La ficción utópica siempre será mucho menos prominente que su contraparte, la distopía, en buena medida porque desde el punto de vista narrativo es mucho más interesante plantear escenarios imperfectos que impongan a los personajes un desafío. Sin embargo, el subgénero utópico también puede ofrecernos una perspectiva única sobre la condición humana, mostrándonos nuestro verdadero potencial al tiempo que nos señala los peligros que debemos esquivar para alcanzarlo.
Gracias a “Un Mundo Feliz” (1932), Aldous Huxley ha sido considerado como un
o de los
referentes del género distópico y uno de los autores más inquietantemente
prescientes a la hora de vislumbrar en el futuro los peligros que para la
sociedad representaría la alianza de tecnologías avanzadas y gobiernos
autoritarios. En su última novela, “La Isla”, sin embargo, intentó lo
contrario: explorar en clave utópica una alternativa más optimista que el
futuro profetizado en “Un Mundo Feliz”.
La novela
comienza presentándonos a Will Farnaby, un periodista con un pasado algo oscuro
que naufraga en la costa de la isla de Pala. Aunque el accidente casi le cuesta
la vida, se salva gracias a la providencia y la ayuda de los lugareños. Herido
física y emocionalmente, por el momento, no está en condiciones de abandonar la
isla y, como periodista que es, siente curiosidad por sus habitantes. Al
principio le parecen un tanto extravagantes, pero cuanto más los
conoce, más
sintoniza con su actitud ante la vida, el modelo de sociedad que han creado,
sus relaciones interpersonales, la teología y muchos otros aspectos.
El tiempo que pasa conversando con varios de los ciudadanos más destacados de Pala, le revela una sociedad muy influida por lo espiritual, lo contraintuitivo y que, sin duda, sería escandalosa para el lugar del que él mismo procede. El doctor Robert MacPhail, como médico occidental que ha adoptado los métodos curativos tradicionales de Pala, sirve de puente entre las dos culturas. La medicina Moksha adopta un enfoque holístico que combina remedios herbales orientales con el conocimiento de la medicina occidental. Susila, por su parte, es una nativa que enseña a Will los valores y espiritualidad isleños: la meditación para cultivar la consciencia y la paz interiores o la comunicación basada en el respeto mutuo, la empatía y la no violencia.
A pesar de su cinismo inicial, Will no puede evitar sentirse cada vez más
cómodo y
cercano a ellos, experimentando una profunda transformación que entra
en conflicto directo con su propósito original. Y es que él no llegó a la isla
por casualidad. Se trata de una tierra rica en petróleo y muchas potencias
extranjeras buscan la forma de entrar en ella, habiendo sido contratado él como
agente por parte de una de ellas. Hay quienes desean “civilizar” el lugar,
convertirlo en una sociedad verdaderamente “moderna” centrada en el consumo, la
codicia, el servilismo y la explotación. Sin saber qué deparará el futuro, Will
decide aprovechar el tiempo del que aún disponga para unirse a la que quizás
sea la sociedad experimental más exitosa de todos los tiempos, aunque esté
condenada al fracaso.
Una tragedia
hace pedazos la tranquila vida en la isla cuando un accidente de helicóptero se
cobra la vida de varios niños. Este suceso obliga a los habitantes de Pala a enfrentarse
a la dura realidad que se vive más allá de sus costas. Las amenazas externas se
hacen evidentes y en el frente interno surgen disidencias. Los miembros de su
comunidad deben decidir si luchan por defender y conservar su estilo de vi
da o
sucumben a las fuerzas del cambio. Will Farnaby, ahora profundamente identificado
con los valores palaneses, va a desempeñar un papel crucial en esas
deliberaciones.
