“El Monstruo” es una de esas películas sobre las que los cinéfilos discuten si fue la primera en esto o en aquello. Se la ha catalogado como la primera película de científicos locos, pero no es así. Para cuando se estrenó, los cineastas alemanes llevaban casi diez años presentando un sabio demente tras otro. También se la ha calificado como la primera "película de ciencia ficción", pero esto tampoco es del todo cierto. El corto “La Mansión Encantada”, de Harold Lloyd, se estrenó en 1920 y “Pamplinas y los Fantasmas”, de Buster Keaton, en 1921. D.W. Griffith, por su parte, dirigió “One Exciting Night” en 1922. De todo esto hablaremos en esta entrada.
Podría argumentarse que ninguna de estas películas fue,
estrictamente hablando, “ciencia ficción”, pero sin duda allanaron el camino
para “El Monstruo”. Lo que se sí puede afirmar con cierta seguridad es que fue
el primer ejemplo completo de lo que posteriormente se conocería como el
subgénero de “Old Dark Houses” o “Casas Viejas y Oscuras”. Con películas como “El
Monstruo”, “El Murciélago” (1926) y su remake sonoro, “El Murciélago Susurra”
(1930), el director Roland West fue una figura clave en la popularización del
mismo.
En primer lugar hay que delimitar qué se entiende por una
película de “Old Dark Houses”. Se trata de un subgénero del cine de terror que,
en su forma más pura, combina la comedia y el terror dentro de los límites de
una casa misteriosa, antigua y siniestra. Los ejemplos más puros plantean
tramas que recuerdan a las novelas de misterio y a menudo se reducen a un enigma
cuyas claves se proporcionan al espectador para que pueda deducir la solución
antes del cierre de la historia. Una peculiaridad de este subgénero es que, en
mayor o menor medida, suele mezclar comedia con los elementos terroríficos sin
por ello convertirse necesariamente en una parodia. Las mejores películas
consiguen un equilibrio en el que la vivacidad de la comedia física se fusiona
con la atmósfera terrorífica sin llegar a anularse mutuamente. La época dorada
del cine de “Old Dark Houses” tuvo lugar entre mediados de los años 20 y
principios de los 30 del siglo pasado, discutiendo los críticos si su mejor
representante es “El Gato y el Canario” (1927) de Paul Leni o “El Caserón de
las Sombras” (1932, “The Old Dark House”) de James Whale, que,
retroactivamente, dio su nombre a todo el subgénero.
Las películas de “Old Dark Houses” suelen evitar los
elementos de ciencia ficción o usarlos sólo como aderezo. Lo más frecuente es
que lo que sucede en el interior de esos caserones sean fenómenos aparentemente
sobrenaturales pero que, a la postre, resultan tener explicaciones
perfectamente naturales. Este también es el caso de “The Monster”, que,
considerándose una comedia de terror, sí tiene un sustrato de CF.
Un importante granjero del pequeño pueblo de Danburgh
desaparece y su coche se encuentra vacío en la carretera. Ni el agente local de
la ley (Charles Sellon) ni el detective de la compañía de seguros (William H.
Turner) creen que se trate de algo más serio que un accidente de tráfico. Sin
embargo, el reponedor y aspirante a detective de la tienda del pueblo, Johnny
Goodlittle (Johnny Arthur), encuentra pistas que sugieren que el sanatorio del
Dr. Edward está involucrado. Los agentes de la ley lo consideran imposible
puesto que todo el mundo sabe que ese científico se marchó a Europa dos años
atrás y esas instalaciones han permanecido clausuradas desde entonces.
Como no consigue avanzar en el caso, Johnny centra sus
energías en cortejar a Betty (Gertrude Olmstead), la hija del dueño de la
tienda. Desafortunadamente, sus intentos se ven frustrados por el dandy local,
el dependiente y superior de Johnny en la tienda, Amos (Hallam Cooley). Con
todo, el muchacho tiene motivos para alegrarse ya que recibe su diploma del
curso de detective por correspondencia acompañado de unas esposas, una estrella
de sheriff y un revólver.
