“Iron Sky” es la segunda película dirigida por el realizador finés Timo Vuorensola, que había empezado en los 90 haciendo, como aficionado, una serie de cortos paródicos de las diversas encarnaciones de “Star Trek”, bajo el título colectivo de “Star Wreck”. Éstos culminaron en un largometraje, “Star Wreck: In the Pirkinning” (2005), que se subió gratuitamente a internet, recibiendo mucha atención sobre todo por sus efectos especiales, que poco tenían que envidiar a los realizados de forma profesional por muchos estudios importantes. Pero es que, todavía más sorprendente, Vuorensola y sus amigos produjeron la totalidad del film en su apartamento de dos dormitorios, adaptando sus ordenadores personales para generar los CGI que acompañaban prácticamente toda la acción dado que apenas se rodaron escenas en exteriores.
Pues bien, “Iron Sky” es la sucesora cronológica y conceptual de “Star Wreck: In the Pirkinning”.
En el año
2018, los Estados Unidos envían una nueva expedición tripulada a la
Luna,
posándose en la cara oscura. Los dos astronautas que conforman la tripulación
salen de la cápsula para buscar Helio-3 (un aspecto éste de la misión que había
sido cuidadosamente ocultado a los aliados de los norteamericanos) y uno de
ellos es casi inmediatamente asesinado por lo que parece un soldado espacial salido
de un crater en cuyo interior se encuentra una gran base nazi. Éstos destruyen
el modulo de alunizaje y capturan al otro astronautra, James Washington
(Christopher Kirby).
Resulta que
en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el Reich envió colonos a la
Luna y, siendo alemanes trabajadores e industriosos, construyeron una inmensa
base, desarrollaron platillos volantes y armamento avanzado (todo lo avanzado,
claro, que podía ser con los magros recursos de la Luna y el aislamiento en el
que viven), en particular el “Götterdämmerung”, un colosal vehículo volador
diseñado para actuar de nave nodriza en una invasión masiva a la Tierra y
dotado de un arsenal de poder devastador.
Cuando sus
captores llevan a Washington al interior de la base, se sorprenden
al descubrir
que es de raza negra y si no lo asesinan en el momento es porque éste asegura
conocer a la presidenta de los Estados Unidos. El Führer lunar, Wolfgang Korzfleisch
(Udo Kier) ordena que se someta al astronauta a un interrogatorio para obtener
información útil de cara a la inminente invasión que están preparando. De paso,
le inyectan un suero que le blanquea la tez y le tiñe los ojos de azul. El
iPhone de Washington es conectado a los toscos ordenadores de la flota nazi,
pero su carga dura poco.
Mientras
tanto, el ambicioso segundo oficial al mando, Klaus Adler (Götz Otto), convence
a su superior para coger una na
ve (que tienen la forma de nuestros clásicos
platillos volantes) y viajar a la Tierra con Washington para hacerse con más
dispositivos electrónicos con los que proveer de energía a sus armas. Como
polizona se les une la prometida de Adler, Renate Richter (Julia Dietze), la
maestra de los tiernos infantes nazis de la base. Al poco de llegar, contactan
con la responsable de la campaña de reelección de la presidenta, Vivian Wagner
(Peta Sergeant), encargada por su jefa de reflotar su maltrecha popularidad tras
el fracaso de la misión lunar que ella había promovido como mero instrumento
propagandístico.
Wagner
aconseja a la presidenta (Stephanie Paul) que se apropie de la estética y retórica
nazis, seduciendo a la nación con ello y recuperando las en
cuestas de
valoración de su jefa, en caída libre tras el fiasco de la Luna. Adler no tarda
en usurpar el mando de Kortzfleisch y da la orden de iniciar la invasion de la
Tierra con su flota de dirigibles espaciales y platillos volantes. Mientras
tanto, Washington, que se ha convertido en un sin techo que, como un chiflado,
advierte a los transeúntes del peligro de los nazis lunares, consigue mostrar a
Renate la realidad de la ideología nazi con la que ella ha vivido engañada
desde su niñez. Juntos, tratan de detener la invasion de Adler.
La idea
original de “Iron Sky” fue del coguionista de “Star Wreck”, Jarmo Puskala,
quien tu
vo un sueño en el que aparecían platillos volantes nazis. Vuorensola
recaudó los fondos necesarios para sacar adelante la producción mediante
crowfunding. En 2007, creó la web Wreckamovie, que se convirtió en un espacio
de cine colaborativo desde donde él y otros cineastas podían contactar con
aficionados de todo el mundo y obtener feedback sobre sus proyectos, donaciones
e ideas para los guiones. El éxito de esta iniciativa le permitió a Vuorensola
y el productor Samuli Torssonen conseguir el respaldo financiero y profesional
de varias productoras finesas, alemanas y australianas. Con un presupuesto de
mayor calibre, pudieron permitirse rodar en Alemania, Australia y Nueva York,
fundiendo esas tomas con sus planos digitales.
La película
tiene un inicio casi perfecto que combina con maestría la mezcla de premisa
escandalosa, efectos impactantes y sátira política marca de la casa de
Vuorensola. En él, vemos tomas exquisitamente hermosas del alu
nizaje del módulo
norteamericano antes de desplegar unas pancartas con publicidad de la campaña
presidencial. Luego, los astronautas descubren un cráter ocupado por una vasta operación
minera señalada con esvásticas antes de que aparezca un soldado y le dispare en
la cabeza a uno de los americanos. Esto da paso a la presentación de la muy
detallada base nazi y el Führer lunar, intercalada con escenas en las que Renate
instruye a unos escolares sobre los ideales del nazismo. Como parte del
material didáctico les muestra la famosa escena de “El Gran Dictador” (1940),
de Charlie Chaplin, en la que el actor baila grácilmente con un globo
terráqueo, poniéndolo como ejemplo del ideal nazi: el Führer sosteniendo
simbólicamente la Tierra entera entre sus manos co ánimo protector. La
combinación de conceptos, sátira e inversión de lo familiar es algo que toda
buena ciencia ficción debería hacer.
