jueves, 24 de marzo de 2022

2018- ALTERED CARBON (1)


En 2002, Richard K.Morgan publicó su libro de debut, “Carbono Alterado”, una novela no sólo muy entretenida sino fundamental en el subgénero del posthumanismo. Su éxito -genéro un par de secuelas protagonizadas por su héroe principal- llamó inmediatamente la atención de la guionista Laeta Kalogridis (“Alejandro Magno”, 2004; “El Guía del Desfiladero”, 2007; “Shutter Island”, 2018; “Terminator: Génesis”, 2015), que compró los derechos de adaptación con la idea de hacer una película. Fue imposible. Su argumento era demasiado complejo como para condensarlo en una cinta de dos horas –por no hablar de lo turbio de algunas escenas y conceptos-.

 

Hubo que aparcar la idea hasta que el auge de las plataformas digitales generó una demanda insaciable de contenidos. Netflix, que tenía 5.000 millones de dólares preparados para invertir en series, películas y programas exclusivos, dio el visto bueno, demostrando además su confianza con un presupuesto muy abultado (según se dijo, el mayor que había gastado hasta la fecha la plataforma en una serie). Kalogridis se aseguró el puesto de guionista y productora ejecutiva. El veterano Miguel Sapochnik (“Juego de Tronos”, “Fringe”, “True Detective”, “House”), dirigió el episodio piloto.  

 

Trescientos años en el futuro, a los seres humanos se les implanta desde su nacimiento un chip cortical en la base del cráneo que funciona como una suerte de disco duro de la consciencia o, si se quiere, el alma. Allí se almacenan todos los recuerdos, personalidad e identidad de esa persona. Si ese dispositivo está intacto cuando el individuo muere, es posible extraer su contenido y descargarlo en otro cuerpo o “funda”. La persona, por tanto, puede seguir viviendo con los mismos recuerdos, emociones y experiencias. Aunque ésta es una tecnología extendida, tampoco es barata y sólo los muy ricos de esa sociedad disfrutan de todas sus posibilidades, lo que implica virtualmente la inmortalidad. Estos “Mats” (de Matusalenes) pueden permitirse clonar sus cuerpos y formar con ellos una suerte de banco del que ir extrayendo nuevos soportes físicos, mientras que sus recuerdos se descargan periódicamente vía vía satélite para la eventualidad de que una muerte accidental o violenta dañara su dispositivo cortical.

 

Takeshi Kovacs (Will Yun Lin) fue un rebelde y guerrillero muerto doscientos años atrás cuando su organización fue derrotada. Ahora, es descargado en una nueva funda, la de un antiguo policía asesinado, (Joel Kinnaman), por orden de uno de los Mats más poderosos, Laurens Bancroft (James Purefoy). A cambio de ejercer su influencia y garantizarle un indulto y la conservación del actual cuerpo, Bancroft le encomienda una misión: resolver su propia muerte. Resulta que el millonario murió asesinado unos días antes. Tal y como estaba establecido, se activó un nuevo clon y se descargó en él la última actualización de sus recuerdos. Pero como ésta era anterior a su defunción, no sabe quién lo mató.

 

Ese es el punto de partida para una retorcida intriga que bebe mucho de la ficción de detectives hard-boiled clásica y que está repleta de ideas fascinantes, consideraciones metafísicas y un diseño y estética muy trabajados.

 

La ciencia ficción, y esto lo he repetido por aquí hasta la saciedad, trata tanto de imaginar el futuro como de analizar su presente. Pero en el el caso de “Altered Carbon” hay algo chocante, incluso paradójico. Y es que parece retroceder en el tiempo cuatro décadas para examinar cómo la ciencia ficción de los años 80 imaginaba el futuro. Es puro ciberpunk ochentero. La estética de la asfixiante metrópolis de la primera temporada nos remite inmediatamente a “Blade Runner” (1982), “Ghost in the Shell” (1995) o “Akira” (1988): rascacielos inmensos, barrios bajos poco recomendables, coches voladores y la sensación de que ese mundo no conoce ya la luz natural. Incluso se ha recuperado para el casting a Max Frewer (interpretando una siniestra inteligencia artificial) el actor que dio vida en los ochenta al icónico Max Headroom.