Una tormentosa noche en la que los tres han acudido a
un baile y después de que Betty opte por la compañía de Amos, el recién titulado
detective sale a dar un paseo y se encuentra con un extraño individuo que se
comporta como si hubiera escapado de un manicomio. Johnny sigue a este hombre,
que luego resulta ser Daffy Dan (Knute Erickson), hasta el viejo manicomio que,
efectivamente, está menos cerrado de lo que se pensaba. En una curva del
camino, observa una siniestra figura encapuchada colocando un obstáculo en la
carretera justo a tiempo para que el coche en el que van Amos y Betty choque
contra él. Mientras intenta ayudar, el encapuchado, Rigo (Frank Austin), y
Daffy Dan lo capturan y llevan al manicomio. Amos y Betty no han sufrido daños
y creen que tan solo ha sido un accidente. Mojados y ateridos, ven una luz en
el caserón y deciden acercarse para ver si hay alguien en casa y usar su
teléfono.
Allí los reciben dos extraños mayordomos, el
encapuchado Rigo y el gigantesco nubio Calibán (Walter James con la cara
pintada de negro). Al cabo de un rato, aparece el siniestro Dr. Ziska (Lon
Chaney). A partir de ese momento, la película se convierte en un clásico
ejemplo de “Old Dark House”: puertas que crujen y se abren y cierran solas, pantallas
metálicas que bajan al romperse las ventanas, trampillas secretas, manos que
aparecen tras las cortinas y debajo de las camas, secuaces malvados controlados
hipnóticamente por su amo, truenos y relámpagos, intentos de fuga por los
tejados, así como un laboratorio secreto con una Silla de la Muerte y una mesa
de disección.
“El Monstruo” no es, en puridad, una historia de
terror sobrenatural, pero tampoco una película de ciencia ficción en su
vertiente más reconocible, ya que los elementos de este tipo solo se insinúan
sin ponerse en práctica. El MacGuffin es una silla de la muerte, inspirada en
la silla eléctrica, con la que el científico loco pretende transferir el alma
de Amos al cuerpo de Betty para así “descubrir el secreto de la vida” (esto
ultimo, no es una sorpresa, no se explica con mayor detalle). Sin embargo, esta
información no se revela hasta los momentos finales de la película, y la motivación
de nuestros héroes es, en primer lugar, averiguar qué ha sucedido con las
personas desaparecidas; y en segundo lugar, encontrar la manera de escapar de
la casa. Este ultimo incentivo se impone rápidamente al primero al descubrir
que sus propias vidas corren peligro.
La película tiene una reputación algo dudosa, y lo
cierto es que no está exenta de problemas. Aunque comienza con un dramático
accidente de coche, tarda bastante en arrancar porque invierte demasiado tiempo
en presenter los personajes y sus relaciones así como la obsesión de Johnny por
su guía de detectives o la rivalidad romántica. Durante el primer tercio, el
ritmo se estanca. Muchas tomas son innecesariamente largas: a veces pasan hasta
diez segundos en los que no ocurre nada salvo una puerta abriéndose o
cerrándose muy lentamente. La trama divaga y se hace algo pesada, aunque cobra
más impulso en el tercer acto.
Lo que más sorprende, sin embargo, es comprobar lo
familiar que resulta todo. De hecho, da la impresión de que esta película es
más o menos el modelo del tan parodiado género de las “Old Dark Houses”. Aquí
se establece el cliché de la joven pareja que sufre una avería en el coche y
busca auxilio en un caserón cercano de aspecto aterrador. Desde entonces, se ha
utilizado en innumerables películas y series de televisión. La trama de “La
Novia del Monstruo” (1955), de Ed Wood, está prácticamente plagiada punto por
punto de la de “El Monstruo”, mientras que “The Rocky Horror Picture Show”
(1975) hizo una enloquecida parodia de la misma.
