La idea de alcanzar la inmortalidad “imprimiendo” o clonando cuerpos no es precisamente nueva. La ciencia ficción lleva décadas jugando con ella y planteando al respecto preguntas intrigantes que van de lo práctico a lo metafísico. Richard K. Morgan, por ejemplo, nos describió en “Carbono Alterado” (2002) un futuro ciberpunk en el que la mente de los ricos podía almacenarse en microchips e insertarse en clones de ellos mismos en un proceso infinito que les garantizaba la inmortalidad. “La Vieja Guardia” (2005), de John Scalzi, reinventó el servicio militar con cuerpos clonados y mejorados que podían albergar otras mentes. En “Gente de Barro” (2003), David Brin imaginaba una tecnología que permitía imprimir duplicados temporales de uno mismo. Y Greg Egan fue aún más allá en “Diáspora” (1997), donde las consciencias posthumanas saltaban entre formas físicas y digitales.
Los cómics tampoco se han quedado atrás: los X-Men que
escribió Jonathan Hickm
an (2019-2021) contaban con un protocolo de resurrección
mutante que les permitía generar cuerpos nuevos a demanda; y en “Los
Invisibles” (1994-2000), Grant Morrison, exploró el intercambio de cuerpos y la
evolución posthumana mucho antes de que en Hollywood se pusiera de moda.
El cine y la televisión también han abordado el tema de los clones y la tecnología y la sociedad que les hace posibles a través de una diversidad de géneros: “Los Niños del Brasil” (1978), “Mis Dobles, Mi Esposa y Yo” (1996), “La Isla” (2005), “Moon” (2009), “Splice” (2009), “Nunca Me Abandones” (2010), “Womb” (2010), “Elizabeth Harvest” (2018), “Géminis” (2019), “001LithiumX” (2020) o la serie de televisión “Orphan Black” (2013-2017). Que el género ofrece una enorme gama de posibilidades por explorar sin necesidad de recurrir a “clonar” obras anteriores lo demuestra “Mickey 17”, adaptación de la novela “Mickey7” (2022) de Edward Ashton, quien también escribió una secuela.
El realiza
dor surcoreano Bong Joon Ho se consolidó en la
escena cinematográfica internacional durante la década de 2010, si bien su nombre
ya había comenzado a sonar con fuerza diez años antes. Sus dos primeras
películas, “Perro Ladrador, Poco Mordedor” (2000) y “Crónica de un Asesino en
Serie” (2003), basadas en la investigación de un criminal coreano de ese
perfil, y el episodio “Shaking Tokyo” de la antología “Tokyo!” (2008), cosecharon
atención y elogios en festivales internacionales. Su siguiente película, “The Host” (2006), fue un éxito rotundo y los elogios continuaron con “Mother”
(2009), “Snowpiercer” (2013) y “Okja” (2017), culminando con “Parásitos”
(2019), ganadora de cuatro Oscar, entre ellos el de Mejor Película y Mejor
Director. Volvió a la CF por cuarta vez con “Mickey 17”, coproducida por Plan
B, la productora de Brad Pitt, que también respaldó “Okja” (sobre la relación
de una niña con un enorme cerdo transgénico).
En el año 2050, existe una innovadora tecnología de
clonación. Este término es en este contexto equívoco dado que no se trata de un
procedimiento que tenga
que ver con la manipulación del ADN, sino que consiste
en la “impresión” (utilizando material orgánico como materia prima) de cuerpos
nuevos e idénticos a los de cualquier persona; cuerpos a los que pueden
transferirse a continuación sus memorias y personalidad previamente escaneados
y almacenados en un dispositivo externo. Como es de suponer, semejante
desarrollo desata todo tipo de controversias éticas, legales y religiosas. De
hecho, una serie de polémicos casos criminales en los que esa tecnología había
jugado un papel clave, hace que se prohíba en la Tierra.
Para escapar de un despiadado y asesino prestamista que los
persigue por deudas contraídas en un negocio ruinoso,
Mickey Barnes (Robert
Pattinson) y su amigo Timo (Steven Yuen) se unen a una expedición para
colonizar el planeta Niflheim, organizada y liderada por el exsenador Kenneth
Marshall (Mark Ruffalo), quien, tras perder dos elecciones presidenciales,
había abogado por utilizar la tecnología de impresión de cuerpos exclusivamente
en el espacio y solamente en casos muy concretos. Y así, dado que carece de
habilidades que le garanticen un puesto en la expedición, lo único a lo que
puede aspirar Mickey es a ser el Prescindible de la tripulación: recurrirán a
él para las misiones más peligrosas, incluyendo la exposición a radiación o venenos
letales. Cada vez que muera, su cuerpo se reimprimirá según el archivo guardado
al inicio del viaje. Se le implantarán también los últimos recuerdos
actualizados que han sido almacenados en una unidad de memoria externa.