 

Hay una capa de esa nostalgia es menos explícita, como esa fascinación por Japón que permeó una parte nada despreciable de la cultura popular de los 80 y primeros 90. Recordemos los tebeos de Frank Miler, “Daredevil” (1979-1983) y “Ronin” (1984); o películas como “Blade Runner”, “Black Rain” (1989), “Sol Naciente” (1993) o “La Jungla de Cristal” (1988). Entonces, aquel embeleso estaba conectado con una preocupación muy real: el ascenso de Japón como potencia económica y tecnológica y su desembarco empresarial y cultural en el mundo occidental. En “Altered Carbon”, se le da una gran importancia al trato que Laurens Bancroft cerró en Osaka antes de su muerte; y Reileen Kawahara es presentada en una escena que recupera el lenguaje cinemático y estético de los ninjas, vestida de negro y empuñando una katana.

 

Al menos, parte de esa nostalgia que exhibe “Altered Carbon” tiene un sentido narrativo. Takeshi Kovacs es un hombre de raza japonesa reenfundado en un cuerpo caucásico, que debe investigar y resolver un asesinato que esconde un auténtico laberinto de intrigas, intereses y trapos sucios a todos los niveles. Para ayudarle, recluta a una inteligencia artificial que se manifiesta como un holograma con la imagen de Edgar Allan Poe, autor de la que muchos consideran la primera historia moderna de detectives. Poe, la I.A. se educa revisando viejos films en blanco y negro para meterse en su papel.

 

Incluso entonces, “Altered Carbon” parece limitarse a reconocer la misma deuda que sus ilustres predecesores, como “Blade Runner”, tenían con el género negro. Sin embargo, lo que llama más la atención del futuro que nos presenta la serie es que no parece ser algo nuevo, sino la actualización de aquel con el que la cultura pop y parte de la CF soñaron cuarenta años atrás.

 

La serie no está sola en esta aproximación. La primera temporada se estrenó en febrero de 2018, poco después de la adaptación norteamericana en imagen real de “Ghost in the Shell” y “Blade Runner 2049”, cuyos respectivos futuros parecían también congelados en el tiempo (la segunda, incluso, mostraba anuncios de marcas que ya no existen en nuestro presente pero que sí aparecían en la película de 1982).

 

¿Responde ello quizá a la sensación de que el futuro ya no está frente a nosotros, que la ciencia ficción tradicional ya no tiene cabida en la cultura popular? Eso es lo que parece pensar William Gibson, para muchos el padre del ciberpunk, que ambientó su Trilogía Blue Ant (2003-2012) en el pasado reciente; y su última novela, “Agency” (2020), transcurre en un presente alternativo. Aunque a menudo se ha identifica el ciberpunk con un futuro “retro”, esta parece haberse convertido en una tendencia predominante en la CF moderna.

 

La trilogía original de “Star Wars” presentó un “futuro gastado”. Sus naves a menudo oxidadas y marcadas por cicatrices de pasadas batallas y aventuras, se distanciaban mucho de los inmaculados y brillantes vehículos de la CF precedente. De alguna forma, ese desgaste reflejaba el de la propia sociedad norteamericana, desengañada por los horrores de Vietnam y los escándalos políticos; puede que hasta desilusionada tras llegar a la Luna y tomar conciencia de que “la nueva frontera” no era más que una roca muerta. Ahora bien, incluso ese futuro “oxidado” era una novedad en contraposición con los futuros e iconografía reciclados de tantas producciones contemporáneas. Ahí tenemos la franquicia Star Wars, alimentándose de viejos personajes y situaciones; o “Star Trek”, con sus series televisivas precuela de la original (“Enterprise”, “Discovery”), recuperando a los personajes de los 60 para sus películas principales y mostrando a un Picard envejecido. 

 

Pero es que incluso algunas obras modernas originales se desarrollan en futuros indistinguibles de nuestro presente: “Her”, “ExMachina”, incluso buena parte de “Black Mirror”. Es una pena que la cultura popular y la ciencia ficción audiovisual se contenten con imaginar iteraciones de apocalipsis en lugar de esforzarse por crear visiones coherentes y viables del futuro.

