Las historias de viajes en el tiempo suelen ser divertidas porque excitan nuestra imaginación y, en el caso de los viajes al pasado, nos invitan a reflexionar sobre cuánto ha cambiado nuestro mundo y cómo podrían haber discurrido las cosas de haber tomado decisiones distintas. Cuando los viajeros de esas ficciones se encuentran ante tal o cual problema, el espectador se alinea con ellos pensando qué habría hecho él en esa misma situación. Es en ese subgénero donde se incluye “El Experimento Filadelfia”, un modesto film de serie B que no se desvía demasiado de los tropos tradicionales (un personaje fuera de su época perseguido por siniestros científicos involucrados en un experimento secreto) ni aporta gran cosa en cuanto a diseño o apartado visual dado que transcurre en la época presente (el presente de 1984, claro), pero que, como sucede con tantas producciones ramplonas de los años 80, hay un sector de los aficionados que, por alguna razón, la han consagrado como “film de culto”.
En 1943, la Armada norteamericana realiza un experimento para
conseguir que todo un buque, el USS Eldridge, sea invisible al radar. Sin
embargo, el ensayo arroja un resultado imprevisto y el destructor queda contaminado
con una dosis masiva de extraña radiación. Dos marineros, David Herdeg (Michael
Paré) y Jim Parker (Bobby Di Cicco) saltan por la borda al sentir los efectos y
caen a través de una brecha temporal que los coloca en el año 1984. Huyendo de
las autoridades, averiguan que el ejército ha vuelto a intentar el experimento
en el desierto de Nevada, abriendo una especie de vórtice espaciotemporal que
está absorbiéndolo todo en su interior (incluyendo una ciudad) y provocando
graves perturbaciones climáticas que pueden acabar extendiéndose a todo el
planeta.
“El Experimento Filadelfia” se inspira en el libro de “no ficción” del
mismo nombre que escribió en 1979 Charles Berlitz (“especializado” en
“investigaciones” sobre fenómenos paranormales asociados a lugares “misteriosos”,
como El Triángulo de las Bérmudas, la Atlántida o Roswell). Berlitz afirmaba
haber descubierto archivos militares sobre un incidente datado en 1943, en el
que la Armada trató de utilizar la (todavía incompleta) Teoría del Campo
Unificado de Einstein para desviar las ondas electromagnéticas y tornar invisible
un navío. El inesperado resultado fue que el barco se transportó
instantáneamente del puerto de Filadelfia a Norfolk (Virginia), a dos días de
navegación, y de vuelta. En el proceso, miembros de la tripulación sufrieron
quemaduras, se volvieron invisibles o se rematerializaron grotescamente entre
mamparos.
Las primeras historias sobre el incidente aparecieron en los años 50,
cuando el oficial naval Carlos Miguel Allende escribió una serie de cartas al
investigador de ovnis Morris K. Jessup, que publicó detalles del experimento en
su libro “El Caso de los Ovnis” (1955). La autenticidad de todo esto es, como
ya puede imaginarse, más que dudosa. Allende cambiaría posteriormente detalles
de su historia y muchos de los hechos que él afirmaba sobre sí mismo resultaron
ser falsos, mientras que su auténtica identidad, tal y como se descubrió más
tarde, era la de un hombre con un historial de enfermedades mentales. Pero,
sobre todo, la tripulación del Eldridge negó que nada fuera de lo ordinario
hubiera tenido lugar y el diario de bitácora del navío muestra que jamás estuvo
atracado en Filadelfia.
Sin embargo, la Armada, de alguna forma incómoda con la publicidad que
se había generado, intentó demostrar que lo que había sucedido era la
malinterpretación de algo tan rutinario como el desimantado del barco, que se
realiza envolviéndolo con cables eléctricos que anulan su campo magnético y que
lo harían invisible al radar (pero no al ojo humano). Por supuesto, las
explicaciones no sirvieron de nada y los conspiranoicos aficionados y
profesionales interpretando estas explicaciones como un intento de
encubrimiento. Así, aquel incidente imaginario ha ido engordando con el tiempo,
acumulando capa tras capa de mitología con la incorporación de ovnis,
alienígenas, Hombres de Negro y afirmaciones de que la tripulación viajó en el
tiempo o a Marte. En el circuito de convenciones de este tipo de lunáticos han
intervenido sujetos que dicen haber sido testigos del fenómeno o físicos
involucrados en el experimento; incluso un valiente dijo ser el alma
reencarnada de un tripulante del Eldridge ya fallecido.
