miércoles, 12 de noviembre de 2025

2012- IRON SKY – Timo Vuorensola

“Iron Sky” es la segunda película dirigida por el realizador finés Timo Vuorensola, que había empezado en los 90 haciendo, como aficionado, una serie de cortos paródicos de las diversas encarnaciones de “Star Trek”, bajo el título colectivo de “Star Wreck”. Éstos culminaron en un largometraje, “Star Wreck: In the Pirkinning” (2005), que se subió gratuitamente a internet, recibiendo mucha atención sobre todo por sus efectos especiales, que poco tenían que envidiar a los realizados de forma profesional por muchos estudios importantes. Pero es que, todavía más sorprendente, Vuorensola y sus amigos produjeron la totalidad del film en su apartamento de dos dormitorios, adaptando sus ordenadores personales para generar los CGI que acompañaban prácticamente toda la acción dado que apenas se rodaron escenas en exteriores.

 

Pues bien, “Iron Sky” es la sucesora cronológica y conceptual de “Star Wreck: In the Pirkinning”.

 

En el año 2018, los Estados Unidos envían una nueva expedición tripulada a la Luna, posándose en la cara oscura. Los dos astronautas que conforman la tripulación salen de la cápsula para buscar Helio-3 (un aspecto éste de la misión que había sido cuidadosamente ocultado a los aliados de los norteamericanos) y uno de ellos es casi inmediatamente asesinado por lo que parece un soldado espacial salido de un crater en cuyo interior se encuentra una gran base nazi. Éstos destruyen el modulo de alunizaje y capturan al otro astronautra, James Washington (Christopher Kirby).

 

Resulta que en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el Reich envió colonos a la Luna y, siendo alemanes trabajadores e industriosos, construyeron una inmensa base, desarrollaron platillos volantes y armamento avanzado (todo lo avanzado, claro, que podía ser con los magros recursos de la Luna y el aislamiento en el que viven), en particular el “Götterdämmerung”, un colosal vehículo volador diseñado para actuar de nave nodriza en una invasión masiva a la Tierra y dotado de un arsenal de poder devastador.

 

Cuando sus captores llevan a Washington al interior de la base, se sorprenden al descubrir que es de raza negra y si no lo asesinan en el momento es porque éste asegura conocer a la presidenta de los Estados Unidos. El Führer lunar, Wolfgang Korzfleisch (Udo Kier) ordena que se someta al astronauta a un interrogatorio para obtener información útil de cara a la inminente invasión que están preparando. De paso, le inyectan un suero que le blanquea la tez y le tiñe los ojos de azul. El iPhone de Washington es conectado a los toscos ordenadores de la flota nazi, pero su carga dura poco.

 

Mientras tanto, el ambicioso segundo oficial al mando, Klaus Adler (Götz Otto), convence a su superior para coger una nave (que tienen la forma de nuestros clásicos platillos volantes) y viajar a la Tierra con Washington para hacerse con más dispositivos electrónicos con los que proveer de energía a sus armas. Como polizona se les une la prometida de Adler, Renate Richter (Julia Dietze), la maestra de los tiernos infantes nazis de la base. Al poco de llegar, contactan con la responsable de la campaña de reelección de la presidenta, Vivian Wagner (Peta Sergeant), encargada por su jefa de reflotar su maltrecha popularidad tras el fracaso de la misión lunar que ella había promovido como mero instrumento propagandístico.

 

Wagner aconseja a la presidenta (Stephanie Paul) que se apropie de la estética y retórica nazis, seduciendo a la nación con ello y recuperando las encuestas de valoración de su jefa, en caída libre tras el fiasco de la Luna. Adler no tarda en usurpar el mando de Kortzfleisch y da la orden de iniciar la invasion de la Tierra con su flota de dirigibles espaciales y platillos volantes. Mientras tanto, Washington, que se ha convertido en un sin techo que, como un chiflado, advierte a los transeúntes del peligro de los nazis lunares, consigue mostrar a Renate la realidad de la ideología nazi con la que ella ha vivido engañada desde su niñez. Juntos, tratan de detener la invasion de Adler.

 

La idea original de “Iron Sky” fue del coguionista de “Star Wreck”, Jarmo Puskala, quien tuvo un sueño en el que aparecían platillos volantes nazis. Vuorensola recaudó los fondos necesarios para sacar adelante la producción mediante crowfunding. En 2007, creó la web Wreckamovie, que se convirtió en un espacio de cine colaborativo desde donde él y otros cineastas podían contactar con aficionados de todo el mundo y obtener feedback sobre sus proyectos, donaciones e ideas para los guiones. El éxito de esta iniciativa le permitió a Vuorensola y el productor Samuli Torssonen conseguir el respaldo financiero y profesional de varias productoras finesas, alemanas y australianas. Con un presupuesto de mayor calibre, pudieron permitirse rodar en Alemania, Australia y Nueva York, fundiendo esas tomas con sus planos digitales. 

 

La película tiene un inicio casi perfecto que combina con maestría la mezcla de premisa escandalosa, efectos impactantes y sátira política marca de la casa de Vuorensola. En él, vemos tomas exquisitamente hermosas del alunizaje del módulo norteamericano antes de desplegar unas pancartas con publicidad de la campaña presidencial. Luego, los astronautas descubren un cráter ocupado por una vasta operación minera señalada con esvásticas antes de que aparezca un soldado y le dispare en la cabeza a uno de los americanos. Esto da paso a la presentación de la muy detallada base nazi y el Führer lunar, intercalada con escenas en las que Renate instruye a unos escolares sobre los ideales del nazismo. Como parte del material didáctico les muestra la famosa escena de “El Gran Dictador” (1940), de Charlie Chaplin, en la que el actor baila grácilmente con un globo terráqueo, poniéndolo como ejemplo del ideal nazi: el Führer sosteniendo simbólicamente la Tierra entera entre sus manos co ánimo protector. La combinación de conceptos, sátira e inversión de lo familiar es algo que toda buena ciencia ficción debería hacer.