La característica común a la mayoría de las comedias
terroríficas de casas embrujadas de principios de los años 20 es que, en
realidad y como ya apunté, no hay nada sobrenatural en los sucesos que allí
suceden. En los cortos “La Mansión
Encantada” (1920) de Harold Lloyd y “The Ghost Breaker” (1922) de Alfred E.
Green, son los pretendientes a la mano de una heredera quienes le gastan una
broma a su rival; y en el corto “Pamplinas y los Fantasmas” (1921) es una
compañía de teatro la que le juega la misma treta a Buster Keaton. Los tres
tienen mucha comedia y poco terror. Por su parte, “One Exciting Night” de D.W.
Griffith, es más bien un drama de misterio tradicional en la línea de Agatha
Christie, en el que un grupo de asistentes a una fiesta celebrada en una mansión
trata de averiguar la identidad de un asesino. Un precursor de estas comedias
de terror fue la versión original de Cecil B. DeMille de “The Ghost Breaker”,
estrenada en 1914.
Lo que distingue a “The Monster” de sus predecesoras y
contemporáneas es que, de vez en cuando, sí resulta escalofriante, y cuando
busca asustar al espectador no le alivia con toques de humor. Si bien Johnny
Arthur interpreta al tipo de tonto afeminado por el que más se le recuerda (si
es que se le recuerda por algo), es un personaje real que se involucra en la
historia y no solo un simple ingenuo que se sobresalta cómicamente, como era el
caso de los personajes de muchas otras películas con igual premisa. Johnny Goodlittle
tiene un arco propio y dramático: encontrar a su héroe interior y salvar a sus
amigos de las garras del demente Dr. Ziska. “The Monster”, por cierto, es
también la primera de las antiguas películas de “Old Dark Houses” en incluir a
un científico loco y sus espeluznantes sirvientes.
Es frecuente leer o escuchar a críticos pontificando
sobre tal o cual película como origen de un determinado cliché. Lo cierto es
que tendemos a exagerar la importancia de “la primera vez que…”, olvidando que
hay fuerzas que operan entre bambalinas moldeando el medio cinematográfico y
los diferentes géneros, fuerzas que ni siquiera los más brillantes estudiosos
logran discernir. Dicho esto, es difícil ver "El Monstruo" sin apercibirse
de las numerosas similitudes con películas posteriores y argumentar que este
film sí fue la primera ocasión en la que elementos dispares ya existentes en
otras obras se combinaron de una forma peculiar que a no mucho tardar se
convertiría en un cliché: desde la noche oscura y lluviosa en la que la joven
pareja accidentada busca un teléfono en una casa decrépita y oscura hasta la manera
en la que Lon Chaney interpreta al siniestro amo del lugar. Sorprende lo
similar que es su interpretación del Dr. Ziska a la que ofrecería cinco años
después Bela Lugosi en Drácula (1930). Chaney da vida a su villano
imprimiéndole autoridad a base de movimientos pausados y rígidos, alternando las
sonrisas siniestras y forzadamente corteses con estallidos de ira y
resentimiento. Cuando Ziska controla telepáticamente a Rigo, Chaney usa ese
gesto de garra que se convertiría en seña de identidad de Lugosi. No estoy
sugiriendo que éste plagiara a aquél porque, como ya se ha dicho, hay muchas
variables que, pasado tanto tiempo, desconocemos; pero no se puede negar que
“El Monstruo” parece establecer tantos tropos del género
terrorífico que es
imposible no reconocerle el mérito de haberlo moldeado hasta el mismo día de
hoy.
Pero “El Monstruo” no surgió de la nada. Para entender mejor la película conviene entender el rico tapiz cultural que le sirvió de sustrato.