A comienzos de los 80 del pasado siglo, New World Pictures era el
hogar y sello de Roger Corman, el productor y director cuyo lema era el de ser
creativo y barato al mismo tiempo. Fue esa productora la que, en torno a 1980,
no mucho después de la publicación del libro, anunció la versión
cinematográfica. Inicialmente, se dijo que iba a estar encabezada por John
Carpenter, que entonces estaba en boca de todos los aficionados al género fantacientífico
gracias a sus éxitos con “Halloween” (1978) y “La Niebla” (1980). A pesar de
que la intención original del productor había sido que Carpenter dirigiera el
film, éste nunca pudo darle al guion la forma que él deseaba y decidió
limitarse a figurar como productor ejecutivo sin involucrarse en ningún aspecto
del proyecto (aunque su nombre, por razones obvias, sí se utilizó amplia y
equívocamente en la campaña de marketing).
Después de esto, el guion estuvo sometido a diversas reescrituras
durante varios años sin que nadie encontrara la forma de convertir lo que era
un ensayo en una historia, centrándose sobre todo en el experimento y los intentos
del gobierno por ocultar lo sucedido. El guionista Michael Janover fue quien
tuvo la idea de añadir el elemento del viaje temporal, lo que simplificaba
mucho las cosas, dado que en vez de tener que representar un incidente y
conspiración ambientado cuarenta años atrás, trasladaba la acción al presente
(para diversión del propio Janover, su aportación del viaje en el tiempo fue
luego incorporada también a la mitología de los conspiranoicos). Aunque
inicialmente se había previsto un presupuesto digno de una superproducción, los
recortes financieros acabaron rebajando la escala de lo imaginado en el guion. Y
eso, desgraciadamente, se nota mucho.
La película no se molesta demasiado en profundizar en todo el asunto
del experimento de invisibilidad o la teleportación, utilizándolo tan sólo como
herramienta para contar una historia bastante convencional de viajes en el
tiempo. Lo cual no quiere decir que carezca de elementos de interés, como el
esperable uso del “shock cultural” en escenas como aquélla en la que David se
queda hipnotizado viendo en la televisión “Humanoides del Abismo” (1980) –otra producción
de New Worlds-, sorprendido al enterarse de que el actor Ronald Reagan sea
presidente del país o incómodo al compartir celda con una prostituta travesti.
Todos los efectos especiales son trucos fotográficos bastante
sencillos que se limitan a deformar los objetos o rodearlos de un halo
brillante (además de reproducir con evidente justeza de medios el clímax de
“2001: Una Odisea del Espacio” (1968)). El presupuesto destinado al apartado
visual es claramente insuficiente y son los actores los que deben intentar darle
algo más de “realidad” a esos efectos. De hecho, en muchas escenas la única
pista que tiene el espectador de que algo extraño está sucediendo es cuando a
los personajes se les ilumina la mano o el cuerpo o se produce alguna descarga
eléctrica. Siendo honestos, no se le puede pedir mucho más a una película de
serie B y, además, las historias de CF deberían apoyarse más en las ideas que
en los efectos especiales. El problema es que tampoco en este apartado el film
sobresale demasiado.
De hecho, la trama parece extraída de un episodio de “La Dimensión
Desconocida” (1959-1964): se presenta a dos viajeros temporales que son
personal militar; se dan cuenta de que se hallan en una época diferente al ver
tecnología que no reconocen; algunas veces se adaptan bien a la situación y
otras reaccionan con sobreactuada frustración. De haberse centrado en el shock
cultural, la historia podría haber funcionado bien, pero, en cambio, el guion
incorpora como motor del drama una brecha temporal potencialmente apocalíptica.
El guionista tiene que forzar una crisis, encajar un conflicto y añadir
persecuciones y tiros para manufacturar una película de acción totalmente
previsible cuyo final feliz es tan forzado que resulta irritante.
Cuarenta y un años fuera de su propio tiempo, David y Jimmy se ven
perseguidos tanto por las suspicaces autoridades locales como por los
científicos militares y el mismísimo vortex temporal. Cuando llegan a 1984,
desaparece el pueblo en el que se materializan y allá donde van, parecen caer
sobre ellos rayos procedentes de la brecha espacio temporal y, especialmente a
Jimmy, el fenómeno le afecta de forma grave. Cuando es hospitalizado, se
escenifica con todo dramatismo el dolor físico que experimenta hasta que su
cuerpo se desvanece de esta dimensión, anunciando lo que le va a ocurrir a
David, cuya mano también empieza a brillar.
