lunes, 3 de octubre de 2022

1992- TRILOGÍA DE MARTE – Kim Stanley Robinson (y 4)


(Viene de la entrada anterior)

Si “Marte Rojo” había narrado la llegada del hombre a ese planeta y los inicios de la terraformación y colonización, y “Marte Verde” profundizaba en los problemas y desafíos a los que daban lugar ambos procesos, a “Marte Azul” (que ganó los premios Hugo y Locus) le correspondía desarrollar y rematar muchas las muchas ideas y conceptos ya expuestos, confirmando en su final el el potencial que tiene nuestra especie para establecerse más allá de la Tierra.

 

“Marte Azul” comienza con los intentos de establecer un nuevo gobierno tras el triunfo de la segunda revolución contra la Autoridad Transitoria de las Naciones Unidas, al final del libro anterior. Es el momento de abordar la posguerra, pero la división que separa a los Rojos de los Verdes es más amplia que nunca y surgen discrepancias sobre temas vitales, como la continuidad del ascensor espacial o la soletta. Con una sociedad marciana tremendamente frágil y bajo la amenaza de implosionar víctima de sus rencillas internas, desarrollar el documento consensuado en Dorsia Brevia hasta convertirlo en una auténtica Constitución parece una tarea imposible.

 

Quizá todavía más que los volúmenes anteriores, esta novela tiene un fuerte componente político y buena parte de su primera mitad tiene que ver con la celebración de una convención constitucional en Marte, en la que diversos grupos debaten con el fin de sentar las bases de un nuevo orden social, político y económico ajustado a las especificidades del planeta y las gentes que a él han ido llegando procedentes de distintas culturas terrestres. Con la excepción de los derechos humanos básicos, todo se discute, analiza y evalúa en lo que es un ejemplo perfecto de debate político. Todas las partes implicadas quieren edificar una sociedad utópica en Marte, pero cada grupo y facción tiene ideas muy distintas, incluso opuestas, sobre lo que ello implica y cómo lograrlo. Esto le brinda a Robinson la oportunidad de comparar y estudiar distintos ideales utópicos.

 

Finalmente, los asistentes a la convención consiguen consensuar una confederación bastante flexible que dota de considerable poder a los gobiernos locales a la hora de emprender programas de desarrollo económico, supeditados tanto a unos criterios de justicia y equidad como al dictamen vinculante de un Tribunal Medioambiental Global, institución creada para contentar a los “rojos”, la facción más contraria a la terraformación global.

 

Como dice ufano uno de los personajes: “En Marte hemos sido testigos del fin del patriarcado y la propiedad. Ése es uno de los logros más importantes de la historia de la Humanidad”. El nuevo sistema, descrito por Vladimir Taneev miembro de los Cien Primeros e inventor del tratamiento gerontológico, está pensado específicamente para eliminar la explotación y las diferencias de clase propias del capitalismo. De hecho, el nuevo sistema marciano tiene mucho en común con el socialismo, aunque más adelante se describe como una filosofía dialéctica que trasciende tanto el capitalismo como el socialismo.

 

Dotados de una Constitución, un Gobierno y una organización político-económica, los marcianos alcanzan un acuerdo con la Tierra. El ascensor espacial seguirá operativo y los marcianos obtienen pleno dominio sobre su planeta gracias no al conflicto sino a la negociación, enviando una delegación a la Tierra para discutir un tratado que delimite las relaciones futuras de ambos mundos. Sin embargo, esas relaciones siguen estando sujetas a una gran tensión producto de la explosión demográfica que sufre la Tierra. El cambio climático en nuestro planeta anegó grandes superficies habitables y, para colmo, el tratamiento gerontológico ha alargado la vida de las generaciones, que ya no mueren para dejar espacio a las siguientes. Esta situación presiona a la Tierra para mandar más y más inmigrantes sin hogar a Marte, cuyo ecosistema, aunque en camino de parecerse al de la Tierra, es todavía muy frágil. 

 

Con todo, conforme la novela –y la trilogía- se acercan a su final, el futuro se presenta más optimista de lo que cabría esperar. Robinson describe un escenario de civilización al borde de la extinción, pero el espíritu de la obra es de optimismo. El autor no puede ahogar su fe en el potencial de nuestra especie y no hace más sangre de la imprescindible a la hora de describir las consecuencias de las multiples catástrofes que afligen tanto a Marte como a la Tierra. A pesar de puntuales tropiezos, el curso de la Historia humana, nos dice, es de progreso. Una tercera revolución contra los inmigrantes terrestres ilegales es conjurada desde sus inicios por los supervivientes de los Cien Primeros y, tras más de un siglo, Marte no solo afianza su independencia y completa su terraformación, sino que empieza a postularse como una potencia entre las colonias humanas que han ido apareciendo en otros puntos del Sistema Solar, desde Mercurio hasta Urano. De hecho, hacia el final del libro, ya parten expediciones hacia planetas de otros sistemas en viajes que durarán décadas pero que, gracias a los tratamientos de longevidad, son asumibles.

