(Viene de la entrada anterior)
Aunque “Black Mirror” tiene un formato de antología y, por tanto, los episodios de cualquier temporada pueden verse en cualquier orden, “Odio Nacional”, que cierra el tercer año de la serie, sí tiene cierto sabor a cierre de temporada. No sólo por su inusual duración de 90 minutos, sino también porque recoge muchas de las ideas y temas explorados en los cinco episodios anteriores de ese año: el apoyo “social” a terceros base de retuitear sus post o, por el contrario, arruinar sus reputaciones utlizando hashtags; “periodismo clickbait”; justicieros digitales que extraen la peor faceta de la gente; drones utilizados con fines nefastos... Si bien no es tan evidentemente distópico como otras entregas de la serie, “Odio Nacional” sí se asemeja al especial navideño de la temporada anterior, “Navidades Blancas”, en cuanto a que ambos presentan una tecnología y aplicaciones de la misma que se sienten incómodamente cercanas a nuestro presente.
Esa inquietante proximidad se potencia
introduciendo otras dos preocupacio
nes de nuestro tiempo: la disminución global
de las poblaciones de abejas y las consecuencias de su extinción; y las
agresivas campañas de ataque, difamación y denigración orquestadas a través Twitter.
Charlie Brooker no intenta ocultar en absoluto la relación entre ambos
fenómenos: se mencionan en la misma secuencia expositiva inicial en la que se
habla de una periodista que recibe amenazas de muerte en Twitter y de los
Insectos Dron Autónomos (o ADI), diseñados para imitar el comportamiento de las
extintas abejas, llevar a cabo la polinización y, por tanto y en último
término, salvar vidas.
Una detective de la policía, Karin Parke
(Kelly McDonald), comparece ante una comisión para relatar la historia de una
serie de sucesos en los que estuvo involucrada y que comenzaron con la muerte
de la periodista Jo Powers (Elizabeth Berrington), hallada asesinada pocas horas
después de recibir una lluvia de odio por internet a causa de un artículo
crítico que escribió contra una activista en silla de ruedas que acabó
quitándose la vida. En
compañía de la experta en tecnología Blue (Faye Marsay),
investiga la muerte, que resulta estar relacionada con otras que van
sucediéndose y cuya relación es que todas las víctimas fueron etiquetadas con
el hashtag #DeathTo, aplicado por usuarios que consideraban a aquéllas personas
lo suficientemente horribles como para merecer la muerte.
Por supuesto, esto no se descubre de
inmediato. “Odio Nacional” es la versión de Brooker de un procedimental
televisivo con sabor Noir Nórdico, e invierte ci
erto tiempo en analizar los
escenarios de los crímenes y revisar pistas, subrayando la diferencia que
tienen Parke y Blue a la hora de ver el mundo. La especialidad de esta última
es la ciberdelincuencia y, en la escena del crimen de Powers, su reacción
inmediata al ver la garganta degollada de la víctima es revisar en su ordenador
las reacciones en Twitter.
Parke desdeña las redes sociales y las
complejidades tecnológicas que sostienen el
mundo actual. Hay un momento en el
que dice: “No puedo creer que esté
viviendo en el futuro, pero aquí estoy, joder", expresando lo que de seguro
piensan muchos espectadores mayores o desinformados que aún consideran internet
no como un revulsivo social y centro de negocios, sino como un pasatiempo o distracción
para los amantes de la tecnología. Es por eso que Parke se resiste a aceptar
que “algunas personas en internet” puedan ejercer tal influencia, algo que se
ha demostrado claramente en nuestra época actual.
Desde el punto de vista profesional, Parke también
desaprueba la decisión de Blue de dejar el ámbito forense, incapaz ya de seguir
revisando miles de fotos horrible
s que la gente guarda en sus teléfonos y
ordenadores. Sin embargo, la solución del caso tiene menos que ver con la
información que escondemos en nuestros dispositivos que con la confianza y
sensación de invulnerabilidad que ofrece internet y las consecuencias que el
odio, agresividad y resentimiento vertidos en las redes sociales. Y teniendo en
cuenta que “Odio Nacional” se enmarca dentro de la comparecencia pública de
Parke (y no de Blue), podemos adivinar que ahí es donde se encuentra la
moraleja de este relato.