 

Esto abre un debate interesante. ¿Por qué la cultura popular parece haber perdido la capacidad de imaginar futuros nuevos y/o originales? Puede que, en parte, ello se deba a la incertidumbre que nos inunda a todos y en todo momento. Cada vez menos gente cree sinceramente que el mañana será mejor que el hoy. Encuestas realizadas en Estados Unidos apuntan a que la mayoría de los norteamericanos son pesimistas en cuanto a lo que el futuro nos depara: desigualdades económicas, desequilibrios medioambientales, inestabilidad económica... En 2016, la mitad de los estadounidenses creían que sus hijos vivirían peor que sus padres (la encuesta dejó abierto a la interpretación de lo que significa “peor”). Esto podría explicar esta retirada hacia futuros conocidos, “seguros”.

 

Pero, es más: quizá nuestras visiones del futuro no hayan cambiado porque percibimos que el presente está congelado en una especie de burbuja. Al término de la Guerra Fría, el historiador Francis Fukuyama defendió la tesis, muy discutida entonces, de que la Humanidad había llegado al “final de la Historia”. Aunque esa predicción quizá anduvo errada en términos políticos, sigue pudiendo esgrimirse en términos culturales. Hay quien ha señalado que la moda y el diseño han quedado atascados desde los años 90 del pasado siglo. La moda de los 60 fue radicalmente diferente de la de los 50 que la precedieron y de la de los 70 que siguieron; y ésta, a su vez, era muy distinta de la de los 80. En cambio, la moda que puede verse en las series de televisión de los 90 como “Expediente X” o “Urgencias” no parece tan ajena a nosotros como la que exhiben programas como “Starsky y Hutch” o “Corrupción en Miami”. Lo mismo puede decirse del arte.

 

Si el presente no puede avanzar, ¿qué oportunidades tiene el futuro? “Altered Carbon” remite a los 80 no sólo en su estética, sino en muchos de sus temas. Como la CF norteamericana surgida en la era Reagan (“Robocop”, “Están Vivos”), “Altered Carbon” trata sobre los grotescos excesos e injusticias en los que puede caer el hipercapitalismo, algo que seguía siendo tan relevante en 1984 como en 2018 (el millonario Donald Trump se convirtió en presidente de EEUU un año antes).  

 

En este contexto, parece apropiado que para la primera temporada se eligiera como cabeza de cartel a Joel Kinnaman, que hacía poco había protagonizado el remake de “Robocop” (2014); película que, junto con el remake de “Desafío Total” (2012), representa el intento de trasladar al presente la sátira hiperbólica de Paul Verhoeven en los 80 sin comprender cómo ni por qué funcionó tan bien en su momento. Al menos, “Altered Carbon” es consciente de que su futuro está atrapado en una burbuja de estasis: otro de sus temas principales es la inmortalidad, a la que acceden los ricos para aislarse del resto de la sociedad y resistirse al cambio, hasta el punto de que Laurens Bancroft ha mantenido a su hijo atrapado en el cuerpo de un adolescente durante décadas.

 

La serie retrata a los aristócratas capitalistas de esa sociedad como monstruos y prefiere alinearse con los revolucionarios, liderados por la carismática Quellcrist Falconer, quien tiempo atrás diseñó la tecnología de enfundado que ha permitido esa fosilización social y política. Su movimiento defiende la necesidad de destruir esa tecnología: “No estamos hechos para vivir para siempre”.

 

La serie, por tanto, ofrece una visión del futuro que ha venido reciclándose desde hace cuatro décadas y que pone de manifiesto la dificultad que está teniendo la cultura popular para mirar más allá e imaginar nuevas posibilidades. “Altered Carbon” utiliza eficazmente los clichés de ese retrofuturo para tejer una intriga interesante y que deja espacio para debatir, pero al mismo tiempo, a los aficionados de la CF como género visionario y especulativo, nos puede hacer sentir incómodos por su manifiesta incapacidad para ofrecer algo nuevo.