 

Como a menudo sucede en las grandes epoyeyas literarias, una línea de sangre y genes conecta las diferentes generaciones, con la única diferencia de que ahora cada una de ellas tiene una esperanza de vida de un par de siglos, lo que no solo permite, como he dicho, terraformar y colonizar otros mundos sino que da origen a una configuración social y familiar distinta a la que siempre había existido en nuestra especie.

 

Sin embargo, el tratamiento de longevidad demuestra tener sus límites. Aquellos de los Cien Primeros que habían sobrevivido a las revoluciones, los accidentes y las enfermedades, y que ahora superan los doscientos años, están empezando a morir víctimas del declive súbito, un síndrome que ni siquiera la avanzada ciencia de Marte es capaz de combatir o siquiera comprender. Pero los problemas habían empezado aún antes de eso. Porque el cerebro humano no está preparado para almacenar –o al menos, recuperar- recuerdos de vidas tan largas. Los lapsus y problemas de memoria se generalizan, provocando un distanciamiento de los personajes con sus propias vidas e incluso identidades. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Ann. Si las experiencias pasadas son las que en buena medida conforman quienes somos, y no podemos ya recordar esas experiencias, ¿no nos transformaríamos en alguien diferente? ¿Olvidando el pasado, no prestaríamos más atención al disfrute del presente? Sax, sin embargo, no se rinde, e insta a los científicos marcianos a encontrar una cura. Y así lo hacen, con un resultado sorprendente: el desbloqueo y recuperación total de los recuerdos de toda la vida, lo que conlleva una comprensión absoluta de uno mismo.

 

El título de la novela, como el de las anteriores, es algo más que una referencia al estadio en el que se encuentra la terraformación en Marte. El “azul”, desde luego, tiene que ver con la importancia que aquí cobra el agua, formando ríos, lagos y mares y convirtiéndose en un elemento importante de algunas escenas. Pero también podría tener que ver con el conflicto central entre los “Rojos” y los “Verdes”: en el espectro visual, tras el rojo y el verde se encuentra el azul. Otra interpretación sería que, dado que “Marte Azul” trata en buena medida del acercamiento entre los Rojos y los Verdes y entre Marte y la Tierra, el Azul sería un color de compromiso entre los anteriores. Y aún podría encontrarse otra pista mas en un emotivo pasaje hacia el final del libro, cuando Sax y Maya, ya ancianos, se han acostumbrado a contemplar los crepúsculos junto al mar y catalogar sus colores. Un día “Todo era azul, azul celeste, el azul del cielo terrano, que lo bañó todo durante casi una hora, inundando sus retinas y las vías neurales de sus cerebros, sin duda hambrientos precisamente de ese color, del hogar que habían dejado para siempre”. Un azul, por tanto, que no sólo sugiere el acercamiento de la Tierra y Marte sino la nostalgia por el hogar perdido y la satisfacción de haber construido uno nuevo. 

 

Repitiendo la estructura de las dos primeras entregas, Robinson divide “Marte Azul” en secciones con la extensión de novelas cortas y dedicadas cada una de ellas a mostrar el punto de vista particular de uno de los personajes ya familiares para el lector. Ann sigue creyendo que el entorno natural marciano tiene derecho a evolucionar sin la intervención humana, pero, involuntariamente, acaba interpuesta en las luchas entre Rojos y Verdes. Sax, el genio científico siempre defensor de las políticas más agresivas de terraformación, experimenta circunstancias que le hacen revisar sus prioridades y empezar a contemplar el planeta de otra forma. Art, de nuevo actuando como mediador, trata de acercar posturas entre las diversas facciones políticas para encontrar unos principos básicos que permitan a todos vivir en armonía. Nirgal, uno de los primeros nacidos en Marte, es enviado a la Tierra como parte de la delegación diplomática que comentaba más arriba, pero su estancia aquí, aunque espiritualmente iluminadora, pone a prueba su biología de formas que no había anticipado. Michel, que también forma parte de esa delegación, se reencuentra con su Provenza nativa, ahora completamente transformada por los cambios climáticos, y experimenta una profunda disociación con sus recuerdos y una nostalgia que le lleva a replantearse su regreso a Marte. Otros personajes reciben también su espacio, incluyendo algunos nuevos como Zo, una de las nativas de Marte.

