Existen tropos de la CF que se han popularizado tanto que hoy han quedado reducidos a clichés: la máquina del tiempo, los platillos volantes, el científico loco, la llegada a la Luna, el robot asesino, el suero de invisibilidad y, naturalmente, el cerebro sin cuerpo.
La imagen de un cerebro flotando en una pecera se ha convertido en
algo íntimamente asociado a los comics de CF, desde el villano Cerebro de DC
Comics al Krang de las Tortugas Ninja. Es una figura también presente en series
de TV y películas y el concepto básico ha sido utilizado para imaginar ciborgs
como Robocop. Pero la película a la que los conocedores de la CF siguen
considerando como la quintaesencia de este curioso subgénero es “El Cerebro de Donovan”,
basado en una novela del mismo título escrita por Curt Siodmak en 1942 y que, a
su vez, fue precedida por su guion para “Viernes 13” (“Black Friday”, 1940), un
film protagonizado por Bela Lugosi y Boris Karloff.
El avión privado del rico empresario Warren.H.Donovan se estrella en
las montañas y el equipo de rescate lleva al gravemente herido potentado al
hogar y laboratorio del doctor Patrick Cory (Lew Ayres). Con la ayuda de su
esposa y ayudante, Janice (Nancy Reagan, acreditada aquí como Nancy Davis) y el
alcohólico pero fiable médico del pueblo, el doctor Schratt (Gene Evans), trata
de salvar a Donovan sin éxito. Sin embargo, como tiene un cadáver reciente en
su laboratorio, Cory decide utilizar el cerebro todavía activo de Donovan para
el experimento al que ha dedicado su vida: mantener vivo el cerebro de un
hombre en un tanque con fluidos. A pesar de sus reticencias, Janice y Schratt
acceden a ayudarlo y, conectado a unos cables eléctricos y flotando sobre una
solución salina, el órgano, efectivamente, sobrevive.
Cory trata de establecer una especie de conexión telepática con el
cerebro de Donovan, sin percatarse de que está frente a una de las mentes más despiadadas
de su generación. El cerebro, que se ha fortalecido extraordinariamente gracias
a los nutrientes en los que flota, no tarda en apoderarse de la mente de Cory,
enviándolo a la ciudad para que se encargue de los ilegales trapicheos
financieros que dejó inconclusos. Ocupando el cuerpo de Cory, Donovan se esconde
en la habitación de su hotel habitual y comienza a contactar con sus antiguos
"socios", todos ellos miembros de una turbia trama de fraude fiscal. Sin
embargo, tanto el perspicaz reportero de tabloides, Herbie Yocum (Steve Brodie),
como las autoridades sospechan que está sucediendo algo raro.
Inicialmente, el doctor Cory, en nombre de la Ciencia, está dispuesto
a ir allá donde lo lleve el experimento, pero al darse cuenta de que Donovan
puede tomar el control de su cerebro en cualquier momento e incluso convertirlo
en cómplice de asesinato (dado que el cerebro se apodera del reportero y le
hace despeñarse por un precipicio), intenta escapar. Pero para entonces ya es
demasiado tarde y de vuelta en el laboratorio, su esposa y su buen amigo, el
Dr. Schratt, corren peligro de muerte...
“El Cerebro de Donovan” fue producido por United Artists, pero no fue
la primera adaptación de la novela de Siodmak. Ese honor correspondió a un
programa radiofónico de Orson Welles en 1944. A continuación, y con bastante
rapidez, llegó una película de terror de Republic, “La Dama y el Monstruo”
(1944), protagonizada por Erich von Stroheim y la patinadora Vera Hruba
Ralston. Esta historia sería reciclada años después en un film británico, “The
Brain that Wouldn´t Die” (1962).
La novela de Siodmak está considerada como la historia definitiva de “cerebros” y al escritor se le acredita a menudo como el auténtico creador del tropo del cerebro en una pecera. Es cierto que popularizó la idea en la cultura popular anglosajona en los años 40 y ayudó a consolidar muchos de los conceptos asociados a aquélla, pero no fue el primero.
