Normalmente, la mejor ciencia ficción es aquélla que, de un modo u otro, reflexiona sobre nuestra relación con la tecnología: cómo ésta nos cambia y cómo la adaptamos a nosotros, para bien y para mal. Sin embargo, no es muy frecuente encontrar películas norteamericanas que tengan algo verdaderamente interesante que decir sobre el progreso científico y tecnológico y que, además, lo hagan sin aspavientos estéticos o narrativos. Es por ello merece la pena rescatar “Un Amigo para Frank”.
Frank
(Frank Langella) es un antiguo ladrón de guante blanco ahora retirado en una
pequeña y tranquila población del estado de Nueva York. Vive solo y ha empezado
a sufrir de una demencia senil que se niega a reconocer. La relación con sus
hijos, después de haber pasado una larga temporada en la cárcel y divorciado de
su mujer, es tirante. Su hijo Hunter (James Marsden), está cansado de tener que
conducir seis horas cada semana para comprobar cómo se encuentra y, preocupado
por su deterioro mental, le compra un robot que desempeñará el papel de enfermero
y asistente doméstico. En cambio, su hija Madison (Liv Tyler), que trabaja para
una organización humanitaria y siempre está ausente del país, ve con malos ojos
que su padre dependa de una máquina.
Al principio,
a Frank le parece odioso ese engendro mecánico que le da órdenes y le cocina
platos que no le gustan, pero poco a poco la compañía de alguien con quien
interactuar y aliviar su soledad va limando asperezas. El robot le anima a
emprender un proyecto que mantenga en forma su mente y cuando Frank averigua
que el ingenio no tiene entre sus directivas de programación el respeto por la
ley, decide volver a su vida delictiva haciendo de éste su compinche.
Simultáneamente,
se va narrando una subtrama relacionada con la biblioteca del pueblo, un lugar
al que Frank acude no solo porque es un ávido lector sino porque representa un
pasado en el que él se siente más cómodo. Y, además y no menos importante, se
siente atraído por la bibliotecaria, Jennifer, (Susan Sarandon). La
institución, sin embargo, se halla inmersa en un proceso de reconversion
producto de los cambios en la forma en que la gente lee y se relaciona con la información.
Así, al tosco robot bibliotecario con el que venía conviviendo Jennifer, se une
ahora la retirada de los libros físicos, su sustitución por archivos
digitalizados y la transformación del edificio en una suerte de hortera
homenaje a los viejos tiempos. A cargo de ese proyecto está Jake (Jeremy
Strong), un insoportable hipster al que Frank coge ojeriza de inmediato.
“Un Amigo
para Frank” fue una de las sorpresas que emergieron del Festival de Sundance de
2012, donde recibió abundantes elogios por parte de crítica y público. Ese
certamen y el género indie que promociona no es algo que automáticamente se
asocie con la CF. Al fin y al cabo el cine indie es más proclive al realismo y
el drama humano mientras que la CF es un género que se apoya en los conceptos e
ideas.
Y esa mezcla heterodoxa da como resultado un producto muy diferente de lo que podría esperarse de un film de CF. No hay aquí una puesta en escena efectista narrando una épica en la que el mundo se juega su destino. Es un drama sencillo sobre la relación entre un anciano y un robot. Ni siquiera éste recuerda al Data de “Star Trek: La Nueva Generación” (1987-94), “El Hombre Bicentenario” (1999) o el niño de “I.A. Inteligencia Artificial” (2001).
La mayoría de las películas de robots se quedan atascadas en el dilema de si están o no vivos, o si tienen algo que podemos reconocer como inteligencia o consciencia. “Un Amigo para Frank” no está en esa categoría pero lo que plantea no es menos interesante y digno de reflexión.
La historia
deja claro que el robot no tiene pensamiento independiente ni auténtica vida.
De hecho, la máquina ha sido diseñada teniendo en cuenta el actual estado de
nuestros conocimientos técnicos en esa disciplina y extrapolándolos unos
cuantos años en el futuro en cuanto a su inteligencia y capacidad, pero sin
traspasar la línea de lo que previsiblemente un robot podría ser y hacer dentro
de quizá un par de décadas. El resultado es uno de los robots más realistas que
han podido verse en el cine de CF. Para enfatizar este aspecto, los créditos
finales incluyen varios videos que exponen el estado actual en que se encuentra
esa tecnología. Por otra parte, aunque el robot propiamente dicho no es una
máquina real sino que está “interpretado” por la bailarina Rachael Ma, la
película no olvida recordarnos que estamos viendo CF y, exprimiendo su magro
presupuesto, incluye pequeños toques futuristas en el diseño de objetos
cotidianos, como los coches o los teléfonos holográficos.