David, al que ahora acompaña Allison, una joven a la que había
secuestrado para hacerse con su coche, huye de los militares a cargo del
experimento secreto que le ha llevado hasta esa época y éstos, aunque lo
necesitan para detener el vórtice, le disparan para intentar atraparlo, lo cual
no tiene ningún sentido. De haber contactado David con el científico
responsable de ambos eventos y colaborado en la investigación, quizá la
historia hubiera perdido algo de acción insensata, pero desde luego habría
ganado en coherencia.
Dicho esto, la idea de convertir a Nancy Allen en víctima y luego
aliada (que no constaba en el guion original y que fue aportación del director)
tenía potencial. En la década que transcurrió entre “Carrie” (1976) y “Robocop”
(1984), Allen fue una cara muy familiar para los aficionados a las películas de
género. Parece evidente que emparejarla con el atractivo Michael Paré (recién
salido de “Calles de Fuego” aquel mismo año) tenía el objetivo de despertar las
simpatías de las parejitas de novios que acudieran a ver la película.
Desafortunadamente, ni Paré ni Allen son actores lo suficientemente buenos como
para insuflar en sus personajes la carga emocional que demanda la historia y el
romance entre ambos resulta poco verosímil y mal interpretado. Aquel mismo año,
Linda Hamilton y Michael Biehn conseguían en “Terminator” lo que Paré y Allen
no había sido capaces en “El Experimento Filadelfia”.
Con todas las limitaciones propias y ajenas, el director Howard Ralfill,
tras castigar a los aficionados a la CF con “Guerreros del Espacio” tan solo
cuatro meses antes, hace aquí un trabajo razonablemente eficaz a la hora de
transmitir visualmente el sentimiento de alienación sirviéndose del paisaje
desértico que se extiende hasta el horizonte. Escenas como la entrada en el
apocalíptico entorno de la base hacia el final de la película o imágenes como
la del amenazador agujero en el cielo añaden algo de atmósfera a una historia
por lo demás demasiado plana.
Se rodó una secuela en 1993, bastante prescindible a pesar de
presentar un giro interesante al contar la lucha por impedir que se materialice
una línea temporal alternativa en la que gobiernan los nazis. Syfy Channel hizo
un pésimo remake en 2012, barato y apresurado, en el que reaparecía Michael
Paré interpretando un personaje diferente. Pero quizá lo más interesante de
todo esto es cómo todo lo descrito en los films ha ido filtrándose a la
mitología popular y apareciendo en otros productos, como la miniserie
televisiva “El Triángulo de las Bermudas” (2005), “Outpost” (2007), “El Paso
del Diablo” (2013) o el episodio “Dod Kalm” (1995) de “Expediente X”.
Volviendo a la primera película, si el argumento se hubiera centrado en ambos extremos del evento temporal y recortado las ramplonas escenas de acción, “El Experimento Filadelfia” podría haber sido un film más memorable. Tal y como lo dejaron, se queda en la división de lo mediocre. Al desaprovechar la premisa del viaje temporal y no acertar con el desarrollo del romance, poco queda que pueda sostener la película. Así las cosas, pasó con más pena que gloria y pronto quedó eclipsada por la mucho mejor “Regreso al Futuro” (1985)
¡Qué casualidad! Hace solo un par de semanas la volví a ver junto a mi mujer, al ser una película que a ella le gustó mucho en su momento y a mí no me desagradó (¡y no abundan tanto las películas de género que le interesan a mi mujer, así que había que aprovechar la alineación astral!).
ResponderEliminarPara mí es una película simpática con poco más, como bien dices. Creo que mucha gente confunde los recuerdos agradables de la adolescencia con la base para que una película se haga "de culto". Para ello debería de tener unos temas más profundos que el argumento superficial, o adelantarse a su tiempo en temas o visualización, o tener unos diálogos y actores ennestado de gracia, al menos. Esta es más un telefilm que una película de calado.
Completamente de acuerdo. Y lo que dices de tu mujer confirma mi tesis de que la historia de amor con dos "guapos" se encajaba para contentar también al lado femenino de las parejas que iban a verla
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