“Pacific Rim” (2013), dirigida por Guillermo del Toro, fue una película muy entretenida con la que el cineasta mexicano quiso rendir homenaje a un rincón muy concreto de la cultura popular nipona, dando vida en pantalla a la fantasía de robots gigantes (llamados “mechas”, muy comunes en los animes japoneses) peleando contra monstruos igualmente colosales (“kaiju”, otra figura clave, esta del cine fantacientifico nipón). A diferencia de las cutres producciones japonesas de monstruos, Del Toro dispuso de un presupuesto millonario que le permitió ofrecer un espectáculo delicioso para todos los amantes de esas dos criaturas de ficción.
No fue aquélla la mejor película de Guillermo del Toro,
pero, como he dicho, ofrecía diversión y espectacularidad a raudales gracias a
su compromiso absoluto con una premisa increíblemente absurda. Si importar lo
inverosímiles que fueran las cosas que pasaban y las criaturas que se
presentaban, el director y guionista nunca se vio en la obligación de recordar
al público que lo que estaba viendo era una completa locura, invitándolo tan
solo a aceptar lo que le ofrecía y acompañarle en ese viaje.
La reacción de la crítica fue mixta y el recorrido comercial en Estados Unidos sólo regular: llegó a los 100 millones de dólares, aunque el presupuesto había ascendido a 190 millones. No obstante, la recaudación mundial fue de unos satisfactorios 400 millones. En cualquier caso y antes de conocer esas cifras, la productora, Legendary, se apresuró a anunciar una secuela. El proyecto, sin embargo, quedó flotando durante años sin llegar a cuajar. Inicialmente, se dijo que Guillermo del Toro se encargaría de dirigirla, pero a la postre decidió dar un paso atrás y limitarse al más cómodo –por indefinido- rol de productor.
La silla del realizador fue entonces heredada por Steven S.
DeKnight, que había trabajado previamente en televisión como editor de guiones
para “Buffy Cazavampiros” (1996-2003) y productor y ocasional guionista de
“Angel” (1999-2004), “Smallville” (2001-11), “Dollhouse” (2009-10) y “Espartaco:
Sangre y Arena” (2010-15). También creó la serie de “Daredevil” (2015-2018) y,
con mucho menos éxito, “Jupiter´s Legacy” (2021). Aunque se había encargado de
dirigir varios episodios de estas series, su auténtico debut en pantalla grande
llega con “Pacific Rim: Insurrección”.
Han pasado diez años desde la batalla en la que Stacker
Pentecost diera su vida para cerrar la brecha en el Océano Pacífico, aislando a
los kaiju en su propia dimensión. La humanidad ha seguido desarrollando
tecnología Jaeger como previsión a una posible nueva invasión. El hijo de
Stacker, Jake (John Boyega), se gana la vida saqueando depósitos de chatarra
Jaeger y robando piezas de repuesto para luego revenderlas. En una de sus
incursiones, conoce a la adolescente Amari Namani (Cailee Spaeny), que escapa
llevando consigo un valioso núcleo de energía. Al perseguirla, Jake descubre
que la muchacha ha construido, ella sola y utilizando piezas sueltas de
desguace, un Jaeger completamente operativo. Ambos intentan evadirse con él del
Cuerpo de Defensa PanPacífico, pero son finalmente detenidos.
Cuando se les ofrece la posibilidad de conmutar su condena
por un periodo de servicio en el Cuerpo, los dos aceptan. Como expiloto
experimentado, a Jake le asignan el entrenamiento de cadetes en la Base
Shatterdome, en China, mientras que Amari pasa a engrosar ese mismo grupo de
aspirantes a pilotos de Jaeger. Alli, Jake no tarda demasiado en tener roces
con su superior y antiguo camarada, Nate Lambert (Scott Eastwood).
Mientras tanto, la Corporación Shao está tratando de
convencer al Cuerpo de Defensa para que prescinda de los pilotos de Jaeger y
convierta a éstos en meros drones construidos con biotecnología kaiju. Durante
una conferencia al respecto celebrada en Sydney, los cadetes se ven obligados a
entrar en acción para tratar de detener a un Jaeger rebelde de origen
desconocido. Jake y Nate averiguan que la máquina es un producto de Shao. Un
científico de esa empresa, contaminado por la influencia kaiju tras repetidas
fusiones mentales con el cerebro capturado y mantenido vivo de una de esas
criaturas, se ha convertido en uno de sus agentes y pretende utilizar sus
conocimientos y los recursos de que le ha dotado la empresa para reabrir la
brecha.
“Insurrección”, huérfana de la chispa creativa de del Toro (que prefirió centrarse en otro de sus proyectos, “La Forma del Agua”, 2017), opta por reciclar los mismos elementos ya presentes en su predecesora para conformar una secuela muy genérica. La primera entrega se sostenía sobre una idea original –o, al menos, la presentación original de una idea antigua- pero habiendo agotado el crédito de aquélla y no sabiendo los guionistas (Emily Carmichael, Steven S. DeKnight, T.S. Nowlin y Kira Snyder) incorporar otras nuevas, lo único que pudieron hacer es seguir los puntos, repetir la misma receta con una variación menor en los condimentos.
Así, mientras que “Pacific Rim” trataba de recrear para la
pantalla grande lo que los adolescentes de los 80 habían visto en televisión en
series como “Iron Man 28” (1980-81), “Mobile Suit Gundam” (1979-80), “Super
Dimension Fortress Macross” (1982-3) o “Robotech” (1985), “Insurrección” parece
una película más de la saga “Transformers” de Michael Bay: una exhibición vacía
y desmesurada de destrucción masiva orquestada para el deleite de aquellos que
disfrutan con este tipo de imágenes.