 

Este formato le permitie a Robinson ir variando el punto de vista, recorrer con los diferentes protagonistas todo el planeta, sus nuevas instituciones, problemas y costumbres, y hacerlos evolucionar hasta una emotiva conclusión que los sitúa en el corazón de toda la obra. Esta estructura también facilita la inclusión de amplias elipsis, imprescindibles en una historia que se extiende durante tanto tiempo (sólamente en “Marte Azul”, pasa más de un siglo).

 

Por el contrario, esta elección lleva a un cierto debilitamiento de la narración en su conjunto. Como he indicado, “Marte Azul” tiene como uno de sus temas centrales el acercamiento de los Rojos y los Verdes, que se simboliza a un nivel individual con la gradual reconciliación de dos de los más acérrimos adversarios ideológicos de entre los Cien Primeros, Sax Russell, el terraformador por antonomasia, y Ann Clayborne, la “madre” del movimiento Rojo. Pero Robinson no se conforma con concluir la aventura de la terraformación, sino que trata de ver más allá y considera el futuro del hombre en el Sistema Solar. Así, hay capítulos de la novela que transcurren en la Tierra, en Mercurio y las lunas de Urano, así como visitas a Venus o el cinturón de asteroides. Estas secciones son muy interesantes, pero también provocan un efecto de dilución de la épica marciana que había constituido el grueso de la trilogía. 

 

Por otra parte, el conflicto entre Rojos y Verdes se ha convertido a estas alturas no sólo en reiterativo sino en absurdo dado que la terraformación ha transformado ya tanto el planeta que incluso aunque se detuviera el proceso, Marte ya no volvería jamás al punto en el que se encontraba antes de que los humanos comenzaran a colonizarlo.

 

Otro punto que me parece que aporta poco y alarga innecesariamente la novela, es el paradero de Hiroko. Tras lo narrado en “Marte Verde”, nadie sabe a ciencia cierta si ella y sus seguidores están vivos o muertos, pero no paran de aparecer testimonios de gente que dice haberla visto en lugares muy dispares, incluyendo la Tierra u otros planetas del sistema. Quizá Robinson quisiera utilizarla para ilustrar cómo surgen las leyendas, pero todas las discusiones sobre los “avistamientos” no llevan a ninguna parte y engordan todavía más una novela que de por sí es larga y compleja.

 

Se diría incluso que Robinson se dio cuenta de que estaba divagando en exceso y aceleró las cosas al final. Lo cual es una pena porque los acontecimientos que tienen lugar ya cerca de la conclusión y por los que tan superficialmente pasa, sin duda tendrán importantes consecuencias políticas y sociales en Marte y, por extensión, el resto del Sistema Solar. Personalmente, hubiera preferido que Robinson hubiera eliminado todo lo relacionado con Hiroko a cambio de ampliar el final, por ejemplo, con una coda en la que se nos cuente algo más de los viajes de Zo por el resto del Sistema Solar.

 

Ya comenté en relación a los otros libros de la trilogía que Robinson puede resultar cargante cuando se lanza a describir el paisaje marciano a lo largo de páginas y más páginas. No hay muchas maneras de describir las formaciones geológicas y orográficas y el autor, que no tiene una prosa particularmente imaginativa, las agotó todas ya en el primer volumen. Es cierto que el paisaje cambia debido a la terraformación, pero el espacio que se dedica a detallar la forma de cada cañón, cada llanura o cada cráter mata el ritmo de lectura.

 

La vasta expansión del conocimiento científico y tecnológico que Robinson describe a lo largo de toda la trilogía es herencia de las primeras etapas de la propia ciencia ficción, cuando se consideraba, recuperando el espíritu de la Ilustración dieciochesca, que todos los problemas de la Humanidad podrían solucionarse mediante el avance científico y su derivada, el progreso tecnológico. Pero Robinson mira hacia adelante, no hacia atrás, y su Trilogía de Marte puede considerarse una aportación moderna al pensamiento utópico, sólo que en este caso su visión es la de una Ciencia libre de ese impulso colonialista que la considera como un arma para dominar la Naturaleza. La utopía futurista de Robinson, no obstante, es compleja y abierta, reconociendo los muchos obstáculos que seguirán apareciendo en el camino de las sociedades humanas independientemente de lo tecnológicamente avanzadas que se encuentren.