Hacia el final de su ilustre carrera, Aldous Huxley se interesó cada vez menos con contar historias y más por explorar conceptos e ideas. Plantear y desarrollar una trama dramática ya no era tan importante para él como profundizar en profundas cuestiones relacionadas con la naturaleza humana. Esta tendencia culminó en “La Isla”. Sí, la novela tiene una trama, y sí, avanza de esas maneras… Pero lo que es este libro en realidad es un crisol de filosofías y teorías sociales tomadas de los aspectos más positivos y funcionales de diversas religiones, ideologías políticas y estilos de vida.
Era una idea a
la que Huxley ya venía dándole vueltas desde hacía tiempo, producto del cambio que
él mismo había experimentado en su visión de la sociedad y el futuro r
especto a
“Un Mundo Feliz”, treinta años antes. En el prefacio revisado de una edición de
1946 de esta última novela, comentaba:
“Si ahora reescribiera el libro, ofrecería al Salvaje una tercera alternativa. Entre los aspectos utópicos y primitivos de su dilema se encontraría la posibilidad de la cordura… En esta comunidad, la economía estaría descentralizada y, al estilo Henry-Georgista, la política cooperativa, kropotkiniana. La ciencia y la tecnología se utilizarían como si, al igual que el Sabath, hubieran sido creadas para el Hombre, no (como ocurre actualmente, y aún más en “Un Mundo Feliz”) como si el Hombre debiera adaptarse y esclavizarse a ellas”.
En este pasaje,
Huxley se refiere a la filosofía económica de Henry George, un
economista
estadounidense del último tercio del siglo XIX que defendía la sustitución de
todos los impuestos por uno único sobre el valor de la tierra o los recursos
naturales. La idea central consistía en asegurar derechos iguales a los
recursos naturales mientras se conservaban los beneficios del trabajo y la
iniciativa empresarial individuales. Por otra parte, Piotr Alekséyevich
Kropotkin fue un filósofo, geógrafo y revolucionario ruso, principal teórico
del Anarcocomunismo y promotor de la idea del Apoyo Mutuo (o ayuda mutua) como
factor de evolución social.
“La Isla”
apareció en un momento de profundos cambios sociales, cuando la contracultura y
las organizaciones ecologistas empezaron a desafiar las normas dominantes. El
movimiento contracultural surgió con la Generación Beat, en los años 50, como
una respuesta al conformismo, el materialismo y las rígidas estructuras
sociales de la posguerra, especialmente en E
stados Unidos y Europa Occidental.
Sentadas sus bases, en la década de los 60 apareció su manifestación más
icónica, el movimiento hippie, que promovía el pacifismo, el amor libre, la
espiritualidad oriental y la psicodelia. Por otra parte, el ecologismo, que
hunde sus raíces en el siglo XIX, cobra impulso a mediados del XX gracias al desarrollo
de la energía nuclear y la degradación acelerada del medio ambiente debido al
boom económico de la posguerra. Precisamente en 1962, se publicó también “La
Primavera Silenciosa”, de Rachel Carson, una obra seminal que despertó la
conciencia pública sobre los peligros de los pesticidas. Por tanto, la novela
de Huxley apareció en el momento apropiado para que una nueva generación la
tomara como referencia en sus debates sobre la dirección que debía seguir la
sociedad. Su descripción de un estilo de vida alternativo caló entre quienes se
sentían agobiados por el consumismo y los rápidos avances tecnológicos.
En la ficticia
Pala (localizada en el golfo de Bengala, en el archipiélago de las Anda
mán e
inspirada en Bali y las Fidji), Huxley intentó crear la sociedad realista
perfecta, sin recurrir a tecnologías extravagantes y utilizando ingredientes ya
planteados o ensayados en el mundo real y aderezados con un toque de
misticismo. Así, uno de los temas centrales del libro es la yuxtaposición de
los valores occidentales y las filosofías orientales. Sería demasiado largo y
tedioso repasar todas las doctrinas volcadas en esta novela, pero las
principales, al menos en lo que respecta a la búsqueda interior, son de
inspiración budista e hindú. Si bien es difícil determinar cuánto de todo ello
experimentó personalmente el propio Huxley –en buena medida, como veremos,
gracias al consumo de drogas-, en “La Isla”, elogia a menudo el potencial
inexplorado de la mente humana y el inmenso poder que posee, señalando el
difícil camino que habría que seguir para liberarlo. En general, la sociedad de
Pala se basa en la fusión de estas dos cosmovisiones. Sus habitantes practican
una combinación de budismo, mindfulness y sanación tradicional, en marcado
contraste con el consumismo y el materialismo del mundo occidental.