Hasta
cierto punto, el robot se convierte en una suerte de “tutor” de Frank: cuida de
su salud y supervisa su evolución física y mental, pero también trata de
controlar su vida, obligando a su “protegido” a comer sano, hacer ejercicio y
realizar actividades beneficiosas para él. También asume el rol de hijo
sustituto, actuando en nombre de los intereses de Hunter y, en buena medida,
siendo su portavoz. Madison, por su parte, odia al robot y, preocupada porque
su padre lo vea y trate como a un amigo y compañero, presiona para que su padre
se libre de él.
La película
juega con la línea que separa un electrodoméstico y un ser humano. Sí, el robot
ha pasado a formar parte de la familia, pero ¿de qué manera y con qué función?
¿Como una mascota? ¿Como el televisor o la lavadora? ¿O como un amigo de la
familia? El robot es inteligente, pero nunca queda verdaderamente claro si se
acerca más a una persona o a un sofisticado smartphone. Sin darse cuenta, el
espectador experimenta la misma evolución que Frank: conforme el anciano se
acostumbra a tenerlo alrededor y comienza a interactuar con él, humanizamos más
y más al robot. Sin embargo, éste ni cambia ni parece hacerse más humano.
Al ver esta
película, es inevitable –y probablemente así lo pretendieron director y
guionista- pensar en las historias de robots de Isaac Asimov. Probablemente haya
aquí más cercanía a la obra del escritor que en la supuesta película que se
inspiró en ella, “Yo, Robot” (2004). La diferencia, sin embargo, reside en que
a Asimov nunca le interesaron demasiado los personajes humanos de sus
historias, limitándose a perfilarlos de una forma muy somera e intercambiable.
De lo que trataban sus cuentos y novelas de robots era de resolver una serie de
problemas lógicos generados por las tres leyes de su invención que controlaban
el comportamiento de esas máquinas. En cambio, “Un Amigo para Frank”, con su
patina de nostalgia y desconfianza hacia el progreso representada por la
transformación de la venerable biblioteca, se aproxima más al tipo de narrativa
que salía de la imaginación de Ray Bradbury. Podría decirse que la película
sabe a historia de robots de Asimov reescrita por Bradbury.
También
puede ser ilustrativo comparar el robot de “Un Amigo para Frank” con el que
aparecía en otra película estrenada aquel mismo año: “Prometheus”. El film de
Ridley Scott parecía verdaderamente ansioso por demostrar que David (Michael
Fassbender) era un androide inteligente y autoconsciente, un ser vivo en todos
los órdenes –y, además, bastante sádico-. Pero en ultimo término, “Prometheus”
no parecía tener nada demasiado interesante que decir de las relaciones
robots-humanos más allá de que los problemas entre padre e hijo son
universales. En cambio, “Un Amigo para Frank” es muy preciso respecto a lo que
es su robot y de qué tipo de pensamiento es capaz. Es restringiendo su
libertad, estableciendo límites estrictos respecto a lo que el robot puede o no
puede hacer, como la película consigue abrir líneas de reflexión sobre nuestra
relación con la tecnología poco habituales en la CF cinematográfica.
Pero aunque
el robot sea “sólo” una extension de Frank, como lo puede ser un teléfono o una
silla de ruedas, no quiere decir que las preguntas acerca de su consciencia
sean irrelevantes. De hecho, éstas revisten mayor complejidad de lo que podría
parecer al principio. Cuanto más vemos al robot como una proyección del propio
Frank, más unidos están los destinos de ambos. Aquí no se trata de si los
robots pueden llegar a ser humanos sino de las consecuencias que nuestra
dependencia de las máquinas podrían tener sobre nuestra propia humanidad, para
bien y para mal.