El guion está basado en una obra teatral de Broadway estrenada en 1922 con el mismo título, escrita por el también director y actor Crane Wilbur, una de las principales estrellas de los primeros tiempos del cine y más conocido quizá por su papel protagonista en “Los Peligros de Pauline” (1914). Crane fue uno de los numerosos guionistas teatrales que a comienzos de los años 20 cultivaron sobre el escenario el género de las “Old Dark Houses”.
Como ya mencioné antes, ese subgénero era una fusión
del thriller policiaco, la novela gótica y la comedia de situación vodevilesca,
con énfasis en la estructura narrativa propia de la novela de misterio. Ahora
bien, la novela de misterio o novela policiaca y su exaltación de la
inteligencia y capacidad de deducción humanas, se estableció como género a
mediados del siglo XIX, en parte debido a la institucionalización de la fuerza
policial fruto del aumento de la población urbana a tenor de la
industrialización. Con el nacimiento del detective llegó la novela policiaca de
ficción. Suele citarse “La Señorita de Scuderi” (1819) de E.T.A. Hoffman, como
ejemplo muy temprano, pero fue “Los Asesinatos de la Calle Morgue” (1841) de
Edgar Allan Poe la que más comúnmente se cita como la primera historia de
misterio. Otras dos novelas muy populares fueron “La Dama de Blanco” (1860) y “La
Piedra Lunar” (1868), ambas firmadas por Wilkie Collins. El género alcanzó su
máximo auge en 1887, con la creación de Sherlock Holmes por parte de Arthur
Conan Doyle. A partir de ahí, aparecieron miles de historias de misterio tanto
serializadas en revistas pulp como editadas en formato de novela o adaptadas a
obras de teatro, a menudo tomando prestadas ideas y tramas unas de otras cuando
no directamente plagiando.
Una de las obras definitorias del subgénero que
llegaría a ser conocido como “Si Lo Hubiera Sabido”, estrechamente relacionado
con el de “Old Dark Houses” fue la novela “La Escalera de Caracol” (1908), de
la norteamericana Mary Roberts Rinehart –nótese que la publicación antecedió
casi quince años a la primera novela de Agatha Christie-. El argumento trata
sobre una mujer que intentó resolver el enigma de unas misteriosas
desapariciones en una vieja mansión. Quizá inspirada en ella, en 1909 se
estrenó la obra teatral “The Ghost Breaker”, escrita por Paul Dickey y Charles
W.Goddard, que, a su vez, sirvió de base para la antes mencionada película de
Cecil B.DeMille en 1914. En este caso, el protagonista es acosado por un
pretendiente rival que trata de asustarlo para que él y su prometida se vayan de
un caserón y hacerse con una herencia. En 1920 se produjo un acontecimiento
casi tan importante como la aparición de Sherlock Holmes: la presentación de otro
detective legendario, Hércules Poirot, en la primera novela publicada de Agatha
Christie, “El Misterioso Caso de Styles”.
El año 1920 también fue importante para el subgénero
de las “Old Dark Houses” porque se estrenó la obra “El Murciélago”, quizá la
más importante para la conformación inicial de este tipo de historias. El
libreto fue escrito nada menos que por Mary Roberts Reinhart y era, de hecho,
una adaptación de “La Escalera de Caracol”, si bien con un argumento muy
cambiado y, sobre todo, con la adición del villano del título, una presencia
misteriosa que acechaba en la mansión en la que transcurría la historia. La
obra fue todo un éxito de crítica y público y se representó más de 800 veces
tanto en Nueva York como en Londres, propiciando un interés popular por el
misterio y las casas encantadas que también se materializó en más obras
teatrales que, junto a “The Ghost Breaker”, establecieron el canon del
subgénero: “The Monster”, de Crane Wilbur; “El Gato y el Canario” (1922), de
John Willard; y “El Gorila” (1925), de Ralph Spence.
