(Viene de la entrada anterior)
“Marte Rojo” había sido un valiente experimento narrativo y conceptual sobre los aspectos ecológicos, políticos y sociales de una posible colonización de Marte. De hecho, probablemente fue la novela que más profundamente abordó ese tema hasta la fecha. Pero aquel extenso volumen de seiscientas páginas no había sido sino el comienzo de una historia épica.
En 1992, la Universidad de Arizona publicó una antología de ensayos científicos titulada “Marte”, que le proporcionó a Robinson nueva información adicional con la que seguir desarrollando su saga. Y así, “Marte Verde” (1993) comienza décadas después del final de la novela precedente y su fallida revolución de 2061, narrando la crónica del largo periodo de transición (que abarca 66 años) durante el cual la terraformación empieza a transformar profundamente la superficie del planeta. Una soletta, un enorme cono de espejos de 10.000 kilómetros de amplitud, se despliega entre Marte y el Sol concentrando y reflectando mayor radiación solar sobre el primero y calentando de esta forma más rápidamente el planeta; con la misma intención se desvían asteroides de hielo, que se estrellan sobre las llanuras marcianas generando calor y espesando la atmósfera. Por primera vez, plantas sencillas diseñadas genéticamente pueden sobrevivir fuera de los entornos controlados.
La situación en la Tierra, mientras tanto, no ha hecho sino empeorar. Tras la guerra mundial de 2061, las corporaciones transnacionales desplazan a los gobiernos, luchando entre ellas e intrigando unas con otras por el poder y la influencia. Los ricos tienen acceso al tratamiento de longevidad desarrollado en Marte décadas atrás pero la mayor parte de la población, en una situación económica en continuo deterioro, no disponen de él, lo que genera una brecha social. De hecho, “Marte Verde” trata tanto de este planeta como del colapso hacia el que se encamina su hermana mayor, la Tierra.
Como “Marte Rojo”, “Marte Verde” se estructura en largos capítulos narrados en tercera persona que adoptan el punto de vista de diferentes personajes. Dada la cantidad de detalles geográficos, información científica y debate ideológico que contiene la novela, para disfrutarla es esencial establecer algún tipo de conexión emocional con los personajes. Sobre todo al comienzo, Robinson no lo pone demasiado fácil y no es extraño que el lector se sienta distanciado de la historia. Afortunadamente, conforme avanza la trama y sobre todo al final, los personajes cobran mayor entidad e intensidad.
La novela comienza con la presentación de dos nuevos personajes. El primero es Nirgal, uno de los muchos descendientes de la misteriosa Hiroko, que vive escondido con otros rebeldes del grupo de aquélla bajo el casquete polar marciano. Nirgal será quien guíe al lector durante la primera parte de la obra, mostrándonos su vida en la colonia y su madurez y primeras salidas a otros asentamientos en compañía del experimentado y enigmático Coyote, empezando a adquirir la experiencia que años después le convertirá en un carismático líder de la revolución. Nirgal nos introduce en la mente de la nueva generación de marcianos y, aunque no resulta un personaje antipático, está retratado como alguien demasiado perfecto y especial. Es sabio, carismático, atractivo, equilibrado y tiene esos extraños poderes de autocontrol metabólico que, a la postre, no desempeñan papel alguno en la historia.
El segundo personaje nuevo es Art Randolph, un hombre de negocios terrestre que trabaja para una de las transnacionales más moderadas y progresistas, Praxis. En este punto de la historia, la interferencia de la Tierra en Marte no ha hecho sino aumentar. Como he dicho, las transnacionales más grandes y poderosas han arrinconado a unos gobiernos incapaces de ejercer ninguna influencia y ahora dominan tanto la Tierra como Marte. Han sido esos grandes conglomerados los que han construido un nuevo ascensor espacial por medio del cual extraen grandes cantidades de mineral del suelo marciano con destino a la Tierra. Existe una Resistencia marciana pero está pobremente organizada, ideológicamente enfrentada y dispersa en grupos independientes bajo el mando de alguno de los Cien Primeros. Evidentemente, las transnacionales buscan la exterminacióin de estos movimientos. Todas, con una excepción: Praxis.
