La idea de que algún día podamos almacenar nuestra conciencia y recuerdos en un ordenador está hoy más de moda que nunca en la CF. No es de extrañar. Vivimos rodeados de ordenadores cada vez más potentes, la digitalización avanza a pasos agigantados, los ordenadores cuánticos están ya a la vuelta de la esquina, cada vez son más los estudios de la mente y los experimentos para crear interfaces digitales con ella utilizando implantes y chips, la bioimpresión 3D … Hay un buen puñado de libros que ilustran los miedos y esperanzas que despiertan las posibilidades de esta tecnología, pero quizá uno de los mejores y más entretenidos sea “Carbono Alterado”.
Es muy
raro encontrar una novela de debut tan lograda como “Carbono Alterado”. Por
supuesto, son inevitables las comparaciones con el “Neuromante” (1984) de
William Gibson o el “Blade Runner” (1982) de Ridley Scott, ya que la novela de
Richard K.Morgan es una descendiente directa de tercera generación de aquel
ciberpunk fundacional..
“Me desperté una vez más, ésta con una sensación de entumecimiento general, como cuando uno se enjuaga las manos después de haber usado detergente o aguarrás, pero por todo el cuerpo. De vuelta a una funda masculina. El efecto se disipó rápidamente cuando mi mente se adaptó al nuevo sistema nervioso”.
Así es
como describe el protagonista, Takeshi Kovacs, la sensación de cambiar de
cuerpo. Y es que en el futuro del siglo XXV que nos describe el autor, las
personalidades y recuerdos de los individuos son almacenados en un chip
cortical implantado al nacer, una suerte de disco duro interno que, en caso de
muerte del cuerpo, puede ser almacenado o descargado bien en entornos
virtuales, bien en otro cuerpo orgánico (a los que se denomina “funda”), sea
éste sintético, clonado o perteneciente a otro individuo cuyo chip ha sido
retirado. La inmortalidad, por tanto, se ha convertido en una realidad
cotidiana.
Además,
esa tecnología ha permitido colonizar planetas más allá del Sistema Solar,
mundos que se agrupan en el Protectorado, institución controlada por la ONU con
base en la Tierra que surgió en respuesta a los desafíos que planteaban el
shock político y cultural de la colonización y el mundo post-muerte. Pero el
caso es que allá fuera las cosas no suelen estar tranquilas. Hay
guerras, rebeliones, matanzas e intrigas políticas. Para imponer la paz –y su
política- la ONU cuenta con un cuerpo de marines, de entre los cuales se
escogen a los mejores para integrarse en las Brigadas de Choque. Éstos son
comandos con un adiestramiento muy especial que incluye técnicas mentales,
mejoras neuroquímicas, diplomacia, espionaje e investigación. Son la punta de
lanza del brazo armado de la ONU y unos individuos temidos en todas partes por
su eficiencia, fría agresividad y falta de escrúpulos.
Takeshi Kovacs es uno de esos brigadistas que, tras licenciarse, se convirtió en delincuente. Abatido por la policía en su planeta natal, Harlan, y sentenciado a más de cien años de “congelación” digitalizada, Kovacs se despierta en la Tierra, “reenfundado” en un nuevo cuerpo por orden de un millonario de Bay City (el nombre que en ese futuro se le da a la actual San Francisco), Laurens Bancroft. Éste fue encontrado muerto días atrás en el estudio de su casa, aparentemente por su propia mano. Un suicidio que no termina en lo que se conoce como Muerte Real, esto es, la destrucción de la pila cortical, ya que los recursos económicos del potentado le permiten tener su propio banco de clones y un sistema diario de descarga remota y almacenamiento de la información actualizada de su chip. De esta forma, bastó descargar la última actualización en una pila, insertarla en el clon… y Bancroft estaba de vuelta en el mundo de los vivos.
Eso sí,
dado que el suicidio tuvo lugar antes de que se produjera la última descarga de
información, no se almacenó el recuerdo de por qué hizo tal cosa. La
investigación de la policía ha concluido que fue suicidio, pero Bancroft está
convencido de haber sido víctima de un asesinato. Es por ello que contrata a
Kovacs: en el curso de unas semanas, debe averiguar lo que sucedió en esas
horas “en blanco” y quién fue el responsable de su muerte.
