Las máquinas, inteligentes o no y sea cual sea su forma y propósito, han sido desde siempre un icono de la CF junto al viaje espacial, el desplazamiento temporal y los alienígenas. Ya en 1872, Samuel Butler, en su novela utópico-satírica “Erewhon”, sugirió que las máquinas fabricadas por el hombre, más que su propia mente, podrían ser la siguiente frontera para la evolución darwiniana: “¿Quién puede decir que el motor de vapor no tiene una suerte de consciencia? ¿Dónde empieza la consciencia y dónde termina? ¿Quién puede trazar esa línea?”.
Una modalidad en particular de esas máquinas ha despertado mayor interés que otras: los


Las aportaciones más destacables e influyentes de Isaac Asimov como autor de CF fueron casi

El segundo bloque está integrado por dos novelas publicadas en los años cincuenta, de tono policiaco y ambientadas siglos después de lo acontecido en los cuentos: “Bóvedas de Acero” y “El Sol Desnudo”. Y, por último y ya en la década de los ochenta, “Los Robots del Amanecer” y “Robots e Imperio”, otros dos

Comencemos por los cuentos. Empezaron a aparecer publicados sobre todo en “Astounding Science Fiction” desde los años cuarenta, siendo luego compilados parcialmente en multitud de volúmenes con diferentes títulos, siendo el primero y más famoso de ellos el que lleva por título “Yo, Robot” (1950, que, además, fue el segundo libro de Asimov tras “Un Guijarro en el Cielo”, de ese mismo año) y que incluye nueve relatos unidos como si se tratara de un artículo periodístico, una entrevista a la doctora Susan Calvin, personaje del que hablaremos a continuación. Sin embargo, quizá sea “El Robot Completo” la antología más exhaustiva, ordenando casi todos los cuentos no por su fecha de publicación sino por la cronología interna que los engarza todos. Otra compilación, “Sueños de Robot” (1986, ilustrada por Ralph McQuarrie), incluye veintiuna historias sobre robots, ordenadores y viajes espaciales ya publicados en otras antologías, pero el relato titular sí es original y es, de hecho, una clara inspiración para la película “Yo, Robot” (2004) de Alex Proyas.
Así, nos encontramos ante una historia del futuro de vaga continuidad que abarcaría desde

Diez de los cuentos, quizá los mejores, tienen como personaje central a una mujer, la doctora Susan Calvin, robopsicóloga jefe de la principal fabricante de robots de la Tierra, U.S.Robots and Mechanical Men, Inc. Ha estado con la empresa casi desde su creación y le ha dado sus mejores hitos en el campo de la inteligencia artificial. Es de destacar la decisión de Asimov de utilizar una mujer científico como protagonista de varios cuentos en lo que es una representación positiva de la mujer en un género casi enteramente dominado en la época por varones. No es que el autor pueda escaparse del todo a los clichés y la caracterización de Calvin debe mucho al estereotipo de “vieja dama gruñona”: una mujer de mediana edad, físicamente no muy atractiva, fría y cortante en el trato con los demás pero con una frustrada vida emocional bullendo tras esa fachada distante

El núcleo de todos los robots de Asimov reside en su cerebro positrónico, una invención muy sofisticada cuyo funcionamiento exacto nunca se explica y que, de hecho, en numerosas ocasiones se sugiere que ni siquiera los más cualificados científicos expertos en robótica comprenden del todo las complejidades y potencial de dichos artefactos. En la base de todos ellos, sin embargo, hay un corazón inalterable y básico que obliga al robot a cumplir escrupulosamente lo que se ha bautizado como “Tres Leyes de la Robótica”, tal vez la aportación más importante de Asimov al género (destilada, eso sí, gracias al consejo y guía de su mentor y editor, John W.Campbell). Éstas, expuestas por primera vez en el cuento “Razón” (1941), se enuncian como sigue:
1-Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que éste resulte dañado.

3-Un robot debe proteger su propia existencia en tanto en cuanto dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Resulta asombrosa la diversidad dramática y conceptual que Asimov supo extraer en sus cuentos y novelas de algo tan aparentemente escueto como estas leyes, conformando un mosaico de historias acerca de la lógica, la identidad, la diferencia y las semejanzas. Parecen leyes claras, rotundas y eficaces que garantizarán la seguridad del ser humano. Pero no es así ni mucho menos. En muchos relatos, Asimov juega con el lector presentando situaciones en las que un robot aparentemente infringe alguna de dichas leyes. Habrá de ser alguno de los humanos al cargo (la propia Calvin o el equipo de ingenieros-detectives formado por Michael Donovan y Gregory Powell) quienes descubran que en el fondo el robot sigue fielmente los dictados de su programación básica. El problema es la interpretación de esos principios últimos que la rigen.