 

La Trilogía de Marte” ha gozado siempre de un lugar especial en el corazón de los aficionados a la ciencia ficción dura. Aunque no faltan razones para ello, no debería pasarse por alto que, con propósitos narrativos, Robinson también se saca de la manga descubrimientos científicos bastante implausibles y acelera exageradamente el proceso de terraformación y la evolución del ecosistema marciano. Su decision más radical y aquella que acerca más la obra al terreno de lo fantástico fue la de hacer a sus personajes inmortales (a excepción de los que mueren asesinados, por accidente o, más raramente, por enfermedad incurable). Este recurso, aunque disonante con el tono del resto de las novelas, le permite al autor mantener una sensación de continuidad a lo largo del par de siglos que cubre la trilogía.

 

Es cierto que Robinson no siempre utiliza ese oportuno descubrimiento del tratamiento gerontológico de la mejor forma posible (sobre todo cuando pone a sus personajes a buscarse interminablemente unos a otros por todo el planeta). Pero en “Marte Azul” sí se sirve del mismo para examinar dos problemas, uno colectivo y otro individual, que ya mencioné antes. Por una parte, los efectos sociológicos y medioambientales del aumento en la esperanza de vida, si bien creo que, llevado por su optimismo utópico, minimiza la severidad de un problema semejante y hace que las sociedades adopten con facilidad políticas demográficas que, en nuestro mundo, se han demostrado difíciles de implementar y perjudiciales a largo plazo. Por otra parte, especula sobre los efectos que una larga vida tendría sobre la memoria y la identidad.

 

Hay quien opina que existen libros que, si no se leen en la juventud, probablemente nunca se lean ya. Esto se afirma, en parte, porque el ritmo de la vida moderna conspira para robarnos a los adultos el tiempo necesario para lecturas largas y densas. Y en parte, porque a ciertas edades, la mente ya no está tan dispuesta a acometer esas tareas. La Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson tiene esa reputación.

 

Eso explica los numerosos comentarios que describen “Marte Azul” como un largo e inflado ensayo sobre política, ciencia, memoria, etc. en detrimento de una historia sólida y emocionante. Lo que es más difícil de entender es qué esperaban encontrar aquí esos comentaristas tras haber leído los dos libros anteriores. Los tres volúmenes son textos densos y complejos que incluyen muchísimas descripciones, que conviene leer con un mapa marciano delante y dispuestos a encajar largas digresiones científicas y políticas. No es una lectura que pueda abordarse de forma perezosa o pasiva, un entretenimiento ligero para antes de dormir. Es necesario compromiso y lectura activa para sumergirse en lo que Robinson nos propone. Es cierto que en “Marte Azul” hay menos “acción” que en los volúmenes anteriores, pero si el lector ha llegado hasta aquí ya sabe que el autor no va a ofrecerle suspense y espectacularidad sino una aproximación tan científica como humanista a un proceso colonizador que implica no solo el establecimiento de una nueva sociedad sino encontrar la forma de relacionarse con el entorno de forma sostenible.

 

Independientemente de si la acción de un capítulo se ambienta en Marte, Mercurio o Titán, al analizar esas interacciones sociales y medioambientales, lo que hace Robinson, en la mejor tradición del género, es utilizar el distanciamento espacio-temporal como espejo en el que reflejar nuestra propia realidad, animando así al lector a analizar los paradigmas actuales y, más importante aún, nuevas perspectivas y soluciones a los problemas sociales, políticos, económicos y medioambientales que vienen castigando a la Tierra desde los años 90 del pasado siglo.

 

Para aquellos lectores que hubieran disfrutado en los dos libros anteriores de la manera que Robinson desarrollaba los personajes, la politica, la cultura, etc, encontrarán en “Marte Azul” una conclusión satisfactoria, aunque no está a la altura de “Marte Rojo”, probablemente la mejor y más coherente de la serie. Para aquellos que solo esperen puro entretenimiento, ya deberían saber que hay más discusión que acción y ningún héroe puro al que ensalzar. 

 

En los años que siguieron a la finalización de la Trilogía Marciana, Robinson seguiría explorando los mismos temas en “Antártida” (1997) y “Los Marcianos” (1999), que amplía la trilogía con veintiocho cuentos ambientados a lo largo de toda la línea temporal de aquélla, ofreciendo otras perspectivas, pistas acerca del destino final de la terraformación e incluso versiones alternativas a lo narrado (por ejemplo, que los Cien Primeros no fueron una misión de colonización sino de exploración). También encontramos una redacción diferente de la Constitución acompañada de comentarios legales; ensayos científicos; poesía; mitología e incluso, en el ultimo de los relatos, “Marte Púrpura”, un fragmento autobiográfico del propio autor durante la escritura de la trilogía.