Para Mickey, podemos suponerlo, no es un viaje agradable y
su único consuelo y aliciente es la relación que entabla con una oficial de
seguridad, Nasha Bar
ridge (Naomi Ackie), a pesar de que Marshall y su esposa
Ylfa (Toni Collette) prohíben mantener relaciones sexuales durante los más de
cuatro años que dura el viaje hasta el destino con el fin de que la tripulación
ahorre calorías y se le tenga que dar menos alimento. Mickey y Nasha proceden a
ignorar ese mandato con entusiasmo, creatividad y hasta con diagramas de
posición dibujados en una tablet, utilizando la exploración sexual como una
forma de rebelión y protesta contra la autoridad.
En el tiempo p
revisto, la nave llega a su destino, que
resulta ser un planeta gélido y hostil, y aterriza en la superficie. En el
subsuelo helado mora una especie de criaturas alienígenas a las que Marshall
bautiza como Gusanos. Precisamente, durante una salida exploratoria, Mickey 17
(el número indica que ya ha muerto y resucitado 16 veces antes en el curso de
la expedición, varias de ellas sirviendo como cobaya para descubrir la vacuna
para un virus letal que hay en el aire del planeta) cae por una grieta y su amigo
Timo lo abandona (total, lo reimprimirán en breve), pero los gusanos lo
rescatan y devuelven a la superficie.
El auténtico problema llega cuando Mickey, al regresar a la
nave, d
escubre que le han dado por muerto e impreso una nueva copia, Mickey 18.
En la Tierra, la existencia simultánea de múltiples copias de un individuo se
considera un delito grave dados los problemas que plantea tal posibilidad.
Nasha y los Mickeys intentan ocultarlo, pero surgen problemas cuando Marshall
declara la guerra a los Gusanos, decidido a exterminarlos. Para colmo, Mickey
18 tiene una personalidad agresiva, arrogante e inclinada a la acción que choca
continuamente con la de su antecesor, pasiva, conformista y amable.
Aparent
emente, la trama de Mickey 17 -un clon atrapado en
una situación de confusión de identidad al aparecer un doble- no difiere mucho
de la de tantas otras películas sobre este tema, como “The Clones” (1973), “El Sexto Día” (2000), “The Reconstruction of William Zero” (2004) o “Dual” (2022),
así como las primeras temporadas de la mencionada “Orphan Black”. Incluso el
concepto de “clon prescindible” aparece en otras cintas como “Nunca Me
abandones” o “Desechos Humanos” (1979).
Sin embargo, los personajes Mickey 17 y 18 son no sólo
originales sino muy p
ropios de la ciencia ficción. Mickey es el eje central de
la película, y es difícil no sentir compasión por él durante las primeras
escenas, donde lo vemos sometido a diversos procedimientos experimentales u
obligado a actividades que lo llevan a la muerte; le dicen con desdén que ha
sido resucitado a partir de carne desechada; o es olvidado durante su
reimpresión por unos técnicos negligentes y desconsiderados. Se diría que todos
esos momentos tenían una intencionalidad siniestramente cómica, aunque tengo
que decir que a mí no me provocó gracia alguna. Más bien me aterrorizó la
despreciable inhumanidad de todos esos individuos que, supuestamente, aspiraban
a crear una utopía en otro planeta.
Los tráileres promocionales podrían haber hecho creer al
público que la historia iba a centrarse sobre la cuestión de los clones múltiples,
la confusión de sus identidades y quién se convierte al final en el único y
verdadero Mickey. Pero ese no es en absoluto el objetivo de la historia,
planteando en cambio nuevas y más interesantes preguntas: Mickey 18 está furioso;
no está dispuesto a permitir que continúen maltratándolos como hasta ese
mome
nto y tiene claro que va a hacer algo al respecto. En cualquier otra
historia de ciencia ficción, esta trama se centraría en que algo andaba mal en
la cabeza del nuevo Mickey, pero tampoco van las cosas por ese camino. Mickey
17 informa al espectador (su voz en off es la que nos guía a través de la
película) de que Nasha ya había observado cambios de temperamento en otras
reimpresiones anteriores. La cuestión no es que haya algo malo con el número 18
en particular; todos son Mickey y Nasha lo entiende y asume. Entonces, surge lo
que podríamos suponer es la pregunta derivada de todo esto: ¿qué efectos está
teniendo sobre Mickey el continuo proceso de reimpresión, o bien el trauma
repetido de múltiples muertes? Tampoco de esto trata la historia. Porque la
cuestión fundamental parece ser: ¿Qué pasaría si existiera una versión de ti
mismo dispuesta a luchar por ti?