 

A pesar de contar con un presupuesto de sólo 7,5 millones de euros, “Iron Sky” tiene todo el aspecto de ser una película que haya costado treinta veces esa cantidad. Como ya consiguió en “Star Wreck”, Timo Vuorensola y su socio productor, Torssonen, demuestran que su punto fuerte son los efectos visuales, que aquí rivalizan sin acomplejarse con los que podría haber realizado Industrial Light and Magic, Weta Workshop o cualquier otro estudio de una división similar. Las escenas que muestran una flota de zeppelines con esvásticas arrastrando meteoritos mientras entran en la órbita terrestre y luego lanzando desde cada uno de ellos cientos de platillos volantes tienen un detallismo y claridad deslumbrantes. Igualmente espectaculares son los choques entre los ovnis nazis, los aviones de combate, las naves espaciales terrestres y el colosal Göttedammerung, cuyos misiles revientan por completo una zona de la Luna. O el plano final, que va sobrevolando la Tierra desde el espacio mientras diminutas estelas surcan los cielos antes de caer a la superficie y provocar estallidos nucleares.

 

Igualmente notable es el diseño de producción, que imagina una estética retro basada en la tecnología de los años 30 y 40 del pasado siglo. La mayoría de los sets se realizaron virtualmente para luego insertarse digitalmente detrás de los actores, una técnica ya utilizada –aunque de forma más básica, obviamente- en “Sky Captain y el Mundo del Mañana” (2004).

 

Por otra parte, el director se lanza con entusiasmo al terreno de la sátira política con un estilo que recuerda –algo más cafre, eso sí- a lo que años más tarde haría Adam McKay en, por ejemplo, “No Mires Arriba” (2021). La presidenta de los Estados Unidos está claramente concebida como una caricatura de Sarah Palin, política norteamericana y cara visible del movimiento Tea Party. Vuorensola no tiene tiempo ni ganas para ser sutil y uno de los momentos más mordazmente sardónicos de la película es cuando su doble de Palin, sin darse cuenta pero con un enorme entusiasmo, adopta la propaganda nazi como parte de su campaña de reelección. El problema con este tipo de sátira tan focalizada en una persona es que el tiempo acabará haciéndole mella y, cuando los espectadores del futuro ya no sepan quien fue Sarah Palin, parte de ese ácido corrosivo se perderá.

 

La película no deja títere con cabeza. Los nazis son fanáticamente malos y cretinos; los políticos (americanos o no) son mentirosos, manipuladores, traicioneros y egocéntricos. Ni siquiera los personajes en principio más “blancos”, Renate y Washington, salen muy bien parados. La una es una ingenua tontorrona y el otro un cretino bocazas que más parece sacado de un guetto de Detroit que del centro de adiestramiento de la NASA. El cinismo y descreímiento de los cineastas culmina en un desenlace tan sorprendente como pesimista y coherente con todo lo anterior.

 

Donde Timo Vuorensola no se muestra tan acertado es en los terrenos de la comedia y el desarrollo de la trama. Aunque hay momentos muy graciosos (las reuniones del Consejo Mundial, por ejemplo) e incluso valientes (al fin y al cabo, la película tiene financiación alemana), demasiados de los personajes de la película, sobre todo los estadounidenses, son meras caricaturas pintadas a brochazos, y gran parte del humor político es estridente y exagerado, cayendo con frecuencia en la comedia física más burda, como cuando Renata acaba medio desnuda por la descompresión de una esclusa; o Washington huye de unos pandilleros que no le reconocen como “hermano”.

 

Por otra parte, hay momentos en los que la trama parece ensamblada con demasiada torpeza: no tiene sentido alguno que Renate y Klaus acaben convertidos en asesores de la campaña de reelección presidencial y se fuerza tal giro con el único propósito de lanzar pullas políticas, no como consecuencia de la progresión natural de la trama. Tampoco nada de lo relacionado con el romance entre Renate y Washington tiene no ya un mínimo viso de verosimilitud, sino una coherencia narrativa. Y eso por no hablar de los agujeros de guion, como el de que los nazis sean capaces de utilizar el poder de procesamiento de un móvil para activar su gigantesco “Götterdammerung” pero no puedan descubrir cómo cargar su batería.

 

“Iron Sky” es un logro sobresaliente teniendo en cuenta quién lo hizo y con qué fondos. En este sentido, su visionado ofrece una experiencia algo disonante: es una serie B disparatada y burlona pero con una factura visual más propia de un blockbuster; tiene ramalazos ingeniosos e inteligentes, pero insertos en una trama desordenada, precipitada y mayormente previsible. Mezcla de ucronía, CF bélica, comedia y sátira política, es un producto extraño al que conviene acercarse con el filtro adecuado. Hubiera sido mucho mejor de haberse invertido más esfuerzo y sutileza en el guion. Tal como está, resulta una propuesta entretenida aunque algo irregular en lo que en principio pretende ser: una comedia de CF.

 

 

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