 

Lo aprendido aquí también le serviría a Robinson para modelar su posterior trilogía de “Ciencia en la Capital” (2004-2007) sobre las consecuencias de un cambio climático global. En 2012 regresó a los temas de la terraformación y la colonización con otra novela épica, “2312” en la que se describía una sociedad humana diseminada por todo el Sistema Solar. Cuando le preguntaron por las similitudes temáticas, Robinson declaró que “durante mucho tiempo, desde “Icehenge” y “The Memory of Whiteness”, libros de comienzos de los 70 y principios de los 80, vengo pensando que el Sistema Solar es nuestro vecindario, por así decir. Podemos llegar a él, movernos por él, establecer bases científicas en diversos planetas y lunas... Es un recurso y un lugar en el que aprender cosas sobre cómo vivir en la Tierra. La Tierra siempre será nuestro hogar y nuestro principal asentamiento. Podría ser más adecuado pensar en el Sistema Solar de la misma forma en que lo hacemos con la Antártida. Está allí, es interesante y hermoso, nos puede ayudar a aprender cómo vivir; pero nunca podrá ser nuestro hogar”.

 

Treinta años después de que empezara a publicar la Trilogía Marciana, el planeta rojo no ha perdido su fascinación para Robinson, que sigue periódicamente todas las noticias científicas relacionadas con las diversas misiones enviadas allá desde que aparecieran sus libros.

 

La Trilogía de Marte es el equivalente del siglo XX a la “Guerra y Paz” (1865) de Leon Tolstoi: inmensa (más de 2600 páginas), sustentada por una sólida investigación que describe las inmensas fuerzas históricas y cómo actúan en un lugar y momento específicos a través de un conjunto de tramas protagonizadas por un amplio reparto de personajes. En el caso de Robinson, naturalmente, esa historia no ha tenido aún lugar, por lo que no podía servirse de personajes reales y tuvo que incluir hechos ficticios, eso sí, justificados por especulaciones bien argumentadas. Aún así, su serie de Marte tiene el sabor y la complejidad del realismo histórico y casi podría servir de guía para los proyectos que se están preparando con destino a poner al hombre sobre ese planeta (si bien su especulación sobre la asociación de los norteamericanos con soviéticos y japoneses debería actualizarse a chinos e indios). Aún más relevante si cabe, esta crónica del futuro es lo que el mentor de Robinson, el crítico y teórico literario estadounidense de ideología marxista Fredric Jameson, denominaría “historia dialéctica”: no esa celebración del poder de la tecnología tan típica de la CF sino un viaje doloroso y contestatario hacia una utopía plausible.

 

Robinson le debe sin duda mucho a aquellas novelas de Heinlein en las que se imaginaban los primeros pasos en el espacio de los pioneros, como “El Granjero de las Estrellas” (1950), pero también a algunas de sus obras magnas como “La Luna es una Cruel Amante” (1966), que hasta la llegada de la Trilogía de Marte habían sido el modelo para las ficciones de colonización espacial y rebeliones independentistas de colonias planetarias. En este caso, además, la propia afición de Robinson por las actividades al aire libre, le transmite a su historia del Hombre en Marte una empatía y sensibilidad especiales, de tal manera que sus descripciones de la geología, la geografía, la topografía y las formas y texturas que adopta la vida en el planeta, parecen más reales y cercanas que nunca en la literatura marciana. Consigue, en definitiva, sintetizar una mezcla entre el plano íntimo del extenso plantel de personajes y las amplias perspectivas de alcance Stapledoniano. 

 

La Trilogía de Marte es tanto un homenaje a los antiguos maestros del género como un análisis moderno de las dinámicas históricas, sociales y medioambientales y una celebración del potencial humano, proponiendo alternativas a las sociedades actuales que nos permitan adaptarnos y avanzar como especie. Una vision, en definitiva, de la evolución humana, bajo las lentes superpuestas de la ciencia ficción dura y el humanismo.

 

3 comentarios:

  1. No tiene relación con el tema de este post, pero quería consultarte si leíste "Tiempo de arroz y sal" del mismo autor.

    Saludos,
    J.

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    1. Pues sí, lo leí cuando salió en España, allá por inicios de los 2000. Lo tengo que revisar otra vez para postearlo en el blog. Como me pasa a menudo con Robinson, los temas que elige me interesan mucho, pero a menudo me agota con su estilo.

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    2. Gracias por la respuesta.
      Me resultó interesante el planteo, la idea principal. Pero sí es cierto que a medida que avanzaba con la lectura me agotaba un poco y debía cortarla con algo un tanto menos denso.

      Saludos,
      J.

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