Otras i
deas y
conceptos interesantes presentes en la novela son la interpretación holística
del ser humano (en todas sus facetas, mental, física, espiritual, sexual, etc.)
como clave para alcanzar la salud física y psicológica; la atención en el aquí
y el ahora, la vivencia del momento; la importancia de la meditación; los grupos
de adopción mutua o la confrontación directa con el sufrimiento y la muerte en
lugar de evitarlos o esconderlos. También encontramos algunos detalles
interesantes sobre cómo lidiar con los miembros problemáticos de la sociedad
desde una edad temprana para evitar que se conviertan en monstruos y seduzcan a
otros para someterlos a sus deseos.
Huxley había
comenzado a experimentar con sustancias psicodélicas en la década de 1950. En
mayo de 1953, tomó por primera vez mescalina, una vivencia que le llevó a escribir
un año después el ensayo “Las Puertas de la Percepción”. También consumió LSD y
psilocibina (el ingrediente activo de los "hongos mágicos"),
trasladando esas experiencias a otra obra clave, “Cielo e Infierno” (1956). Y
las drogas lo acompañaron hasta su mismo lecho de muerte. El mismo día que John
F.Kennedy fue asesinado, el 22 de noviembre de 1963, Huxley, que con 69 años
padecía un cáncer de laringe en fase terminal y apenas podía hablar, escribió
una nota a su esposa Laura pidiéndole: “LSD -inténtalo intramuscular- 100 mg”. Ella
así lo hizo, seguida de una segunda dosis más tarde, mientras le leía al oído
fragmentos del Libro Tibetano de los Muertos para guiar su tránsito. Esta dosis
final, a la que él se refería como la "medicina moksha" (liberación),
buscaba que su muerte fuera lo más placentera y trascendente posible.
Obviamente,
esas experiencias ocupan también su lugar en “La Isla”. Ahora bien, Huxley
rechaza el uso de las drogas adictivas (como el Soma) y el hedonismo vacío con
los que se suprimía la individualidad en “Un Mundo Feliz”, defendiendo en
cambio el consumo de sustancias narcóticas suaves (en concreto, un hongo
psicodélico
ficticio llamado “moksha”, al que se considera incluso como una
especie de sacramento) con fines terapéuticos y la práctica del sexo como forma
de expresión individual. Aunque también existe la fecundación in vitro, no se
realiza en fríos laboratorios que, como una cadena de montaje, generen clones
socialmente condicionados. La donación de terceros se realiza en este caso como
medio para facilitar la concepción.
Los habitantes
de esta idílica comunidad isleña adoptan la ciencia y la tecnología modernas
para mejorar la medicina y la nutrición, pero rechazan la persecución del
beneficio propia del capitalismo. Los fríos científicos que producían en serie
consumidores idénticos en “Un Mundo Feliz” se elevan en “La Isla” a la
categoría de libertadores. Huxley nos recuerda que la cultura científica en el
imaginario popular se ha definido durante mucho tiempo por la forma en que se
ha percibido a los propios científicos, y la genética no es la excepción. Casos
como los de James Watson, Frances Crick y Rosalind Franklin, cuyo aislamiento
de la estructura de doble hélice del ADN en 1953, les valió reconocimiento
mundia
l y aclamación popular, son escasos. Huxley era perfectamente consciente
y firme partidario de los beneficios que la ciencia podía aportar a la sociedad
e intenta integrarlos en su comunidad idílica de la forma más eficiente y
moderada posible. El resultado es una extraña y contradictoria combinación:
personas que aceptan y rechazan por igual la modernidad mientras dedican su
vida al servicio comunitario y la exploración de su mundo interior.