Otra pieza teatral que se apoya en los tropos y temas
prevalentes del naciente subgénero se estrenó en Londres en 1924: “Drácula”, de
Hamilton Deane, basada más en otras obras de misterio contemporáneas que en la
novela de Bram Stoker. Fue reescrita para su estreno en Broadway en 1927 por
John L.Balderston y su protagonista fue un tal Bela Lugosi. Este interés por lo
macabro también inspiró otra adaptación al teatro del “Frankenstein” de Mary
Shelley, escrita en 1927 por la dramaturga británica Peggy Webling y trasladada
al público americano en la versión, otra vez, de John L.Balderston. Fue esta
última la que sirvió de punto de partida para el guion de la inmortal película
de 1931 producida por Universal. Ésta tiene poco que ver con las novelas o
películas de misterio contemporáneas, pero probablemente no habría existido sin
el enorme interés por lo macabro que también dio origen a la primera película sonora
de terror de los estudios Universal, “Drácula”. Además, el laboratorio del doctor Frankenstein
tiene un claro parecido con el del doctor Ziska en “El Monstruo”. Chaney
también habría sido, sin duda, la primera opción para interpretar a la criatura
de Frankenstein de no haber fallecido trágicamente en 1930, cuanto estaba a
punto de protagonizar “Drácula”.
El director D.W. Griffith intentó hacerse con los
derechos cinematográficos de “El Murciélago”, pero cuando no lo consiguió hizo
en cambio “One Exciting Night”, que era un claro plagio. La pieza teatral fue
finalmente adaptada a la gran pantalla en 1926 por Roland West, el mismo
director de “El Monstruo”, que también firmaría la version sonora en 1930, “El
Murciélago Susurra”. Como ya apunté, Paul Leni hizo la terrorífica “El Gato y
el Canario” en 1927; y en 1932, el director de “Frankenstein”, James Whale,
llevó al subgénero a su cima con “El Caserón de las Sombras”, la última y quizá
mejor adición a esa moda de las viejas mansiones con aire siniestro. La
película, además, contó con un reparto estelar: Boris Karloff, Gloria Stuart,
Charles Laughton, Melvyn Douglas, Lilian Bond y Raymond Massey.
Valga toda esta amplia exposición para demostrar que “El Monstruo” no fue la primera película de su estilo ni una suerte de anómalo mirlo blanco, aunque su enfoque serio de los elementos terroríficos sí la sitúa en una posición preeminente en el género.
Ahora bien, ¿es “El Monstruo” una buena película? La
respuesta es que sí. Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, puede
afirmarse que tiene valores notables en comparación con gran parte de la mediocre
producción cinematográfica estadounidense de la época. Roland West no era
Griffith ni DeMille, pero siempre fue un director con buen ojo. Si bien la idea
de una cámara en movimiento era casi desconocida en Estados Unidos por aquel
entonces y casi todos los planos de “El Monstruo” son estáticos, West coloca la
cámara en una sorprendente variedad de ángulos, alternando con frecuencia entre
planos generales, medios y primeros planos. Parte de esto debe atribuirse, sin
duda, al maestro de la fotografía Hal Mohr, quien ganaría dos Óscar más
adelante en su carrera, por su trabajo en “Sueño de Una noche de Verano” (1935)
y la nueva versión de 1943 de “El Fantasma de la Ópera”.
Mohr y West toman prestados sus esquemas de
iluminación del expresionismo alemán, y los aplican con gran maestría,
mostrando más cuidado y atención por la luz que la mayoría de los cineastas que
hacían films de misterio en la época. Por otra parte, a pesar de que la
película se ralentiza demasiado en algunos momentos, el montaje es, en general,
destacable. También hay que nombrar al director artístico W.L. Heywood, quien
construyó una casa embrujada apropiadamente siniestra. La acción está muy bien
filmada y las acrobacias ejecutadas con gran destreza.
Así que, técnica y artísticamente, puede decirse que “El
Monstruo” es una buena película, lo cual no debería sorprendernos ya que fue
producida por la recién fundada Metro-Goldwyn-Mayer, quizás el estudio más
importante de Hollywood en aquel entonces; y rodada en los legendarios estudios
MGM (ahora Sony Pictures Studios) en Culver City, a las afueras de Hollywood.