La fascinación por el cerebro como órgano que podría sobrevivir sin un
cuerpo comenzó a finales del siglo XVIII, cuando, poco a poco, los científicos
fueron conociendo mejor la relación entre las funciones corporales y el sistema
nervioso. A comienzos del siglo XIX, se experimentó mucho con cadáveres
tratando de comprender cómo trabajaba el cuerpo. Algunos de aquellos
experimentos fueron bastante grotescos y empezaron a circular rumores sobre
científicos locos que podían revivir a los muertos y de los que Mary Shelley
extrajo parte de su inspiración para su “Frankenstein” (1818). El cerebro tuvo
un papel esencial en la adaptación de esa novela de 1931, gracias a la famosa
escena en la que Dwight Frye deja caer un frasco con uno dentro.
H.G.Wells no fue tan lejos como para imaginar cerebros dentro de
peceras, pero sí describió a los marcianos de “La Guerra de los Mundos” (1898)
como una especie de grandes cerebros correosos mezclados con otros órganos y
tentáculos que proporcionaban un soporte vital. En su novela “Los Primeros
Hombres en la Luna” (1901), la Gran Selenita gobernaba nuestro satélite con su
cerebro gigante, estimulado por una gran vasija pulsante, creando el tropo del alienígena
de cráneo desproporcionado.
En cuanto a los cerebros conservados en un recipiente, uno de los
primeros ejemplos es la novela “La Cabeza del Profesor Dowell” (1925), de
Alexander Belyaev, en la que el protagonista experimenta con formas de mantener
vivas las cabezas de las personas. H.P. Lovecraft en “El que Susurra en la
Oscuridad” (1931), imaginó a los alienígenas Mi-go, que viajan por el espacio
llevando consigo los cerebros de humanos y otros extraterrestres introducidos
en envases con un soporte vital autónomo. Uno de los primeros ejemplos de
cerebro sin cuerpo pero con superpoderes apareció dos años antes de la novela
de Siodmak y no en la literatura, sino en el comic. La revista “More Fun”
publicó en diciembre de 1940 una historia en la que el superhéroe Espectro
combate un cerebro en una jarra que obtiene movilidad e incluso desarrolla un
brazo.
Así que, aunque Siodmak no merezca el honor de ser el primero en
utilizar este cliché, sí fue quien refinó la idea y la presentó de una manera tan
eficaz que hoy todo el mundo aficionado al género fantacientífico es capaz de
reconocerla. Kurt Siodmak había empezado como periodista y guionista en
Alemania, participando en la coproducción germano-francobritánica “F.P.1”
(1933) y las películas inglesas “El Túnel” (1935) y “Non-Stop New York” (1938,
sin acreditar). En 1939, ante el cariz que estaba tomando la política nazi,
emigró a Hollywood y pronto se hizo un nombre como escritor de terror y ciencia
ficción, cambiando la primera letra de su nombre por una “C”. Escribió “Viernes
13” (1940) y “El Loco Sublime” (1940). Con su guion para “El Lobo Humano”
(1941), inventó toda una nueva mitología para el Hombre Lobo, como por ejemplo,
la bala de plata como única forma de matarlo. Escribió otros guiones y novelas
que inspiraron toda una generación de películas de terror y CF, como “Agente
Invisible” (1942), “Frankenstein contra el Hombre Lobo” (1943) o “Yo Dormí con
un Fantasma” (1943).
Tras una docena de años escribiendo guiones de terror, ciencia ficción
y misterio para la industria de Hollywood, Siodmak trató de saltar a la
dirección en 1951 con la película “La Novia del Gorila”. Según algunos
testimonios, este giro profesional obedeció a cierto complejo de inferioridad o
quizá un espíritu competitivo respecto a su hermano Robert, un director muy
reconocido, demostrándole que también él podía alcanzar su categoría. En otras
películas posteriores con él al frente, como “El Monstruo Magnético” (1953), su
carácter algo difícil y desinterés por los aspectos más técnicos llevarían a
los productores o bien a nombrar un director sustituto –en ese caso fue el
montador Herbert L.Strock- o directamente reemplazarlo. Es esto último lo que
ocurrió en “El Cerebro de Donovan”, donde fue sustituido por Felix Feist. Parece
ser que también hubo problemas con este último, lo que llevó al productor Tom
Gries a nombrar a Strock no sólo montador sino también director de la segunda
unidad.
En los 50, Siodmak escribiría los guiones de “El Monstruo Magnético”
(1953), “Riders to the Stars” (1954), “La Criatura con Cerebro Atómico” (1955)
y “La Tierra contra los Platillos Volantes” (1956). En 1968, escribió una
pseudosecuela de “El Cerebro de Donovan” titulada “Hauser´s Memory”, que acabó
adaptada como el telefilm El Enigma” (1970).