Aun así, la
comunidad que describe Huxley dista de ser perfecta y así lo admiten sus propios
miembros en varias ocasiones. Como he dicho, surgen conflictos internos provocados
por el cuestionamiento que las generaciones más jóvenes hacen de las costumbres
tradicionales y su búsqueda de referentes más modernos en el mundo exterior. Así
y todo, parece lo mejor a lo que la Humanidad podría aspirar en esta etapa de
nuestro desarrollo como especie. En este sentido, la novela es tanto una
exploración de los ideales utópicos
como de su imposible realización o, al
menos, perdurabilidad. Pala es un sueño utópico, sí, pero Huxley nos recuerda
que incluso el paraíso no es inmune a las complejidades de la realidad y que la
utopía puede ser tanto una aspiración como un ideal inalcanzable.
Como ya he mencionado, la novela tiene una trama. Ésta se divide esencialmente en dos partes entrelazadas. Por un lado, la que trata sobre el mundo exterior asomando ominosamente sobre el horizonte de Pala, planeando la toma de posesión de sus recursos con el noble objetivo de "civilizarla". Ante semejante poder, el futuro de sus habitantes es incierto, y nadie sabe en qué tipo de mundo crecerán las futuras generaciones. Esta parte de la historia va apareciendo intermitentemente en el hilo principal, el tiempo justo para recordarnos que esa fatalidad inminente acecha en segundo plano, pero cada vez más cerca de su objetivo. Sin embargo y al contrario de lo que quizá cabría esperar, no ocupa mucho espacio en la novela.
La otra parte
del libro tiene que ver con la constatación del triunfo del espíritu hu
mano por
parte de Will Farnaby. Su viaje por la isla y sus encuentros con ciudadanos
relevantes son lo que ocupa la mayor parte del texto. De hecho, el propio Will
resulta ser menos un personaje con entidad que un mero vehículo que el autor
utiliza para ir mostrando esa utopía a través de sus ojos y comprobar de qué
forma un occidental de mentalidad típica podría verse influenciado por las
filosofías que rigen la comunidad de Pala.
Tampoco el
resto de personajes pueden calificarse de tales. Su función es transmitir
información sobre diversos aspectos de la vida en Pala. La mayoría de ellos
tienen rasgos de personalidad exagerados, ya sean villanos codiciosos y
tramposos o sabios pensadores de excepcionales inteligencia y sensibilidad. Son
meros representantes de la guerra invisible y a mayor escala que se libra entre
el pueblo de Pala y la modernidad invasora del mundo que los rodea. A lo largo
de la historia, los personajes participan en diálogos socráticos, una forma de
discusión filosófica que fomenta el pensamiento c
rítico y que aquí se utilizan
para reflexionar sobre los conflictos ideológicos entre Oriente y Occidente, la
fe y el escepticismo, la tradición y el progreso, la naturaleza de la felicidad
y la complejidad de las relaciones humanas.
En última instancia, sea cual sea el destino que les aguarde, Huxley quiere subrayar que Pala es un ejemplo de triunfo del espíritu humano, su capacidad para lograr lo imposible, para afrontar lo peor y lo mejor de la vida, sacándole siempre el máximo provecho. ¿Seremos capaces alguna vez de alcanzar tales alturas? Y, de ser así, ¿por cuánto tiempo? Aun cuando no fuera posible, merece la pena luchar con esos objetivos en mente. Después de todo, ¿quién sabe adónde nos podría llevar realmente el liberar el potencial de la mente humana?
“La Isla” es,
sin duda, una de las obras más destacadas de Aldous Huxley y aquella en
la que
resumió muchos de los pensamientos a los que había ido dando forma en el curso
de su vida. Sin embargo, no está exenta de problemas.
