lunes, 15 de diciembre de 2025

2011- BLACK MIRROR (9)

 


(Viene de la entrada anterior)

 

Aunque “Black Mirror” tiene un formato de antología y, por tanto, los episodios de cualquier temporada pueden verse en cualquier orden, “Odio Nacional”, que cierra el tercer año de la serie, sí tiene cierto sabor a cierre de temporada. No sólo por su inusual duración de 90 minutos, sino también porque recoge muchas de las ideas y temas explorados en los cinco episodios anteriores de ese año: el apoyo “social” a terceros base de retuitear sus post o, por el contrario, arruinar sus reputaciones utlizando hashtags; “periodismo clickbait”; justicieros digitales que extraen la peor faceta de la gente; drones utilizados con fines nefastos... Si bien no es tan evidentemente distópico como otras entregas de la serie, “Odio Nacional” sí se asemeja al especial navideño de la temporada anterior, “Navidades Blancas”, en cuanto a que ambos presentan una tecnología y aplicaciones de la misma que se sienten incómodamente cercanas a nuestro presente.

 

Esa inquietante proximidad se potencia introduciendo otras dos preocupaciones de nuestro tiempo: la disminución global de las poblaciones de abejas y las consecuencias de su extinción; y las agresivas campañas de ataque, difamación y denigración orquestadas a través Twitter. Charlie Brooker no intenta ocultar en absoluto la relación entre ambos fenómenos: se mencionan en la misma secuencia expositiva inicial en la que se habla de una periodista que recibe amenazas de muerte en Twitter y de los Insectos Dron Autónomos (o ADI), diseñados para imitar el comportamiento de las extintas abejas, llevar a cabo la polinización y, por tanto y en último término, salvar vidas.

 

Una detective de la policía, Karin Parke (Kelly McDonald), comparece ante una comisión para relatar la historia de una serie de sucesos en los que estuvo involucrada y que comenzaron con la muerte de la periodista Jo Powers (Elizabeth Berrington), hallada asesinada pocas horas después de recibir una lluvia de odio por internet a causa de un artículo crítico que escribió contra una activista en silla de ruedas que acabó quitándose la vida. En compañía de la experta en tecnología Blue (Faye Marsay), investiga la muerte, que resulta estar relacionada con otras que van sucediéndose y cuya relación es que todas las víctimas fueron etiquetadas con el hashtag #DeathTo, aplicado por usuarios que consideraban a aquéllas personas lo suficientemente horribles como para merecer la muerte.

 

Por supuesto, esto no se descubre de inmediato. “Odio Nacional” es la versión de Brooker de un procedimental televisivo con sabor Noir Nórdico, e invierte cierto tiempo en analizar los escenarios de los crímenes y revisar pistas, subrayando la diferencia que tienen Parke y Blue a la hora de ver el mundo. La especialidad de esta última es la ciberdelincuencia y, en la escena del crimen de Powers, su reacción inmediata al ver la garganta degollada de la víctima es revisar en su ordenador las reacciones en Twitter.

 

Parke desdeña las redes sociales y las complejidades tecnológicas que sostienen el mundo actual. Hay un momento en el que dice: “No puedo creer que esté viviendo en el futuro, pero aquí estoy, joder", expresando lo que de seguro piensan muchos espectadores mayores o desinformados que aún consideran internet no como un revulsivo social y centro de negocios, sino como un pasatiempo o distracción para los amantes de la tecnología. Es por eso que Parke se resiste a aceptar que “algunas personas en internet” puedan ejercer tal influencia, algo que se ha demostrado claramente en nuestra época actual.

 

Desde el punto de vista profesional, Parke también desaprueba la decisión de Blue de dejar el ámbito forense, incapaz ya de seguir revisando miles de fotos horribles que la gente guarda en sus teléfonos y ordenadores. Sin embargo, la solución del caso tiene menos que ver con la información que escondemos en nuestros dispositivos que con la confianza y sensación de invulnerabilidad que ofrece internet y las consecuencias que el odio, agresividad y resentimiento vertidos en las redes sociales. Y teniendo en cuenta que “Odio Nacional” se enmarca dentro de la comparecencia pública de Parke (y no de Blue), podemos adivinar que ahí es donde se encuentra la moraleja de este relato.