Aunque la palabra “contratar” no es más que un eufemismo porque Kovacs no tiene mucha alternativa: si no acepta, lo volverán a congelar en la prisión virtual; si cumple con su cometido, se le recompensará con un cuerpo permanente, se le indultará y remumerará generosamente. El problema es que no es una misión fácil ni del gusto del ex soldado por mucho que lo quieran convencer de lo contrario: “Usted es un hombre afortunado, Kovacs.» Sin duda: a ciento ochenta años luz de casa, metido en el cuerpo de otro hombre cedido en contrato de arrendamiento por seis semanas y enviado a hacer un trabajo que la policía local no aceptaría jamás”.
No
tiene mucho sentido tratar de resumir la trama más allá de lo expuesto porque
ésta abunda en giros y personajes pintorescos y lo interesante es ir siguiendo
el a menudo enrevesado hilo conforme se van descubriendo nuevos ambientes y
rincones de ese mundo futuro. Como en la mejor tradición del género clásico de
detectives hardboiled, el protagonista va a verse mezclado con todo tipo de
individuos pertenecientes tanto a las élites sociales como a los estratos más
marginales en una conspiración que involucra desde las esferas políticas
planetarias a los burdeles más degenerados. Hay motivaciones ocultas, secretos
inconfesables, crímenes que no son lo que parecen, mujeres fatales, policías
corruptos, giros sorpresa, fantasmas del pasado que regresan –literal y
metafóricamente-, intentos de asesinato…
En el
camino de Kovacs irán cruzándose un amplio reparto de sospechosos, aliados,
enemigos e inocentes que le complicarán inmensamente las cosas. Por ejemplo,
Kristen Ortega, una policía local que era la amante de otro oficial de la ley,
propietario original del cuerpo que ahora ocupa Kovacs, Elías Ryker. Policía
éste que fue acusado de diversos crímenes y cuya conciencia fue “enlatada” en
una prisión virtual, dejando el cuerpo libre… para que lo comprara Bancroft y
descargara en él la conciencia de Kovacs. También importantes en la trama son
dos mercenarios y asesinos profesionales, Trepp y Kadmin, que le siguen los
pasos a Kovacs; la inteligencia artificial del Hotel Hendrix en el que se aloja
temporalmente el protagonista, un ente peculiar que igual protege a sus
huéspedes de agresiones que les ofrece gratuitamente sus servicios como pirata
informático; ay científicos sin escrúpulos que compran cuerpos para extraer sus
órganos; hackers o “ratas de ordenador”; prostitutas de todo tipo; traficantes
de droga… y, personaje siempre en la sombra y corazón podrido del más oscuro
pasado de Kovacs, la despiadada señora criminal Reileen Kawahara.
Morgan
consigue fusionar perfectamente en la narración el tono y tópicos del género
negro: las ocurrencias ingeniosas ante un peligro de muerte, los símiles y
metáforas (“Más silencioso que un orgasmo católico”), la corrupción
institucional, las alianzas de conveniencia que comprometen el código moral del
protagonista… La trama es más enrevesada que la de seis novelas de Raymond
Chandler juntas y es fácil que el lector se sienta a veces un poco perdido,
pero nunca tanto como para no poder retomar el hilo y comprender la totalidad
de la intriga una vez ésta llega a su final.
Asimismo, el escritor lleva a cabo un buen trabajo con la caracterización de los personajes; personajes que en su mayor parte difícilmente pueden resultar simpáticos pero cuyas motivaciones sí pueden entenderse. En el caso de Kovacs, Morgan se desliza por una línea muy fina. Es un antihéroe extraído del manual del detective hardboiled al estilo Sam Spade o Phillip Marlowe: bebedor, fumador, atractivo para las mujeres, sarcástico, testarudo, cínico… Pero, más allá de ese arquetipo, es también un individuo orgulloso, violento y traumatizado, incluso psicópata. De hecho, fue aceptado en las Brigadas por su inclinación agresiva. Su relación con Kristin Ortega tiene un punto malsano en el que se mezclan la fascinación, el puro instinto animal y el respeto profesional.