Una de las
máximas del arte narrativo reza: “muestra, no cuentes". Y este libro, en
todos los sentidos, es lo opuesto a esa regla. Parece un monólogo interminable y
difícil de digerir que le describe al lector una sociedad utópica, en lugar de
permitirle vivirla a través de los ojos de sus ciudadanos. Aunque algunos temas
del libro son indiscutiblemente interesantes, no pude evitar aburrirme o
incluso irritarme con algunos pasajes cuando sentía que Huxley me estaba
sermoneando a través de alguno de sus personajes, elogiando sin espíritu
crítico alguno su maravillosa utopía, lo mucho más inteligentes e ilustrados
que son sus miembros respecto a los habitantes del mundo exterior, lo estúpida,
primitiva e infantil que es la sociedad occidental, etc. La trama es endeble y
los entresijos de su maquinaria utópica tan
evidentes que todo parece un
constructo artificial y forzado, un lubricante paliativo a través del cual
impartir un discurso filosófico, religioso, ideológico y sociológico.
Por otra parte,
muchas de las ideas expuestas parecen ingenuas, poco prácticas o totalmente
contrarias a la naturaleza humana. Huxley estaba cautivado por el budismo, absorbido
por las drogas psicodélicas y fascinado por el concepto de comunas, desdeñando
el poder e importancia de la institución familiar, la influencia de la genética
y la propia naturaleza humana. Además, las condiciones preexistentes que fija
Huxley hacen que su modelo sea inaplicable a comunidades humanas de mayor
tamaño. No es casual que la utopía de Pala sea una isla, porque ese aislamiento
le proporciona independencia, autodeterminación y un programa educativo y
estilo de vida que facilita la realización individual. Pero estos nobles
ideales solo son posibles en un entorno donde las necesidades básicas estén
cubiertas por una economía estable. Para ello resulta esencial garantizar la
producción sostenida de alimentos y la capacidad de mantener la población
dentro de unos lím
ites demográficos viables.
La teoría de la población de Thomas Malthus, llamada maltusianismo en su honor, predijo que el crecimiento poblacional siempre superaría la capacidad de una sociedad para producir alimentos, lo que daría lugar a ciclos inevitables de expansión y contracción económica y demográfica. En “La Isla”, Huxley nos presenta un mundo aparentemente cerrado en el que la población está sujeta a un control de natalidad y, por lo tanto, la producción de alimentos es capaz de satisfacer las necesidades de sus habitantes. Los peores impulsos del capitalismo occidental -el militarismo y el consumo desaforado- se convierten en anatema para los habitantes de la isla gracias a su cultivada educación, que se centra en las necesidades individuales y promueve la autoconsciencia.
El problema es
que la sociedad de Pala no está tan aislada como debería. Una pista de que esta
comunidad es más un experimento mental que un manifiesto ideológico la
encontramos en su incapacidad para defenderse. Pala y sus habitantes son
pacifistas y pronto se hace evidente que su visión utópica resulta
impracticable en un mundo donde otras naciones no son tan ilustradas.
Su isla vecina,
Rendang-Lobo, está liderada por un dictador, el coronel Dipa, que ha estado
negociando en secreto con el próximo rajá de Pala, Murugan Mailendra, quien
ostentará el cargo dentro de pocos días una vez alcance la mayoría de edad. A
diferencia de otros niños que viven en Pala, Murugan se educó en Suiza debido a
complicaciones de salud durante su infancia. Su madre, la rani, está bajo la
influencia del líder de un culto, el maestro Koot Hoomi, que se opone a las
creencias espirituales y filosóficas de la mayoría de los isleños. Murugan
simpatiza con su madre y cree que el gobierno militarista del coronel Dipa es
el ejemplo del camino a seguir. Está fascinado por los catálogos de venta por correo
occidentales y anhela las
riquezas que Occidente parece ofrecer. Una vez
ascienda a su puesto como rajá, está decidido a no ser tan sólo una figura
decorativa, sino un líder fuerte que cambie la cultura de la isla e imponga al
pueblo las creencias espirituales que comparte con su madre. Para ello, venderá
al coronel Dipa el petróleo de la isla a cambio de armas. Por si fuera poco, el
dictador plantea reclamaciones territoriales contra Pala con el pretexto de una
historia compartida. Sus intereses coinciden con los de Lord Aldehyde, un
magnate petrolero que ha contratado a Will como representante para negociar en
su nombre.