 

(ATENCIÓN SPOILERS) Ante la insistencia de Blue, la policía localiza a una maestra de escuela primaria, Lisa Bahar (Vinette Robinson), quien reunió dinero junto a otros detractores de Jo Powers para enviarle a la periodista un pastel que decía "FUCKING BITCH" (Maldita puta), del cual ella comió antes de morir. El pastel resulta ser una pista falsa, pero sirve para ponerle rostro a los tuits de odio y revelar un patrón: miles de usuarios de Twitter publicaron el nombre de Jo Powers junto con el hashtag #DeathTo el día de su muerte. Veinticuatro horas después, el hashtag se cobró otra víctima: Tusk, un rapero criticado en Twitter después de que circularan imágenes de él burlándose del baile de un fan infantil mientras éste aguardaba detrás del escenario para conocer a su ídolo. Al igual que Jo, el rapero comienza repentinamente a gritar y sufrir una convulsión. Pero a diferencia de la periodista, quien se cortó la garganta con un vidrio para detener el dolor que sentía, el rapero murió cuando lo sometieron a una resonancia magnética que succionó una pieza de metal que llevaba en el cráneo.

 

Junto con el agente de la Agencia Nacional del Crimen, Shaun Li (Benedict Wong), la investigación de Parke y Blue los lleva a las oficinas de Granular, la compañía que creó los ADI y monitoriza los cientos de colmenas y millones de abejas robóticas; y al propio Twitter, donde descubren que #DeathTo es parte de un juego. Cada día, los usuarios votan su siguiente víctima: el nombre que obtenga más tuits antes de las 5 de la tarde, se convierte en el objetivo de una abeja hackeada para actuar de asesina. Parke, Blue y Shaun trasladan a una potencial tercera víctima, Clara Meades (Holli Dempsey) a una casa aislada en el campo para tratar de ponerla a salvo, pero es entonces cuando se manifiesta el alcance del control que los hackers tienen sobre los ADI. En una secuencia que recuerda a “Los Pájaros” (1963), un enjambre de abejas dron derriba ventanas y puertas para alcanzar a la pobre mujer cuyo único delito fue hacer un gesto obsceno ante un monumento conmemorativo a los caídos.

 

Los ADIS son un uso mucho más efectivo de la tecnología dron que los de tipo militar que habían aparecido en el capítulo “La Ciencia de Matar”, por la sencilla razón de que camuflan su letalidad tras una fachada inofensiva, presentándolos como herramientas valiosas a la hora de preservar el ecosistema. Sin embargo, su número y ubicuidad son peligrosos, como Blue descubre al darse cuenta de que la única forma en que los ADIs podrían rastrear a sus objetivos mediante reconocimiento facial es si Granular también tuviera acceso a las bases de datos gubernamentales. Y sí, en un nuevo giro se descubre que el gobierno, en connivencia con esa empresa, ha estado usando los ADIs para vigilar ilegalmente a sus propios ciudadanos.

 

Pero no hay tiempo para ocuparse de ese asunto, porque la cuenta atrás avanza para el próximo objetivo: el Ministro de Hacienda. Mientras la Agencia Nacional del Crimen intenta encontrar un refugio a prueba de infiltración de abejas, Parke y Blue rastrean al retorcido genio tras este retorcido plan y que resulta ser Garrett Scholes (Duncan Pow), un exempleado de Granular. Aunque éste incluyó un manifiesto de 98 páginas dentro del ADI que mató a Jo Powers explicando sus razones, su verdadera motivación es más compleja: por una parte, tiene un discurso fanático sobre la necesidad de que la gente asuma las consecuencias de sus actos; pero esa retórica esconde también un interés personal, ya que un buen amigo suyo intentó suicidarse debido al acoso que sufrió en las redes sociales.

 

Restando solo minutos de la fecha límite de las 5 de la tarde, Parke descubre la horrible verdad: Garrett ha usado los registros faciales de los ADI para castigar con la muerte a las 387.036 personas que aplicaron la etiqueta #DeathTo, incluyendo un compañero del equipo policial que lo hizo para intentar sacar a Garrett de su escondite. A pesar de las súplicas de Parke y Blue para que desactive el sistema, Shaun presiona el botón y condena así a cientos de miles de personas a una muerte agonizante. Un final que subvierte las expectativas tradicionales de este tipo de historias al hacer que los detectives fracasen, el villano se salga con la suya y el infierno se desate sobre toda la población.

 

El episodio se acerca a su final retomando el marco inicial, con Parke concluyendo su testimonio ante los miembros de la comisión, los cuales le dan ánimos tras haber revivido el trauma y por haberse convertido en una figura pública odiada por su fracaso en la investigación y su participación indirecta e involuntaria en cientos de miles de muertes. Este trauma no parece afectarla tanto como la ausencia de Blue, quien desapareció unos meses antes, dejando una nota y dando a entender que se había suicidado, aunque terminamos por descubir que había dedicado todo ese tiempo a rastrear a Garrett. Y, por fin, lo ha encontrado.