Aun así, es una película que a menudo ha sido objeto de comentarios que tratan
de ridiculizarla. Esto probablemente obedezca más a una cuestión de gustos que
a criterios objetivos. Hay quien cree que la comedia arruina la historia de
terror. Y, sin duda, si no te gustan las comedias de terror, tampoco lo hará “El
Monstruo”; e incluso si te gustan, quizá no lo haga el tipo de humor que
escenifica Johnny Arthur. También hay quienes opinan que, por una u otra razón,
Lon Chaney no es la elección idónea para el papel del Dr. Ziska. En este caso,
también es cuestión de gustos pero también de expectativas. Chaney era el actor
más famoso y brillante en el género de terror, pero, a la hora de la verdad, no
tiene tanto tiempo de pantalla y, cuando aparece, ofrece una actuación que es
al tiempo contenida e histriónica, como más tarde haría Bela Lugosi en
“Drácula”. Algunos han llegado a sugerir que Chaney no entendió realmente en
qué tipo de película participaba, pero eso es casi un insulto a su inteligencia.
El actor encarna su papel con una expresión aparentemente seria, pero sus
momentos más exaltadados lo convierten en una caricatura grotesca, un efecto
que probablemente era justo lo que Chaney tenía en mente.
Aunque la estrella nominal de “El Monstruo” no es Lon
Chaney, sin duda fue su nombre el que atrajo al público a las salas. Y es que
en 1925, Chaney ya pertenecía al exclusivo círculo de superestrellas de
Hollywood, con una popularidad al nivel de la de Charles Chaplin, Buster
Keaton, John Barrymore, Douglas Fairbanks o Rodolfo Valentino. “El Monstruo”
apareció en un periodo en el que se estrenaron sus películas más importantes:
“El Jorobado de Notre Dame” (1923), “El Que Recibe el Bofetón” (1924), “El
Fantasma de la Ópera” (1925) y “El Trío Fantástico” (1925). Es decir, la época
en la que se encontraba en la cúspide de su carrera, tanto a nivel creativo
como comercial. Después de 1925, trabajaría ya exclusivamente para MGM a pesar
de que su mayor éxito, “El Jorobado de Notre Dame”, lo había producido
Universal, sentando las bases para la serie de películas de monstruos que haría
célebre a esa casa. Entre 1925 y su prematura muerte en 1930 por cáncer de
pulmón, Chaney hizo dos docenas de películas, incluyendo “El Sargento Malacara”
(1926), por la que se hizo merecedor de una membresía honoraria al cuerpo de
Marines; “Garras Humanas” (1927), de Tod Browning; “Los Pantanos de
Zanzíbar”
(1928), del mismo director y una de sus interpretaciones menos conocidas pero
más brillantes; y un film hoy perdido, “La Casa del Horror”, también dirigida
por Browning.
Chaney ha sido conocido como “El Hombre de los Mil Rostros” y por una buena razón. Fue uno de los primeros genios del maquillaje en Hollywood, lo que lo convirtió en la primera y mejor opción para papeles que exigían una gran transformación física, ya fueran individuos tullidos, deformes o monstruosos. Aunque ha pasado a la historia por sus personajes más grotescos, como Quasimodo o el Fantasma de la Ópera, su rango interpretativo era más amplio de lo que se le solía conceder y fue la forma en que dio vida a esas criaturas, cada una con su personalidad, lo que las hizo tan memorables, no únicamente el maquillaje. De hecho, la gran mayoría de sus trabajos fueron para dramas y melodramas y fue en su obra menos comúnmente reseñada, hacia el final de su carrera, donde brilló más.