Y es que el líder de Praxis, William Fort, ha comprendido que usar a Marte como fuente de minerales y suelo sobre el que acomodar el exceso de población de la Tierra, es una estrategia con unas miras muy cortas. En clara alusión a aquellos empresarios de nuestro mundo que piensan que la responsabilidad medioambiental es incompatible con el beneficio, Fort cree que hay mayores ganancias en un Marte terraformado y libre y, así, envía a Art Randolph como agente para forjar una alianza entre Praxis y la resistencia, a la que ve como el auténtico corazón de la sociedad marciana, y asegurarse un puesto de privilegio en el futuro sistema eco-capitalista que ya se está gestando en su seno.
Randolph aporta el punto de vista del terrestre que llega a un lugar que no deja de ofrecerle maravilla tras maravilla (los Cien Primeros ya no pueden desempeñar ese papel dado que llevan tanto tiempo en Marte que a todos los efectos son nativos). Su asombro y disfrute infantiles ante todo lo que ve y experimenta en Marte al llegar dejan pronto paso a una absoluta identificación con los rebeldes, llegando a heredar el puesto de John Boone, el líder asesinado de los Cien Primeros que era capaz de escuchar y ser escuchado por todo el mundo fuera cual fuese su ideología. En ese proceso, la propia personalidad de Randolph queda diluida entre la del amplio reparto de personajes que le rodean. Por ello, aunque su trabajo acaba siendo fundamental para el triunfo de la revolución, no puedo evitar pensar que es un personaje infrautilizado en cuanto a la riqueza que podría haber aportado su visión “terrestre”.
Regresan también muchos otros personajes ya conocidos de la primera novela y que servirán de eje sobre los que estructurar otros tantos capítulos de “Marte Verde”. Las tecnologías de regeneración celular diseñadas en el planeta rojo durante el libro anterior han permitido a los Cien Primeros (o, más bien, a los 39 de ellos que escaparon a diversos accidentes, enfermedades y la mortandad que produjo la revolución de 2061) sobrevivir durante décadas más allá de su esperanza de vida original, convirtiéndose en leyendas y encarnaciones de sus respectivos ideales politicos ante las nuevas generaciones de marcianos. Pero aparte de que el envejecimiento físico y mental (no es fácil recordar con detalle tantas décadas de vida) los ha cambiado, los desafíos a los que se enfrentan tantos años después son básicamente los mismos: deben encontrar puntos de acuerdo en sus opuestas visiones sobre cómo y hasta qué punto terraformar el planeta y la manera de establecer una relación de no sumisión ni dependencia con la Tierra y quien la controla, las corporaciones.
En “Marte Rojo”, Saxifrage Russell había sido básicamente un genio eremita, una rata de laboratorio, pero ahora adopta un papel mucho más activo. Tras someterse a una cirugía plástica tan completa que ni sus viejos enemigos pueden reconocerle, Sax se hace contratar por una de las grandes transnacionales, infiltrándose en su programa de diseño biológico de plantas, con el que se pretende no solo aumentar la presión atmosférica para que pueda sobrevivirse en el exterior sin ayuda de un traje presurizado, sino incrementar la proporción de oxígeno que haga la atmósfera respirable. Como en el primer libro, Sax es una figura ambigua, que trabaja para fabricar un ecosistema completamente habitable para los humanos al tiempo que ignora deliberadamente los argumentos de otros personajes en favor de la preservación del Marte original.
Tras el descubrimiento de su tapadera y sufrir un cautiverio y tortura que le privarán de parte de su capacidad de habla, se volverá más agresivo contra los terrestres. Las desventuras de Sax están en línea con uno de los grandes temas que Robinson desarrolla en esta trilogía: cómo afecta a la memoria y, por tanto, a la propia identidad, la ampliación del periodo vital humano. Como la mayoría de los Cien Primeros, Sax ha vivido ya tanto que sus recuerdos de la Tierra e incluso de sus primeros tiempos en Marte, han empezado a nublarse. No parece por tanto imposible que pudiera asumir una nueva identidad con la que engañar a amigos y enemigos, aunque sea su caraterística pasión a la hora de abordar su trabajo científico lo que amenace su tapadera.