 

Después de esta larga cavilación, volvamos a la serie propiamente dicha y prescindamos –en la medida de lo posible- de más comparaciones. El universo que nos presenta la historia es amplio, complejo y lleno de ideas extrañas, fascinantes y grotescas. La estructura de la trama es tan clásica como irresistible: una premisa tecnológica inicial (la conciencia transferible de cuerpo a cuerpo) que se mezcla con un misterio de detectives que lleva a su taciturno protagonista a husmear en los rincones más sucios de una sociedad en decadencia. Lo que ocurre es que, en este caso, el detective tiene 250 años de edad y ocupa un cuerpo que no es el suyo. Inevitablemente, cuando estás creando todo un mundo ficticio, la serie deja abundante espacio para insertar diálogos expositivos conforme el investigador sigue las pistas y hace las preguntas cuyas respuestas necesita el espectador. 

 

Más que en la caracterización y el guión, muchas series y películas de ciencia ficción descansan en la elaboración de sus universos imaginarios, la potencia de sus ideas y cómo éstas se proyectan en el mundo de que se trate, sea pasado, presente o futuro. Esto vale también para “Altered Carbon”, porque sus personajes son bastante planos y, hacia el final, la trama hace aguas y empieza a perder sentido. Pero la mencionada estructura de cine negro y su conseguida estética, mantienen sobradamente a flote el producto. Visualmente, es fácil entender por qué “Altered Carbon” fue una de las apuestas más caras de Netflix. A pesar de las sombras y la nocturnidad omnipresentes, los responsables de fotografía lograron servirse de la ténue iluminación (los neones callejeros, los anuncios holográficos, la luz filtrada que atraviesa los ventanales) para crear un mundo inquietante con una gran variedad de texturas y atmósferas… El diseño, el vestuario y el sonido están asimismo muy cuidados.

 

En el apartado interpretativo, Joel Kinnaman no es un actor con matices (más expresivo y “humano” resulta su “contrapartida” japonesa, Will Yun Lee), pero para el papel que desempeña, su presencia física y su rostro perpetuamente ceñudo y amenazador, resultan adecuados. Además, tampoco es que Takeshi Kovacs tenga demasiados motivos para sonreir: se juega, literalmente, su vida en una investigación muy compleja al tiempo que los recuerdos de su pasado regresan para atormentarle. Y, para colmo, ha despertado dos siglos después de su época para vivir entre sus antiguos enemigos y en un tiempo en el que su sistema de creencias es denostado universalmente.

 

James Purefoy encarna a la perfección al rico y decadente Bancroft, transmitiendo una sensación ambigua: nunca se está completamente seguro si está más en el bando de los “buenos” que en el de los “malos”, pero incluso en sus momentos más identificables con el primero, no cae simpático. También Martha Higareda desempeña un papel destacable como Kristin Ortega, la inspectora de la policía encargada de investigar a Kovacs y su relación con Bancroft. Higareda hace un buen trabajo con un personaje complicado: Ortega, que había tenido una relación sentimental con el policía al que había pertenecido el cuerpo que ahora ocupa Kovacs, es una mujer dura pero íntegra y, sobre todo, muy humana.

 

En la fila de secundarios, pueden destacarse a Ato Essandoh como el amigo de Kovac, Vernon, torturado por la muerte de su hija tras haber mantenido una relación con Bancroft; y Chris Conner dando vida a Poe, que no es sólo la I.A. que controla el hotel abandonado en el que se aloja Kovacs, sino que es el hotel mismo, edificio incluido. Es esta una idea intrigante que se diría demasiado extravagante como para funcionar en una historia tan oscura y sucia como la que se nos cuenta, pero que, una vez se asume, se integra bien en la misma y resulta coherente con el universo que nos plantea la serie (van apareciendo otras I.A., que se manifiestan alternativa o simultáneamente como personas, negocios o localizaciones físicas).