Siendo un cantante y bailarín de talento, Chaney había
comenzado su carrera artística en el teatro y el vodevil, pero después de que
su esposa tratara de suicidarse en 1913, cambió los escenarios por los platós
de cine. Durante unos años, trató de ganarse la vida como actor de carácter (esto
es, alguien especializado en interpretar personajes inusuales, excéntricos o
interesantes en papeles secundarios, en lugar de papeles principales) en
Universal antes de ir por libre y llamar la atención en “El Milagro” (1918),
donde interpretó a un contorsionista (otra de sus habilidades). Su facilidad
para retorcer su cuerpo y el control que ejercía sobre sus miembros le dio
acceso a no pocas películas en las que encarnó a personajes sin brazos o
piernas, con parálisis o deformidades de algún tipo. Una de las más notables
fue “El Hombre sin Piernas” (1920), donde interpretaba a un genio del mal cuyas
extremidades inferiores habían sido amputadas por debajo de las rodillas. Para
crear el efecto, Chaney se ató las piernas a la espalda, teniendo que caminar
sobre sus rodillas durante todo el rodaje. El arnés le hacía tanto daño que
solo podía llevarlo diez minutos seguidos y causó un daño permanente a los
músculos de sus piernas. No sé si tal esfuerzo le compensó pero lo cierto es
que la ilusión en pantalla es perfecta.
Chaney es hoy sobre todo recordado como el primer
creador de monstruos de Hollywood. En cada película en la que participaba,
fabricaba su propio maquillaje, sus arneses y demás accesorios. Esto fue tanto una
decisión personal como una necesidad profesional. Para entender lo importante
que esto fue para los productores y directores de la época, hay que tener en
cuenta que el maquillaje cinematográfico era un oficio inexistente en aquellos
tiempos pioneros. Los equipos de producción carecían de departamentos de
maquillaje o maquilladores. Algunas estrellas tenían sus propios maquilladores
en el set, pero eso era todo. Todos los actores y actrices tenían que
maquillarse ellos mismos, y solo podían recurrir a los productos que se
utilizaban en el teatro, los cuales no siempre quedaban bien en los primeros
planos bajo las brillantes luces del set de rodaje. Esa es la razón por la que
se ven tan toscas las primeras películas de terror. Y también el por qué Chaney
era tan apreciado. Cualquier actor capaz de aplicarse maquillajes tan
sofisticados de forma convincente tenía trabajo garantizado en el cine.
Esto no significaba que cualquier actor con las mismas
habilidades relativas al maquillaje pudiera alcanzar el nivel de Chaney. Un
buen ejemplo de ello es otro joven actor que luchaba por conseguir papeles casi
al mismo tiempo que Chaney en Hollywood: Jack Pierce. Entre 1915 y 1930, Pierce
luchó por conseguir papeles como extra y actor de carácter. Como Chaney, tenía
un don para caracterizarse, pero nunca logró ascender a la primera division y
acabó renunciando a la interpretación y convirtiéndose en el jefe del
departamento de maquillaje de Universal. Chaney, en cambio, era de esa clase
excepcional de artistas capaces de elevar su trabajo como actor de carácter hasta
el estrellato, al igual que harían luego gente como Charles Laughton o Anthony
Hopkins. Tenía una asombrosa habilidad para infundir vida, alma y carisma a sus
papeles traspasando las gruesas capas de maquillaje. Su equivalente actual más
cercano podría ser Andy Serkis.
He hablado mucho de Chaney, pero en realidad el
protagonista de “El Monstruo” es otro. Johnny Arthur es un actor casi
completamente olvidado hoy aun cuando hay quien opine que debiera haber
figurado entre los grandes cómicos de la era muda al lado de Buster Keaton y
Harold Lloyd. Me parece exagerada tal aseveración por cuanto Arthur nunca tuvo
el mismo tirón en taquilla que sus dos colegas y sus papeles protagonistas
fueron pocos y distanciados unos de otros.