Por otra parte, Maya, todavía sufriendo de serios altibajos emocionales pero apoyada por Michel, alcanza un gran prestigio entre los revolucionarios más jóvenes al tiempo que se da cuenta de la detestable persona que fue en su juventud y el daño que causó a sus dos amantes, sobre todo a Frank Chalmers. El capítulo dedicado a ella es el que mejor retrata el peaje psicológico que deben pagar los Cien Primeros por el tratamiento de longevidad y que, como apunté más arriba, se manifiesta sobre todo por un progresivo y lógico distanciamiento de las generaciones más jóvenes y, sobre todo, la dificultad que encuentra un cerebro diseñado biológicamente para durar quizá un siglo, para recordar detalles de una vida más larga que ese antiguo límite.
Menos problemas en este sentido tiene Nadia, aunque sí disfruta del mismo prestigio entre los marcianos más jóvenes. A ella recurren los rebeldes no solo por sus conocimientos de ingeniería sino por su talante moderado y capacidad de arbitraje. Ann Clayborne, aún dedicada a estudiar la geología marciana y con una postura tan intransigente como siempre respecto a la terraformación, vagabundea por la superficie levantando mapas de los nuevos accidentes geográficos que está produciendo la modificación del clima y la atmósfera. Otros, como Hiroko o Coyote, continúan moviéndose en la clandestinidad, ocultándose con sus seguidores en refugios excavados en los glaciares de los casquetes polares y viajando a otros santuarios para predicar su vision de la areofanía, una teoría unificadora al estilo de la hipótesis Gaia.
Este ultimo aspecto en concreto, el de los viajes, que tanto espacio había ocupado en “Marte Rojo”, sigue aquí siendo muy importante. De hecho, la mayor parte de la primera mitad del libro consiste en personajes yendo de aquí para allá, de colonia en colonia, de refugio en refugio, describiendo éstos y el paisaje que los separa, afectado por un imparable proceso de metamorfósis: los glaciares se funden, aparecen líquenes y algas que soportan el frío y la baja presión, la atmósfera cambia, surgen torrentes, ríos y luego mares…
La segunda parte de la novela está más centrada en los cambios politicos, sociales y culturales que tienen lugar entre los marcianos y el consiguiente surgimiento de una identidad propia que ideológicamente se divide entre los más extremistas, que pretenden cortar absolutamente todos los lazos con la Tierra; y los más moderados, que desean un gobierno independiente y reconocido por aquélla pero reconociendo la interdependencia de ambos mundos. Ya existen un par de generaciones nacidas en Marte, que la consideran su único hogar y que no sienten ningún afecto particular por la Tierra, su historia o instituciones.
Así, otra parte muy importante de la novela está dedicada a los debates sobre los problemas politicos, sociales y económicos que deben afrontar aquellos que quieren ser independientes del planeta metrópoli. La mediación de algunos de los Cien Primeros consigue reunir en el asentamiento de Dorsia Brevia a todas las facciones para una conferencia en profundidad de la que saldrá un acuerdo de mínimos. Uno de los puntos débiles de “Marte Rojo” había sido la prevalencia de la propia visión política de Robinson, pero aquí hace un trabajo mucho mejor a la hora de exponer, en boca de unos u otros personajes, diferentes puntos puntos de vista, dejando claro que no se trata de que quienes “tienen razón” salgan victoriosos sino de encontrar la forma de que grupos de personas con distintos sustratos culturales y creencias, encuentren la forma de colaborar en aras de obtener un futuro mejor para todos.