 

Conforme la serie avanza y conocemos más del pasado de Kovacs y el mundo que habita, “Altered Carbon” nos sugiere reconsiderar no sólo nuestra mortalidad sino la propia existencia. Abunda la CF que aborda la gran cuestión de la naturaleza de la vida. Un ejemplo reciente, la antes mencionada “Ex Machina”, nos animaba a reflexionar sobre cuándo podemos considerar que una inteligencia artificial está viva. ¿Puede vivir de verdad una máquina?. “Altered Carbon” nos formula la misma pregunta a la inversa: ¿es nuestro cuerpo, nuestra sustancia orgánica, lo que nos define? La situación tecnológica que nos presenta parece la respuesta a la eterna búsqueda humana de la definición del alma: ésta puede digitalizarse, codificarse, almacenarse y descargarse donde y cuando sea. Nuestros cuerpos son superfluos pero nuestra alma (un compendio de nuestra identidad formada a partir de recuerdos, emociones y experiencias) es eterna.

 

Ahora bien, la situación dista de ser utópica. Y no sólo porque la brecha entre ricos y no tan ricos parezca más insalvable que nunca sino porque la tecnología no ha conseguido cambiar la esencia de la naturaleza humana, incluidos sus facetas más oscuras y despreciables. Ni siquiera la aceptación de esa tecnología de reenfundado es universal. La fe Neo Católica considera pecado la transferencia a un nuevo cuerpo. Quienes lo hagan, perderán la posibilidad de entrar en el Cielo. Por otra parte, y también en el plano religioso, en la segunda mitad de la primera temporada un personaje se refiere a los Mats como Dioses porque han conseguido engañar a la muerte y extender sus vidas hasta un potencial infinito. Aunque ello es gracias a la combinación de una avanzada tecnología y sus inmensas riquezas, técnicamente no se aleja demasiado de la definición de deidad.

 

Además de cuestiones filosóficas, “Altered Carbon” incluye una crítica social bajo la premisa (menos implausible de lo que nos gustaría) de que dentro de 300 años el capitalismo no sólo no estará difunto sino que se habrá multiplicado exponencialmente. El grueso de la población vive en las calles de los oscuros niveles inferiores, ensombrecidos por las inmensas estructuras en las que habitan los Mats y que se elevan por encima incluso del nivel de las nubes. El 1% de la población controla la tecnología y se beneficia plenamente de ella mientras el resto lucha por las migajas. La serie ilustra visualmente esa brecha no sólo con el manido recurso arquitectónico sino mostrando cómo los Mats ocupan cuerpos sanos y atractivos conservados cuidadosamente en clínicas privadas mientras el resto consigue lo que puede con los magros medios de que disponen –y eso sólo si pagan un carísimo seguro médico-, resignándose incluso a enfundarse en cuerpos de otro sexo, raza o edad, aunque sea algo tan inapropiado como descargar la mente de un niño fallecido en el cuerpo de un adulto. 

 

Quizá el principal inconveniente de “Altered Carbon” sea que su trama no es fácil de seguir –al menos si no se ha leído recientemente la novela en la que se basa- y es preciso estar muy atento e incluso volver sobre escenas concretas de capítulos anteriores si se quiere asimilar toda la información y comprender todas las referencias. La historia requiere para su desarrollo de multitud de giros, palancas y mecanismos y los personajes se embarcan en largas conversaciones donde se aporta información relevante para acontecimientos futuros y de las que no conviene desconectar. Hay momentos que supuestamente son una gran revelación pero que dejan al espectador preguntándose cómo demonios se ha llegado hasta ahí. Las respuestas llegan y las cosas cobran sentido, aunque no siempre de forma muy clara. Esto puede verse como un inconveniente, aunque también habrá quien lo aprecie como virtud en un medio, el de la teleserie, en el que menudean producciones simplonas en las que le sirven al espectador todo el material masticado y predeglutido.

 

“Altered Carbon”, ya lo he dicho, no ofrece visualmente nada nuevo, aunque técnicamente sí está muy lograda. Sin embargo, construye un universo y una trama suficientemente complejos, así como abundancia de ideas y conceptos extraños e intrigantes (aunque esto es más mérito de la novela que de los guionistas de la serie), como para que el aficionado al ciberpunk clásico se sienta más que satisfecho.

 

(Finaliza en la entrada siguiente)


1 comentario:

  1. Excelente reseña al libro y la serie.
    Tiempo atrás vi anuncios de la serie por Netflix, con todos tus comentarios me dio ganas de verla.


    Saludos

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