En sus últimos años, Siodmak se lamentó amargamente de que muchas
películas plagiaran o se aprovecharan de una u otra forma de su trabajo sin
darle el reconocimiento merecido, por ejemplo, en la comedia “Un Genio con Dos
Cerebros” (1983), protagonizada por Steve Martin, que no sólo es una parodia de
“El Cerebro de Donovan” sino que muestra al protagonista viendo esa película
por televisión y diciendo que es su favorita. Estas declaraciones pesarosas las
hizo en un momento en el que tenía problemas para encontrar editor para sus
libros y vivía una existencia de ermitaño en su rancho de Hollywood. Con todo,
se llevó una gran satisfacción cuando Stephen King elogió “El Cerebro de
Donovan” en su libro “Danza Macabra” (1981), un ensayo ganador del Premio Hugo sobre
la ficción de terror en la literatura, la prensa, la radio, las películas y los
cómics, y sobre como este género ha influido en la cultura de Estados Unidos.
Pero volvamos a “El Cerebro de Donovan”. Aunque la trama básica del libro es la misma que la de la película, difieren en varios aspectos. En el libro, Cory es descrito no sólo como alguien tan obstinado en su búsqueda del conocimiento como Donovan por el dinero, sino también como un individuo igualmente desagradable y despiadado. En la película, Lew Ayres da vida a un Cory persistente, sí, pero bondadoso y, en general, buena persona. Este cambio probablemente obedeció a que los guionistas (el propio director Felix Feist y Hugh Brooke) pensaron que la historia tendría mayor impacto si el público simpatizaba con Cory. Mientras que la novela establece un paralelismo en las personalidades de Cory y Donovan, la película recurre al clásico cliché del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En cualquier caso, retratar las personalidades de ambos como en buena medida opuestas, puede que le reste profundidad a la historia, pero sí la hace más degustable para un público mayoritario.
Por otra parte, en el libro, Cory financia su trabajo científico con
la fortuna de su acaudalada exmujer, a quien ha llegado a odiar. En la película,
en cambio, él y Janice están felizmente casados, y el personaje interpretado
por Nancy Reagan es más bien el "interés amoroso" tradicional
omnipresente en este tipo de películas. También el final es radicalmente
diferente. Mientras que la novela describe una épica batalla mental entre
Donovan y Cory, el film opta por un cursi deus-ex-machina (un rayo caído del
cielo mata al cerebro) que casi parece un “un acto de Dios" y contra lo
que Siodmak protestó vehementemente.
De hecho, era Siodmak quien originalmente iba a dirigir la película
hasta que, aparentemente, una importante pelea con el productor Tom Gries le
dejó fuera del proyecto. El escritor declaró en entrevistas posteriores que
odiaba las tres adaptaciones que se habían hecho de su novela. En el libro “Return
of the B Science Fiction and Horror Heroes”, Siodmak culpaba al jefe de
Republic, Herbert Yates, por arruinar “La Dama y el Monstruo”: "¡Puso un maldito castillo en la
historia y a von Stroheim corriendo por él como una rata!". También detestaba
la idea de que Vera Hruba Ralston interpretara en esa misma película a un
interés romántico que nunca existió en el libro: “Vera Hruba Ralston, la patinadora sobre hielo, la novia de Yates. Así
que lo dejé. Y nunca vi la película”.
El director de “El Cerebro de Donovan”, Felix Feist, fue un
profesional competente aunque sin demasiada personalidad artística que se
trasladó a la televisión después de esta película. Fue mejor conocido por sus
films de serie negra y, de hecho, el que ahora nos ocupa tiene cierto sabor a
género negro más que a terror o incluso ciencia ficción. Y ese es parte del
problema: la película está tan claramente dividida que casi parecen dos
diferentes cosidas juntas. Una narraría los acontecimientos en la casa de Cory
y su laboratorio, que recuerdan a un Frankenstein camp; la otra tendría que ver
con el retorcido fraude fiscal urdido por Donovan. Esa línea divisoria se hace
aún más evidente por cuanto los segmentos del thriller criminal se desarrollan
enteramente en la ciudad y tienen una atmósfera y estética bien diferenciados.