Pues bien, los robots de Asimov son seres que han interiorizado en su cerebro positrónico ese marco de referencia moral: enfrentados a un dilema ético, no consultan sus respectivas conciencias sino que obedecen estrictamente las Tres Leyes que gobiernan su comportamiento. La genialidad de esta invención es que los robots no resultan ser tan deterministas como un reloj o una calculadora sino que sus reacciones a veces son impredecibles.
Aunque las primeras historias de robots de Asimov aparecieron, como he dicho, publicadas en revistas en la década de los cuarenta, su primera y más exitosa compilación, “Yo, Robot” (1950), apareció en un momento particularmente relevante: poco después de que el matemático Norbert Wiener escribiera su libro “Cibernética”

Pero, por otro lado y en parte debido a la Guerra Fría y las preocupaciones que generó acerca del peligro nuclear, aquella visión positivista de la tecnología se encontró conviviendo con otra claramente opuesta que desconfiaba de los científicos y sus descubrimientos. Así, muchos trabajos de CF de principios de los cincuenta interpretaban la tendencia al automatismo como una amenaza, caso de la sátira de Kurt Vonnegut “La Pianola” (1952), en la que se presentaba una sociedad en la que el trabajo humano había sido superado por una tecnología muy avanzada. Por supuesto, el temor a que los propios humanos pudieran acabar transformados en una suerte de autómatas

Los benevolentes robots de Asimov, por tanto, toman desde el principio partido en el debate acerca de las virtudes y peligros de la tecnología y la inteligencia artificial poniéndose de parte de estas últimas. El primero de sus relatos robóticos, el mencionado “Robbie” (en el que aparece una todavía adolescente Susan Calvin) es un cuento muy sentimental acerca del cariño que siente una niña, Gloria Weston, por su robot (un modelo todavía primitivo y mudo), una máquina adquirida por su padre para actuar de niñera y compañero de juegos de la pequeña. El robot desempeña su labor de forma ejemplar, pero ello no evita que la madre desarrolle antipatía por ese “electrodoméstico” tan particular. Aquí aparece por primera vez el sentimiento anti-robot dominante entre las clases populares que permeará buena parte de los cuentos y novelas de robots escritos por Asimov, alegoría del sector tecnófobo de la sociedad

Asimov utiliza a sus robots como una réplica al conocido como “Complejo de Frankenstein” en virtud del cual se retrata a la inteligencia artificial como algo siniestro y peligroso para la Humanidad. En este sentido, podemos recordar a esa criatura pionera, de manufactura casera, creada por el doctor Frankenstein en la novela homónima de 1818. Mención ineludible son los robots del fundador del subgénero, Karel Capek, que en su obra teatral “R.U.R” (1921) planteaba cómo las máquinas (aunque éstas se asemejaban más a una suerte de clones) se rebelaban contra sus creadores humanos y tomaban el control de la Tierra. Por otra

Asimov, sin embargo y a pesar de su sentimental primer relato sobre el tema, no cae del todo en el campo contrario, esto es, el de considerar al robot como un ser amable y sufriente, una suerte de contrapartida mecánica del ser humano. Poco a poco, fue perfilando la idea de un robot que es básicamente una herramienta industrial, muy sofisticada y quizá hasta con forma humana, pero herramienta al fin y al cabo. Asimov estaba convencido de que el

Máquinas, sí. Pero máquinas verdaderamente inteligentes (en último término, más que los propios humanos). Por eso resulta sorprendente que los robots de Asimov nunca sean capaces de superar la programación de las “Tres Leyes”, una paradoja que señaló el propio Stanislaw Lem: “Ser inteligente significa ser capaz de cambiar tu programación hasta ese momento vigente mediante actos conscientes de voluntad y de acuerdo con la meta que te hayas fijado”. Además, Asimov nunca resuelve las obvias contradicciones que implican las Leyes. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, si un robot recibe órdenes contradictorias de dos humanos diferentes? ¿O qué pasa si para salvar a un humano debe dañar a otro? ¿Y qué directrices hay acerca de la posibilidad de que un robot dañe a otro robot? (hay que decir, no obstante, que estos problemas iría abordándolos y “solucionándolos” en las novelas del ciclo que aparecieron posteriormente).
Con todo y aunque Asimov inicialmente interpretó esas Tres Leyes como una barrera

De este modo, muchas de las historias (prácticamente todas las de “Yo, Robot”) son relatos detectivescos acerca de misterios relacionados con comportamientos imprevistos de los robots, aparentemente en conflicto con alguna de las Tres Leyes. Por ejemplo, en “Círculo Vicioso” (1942), Powell y Donovan, se encuentran en Mercurio con un robot que se limita a caminar en círculos por la superficie del planeta en lugar de cumplir las órdenes asignadas. Al final, deducen que ese extraño comportamiento lo causa el hecho de que el robot ha recibido un refuerzo de la Tercera Ley

Powell y Donovan son dos personajes recurrentes en los cuentos de robots, dos ingenieros de personalidad intercambiable y especialistas en trabajo de campo que se dedican a probar nuevos modelos de robot o solucionar situaciones peligrosas provocadas por aparentes averías en los mismos (en esta pareja, por cierto, estarían basados los divertidísimos “espacialistas” Clarke & Kubrick creados por nuestro autor de comics Alfonso Font). En “Razonamientos” (1941) se enfrentan a un desafío bastante peculiar a las Tres Leyes cuando viajan a una estación espacial que transmite energía a la Tierra mediante un haz de microondas. Las instalaciones están totalmente operadas por robots y los dos humanos han recibido el encargo de montar y activar un nuevo prototipo muy avanzado conocido como QT-1, que cuenta con gran capacidad de razonamiento y cuya labor será la de supervisar al resto de robots.
Aunque está programado con las Tres Leyes, la inteligencia de QT-1 le hace concluir que es

(Continúa en el siguiente post)
Excelente reseña, por cierto al final escribes: "dejando a su relevo el problema de tratar..."...lo que olvidas es que Powell y Donovan no le dicen nada al relevo porque éste es umuy mala persona, dejando ese toque de comedia propio del autor XD.
ResponderEliminarLa saga de estos dos amigos (uno más efusivo, otro más práctico) es fenomena, se complementan y las historias de robots le calcan de maravilla, gracias por la reseña