Mientras
tanto, el pasado y la habilidad de Frank como ladrón permiten introducir
cuestiones tocantes al valor que otorgamos a las cosas. Frank le explica al
robot que su especialidad era llevarse los objetos de mayor valor que pudiera
sustraer con la mayor celeridad possible. Pero, ¿qué es lo que hace valioso a
algo? Cuando Frank sustrae horribles figuritas de plástico de la tienda que ha
sustituido al restaurante en el que solía comer, les da valor solo porque ha
sido capaz de robarlas. Mientras tanto, la biblioteca está reciclando todo su
fondo literario excepto un puñado de volúmenes que se estiman valiosos. ¿Qué
les hace merecer tal consideración respecto a otros libros? ¿Es la información
que contienen, la antiguedad del soporte físico o la calidad literaria de la
obra?
A su vez,
el importante papel que tienen los libros en la película anima a reflexionar
sobre la importancia, diferencias y límites de las distintas formas de almacenar
la información, desde el cerebro de Frank, que está deteriorándose
paulatinamente, a la palabra escrita en papel pasando por los archivos de
memoria del robot, que pueden ser reseteados y manipulados. Los recuerdos de
Frank le atormentan, pero también la ausencia de los mismos. Su periodo en
prisión le hurtó la infancia de sus hijos, lo que le ha dejado cicatrices
incurables. El robot, sin embargo, conserva grabaciones precisas de todas sus
experiencias pero –no podia ser de otra forma- sin que esos “recuerdos” tengan
aparejada una emoción.
Fiel a sus
raíces indie, “Un Amigo para Frank” se centra en la relación que establecen sus
dos personajes principales entre sí y con otros secundarios que les rodean. Es
una relación que se retrata con serenidad, elegancia y sensibilidad. Y en este
sentido, es también una película familiar. En manos menos hábiles se corría el
riesgo de relegar al robot al papel de chisme gracioso dentro de una dinámica
tradicional entre un hombre senil y sus hijos. En cambio, el guionista Christopher
D. Ford, consigue no sólo que el protagonista y sus dos hijos cobren auténtica
vida sino que cuando el robot (básicamente un personaje pasivo que reacciona
contestando invariablemente con calma y educación) pasa a jugar un papel
relevante en sus vidas, la dinámica entre todos ellos se hace más compleja,
realista y sincera.
La interpretación de todos los actores es sobresaliente, verosímil y con el punto cómico que la situación requiere, pero sin caer en la bufonada innecesaria. Por supuesto, destaca Langella, cuyo personaje, un anciano cínico y cascarrabias, recuerda al de Clint Eastwood en “Gran Torino” (2008). El veterano actor evita los tópicos del viejo cascarrabias y consigue que veamos y entendamos el mundo desde su punto de vista, lo que hace más conmovedores sus ataques de demencia.
El tono costumbrista y amable se diluye un tanto hacia el final, cuando los acontecimientos que se han ido encadenando demandan un grado moderado de acción, con Frank dado a la fuga burlándose de su hijo y de la policía e insertando algún giro sorpresa con los que el guion trata de cerrar, un tanto apresuradamente eso sí, la historia.
“Un Amigo para Frank” es una película familiar, humilde y de dimensiones humanas. No hay aquí grandes épicas o dramas de altos vuelos; tampoco acción ni suspense a raudales y, de hecho, es incluso predecible. ¿Quién no va a imaginarse desde el principio que Frank acabará encariñándose del robot?. Lo que propone es una historia, pequeña, intimista y en un entorno rural que, sin embargo, plantea cuestiones de alcance global: ¿debería una inteligencia artificial estar programada para cuidar de alguien por encima de consideraciones legales? ¿Cómo puede la tecnología ayudar a las personas cuya mente está en declive? ¿Podría ser perjudicial que en el futuro “humanicemos” los robots? ¿Dónde trazamos la línea que separa lo que es inteligencia y lo que no? Los entusiastas incondicionales de la tecnología quedan ridiculizados en la forma del personaje de Jake, pero los luditas pro-humanos, representados por la idealista y liberal Madison, no salen mejor parados. Al final, la moraleja parece ser que la tecnología solo es tan benigna o perversa como lo seamos nosotros mismos.
Que una película modesta, sin grandes nombres ni medios pero con inteligencia y sensibilidad, suscite cuestiones importantes, al tiempo de actualidad y atemporales, sobre las que reflexionar y debatir largo y tendido, es un triunfo del que deberían tomar ejemplo muchos otros guionistas, directores y productores más conocidos pero no necesariamente mejor versados en lo que siempre ha sido la meta de la buena ciencia ficción.
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