Los comentaristas parecen divididos en cuanto a cuál de las dos
mitades funciona mejor. Personalmente, la trama delictiva no me interesa
demasiado, sobre todo porque está explicada de forma muy confusa, con dobles y
triples juegos y largas conversaciones en oficinas con gente que tiene muy poco
que hacer excepto lastrar el ritmo de la película. No es que estos segmentos
estén mal dirigidos o interpretados, sino que el guion retuerce esa subtrama en
demasía y, al final, el espectador sabe que el tema de los impuestos carecerá
de importancia alguna para el clímax. En parte, la responsabilidad puede
achacársele a la novela original de Siodmak, pero un buen guionista podría
haber simplificado esa parte de la historia que en el libro, también, se
extendía más de la cuenta.
De mayor interés es la relación a tres bandas que mantienen los
residentes de la casa de Cory (porque Schratt casi parece vivir allí). Hay una
dinámica agradable entre el ambicioso, pero en última instancia cariñoso, Cory;
el alcohólico pero inteligente y responsable Schratt, y la cariñosa y
preocupada Janice, aun cuando ésta sea la que peor caracterizada esté. No deja
de tener su gracia que a nadie parezca importarle que Schratt caiga redondo en
la sala durante una borrachera, y lo compense más tarde yendo a pescar el
desayuno. Hoy resultaría inadmisible que, como ocurre aquí, Schratt pueda ser
el héroe de la historia sin tener que superar su alcoholismo. Cory llega incluso
a asegurar que, a la hora de realizar una cirugía, preferiría un Schratt
borracho antes que cualquier otro médico sobrio. Gene Evans ofrece una interpretación
sólida como Schratt, desempeñando el papel de brújula moral de la historia. Su
energía bien podría deberse a que esta fue la primera película que hizo en la
que le permitieron usar gafas, y dijo que fue toda una revelación poder ver a
sus coprotagonistas por primera vez en su carrera.
Lew Ayres, en el papel del Dr. Cory, es un personaje con más matices
de lo habitual en aquella época dentro del género fantacientífico. Es de alabar
que el director y guionista resistiera la tentación de recurrir al tradicional científico
loco en la línea de un John Carradine o un Boris Karloff. Ayres tiene un
aspecto amigable e incluso algo funcionarial que le permite esquivar las
comparaciones con Frankenstein. Tampoco su laboratorio está en un castillo ni
rebosa de arcos voltaicos y vasos de precipitados con líquidos burbujeantes. Su
instrumental es el propio de un quirófano… a excepción de esa pecera donde
conservará el cerebro, claro. Quizá el problema es que la interpretación de
Ayres no permite diferenciar claramente dónde termina Cory y empieza Donovan,
aun cuando el guion exige una clara distinción entre ambos. Ayres era un actor sólido
pero para el papel de Cory/Donovan se habría necesitado alguien con un rango
más amplio de recursos. También aquí hay que señalar al director porque, más
allá de que Cory cojee y grite como Donovan, Feist no se esfuerza mucho por distinguir
las dos personalidades, ni visualmente ni a través de la dirección de actores.
Ayres había sido una estrella de cine en los años 30 y comienzos de
los 40. Compartió cartel con Greta Garbo en “El Beso” (1929), pero su papel más
conocido fue el del protagonista de “Sin Novedad en el Frente” (1930), una
experiencia que dejó una profunda huelle en él, ya que se negó a empuñar armas
cuando fue reclutado en 1942 para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Otro
hito de su carrera llegó en 1931, cuando protagonizó “Iron Man”, aunque la
cúspide de su trayectoria, tras muchas películas, llegó gracias a su papel
protagonista en “Young Dr.Kildare” (1938), personaje que retomaría en nada
menos que otras siete entregas hasta que, como decía, fue reclutado. Conmovido
por el mensaje antibélico de la novela “Sin Novedad en el Frente”, de Erich
Maria Remarque, solicitó servir en el cuerpo médico, pero tras ser informado
por el ejército de que no podía pedir un destino concreto, se vio obligado a
registrarse como objetor de conciencia, lo que atrajo sobre él una considerable
cantidad de críticas. Al final, sin embargo, el ejército le concedió su deseo y
sirvió como enfermero durante cuatro años, siendo desmovilizado en 1946 después
de recibir nada menos que tres condecoraciones por su valentía en el campo de
batalla, un reconocimiento que acalló a la mayoría de sus detractores.