 

Es lógico sospechar, en el transcurso del episodio, de la implicación de Blue en la conspiración, dado que su habilidad tecnológica es constantemente ignorada o menospreciada por todos sus compañeros de equipo. Pero funciona mejor este final, con la cínica y solitaria Parke enfrentándose al escrutinio público y Blue demostrando su valía como agente de campo. No es un desenlace feliz, pero sí resuelve el misterio y el villano es –previsiblemente- castigado. Eso sí, murieron innecesariamente más de 300.000 personas, y, probablemente, aunque el gobierno anuncie medidas enérgicas contra la vigilancia ilegal, también encontrará nuevas formas de hacerlo. Y es que el problema, una vez más, no reside en la tecnología sino en la forma de aplicarla.

 

Tecnología, que en este episodio está bien descrita, tanto en lo que se refiere a las dinámicas de las redes sociales como a las abejas dron, que resultan aterradoras al presentárselas como una entidad invencible capaz de matar a cualquiera. Las abejas también funcionan aquí como alegoría: operan de forma independiente, pero, aún así, actúan como auténticas abejas, reuniéndose en colmenas y polinizando. Los drones están programados para seguir patrones, como también parecen hacerlo los usuarios de redes sociales.

 

Si bien las abejas dron asesinas son la parte más llamativa y memorable de este capítulo, en realidad no son más que un recurso para ir desarrollando la trama. Porque el meollo temático y moral se halla en el odio y abuso que se propagan por las redes sociales. Esto nos lleva a una de las preguntas más interesantes que plantea este episodio: ¿A quién debemos culpar de los cientos de miles de muertes que se producen? La respuesta obvia es al hombre que programó a los ADI para asesinar a quienes hubieran etiquetado con un hashtag determinado. Pero ¿qué hay de la mujer que alegaba su derecho a la libertad de expresión, mientras exigía que mataran a un periodista que ejercía el mismo derecho? El derecho a la “libertad de expresión" ha sido corrompido para que también signifique "libertad para expresar odio sin considerar las consecuencias".  Hay una falta de reflexión aterradora por parte de quienes deberían sopesar de forma especialmente cuidadosa el uso que le dan a las redes sociales.

 

De todas las maneras distópicas en que “Black Mirror” podría haber usado Twitter, esta es, sin duda, una de las más escalofriantes porque acorta la brecha entre nuestro comportamiento en las redes sociales y la vida real, obligando al espectador a enfrentarse a su Mr.Hyde digital y materializando y volviendo contra él lo que en el mundo virtual no son más que huecas amenazas. Por supuesto y como es su costumbre, la serie exagera y deforma ciertas tendencias sociales para animar al espectador a reflexionar sobre el auténtico problema de fondo, el cual Brooker conoce muy bien por haber sido él mismo víctima de cibercampañas. En nuestro mundo, el peligro no consiste en que alquien muera asesinado por drones por haber publicado o compartido algún post de odio, sino en todo el dolor, miedo y trauma que padece la víctima (cuya vida y reputación pueden quedar pulverizadas, a veces simplemente por diversión) así como la forma en que los hashtags simplifican ideas complejas reduciéndolas a meras etiquetas, silencian el debate y reducen cualquier interacción al mero antagonismo o, peor aún, a la agresión y defensa. Con el giro final, Brooker nos dice que el odio en redes no es algo generado y padecido por un puñado de individuos, sino un veneno que se filtra a todo el sistema. Quienes deciden involucrarse en esas campañas a menudo lo hacen desinformados y protegidos por la ilusión del anonimato.

 

"Odio Nacional” vuelve a entrelazar lo mejor con lo peor de nuestra sociedad tecnológica, recordándonos una vez más que lo que nos pierde es nuestra propia naturaleza. El episodio tiene, sin embargo y a mi juicio, algunos problemas. A pesar de su interesante premisa, el metraje es excesivo. Noventa minutos quizá sean demasiados para la trama principal, sobre todo teniendo en cuenta que el auténtico villano aparece bastante hacia el final y que una parte nada despreciable de la historia consiste en gente tecleando frenéticamente y revisando pantallas.

 

Como final de temporada, “Odio Nacional” sintetiza bien las fortalezas y debilidades de la serie. El guion de Brooker es tan inteligente, mordaz y brutal como siempre; sus ideas se han ido volviendo más y más ambiciosas conforme aumentaba el presupuesto a su disposición, culminando en esta larga y compleja narrativa policial. Sin embargo, hay una sensación de rendimientos decrecientes en su cruda visión del futuro, el potencial satírico y los giros sorpresa. Las ideas de Brooker siguen siendo cautivadoras, pero han perdido parte de su audacia e imprevisibilidad. Así y todo, en este punto “Black Mirror” seguía siendo una de las series de televisión más singulares de su época.

 

(Continúa en la siguiente entrada) 


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