(ATENCIÓN SPOILERS) Ante la insistencia de
Blue, la policía localiza a una maestra de escuela primaria, Lisa Bahar
(Vinette Robinson), quien reunió dinero junto a otros detractores de J
o Powers
para enviarle a la periodista un pastel que decía "FUCKING BITCH"
(Maldita puta), del cual ella comió antes de morir. El pastel resulta ser una pista
falsa, pero sirve para ponerle rostro a los tuits de odio y revelar un patrón: miles
de usuarios de Twitter publicaron el nombre de Jo Powers junto con el hashtag
#DeathTo el día de su muerte. Veinticuatro horas después, el hashtag se cobró
otra víctima: Tusk, un rapero criticado en Twitter después de que circularan
imágenes de él burlándose del baile de un fan infantil mientras éste aguardaba detrás
del escenario para conocer a su ídolo. Al igual que Jo, el rapero comienza
repentinamente a gritar y sufrir una convulsión. Pero a diferencia de la periodista,
quien se cortó la garganta con un vidrio para detener el dolor que sentía, el
rapero murió cuando lo sometieron a una resonancia magnética que succionó una
pieza de metal que llevaba en el cráneo.
Junto con el agente de la Agencia Nacional del
Crimen, Shaun Li (Benedict Wong), la investigación de Parke y Blue los lleva a
las oficinas de Granular, la compañía que creó los ADI y monitoriza los cientos
de colmenas y millones de abejas robóti
cas; y al propio Twitter, donde
descubren que #DeathTo es parte de un juego. Cada día, los usuarios votan su
siguiente víctima: el nombre que obtenga más tuits antes de las 5 de la tarde, se
convierte en el objetivo de una abeja hackeada para actuar de asesina. Parke,
Blue y Shaun trasladan a una potencial tercera víctima, Clara Meades (Holli
Dempsey) a una casa aislada en el campo para tratar de ponerla a salvo, pero es
entonces cuando se manifiesta el alcance del control que los hackers tienen
sobre los ADI. En una secuencia que recuerda a “Los Pájaros” (1963), un
enjambre de abejas dron derriba ventanas y puertas para alcanzar a la pobre
mujer cuyo único delito fue hacer un gesto obsceno ante un monumento conmemorativo
a los caídos.
Los ADIS son un uso mucho más efectivo de la
tecnología dron que los de tipo militar que habían aparecid
o en el capítulo “La
Ciencia de Matar”, por la sencilla razón de que camuflan su letalidad tras una
fachada inofensiva, presentándolos como herramientas valiosas a la hora de
preservar el ecosistema. Sin embargo, su número y ubicuidad son peligrosos,
como Blue descubre al darse cuenta de que la única forma en que los ADIs
podrían rastrear a sus objetivos mediante reconocimiento facial es si Granular
también tuviera acceso a las bases de datos gubernamentales. Y sí, en un nuevo
giro se descubre que el gobierno, en connivencia con esa empresa, ha estado
usando los ADIs para vigilar ilegalmente a sus propios ciudadanos.
Pero no hay tiempo para ocuparse de ese asunto,
porque la cuenta atrás avanza para el próximo objetivo: el Ministro de
Hacienda. Mientras la Agencia Nacional del Crimen intenta encontrar un refugio
a prueba de infiltración de abejas, Pa
rke y Blue rastrean al retorcido genio tras
este retorcido plan y que resulta ser Garrett Scholes (Duncan Pow), un
exempleado de Granular. Aunque éste incluyó un manifiesto de 98 páginas dentro
del ADI que mató a Jo Powers explicando sus razones, su verdadera motivación es
más compleja: por una parte, tiene un discurso fanático sobre la necesidad de
que la gente asuma las consecuencias de sus actos; pero esa retórica esconde
también un interés personal, ya que un buen amigo suyo intentó suicidarse
debido al acoso que sufrió en las redes sociales.
Re
stando solo minutos de la fecha límite de
las 5 de la tarde, Parke descubre la horrible verdad: Garrett ha usado los
registros faciales de los ADI para castigar con la muerte a las 387.036
personas que aplicaron la etiqueta #DeathTo, incluyendo un compañero del equipo
policial que lo hizo para intentar sacar a Garrett de su escondite. A pesar de
las súplicas de Parke y Blue para que desactive el sistema, Shaun presiona el
botón y condena así a cientos de miles de personas a una muerte agonizante. Un
final que subvierte las expectativas tradicionales de este tipo de historias al
hacer que los detectives fracasen, el villano se salga con la suya y el
infierno se desate sobre toda la población.
El episodio se acerca a su final retomando el
marco inicial, con Pa
rke concluyendo su testimonio ante los miembros de la
comisión, los cuales le dan ánimos tras haber revivido el trauma y por haberse
convertido en una figura pública odiada por su fracaso en la investigación y su
participación indirecta e involuntaria en cientos de miles de muertes. Este
trauma no parece afectarla tanto como la ausencia de Blue, quien desapareció
unos meses antes, dejando una nota y dando a entender que se había suicidado, aunque
terminamos por descubir que había dedicado todo ese tiempo a rastrear a
Garrett. Y, por fin, lo ha encontrado.