Sin embargo, su postura antibelicista y su ausencia de Hollywood
afectó a su carrera. A su vuelta, tuvo muchas dificultades para encontrar
trabajo y sólo participó en un puñado de películas entre 1946 y 1955, sobre
todo de género negro y bajo presupuesto, con excepción de “Belinda” (1948), un
drama sobre un médico que cuida a una mujer sordomuda y que es acusado
falsamente de violarla. Su labor en esta cinta le valió una nominación al
Oscar. Y si se reconoce una pauta en el tipo de personajes que elegía Ayres, no
es casualidad porque siempre le atrajo la profesión médica, aunque dejó el
instituto antes de terminar sus estudios y se centró en su otra gran pasión, la
música. Ayres se pasó la mayor parte de los años 20 integrando en bandas en las
que tocaba el banjo y la guitarra, pasando gradualmente al cine a finales de
esa década.
En cualquier caso, su carrera nunca llegó a remontar a niveles
anteriores a la guerra y, poco a poco, a mediados de los 50 ya empezó a
frecuentar más el medio televisivo, donde alcanzó cierta popularidad como
“estrella invitada” en diversas series. De hecho, nunca dejó de trabajar y su
último trabajo acreditado data de 1994 (murió en 1996). Los aficionados a la CF
lo conocerán por su papel del anciano Mandemus en “Batalla por el Planeta de
los Simios” (1973), el comodoro Beckerman en “El Último Día del Mundo” (1977) o
el Presidente de la Galaxia en “Battlestar Galáctica” (1978). Recibió una
nominación al Emmy por su participación en la serie de “Kung Fu” en 1972 y
tiene dos estrellas en el Paseo de la Fama de Hollywood, una por sus trabajos
en el cine y otra por los que hizo para la radio. Y, por si fuera poco, ganó un
Globo de Oro al Mejor Documental por “Altars of the World” (1976).
A mucha gente la única cara o nombre que le resultará familiar es el
de la que sería la futura primera dama de los Estados Unidos, Nancy Reagan,
aquí todavía usando el apellido de su padrastro, Davis. Sus habilidades
interpretativas fueron objeto de chufla durante muchos años y con toda
seguridad Hollywood no sufrió una gran pérdida cuando abandonó la industria en
1962, en el momento en que su marido entró en campaña política aspirando a
gobernador de California. Reagan apareció en una docena de películas de serie B
desde finales de los años 40 hasta comienzos de los 60. Como su marido, Nancy
Reagan pasó a la televisión en los 50, donde ambos compartieron pantalla de vez
en cuando.
La actriz solía encarnar personajes bastante fríos y asexuales así que
“El Cerebro de Donovan” supuso hasta cierto punto una desviación del
encasillamiento en el que estaba cayendo. No es que su trabajo brille de forma
especial, pero al menos tampoco hace desear que su personaje muera cuanto
antes. Eso sí, el guion la margina intelectualmente de forma cruel. Cuando
Corey está quitándole el cerebro a unos monos y ella se queja del desperdicio
que ello supone, aquél le responde: “¿La
vida de unos monos? ¿Acaso no tiene sentido que los animales ayuden a salvar
vidas humanas? Un soldado, una madre en un accidente de tráfico, un niño medio
ahogado, una bebé con pecas y hoyuelo presa de la fiebre?”. Ella le da la
razón: “Tienes razón, cariño, estoy
siendo tonta”. “Gracias querida.
Ahora ve y prepáranos uno de esos maravillosos guisos”.
El trabajo del director de fotografía, Joseph Biroc, es, a falta de un
término más apropiado, profesional. En la época fue uno de los más apreciados
en su campo y anteriormente había trabajado con Frank Capra en el clásico “¡Qué
Bello es Vivir!” (1946). Tuvo una carrera muy prolífica y en los años 70
experimentó un renacer con su participación en “Huida del Planeta de los
Simios” (1971), “Sillas de Montar Calientes” (1974), “Aterriza como Puedas”
(1980) y las escenas de acción de “El Coloso en Llamas” (1974), por la que
recibió un Oscar. En “El Cerebro de Donovan”, aunque era fácil caer en la
tentación, evitó el tenebrismo gótico, la lluvia y las tormentas de rayos tan
comunes en las películas de los años 30. Solo cuando el cerebro empieza a
causar estragos, aflora el estilo expresionista que cabría esperar y, aún así,
lo limita al laboratorio y al cerebro palpitante, filmado con juegos de
sombras, contrastes agudos y ángulos inusuales.