Tanto las conferencias como la dificultad de alcanzar consensos están plasmados con un absoluto sentido de realpolitik. Por ejemplo, que los rebeldes, no sin reticencias, accedan a aliarse con la megacorporación Praxis es la admisión de una incómoda pero inevitable verdad: por mucho que se quiera escapar de las calamidades de la Tierra estableciéndose en otro planeta para fundar una utopia, se seguirá dependiendo de aquélla en tanto en cuanto no se sea capaz de alcanzar una absoluta independencia científica y tecnológica y sus habitantes dependan para su supervivencia de habitats artificiales muy vulnerables a cualquier ataque exterior (de ahí la obsesión de Sax por conseguir una atmósfera respirable y con la presión adecuada a la biología humana).
El Acuerdo de Dorsia Brevia, alcanzado tras un mes de interminables conversaciones a distintos niveles, servirá de Declaración de Independencia oficiosa para las diferentes sociedades que han ido formándose en Marte. Es un documento corto pero con un poder especial. De naturaleza utópica, describe una sociedad multicultural que hace hincapié en la unión de los esfuerzos individuales, la compartición del espacio físico y los recursos y una terraformación razonable.
Pero a la postre y como ya había sucedido en “Marte Rojo”, las tensiones entre las transnacionales y los marcianos (sean estos originarios ya de ese planeta o colonos recién llegados), desembocan en una segunda revolución. Sin embargo los supervivientes del alzamiento de 2061 han aprendido de los errores cometidos entonces; errores que provocaron la destrucción de ciudades enteras, la caída del ascensor espacial, la inundación del Valle Marineris y una mortandad horrible. Por el contrario, ahora la revolución se prepara y ejecuta de forma más coordinada, paciente y, sobre todo, con apoyo de una poderosa coalición terrestre formada por Praxis y los gobiernos de Suiza, China e India. Los líderes revolucionarios, entre los que figuran de manera prominente Nadia, Maya, Ann y Sax, cuatro de los Cien Primeros, esperan pacientemente el momento propicio.
Y este llega con la fusión de parte del casquete polar antártico en la Tierra. El nivel de las aguas sube seis metros en todo el planeta y la anegación de grandes extensiones de terreno costero, ciudades incluidas, provoca una emigración masiva y el caos correspondiente. Ante semejante panorama, pocos en la Tierra se preocupan ya por lo que ocurre en Marte y, abandonados a su suerte, los cuerpos paramilitares a sueldo de las transnacionales se rinden. La revolución, más una decapitación precisa que una guerra total, ha triunfado. Al final de “Marte Verde”, todo el planeta se halla ya en manos de las fuerzas rebeldes con la excepción de un reducto terrestre en Sheffield, la ciudad que ancla el ascensor espacial a la superficie.
Aunque no tan numerosos como en “Marte Rojo”, Robinson presenta aquí nuevas ideas tecnológicas, desde enormes espejos solares a un ascensor espacial mejorado, el uso de armamento termonuclear con fines de ingeniería o formas sagaces de vivir en entornos hostiles. Respaldado por una amplia investigación, los plazos de tiempo que maneja el autor son excesivamente ambiciosos, pero nadie puede negarle el esfuerzo que ha realizado estudiando la morfología del planeta y las posibles formas en que los humanos podrían adaptarse a la misma.
Eso sí, como había sido el caso de “Marte Rojo”, “Marte Verde” es una novela densa y lenta en la que no abundan ni la acción ni los sucesos dramáticos. Hay el rescate de uno de los Cien Primeros de las instalaciones de una de las corporaciones en mitad de una peligrosa tormenta; y, hacia el final, la evacuación de toda una ciudad ante una catástrofe inminente, que da lugar a una escena épica de miles de personas caminando por la superficie marciana en busca de la salvación. Pero, en general, lo que predominan son los pasajes descriptivos y los debates ideológicos. Hasta la gran revolución final tiene un sabor anticlimático dado que discurre en buena medida fuera de plano, narrándose indirectamente a través de los informes que le van llegando a Nadia de uno u otro punto del planeta.