A pesar de
contar con un presupuesto de sólo 7,5 millones de euros, “Iron Sky” tiene t
odo
el aspecto de ser una película que haya costado treinta veces esa cantidad.
Como ya consiguió en “Star Wreck”, Timo Vuorensola y su socio productor,
Torssonen, demuestran que su punto fuerte son los efectos visuales, que aquí
rivalizan sin acomplejarse con los que podría haber realizado Industrial Light
and Magic, Weta Workshop o cualquier otro estudio de una división similar. Las
escenas que muestran una flota de zeppelines con esvásticas arrastrando
meteoritos mientras entran en la órbit
a terrestre y luego lanzando desde cada
uno de ellos cientos de platillos volantes tienen un detallismo y claridad
deslumbrantes. Igualmente espectaculares son los choques entre los ovnis nazis,
los aviones de combate, las naves espaciales terrestres y el colosal
Göttedammerung, cuyos misiles revientan por completo una zona de la Luna. O el
plano final, que va sobrevolando la Tierra desde el espacio mientras diminutas
estelas surcan los cielos antes de caer a la superficie y provocar estallidos
nucleares.
Igualmente notable
es el diseño de producción, que imagina una estética retro basada en la
tecnología de los años 30 y 40 del pasado siglo. La mayoría de los sets se
r
ealizaron virtualmente para luego insertarse digitalmente detrás de los
actores, una técnica ya utilizada –aunque de forma más básica, obviamente- en
“Sky Captain y el Mundo del Mañana” (2004).
Por otra
parte, el director se lanza con entusiasmo al terreno de la sátira política con
un estilo que recuerda –algo más cafre, eso sí- a lo que años más tarde haría
Adam McKay en, por ejemplo, “No Mires Arriba” (2021). La presidenta de los
Estados Unidos está claramente concebida como una caricatura de Sarah Palin,
política norteamericana y cara visible del movimiento Tea Party. Vuorensola n
o
tiene tiempo ni ganas para ser sutil y uno de los momentos más mordazmente
sardónicos de la película es cuando su doble de Palin, sin darse cuenta pero
con un enorme entusiasmo, adopta la propaganda nazi como parte de su campaña de
reelección. El problema con este tipo de sátira tan focalizada en una persona es
que el tiempo acabará haciéndole mella y, cuando los espectadores del futuro ya
no sepan quien fue Sarah Palin, parte de ese ácido corrosivo se perderá.
La película
no deja títere con cabeza. Los nazis son fanáticamente malos y cretinos; los
políticos (americanos o no) son mentirosos, manipuladores, traicioneros y
egocéntricos. Ni siquiera los personajes en principio más “blancos”, Renate y Washington,
salen muy bien parados. La una es una ingenua tontorrona y el otro un cretino
bocazas que más parece sacado de un guetto de Detroit que del centro de
adiestramiento de la NASA. El cinismo y descreímiento de los cineastas culmina
en un desenlace tan sorprendente como pesimista y coherente con todo lo
anterior.
Donde Timo
Vuorensola no se muestra tan acertado es en los terrenos de la comedia y el
desarrollo de la trama. Aunque hay momentos muy graciosos (las re
uniones del
Consejo Mundial, por ejemplo) e incluso valientes (al fin y al cabo, la
película tiene financiación alemana), demasiados de los personajes de la
película, sobre todo los estadounidenses, son meras caricaturas pintadas a
brochazos, y gran parte del humor político es estridente y exagerado, cayendo
con frecuencia en la comedia física más burda, como cuando Renata acaba medio
desnuda por la descompresión de una esclusa; o Washington huye de unos
pandilleros que no le reconocen como “hermano”.
Po
r otra
parte, hay momentos en los que la trama parece ensamblada con demasiada
torpeza: no tiene sentido alguno que Renate y Klaus acaben convertidos en asesores
de la campaña de reelección presidencial y se fuerza tal giro con el único
propósito de lanzar pullas políticas, no como consecuencia de la progresión
natural de la trama. Tampoco nada de lo relacionado con el romance entre Renate
y Washington tiene no ya un mínimo viso de verosimilitud, sino una coherencia
narrativa. Y eso por no hablar de los agujeros de guion, como el de que los nazis
sean capaces de utilizar el poder de procesamiento de un móvil para activar su
gigantesco “Götterdammerung” pero no puedan descubrir cómo cargar su batería.
“Iron Sky”
es un logro sobresaliente teniendo en cuenta quién lo hizo y con qué fondos. En
este sentido, su visionado ofrece una experiencia algo d
isonante: es una serie
B disparatada y burlona pero con una factura visual más propia de un
blockbuster; tiene ramalazos ingeniosos e inteligentes, pero insertos en una
trama desordenada, precipitada y mayormente previsible. Mezcla de ucronía, CF
bélica, comedia y sátira política, es un producto extraño al que conviene
acercarse con el filtro adecuado. Hubiera sido mucho mejor de haberse invertido
más esfuerzo y sutileza en el guion. Tal como está, resulta una propuesta
entretenida aunque algo irregular en lo que en principio pretende ser: una
comedia de CF.

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