Hasta qué punto
le compremos a Huxley su visión depende de cada cual, aunque no debemos esperar
aquí una obra tan irónica o satírica como “Un Mundo Feliz”. Will abraza sin
cuestionárselas las enseñanzas del Dr. MacPhail, Susila y el resto de guías en
su viaje intelectual y espiritual, y hay poca evidencia que sugiera que sus
críticas se dirijan a otro lugar más que al exterior de la
isla, principalmente
al capitalismo occidental y a los principios del cristianismo, en particular al
calvinismo, fuente de desesperación y dolor. Para Huxley, Occidente es un lugar
de sobreproducción, derroche y consumo, con un estilo de vida demasiado sedentario,
un modelo familiar castrante del crecimiento individual y un sistema
democrático meramente superficial.
Lo que evita que la novela no sea más que un largo sermón es la endeble subtrama centrada en el valor del petróleo nacional y la intención del coronel Dipa de apoderarse de la isla para explotarla. Es ahí donde Huxley decide poner los pies en la tierra y asumir que las sociedades perfectas no existen porque no pueden construirse en el vacío. “La Isla” es, por tanto y en su mayor parte, una burbuja, un experimento mental sobre lo que podría ser ideal en abstracto, una reflexión sobre nuestra propia sociedad y el momento histórico en el que se escribió la obra.
En “Un Mundo
Feliz”, Huxley había mirado hacia delante con valentía y descrito lo qu
e veía
allí. En “La Isla”, en cambio, intentó apartar la mirada de la realidad en un
intento de redimir a la Humanidad, y, al hacerlo, perdió buena parte de su
presciencia y relevancia convirtiendo la novela en una propuesta mayormente estéril.
Quizá ésa fuera una de las razones por las que no tuvo tanto éxito comercial ni
fue tan aclamada por la crítica como "Un Mundo Feliz". Es cierto, no
obstante, que con el paso de los años ha ido adquiriendo cierto estatus de
culto, sobre todo entre los lectores interesados en modelos sociales
alternativos, filosofías orientales y el potencial de las drogas psicodélicas
para liberar la mente. Además, contiene advertencias que siguen siendo muy
relevantes hoy, más de seis décadas después de su publicación, como los peligros
del fanatismo religioso y la acumulación y utilización de poder militar, la
importancia geopolítica del petróleo, el desarrollo de la inseminación
artificial, el consumismo y las maneras en que nos castigamos y controlamos
socialmente.
Se trata esta
de una novela que, sin duda, provocará división entre sus lectores dependiendo
de sus expectativas y preferencias. Las mismas características que pueden
cautivar a un lector (ausencia de trama tradicional o personajes propiamente
dichos, espíritu de ensayo…) provocarán el rechazo de otros. En el mejor de los
casos, transmite una mezcla de esperanza y melancolía y ofrece una oportunidad
para reflexionar sobre las posibilidades y limitaciones inherentes al ideal
utópico. Leído con la actitud adecuada (esto es, sabiendo que, más que una
novela, es un tapiz que imbrica filosofía, crítica social y exploración
personal), puede ser una obra inspiradora que cuestiona las preconcepciones del
lector sobre el progreso y la felicidad personal y colectiva, y lo anima a valorar
la esencia de la utopía y su lugar en nuestro mundo.

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