Como había sido el caso de la primera novela, “Marte Verde” no es ni un thriller ni una aventura, aunque incorpora elementos de ambos en algunas secuencias. Hay, ya lo he dicho, largos pasajes descriptivos y páginas y más páginas de gente conversando, como en el citado congreso de Dorsia Brevia. Muchos lectores, por ejemplo, encontrarán ese largo capítulo tremendamente aburrido, mientras que aquellos con un interés en la historia y la política lo hallarán fascinante.
El principal inconveniente del libro es que se extiende casi 800 páginas, unas 150 más que el primer volumen, conteniendo menos momentos decisivos que aquél. Muchas escenas podrían haberse recortado sin afectar al resultado final, sobre todo las áridas y reiterativas descripciones del paisaje marciano con sus valles, llanuras, cráteres y cañones; el análisis de las diferencias ideológicas entre los Rojos, los Cien Primeros, los Bogdanovistas, los Marte Primero, los árabes, los suizos y tantos otros grupúsculos; o las largas meditaciones sobre las virtudes del ecocapitalismo (de hecho, uno de los puntos débiles de la trilogía es su fracaso a la hora de imaginar un sistema no puramente capitalista pero sí plausible de creación y distribución de la riqueza).
Por otra parte, y esto también ocurría en la primera novela, el trabajo de caracterización es mejorable. Por ejemplo, es difícil comprender qué papel juega Jackie Boone en la historia. Al principio, se retrata como una joven complicada, vanidosa y manipuladora a la que el resto de los personajes no parecen soportar; pero, sin embargo, al comienzo de la Segunda Revolución, se había convertido ya en el centro de un culto a su persona. ¿Por qué? Un capítulo centrado en ella y su forma de entender el futuro de Marte, habría añadido conflicto e intensidad a esa parte de la historia. Además, algunas secciones de la primera mitad son demasiado lentas y redundantes, como si Robinson hubiera colocado a sus personajes en una suerte de hibernación narrativa hasta que se le ocurriera cómo hacerlos participar en los desencuentros sociales y políticos entre las diferentes facciones marcianas y de éstas con las transnacionales terrestres. Robinson tiende a escribir personajes que son básicamente portavoces de ciertas ideas y actitudes más que entidades complejas y autónomas.
“Marte Verde”, como los otros dos libros de la trilogía, es una novela de ideas. Si las encuentras interesantes, disfrutarás del libro. Eso sí, los amantes de la space opera tradicional encontrarán poco de su gusto aquí. Sus discursos científicos son tan áridos como la arena de Marte y la revolución final, deliberadamente limpia y poco sangrienta.
En resumen, se puede decir que “Marte Verde” es una digna y coherente continuación de “Marte Rojo”. Ésta había descrito el entorno, los personajes y potencialidades del planeta mientras que su sucesora, en la misma línea y sin demasiadas sorpresas, continúa profundizando en el proceso de terraformación y colonización, esto es, la ciencia y la sociedad. Más que el largo buffet de ideas que a veces parecía “Marte Rojo”, su secuela se asemeja más a una cena servida en platos bien diferenciados. Robinson sacrifica la cantidad por la calidad, profundizando más en los elementos científicos y sociales en juego, aportando mayor sutileza y coherencia. Como había sido el caso del primer volumen, no es solo un ejemplo perfecto de ciencia ficción dura bajo la forma de especulación sobre nuestro futuro en el sistema solar, sino una reflexión sobre las tendencias y actitudes que hoy y ahora adoptamos hacia nuestro propio planeta.
Desde luego, “Marte Verde” es lectura recomendada para todos quienes disfrutaran con la primera entrega (de hecho, no tiene entidad autónoma y sólo tiene sentido abordarla como parte de la lectura de la trilogía). Pese a su extensión, densidad y poca novedad en cuando a conceptos presentados, la novela ganó los premios Hugo y Locus de 1994 a la Mejor Novela, recibiendo nominaciones para los BSFA y los Nébula.
(Continúa en la siguiente entrada)
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