Y es que el político/predicador Kenneth Marshall y su
esposa son auténticos monstruos sin rasgo redentor, neurosis comprensible ni pasado
trágico que los justifique. Quieren controlar a sus seguidores/súbditos y
apropiarse de todo lo que ven. Se creen superiores y que todos los demás,
hu
manos o no, están a su servicio. Retirando capa tras capa temática, en última
instancia “Mickey 17” trata sobre el sentimiento de soledad cuando se lucha
contra la injusticia, pero también sobre la sensación de mirar más atentamente
a nuestro alrededor y descubrir que otros nos acompañan. Trata sobre sentirnos
aplastados bajo el peso de autoridades aborrecibles e insensibles, y desear que
llegue la oportunidad catártica de gritarles en la cara su ineptitud. Trata
sobre cómo quienes nos aman de verdad nos defenderán y cuidarán durante las
experiencias más horribles de nuestra vida, incluso hasta en la muerte. Trata
sobre cómo no nos creemos lo suficientemente importantes, fuertes o
inteligentes como para merecer la felicidad, hasta que aflora una versión de
nosotros mismos (¿reimpresa? ¿encerrada en nuestra propia mente?) que sabe que
merecemos mucho más.
Independientemente del género que explore, Bong Joon Ho
siempre crea películas fascinantes y origi
nales que son un deleite para la
vista. Su director de fotografía habitual, Darius Khondji, consigue que
Nilfheim se sienta a la vez alienígena e inquietantemente familiar, una sombría
distopía corporativa salpicada de destellos de gélida belleza. El diseño de producción,
a cargo de Fiona Crombie y con reminiscencias de Syd Mead, nos ofrece desde
pasillos y estancias tenuemente iluminadas que parecen extraídos de una planta
industrial o un búnker subterráneo a las grotescamente recargadas habitaciones
de Marshall e Ylfa, con un mal gusto lujoso que no habría desentonado en la
Torre Trump.
Sobre ese escenario al tiempo exótico y familiar,
evolucionan unos personajes escritos con el característico tono sarcástico del
director. En película
s como “Snowpiercer” o “Parásitos”, Bong satirizaba las perversas
jerarquías sociales que se establecen entre ricos y pobres, uno de sus temas
más recurrentes. En muchos sentidos, “Mickey 17” también puede verse como una
repetición de “Snowpiercer”: un grupo de personas atrapadas en un vehículo atrapado,
a su vez, en un planeta congelado, con recursos limitados y una sociedad encabezada
por dos líderes enloquecidos que entran abiertamente en el terreno de lo
caricaturesco. Los continuos abusos y atropellos contra los más desfavorecidos
acaban atizando una revolución contra el poder al término de la cual liberan su
pequeño mundo. En las escenas que comparten Mickey 17 y 18 y Nasha podemos ver
algo del concepto de “sociedad oculta” tras las paredes de un hogar que ya se
presentaba en “Parásitos”. La obsesión de Ylfa por convertir a los Gusanos en
salsa y la tortura a una de sus crías recuerdan mucho a los horrores caníbales
de la segunda mitad de “Okja”.
En cuanto a la sátira, Bong no se anda con rodeos. La
película ataca sin contempla
ciones el turbocapitalismo, los regímenes
autoritarios y la explotación corporativa. La lucha de los dos Mickeys por
evitar su destino y conseguir ser vistos como algo más que un simple pedazo de
carne reciclada y prescindible está impregnada de un humor negro que quizá no
sea del gusto de todo el mundo. El subtexto religioso de la película (los
Marshall son, a todos los efectos, líderes de una secta de sicofantes que los
adora y aspiran a crear una sociedad genéticamente pura) añade una capa
adicional de crítica mordaz a la obediencia ciega a las estructuras de poder
sea cual sea su naturaleza.