No es
fácil retratar convincentemente a un personaje que es brutal pero honorable;
emocionalmente alienado y psicológicamente traumatizado pero capaz de sentir
compasión; dueño de habilidades sobrehumanas y víctima de fragilidades muy
humanas. En muchos casos, ese tipo de personajes acaban siendo como una efigie
de Jano, con dos mitades contradictorias que de ningún modo pueden fusionarse
en un todo coherente. Morgan sale razonablemente victorioso del desafío y
aunque es entendible que algunos lectores no encuentren fácil simpatizar con un
personaje tan tarado como él, ese rechazo puede verse aliviado en la segunda
parte de la novela, cuando el avance en sus investigaciones le lleva a
consolidar su relación con otros personajes, reunir aliados y tomar partido por
la justicia. Y, en cualquier caso, aunque casi con seguridad podamos calificar
a Kovacs como alguien que nadie querría tener cerca, sí es divertido ver cómo
maltrata a quienes se lo merecen.
En lo que
se refiere al retrato del mundo futuro, es impecable, construido alrededor de
un concepto central fascinante (que recuerda mucho al que describía David Brin
en su “Gente de Barro”, 2002), tecnología letal y ramificaciones
sociopolíticas. Pero Morgan no pinta el decorado a base de largos segmentos
expositivos o descriptivos. “Carbono Alterado” es una novela impulsada por la
trama y es acompañando a Kovacs en sus pesquisas que vamos viendo los detalles
que caracterizan y dan vida a esa sociedad, su tecnología y su historia. Por
ejemplo, la incomodidad que siente el detective al verse reenfundado en un
nuevo cuerpo de una etnia diferente a la suya original; el lujo que rodea a los
ricos que llevan siglos acumulando fortuna, poder e influencia y siguen
teniendo un aspecto joven y vital; la fuerte impresión de ver el cuerpo
original de una persona amada ocupado por otra mente…
Por
otra parte, Kovacs es un narrador satisfactorio en el sentido de que no ha
estado nunca en la Tierra ni conoce sus tradiciones. Proviene de un planeta que
fue colonizado por corporaciones japonesas y mano de obra de Europa del Este,
por lo que es producto de una interesante síntesis étnica y cultural. En Bay
City, ha de aprender la jerga y costumbres locales por lo que es a través de él
que no sólo descubrimos algo de la vida en las colonias exteriores sino que su
desconcierto e ignorancia respecto a la Tierra es equivalente al nuestro. Lo
que es nuevo para él, lo es también para el lector.
No hay,
ya lo he apuntado, pausas en las que un narrador omniscente o alguno de los
personajes diserten sobre el funcionamiento o la ética de tal o cual
procedimiento, tecnología, institución o costumbre. Pero en el curso de la
trama, Morgan va empujando al lector a plantearse interesantes preguntas acerca
de cómo una nueva tecnología a priori maravillosa por permitir de facto la
inmortalidad, es controlada por los más ricos para consolidar su poder, hurtada
o limitada a los más humildes, condenada por grupos religiosos o utilizada para
torturar o satisfacer los vicios de aquellos que se lo puedan permitir. Como
siempre, utilizamos cualquier descubrimiento para crear nuevos Paraísos e
Infiernos. Habiendo encontrado el arma definitiva contra la vejez y la
enfermedad, tener al alcance de la mano el sueño de poseer el cuerpo y el sexo
que se desee, la utilizamos contra nosotros mismos de formas siniestramente
creativas.
En no pocas ocasiones, cuando un autor decide purgar su novela ciberpunk de la capa de misticismo que habitualmente lo acompaña, el resultado puede ser excesivamente oscuro y desesperanzador para algunas sensibilidades. Pues bien, en el caso de “Carbono Alterado”, la resurrección que nos presenta nada tiene que ver con una experiencia mística sino que es un fenómeno cotidiano. Y, sin embargo, el mundo futuro que nos presenta se cuentra entre los más claustrofóbicos, oscuros y desesperanzadores del subgénero.
Por ejemplo y como ya he apuntado, solo los más acaudalados pueden permitirse el “reenfundado” de mejor calidad y la élite de aquéllos, despreciativamente llamados “Mats” (de Matusalenes), pueden incluso pagarse el lujo de mantener clones siempre preparados para ser utilizados en cualquier momento y conservados en sofisticadas clínicas. Los más humildes, en cambio, tienen que arreglárselas como mejor pueden. A menudo apenas pueden pagar las tarifas de almacenamiento por lo que se ven obligados a sufrir la indignidad de que sus cuerpos sean cedidos a terceros que los compran o alquilan mientras sus mentes digitalizadas languidecen almacenadas en algún centro, como si fueran criminales.
(Finaliza en la siguiente entrega)
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