Sus personajes característicos eran los de hombre
afeminado y afable, oficinista quisquilloso o marido calzonazos. No pocas
veces, podía identificarse una clara insinuación homosexual. Años después, se
le reconocería como el primer actor en interpretar con frecuencia a hombres
homosexuales en el cine. Puede que esto le perjudicara a medio plazo porque su trabajo
rara vez se mencionó durante la época del Código Hays, propiciando su olvido.
Sin embargo, lo cierto es que durante la mayor parte de su carrera interpretó
papeles secundarios, incluso en películas de éxito como “El Canto del Desierto”
(1929), “Penrod y Sam” (1931) o “The Ghost Walks” (1934).
Fue precisamente Roland West quien le dio a Arthur su
primera oportunidad en 1923, con un papel importante en la película de ciencia
ficción, ahora perdida, titulada “The Unknown Purple”, en la que un inventor,
tras salir de prisión, inventa un rayo que lo vuelve invisible para vengarse de
su esposa infiel y su socio corrupto. “El Monstruo” fue su segundo papel y uno
de los pocos en los que intervenía en una trama romántica. Probablemente hoy en
día se le recuerda más por sus papeles de padre en varios cortos de “La Pandilla”
y como villano japonés en el serial “The Masked Marvel” (1943). Falleció en el
olvido en 1951, soltero, sin hijos y viviendo de la asistencia social. Su
entierro fue pagado por una organización benéfica de Hollywood y su tumba
permaneció sin nombre durante décadas, hasta que un grupo de aficionados colocó
una lápida en 2012.
El estilo cómico de Johnny Arthur vendría a ser un
cruce del de Stan Laurel y Rick Moranis con un toque de Jim Parsons. Es el tipo
de comedia infantil que cualquier abuela aprobaría, pero con un toque de
insinuación adulta. Su personaje en “El Monstruo” es el “rarito” socialmente
torpe que sueña con convertirse en un auténtico hombre para conquistar a la
hija de su jefe. Pero en cambio, opta por hacer un curso de detectives por correspondencia,
saltando de alegría como un colegial cuando le llegan su diploma y su revólver.
Sus intentos románticos se ven constantemente frustrados por el Don Juan local,
siendo demasiado tímido como para hacer algo al respecto. Cuando el peligro
acecha, prefiere consultar su manual de detectives antes que ponerse él mismo
en una situación comprometida. Sin embargo, cuando el amor de su vida se ve
amenazado, desempolva sus ideales caballerescos y se lanza dispuesto a
sacrificarse en lugar de detenerse a pensar por un instante en una solución que
les permita a ambos salir con vida del trance.
El interés romántico, interpretado por Gertrude
Olmstead, llega a desempeñar un rol activo aun cuando acabe convertida en la
tópica damisela en apuros. A Olmstead se la describió como “cómicamente
aburrida” y no faltaba razón para tal apreciación. Resulta algo sosa en su
papel, uno más de los que interpretó en películas de segunda fila durante los
años 20, sobre todo en westerns de bajo presupuesto. Como tantas aspirantes a
estrellas de Hollywood, Olmstead, nacida en Chicago, se dio a conocer en un
concurso de belleza y comenzó su carrera cinematográfica en 1920. Además de
"El Monstruo", es recordada sobre todo por su papel junto a Rodolfo
Valentino en la comedia romántica "Cobra" (1925) y por su participación
en la primera película estadounidense de Greta Garbo, "Entre Naranjos”
(1926). También protagonizó un western de 1926 con el fabuloso título "La
Teta" (“The Boob”). Como tantas otras actrices del cine mudo, abandonó la
industria en 1929 incapaz de adaptarse al sonoro.
Muchos críticos modernos piensan que “El Monstruo” es una película decepcionante, quizá porque esperan encontrar en ella un vehículo para el lucimiento de Lon Chaney y se topan con una comedia de Johnny Arthur. Pero por las razones apuntadas, es un film que tiene interés y cierto encanto, además de un cuidado aspecto visual poco frecuente en las películas americanas de este género y época.
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