieron hacerlo en el primer acto. Dado que no existía un léxico y
gramática de ese idioma, como sí era el caso del klingon, tenían que ir creando
las reglas sobre la marcha, un trabajo complicado que abordaron escribiendo los
diálogos en inglés, luego traduciéndolos al francés y finalmente rompiendo las
sílabas para que sonase como una lengua alienígena.
Pero anécdotas aparte y entrando en el análisis algo más pormenorizado de la temporada, parece bastante evidente que “Enterprise” se encontró atrapada en una difícil encrucijada.
Por una parte, se
tenía la necesidad de encontrar la manera de ofrecer algo nuevo y emocionante.
Se trataba, al fin y al cabo, de la serie de Star Trek que inauguraba el nuevo
milenio y sobre sus hombros recaía la responsabilidad de actualizar la
franquicia y sentar las bases para su futuro. Aún más, desafiando las
expectativas de una audiencia ya bastante cansada después de catorce años
consecutivos y veintiuna temporadas superpuestas, debían demostrar que Star
Trek aún tenía algo nuevo que ofrecer en un panorama televisivo que había
experimentado profundas transformaciones desde finales de los años 80, cuando
empezó a emitirse “La Nueva Generación”.
Pero, por otra
parte, se detecta claramente el deseo de buscar territorios familiares con los
que guionistas y fans se sientan cómodos. Si Star Trek había estado en el aire
de manera continua durante más de una década era porque no le faltaban méritos
y eso era algo que pesaba sobre los productores, quienes pensaban que podían
seguir haciendo lo que siempre les había funcionado: historias genéricas con un
nuevo reparto de personajes y una ambientación distinta. Debieron de pensar que
no había nada que ganar y sí mucho que perder en cambiarlo todo hasta el punto
de quedar irreconocible para los fans veteranos.
Y así, a lo largo de
toda la primera temporada, estos dos impulsos chocan entre sí, neutralizando
cualquier intento de ofrecer algo verdaderamente fresco. Episodios que tratan
de hacer algo diferente como “Rompiendo el Hielo”, “Querido Doctor” o “Lanzadera
Uno”, se combinan con otros aburridamente genéricos, como “Civilización”, “El
Enemigo Dormido” o “Planeta Rebelde”. En su primer año, la serie orbita
alrededor de un punto de compromiso entre lo nuevo y lo tradicional, entre lo
intrigante y lo sobado. Hay potencial, pero todavía no está claro si habría
voluntad y valentía para alcanzarlo.
Para ser justos, hay
que decir que, en sus primeras temporadas, tanto “Espacio Profundo Nueve” como
“Voyager” afrontaron el mismo problema: encontrar una voz propia o seguir la
senda ya abierta –y gastada- por “La Nueva Generación”. A pesar de algunos
altibajos iniciales, la segunda mitad de la primera temporada de “Espacio
Profundo Nueve” ya consiguió encontrar un camino propio y diferenciado del
resto. Por el contrario, cuando Michel Piller se marchó de la franquicia a
mitad del primer año de “Voyager”, la serie se acomodó en una rutina de
episodios genéricos y poco emocionantes.
(Continúa en la siguiente entrada)
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