Es lógico sospechar, en el transcurso del
episodio, de la implicación de Blue en la conspiración, dado que su habilidad
tecnológica es constantemente ignorada o menospreciada por todos sus
compañeros
de equipo. Pero funciona mejor este final, con la cínica y solitaria Parke
enfrentándose al escrutinio público y Blue demostrando su valía como agente de
campo. No es un desenlace feliz, pero sí resuelve el misterio y el villano es
–previsiblemente- castigado. Eso sí, murieron innecesariamente más de 300.000
personas, y, probablemente, aunque el gobierno anuncie medidas enérgicas contra
la vigilancia ilegal, también encontrará nuevas formas de hacerlo. Y es que el
problema, una vez más, no reside en la tecnología sino en la forma de
aplicarla.
Tecnología, que en este episodio está bien
descrita, tanto en lo que se refiere a las dinámicas de las redes sociales como
a las abejas dron, que resultan ater
radoras al presentárselas como una entidad invencible
capaz de matar a cualquiera. Las abejas también funcionan aquí como alegoría:
operan de forma independiente, pero, aún así, actúan como auténticas abejas,
reuniéndose en colmenas y polinizando. Los drones están programados para seguir
patrones, como también parecen hacerlo los usuarios de redes sociales.
Si bien las abejas dron asesinas son la parte
más llamativa y memorable de este capítulo, en realidad no son más que un
recurso para ir desarrollando la trama. Porque el meollo t
emático y moral se
halla en el odio y abuso que se propagan por las redes sociales. Esto nos lleva
a una de las preguntas más interesantes que plantea este episodio: ¿A quién
debemos culpar de los cientos de miles de muertes que se producen? La respuesta
obvia es al hombre que programó a los ADI para asesinar a quienes hubieran
etiquetado con un hashtag determinado. Pero ¿qué hay de la mujer que alegaba su
derecho a la libertad de expresión, mientras exigía que mataran a un periodista
que ejercía el mismo derecho? El derecho a la “libertad de expresión" ha
sido corrompido para que también signifique "libertad para expresar odio
sin considerar las consecuencias". Hay una falta de reflexión aterradora por parte
de quienes deberían sopesar de forma especialmente cuidadosa el uso que le dan
a las redes sociales.
De todas las maneras distópicas en que “Black
Mirror” podría haber usado Twitter, esta es, sin duda, una de las más escalofriantes
porque acorta la brecha entre nuestro comportamiento en las redes sociales y la
vi
da real, obligando al espectador a enfrentarse a su Mr.Hyde digital y materializando
y volviendo contra él lo que en el mundo virtual no son más que huecas
amenazas. Por supuesto y como es su costumbre, la serie exagera y deforma
ciertas tendencias sociales para animar al espectador a reflexionar sobre el
auténtico problema de fondo, el cual Brooker conoce muy bien por haber sido él
mismo víctima de cibercampañas. En nuestro mundo, el peligro no consiste en que
alquien muera asesinado por drones por haber publicado o compartido algún post
de odio, sino en todo el dolor, miedo y trauma que padece la víctima (cuya vida
y reputación pueden quedar pulverizadas, a veces simplemente por diversión) así
como la forma en que los hashtags simplifican ideas complejas reduciéndolas a
meras etiquetas, silencian el debate y reducen cualquier interacción al mero
antagonismo o, peor aún, a la agresión y defensa. Con el giro final, Brooker nos
dice que el odio en redes no es algo generado y padecido por un puñado de individuos,
sino un veneno que se filtra a todo el sistema. Quienes deciden involucrarse en
esas campañas a menudo lo hacen desinformados y protegidos por la ilusión del
anonimato.
"Odio Nacional” vuelve a entrelazar lo
mejor con lo peor de nuestra sociedad tecnológica, recordán
donos una vez más
que lo que nos pierde es nuestra propia naturaleza. El episodio tiene, sin
embargo y a mi juicio, algunos problemas. A pesar de su interesante premisa, el
metraje es excesivo. Noventa minutos quizá sean demasiados para la trama
principal, sobre todo teniendo en cuenta que el auténtico villano aparece
bastante hacia el final y que una parte nada despreciable de la historia
consiste en gente tecleando frenéticamente y revisando pantallas.
Como final de temporada, “Odio Nacional” sintetiza bien las fortalezas y debilidades de la serie. El guion de Brooker es tan inteligente, mordaz y brutal como siempre; sus ideas se han ido volviendo más y más ambiciosas conforme aumentaba el presupuesto a su disposición, culminando en esta larga y compleja narrativa policial. Sin embargo, hay una sensación de rendimientos decrecientes en su cruda visión del futuro, el potencial satírico y los giros sorpresa. Las ideas de Brooker siguen siendo cautivadoras, pero han perdido parte de su audacia e imprevisibilidad. Así y todo, en este punto “Black Mirror” seguía siendo una de las series de televisión más singulares de su época.
(Continúa en la siguiente entrada)

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