Mark Ruffalo está en su salsa interpretando al hipócrita y
grimoso Marshall, ofreciendo una retórica y gestualidad deliberadamente
exageradas de cara a que la cámara que siempre le sigue lo inmortalice. Bong
Joon-ho se apresuró a aclarar que no está basado en ningún político
contemporáneo, pero es imposible pasar por alto ciertos tics y el hecho de que
sus más fervientes seguidores luzcan unas gorr
as rojas a las que solo falta la
leyenda “MAGA”. Pero tampoco es casual que fuera a Ruffalo a quien seleccionara
para dar vida a este villano, dado que el actor se ha opuesto pública y
abiertamente a la ideología política que defiende su personaje en nuestro
mundo. Ruffalo sabe bien qué es lo que más le irrita de ese tipo de demagogos y
los imita, amplifica y caricaturiza para lograr el mayor impacto. Toni Collette,
por su parte, ofrece una interpretación igualmente grotesca y chirriante como
consorte del líder. Hay una escena particularmente extraña y retorcidamente
divertida en la que Marshall invita a cenar a Mickey 17 sólo para que pruebe
una carne impresa que resulta ser tóxica. Toda la situación se descontrola rápidamente
rebosando humor negro.
Sin embargo, son los actores más jóvenes quienes más destacan.
Robert Pattinson se confi
rma como un intérprete de talento y versatilidad.
Desde que saltara a la fama como ídolo juvenil en “Crepúsculo” (2008) y sus
secuelas, se ha negado a seguir el camino que muchos habían trazado para él y
cumplir las expectativas comerciales esforzándose, en cambio, por trabajar con
directores muy personales como David Cronenberg, Claire Denis, Robert Eggers,
Christopher Nolan, Anton Corbijn y Werner Herzog. En muchos sentidos, “Mickey
17” puede verse como la versión “Pattinson” de “Inseparables” (1988), aquel
thriller de Cronenberg protagonizado por Jeremy Irons, sólo que ahora los
efectos digitales que permiten interactuar en el mismo plano a “los dos
Pattinson” son impecables. Ya sea como el abatido y perpetua
mente agotado Mickey
17 o como el más agresivo y rebelde Mickey 18, Pattinson transmite ternura y
patetismo a partes iguales. Su interpretación posee una innegable plasticidad
que recuerda a la de Jim Carrey, alternando entre la comicidad física y la
resignación impasible. El otro nombre joven y de talento que pasa más
desapercibido de lo que merece es el de Naomie Ackie, que lleva ya varios años
realizando un excelente trabajo con papeles muy diversos y que aquí resulta perfectamente
creíble y entrañable como mujer de acción profundamente enamorada de un
perdedor.
Si hay que señalar un defecto en “Mickey 17”, es que la
ambición de Bong a veces lo hace desc
arrilar. El clímax, que comienza cuando
los gusanos rodean la nave, no sólo se alarga demasiado (casi media hora) sino
que se desliza hacia el caos, lanzando ideas a diestro y siniestro a una
velocidad vertiginosa sin conseguir que todas funcionen. Además, una historia que
comienza como una subtrama va cobrando cada vez más importancia, creando un
desequilibrio narrativo y tonal que impide que la película alcance su máximo
potencial. Marshall y su esposa Gwen tienen un papel secundario al
principio, centrándose más la historia en la amistad de Mickey con el egoísta Timo
y su romance con Nasha. Estas relaciones tienen un aire humano y creíble, y, al
entrelazarse con el tema de la clonación, funcionan perfectamente. Pero, a
medida que avanza la misión, el plan de los Marshall para repoblar un nuevo
planeta con una raza humana superior cobra cada vez más importancia y, poco a
poco, se apodera de la película. Lo que al principio era algo ligero e
impredecible se torna más serio y anticipable.
Cuando el tema de la clonación de Mickey y el plan de
Marshall convergen, t
odo vuelve a cambiar. Lo que empezó siendo una exploración
de las consecuencias que sobre una persona podría tener un determinado
desarrollo científico para convertirse luego en una sátira política, termina
siendo algo completamente distinto al introducir el tema del “Primer Contacto”.
La incongruencia entre el tono, los temas y las fuerzas que operan en la
historia perjudica al conjunto de la película.
“Mickey 17” es una propuesta peculiar y algo irregular. Es
una comedia negra con un punto abs
urdo que edifica una pesadilla distópica sobre
la avaricia corporativa para luego destrozarla sin contemplaciones. En el curso
de sus casi 140 minutos suceden muchas cosas repulsivamente inhumanas, pero
también otras reconfortantes y esperanzadoras. Es el tipo de historia que, con
los defectos apuntados, eleva la ciencia ficción recuperando sus mejores
virtudes: es extraña, ingeniosa y viene aderezada con las dosis adecuadas de
sátira y angustia existencial como para hacernos reflexionar sobre nuestra
propia mortalidad mientras nos mantiene entretenidos.

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