Y hablando del cerebro, este es uno de los elementos que amenaza con
hundir la película en el pozo de lo camp. Empieza con un cerebro de aspecto
bastante realista para una película de bajo presupuesto de los años 50, pero
conforme ésta avanza y Donovan se fortalece, el cerebro no sólo empieza a
crecer hasta alcanzar proporciones absurdas sino a brillar y moverse dentro del
recipiente. Sólo le falta desarrollar un par de piernas y saltar al suelo. El
cerebro de goma fue obra del diseñador de efectos especiales Harry Redmond Jr,
otro de los grandes en su categoría al que, sin embargo, no se le recuerda pese
a haber trabajado con algunos de los mejores directores del Hollywood
contemporáneo, como Frank Capra, Howard Hawks, David O´Selznick o Fritz Lang.
Sus efectos para “King Kong” (1933) suelen olvidarse debido al pionero trabajo
de Willis O´Brien.
El diseño de producción, moderno y realista, sigue a la perfección el
tono de la película. No tiene nada de especial, pero parece verosímil y
mantiene a la película anclada en la realidad - salvo por las escenas del
cerebro bailando en el tanque, que, por desgracia, resultan involuntariamente cómicas-.
El responsable de este apartado fue Boris Leven, quien había trabajado
anteriormente con William Cameron Menzies en “Invasores de Marte” (1953) y que
más tarde se convertiría en uno de los más cotizados expertos en su campo,
participando en “Ultimátum a la Tierra” (1951), “West Side Story” (1961),
“Sonrisas y Lágrimas” (1965) o “La Amenaza de Andrómeda” (1971). Ganó un Oscar
y fue nominado en otras ocho ocasiones.
“El Cerebro de Donovan” no es un clásico imprescindible de la CF de
los años 50, ni mucho menos, pero siendo una película menor, tiene puntos
interesantes. Su principal problema es que, para cuando se hizo esta versión
del libro de Siodmak, no tardarían ya mucho otras películas del género en ir un
paso más allá de la premisa básica y explorar de forma más interesante y
moderna la amenaza de una mente libre de las restricciones de un cuerpo y, por
tanto, de un ancla emocional, como “Planeta Prohibido” (1956), “La Invasión de
los Ladrones de Cuerpos” (1956) o “El Vampiro Atómico” (1958).
Esta película difícilmente figurará en la lista de predilectas de nadie, pero es una propuesta honesta, razonablemente bien hecha con el presupuesto con el que contaba y con una sobriedad y limpieza no tan comunes en el cine de serie B de la época. Eso sí, a nivel narrativo, no se sostiene. El enrevesado fraude fiscal y la trama de herencias duran demasiado, desploman el ritmo en la mitad y final de la trama y, peor aún, dejan indiferente al espectador. No llegamos a conocer lo suficiente a los hijos a los que Donovan va legar el dinero como para que nos importen, como tampoco los dos abogados involucrados en el chanchullo. Son delitos sin víctimas que solo sirven de macguffins y, como decía Siodmak, el deus ex machina final es decepcionante. Tampoco faltan llamativos agujeros de guion. Por ejemplo, ¿cuán difícil puede ser matar un cerebro que sólo se mantiene vivo gracias un frágil soporte tecnológico y que duerme varias horas al día? Basta con sacarlo de la pecera y tirarlo a la chimenea; o vaciar el recipiente de los fluidos vitales… no debería ser demasiado difícil.
Tampoco el paralelismo entre Donovan y Cory se explora con la suficiente profundidad como para darle a la película la fuerza moral y filosófica que sí puede encontrarse en la novela, quizás porque los cineastas decidieron hacer de Cory un personaje en exceso amable. La solución telepática no hace sino convertir la historia en una pseudoadaptación de “El Dr.Jekyll y Mr.Hyde”.
Dicho esto, “El Cerebro de Donovan”, es un regreso a las películas de científicos locos de los años treinta que destaca por encima de la mayoría de las cintas de bajo presupuesto sobre científicos locos que Hollywood produjo en los años cuarenta. También es una de las mejores películas basadas en la obra de Curt Siodmak. Para amantes del cine antiguo que mezcla la CF y el Terror y que gusten más de las ideas extrañas que de la acción física.
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