Desde el punto de vista dramático, la película parece un
encadenamiento de efectos especiales en busca de un argumento. Al final, el
espectador se queda desconcertado tratando de recordar por qué los personajes
tuvieron que ir a Sydney o Rusia, tal es el grado de apabullamiento que le han
causado las largas batallas entre robots y contra kaijus. La esquelética trama
es marginada en favor de esas secuencias espectaculares y, de la misma forma, el
plan del villano para reabrir la brecha le deja a uno rascándose la cabeza y
tratando de entender cuál era el propósito último de hacer tal cosa.
Ciertamente, hay que reconocer la meritoria labor del
equipo de efectos digitales a la hora de orquestar un espectáculo casi
pornográfico de destrucción urbana mientras los Jaegers se vapulean entre sí o
contra los kaijus. A la hora de marginar con sus creaciones al reparto de
actores de carne y hueso, “Insurrección” se encuentra militando en la misma
división que el ya citado Michael Bay, aunque quizá un escalón por debajo.
Resulta divertido, incluso grandioso, ver batallar a los inmensos robots en las
calles de Sydney o en las nevadas tierras rusas, esforzándose desesperadamente
por derrotar al superkaiju que pare
ce imbatible… Pero más allá de eso, es una
película innecesariamente larga (casi dos horas), unidimensional y formulaica.
Las escenas de entrenamiento de los cadetes, los heroicos sacrificios, las
pullas entre rivales que se convertirán en amigos, los jóvenes reclutas que se
forjan en batalla, la muchacha rebelde pero extraordinariamente inteligente que
tiene dificultades para encajar, el humor soso y los torpes alivios cómicos…
están modelados a partir de clichés, mientras que la revelación de la identidad
del villano y su plan parece algo extraído de un comic no demasiado inspirado.
Aunque la dirección general que siguen los acontecimientos
es muy predecible, los guionistas presentan en varias ocasiones interesantes
subversiones de las expectativas… solo para volver a girar 180º y sorprender al
espectador retomando lo que éste había esperado desde el principio. Quizá no
sería tan molesto si tal cosa no sucediera más que una o dos veces, pero su
repetición se vuelve incomoda. Igualmente, los personajes están escritos con
descuido, actuando en algunas escenas de forma inconsistente con lo que se
había visto en otras anteriores sin mediar un desarrollo o crecimiento de los
mismos que explique tal variación. Los guionistas también se molestaron en
establecer para varios de ellos ciertos traumas o bloqueos mentales (incluyendo
uno que copiaba exactamente otro ya visto en la primera película) para luego
olvidarlos o anularlos a convenciencia.
Y aunque he resaltado la pericia técnica de los
especialistas en efectos especiales, también es cierto que su talento se
dilapida en la ramplona historia y el fallido montaje. Es decepcionante lo
rápidamente que puede llegar a aburrir algo tan a priori fascinante como un
combate entre monstruos y robots gigantes. La película carece de una paleta de
color que aporte dinamismo y variedad visual, así que las secuencias de batallas
resultan planas y casi indistinguibles unas de otras. Aunque la acción encaja
en un molde estándar con el que parte del público puede quedar satisfecho, sus
escenas están editadas de manera confusa y nunca llegan a conseguir un plano o
una imagen inolvidables, algo que sí ofrecía la película de Guillermo del Toro.
Otro aspecto muy mejorable es el final, cuyo ritmo es deficiente debido a la
parsimonia con la que todos los personajes se toman una situación en la que el
destino del mundo pende de un hilo.
John Boyega es sin duda uno de los pocos puntos fuertes de “Pacific
Rim: Insurrección”. Sin embargo, es una pena que su talento quede asfixiado por
un guion tan mediocre. Rodeándole, hay un buen montón de actores que oscilan
entre la patente inexperiencia o la dolorosa insulsez. Scott Eastwood compone
un personaje tan soso como pueda imaginarse. La debutante Cailee Spaeny ya demuestra
el potencial que no tardaría en florecer en películas posteriores (“Malos
Tiempos para el Royale”, 2018; la serie “Devs”, 2020; “Civil War”, 2024), pero
tiene la mala suerte de dar vida a un personaje algo irritante. El resto del
reparto no merece ni mención habida cuenta del poco desarrollo de sus
personajes o la escasa presencia en pantalla. Con una excepción: el molesto y
exagerado histrionismo de Charlie Day interpretando al doctor Newton Geiszler,
posiblemente achacable al guion, dada la extraña deriva que ha seguido su
personaje desde la primera película.
En los últimos tiempos, el mercado chino se ha convertido
para las películas fantacientíficas de gran presupuesto en un factor esencial a
la hora de conseguir resultados en taquilla que compensen las inmensas
inversiones realizadas. Bastantes películas han apelado al público de esa
nación bien incorporando escenas rodadas allí (“Iron Man 3”, 2013;
“Transformers: La Era de la Extinción”, 2014; “Ahora Me Ves 2”, 2016), bien
añadiendo al reparto personajes chinos (“Independence Day: Contraataque”, 2016;
“Rogue One”, 2016; “Megalodón”, 2018). Esta irrupción oriental es bienvenida en
cuanto contribuye a dar más diversidad a las películas en términos de
escenarios y personas, pero en demasiadas ocasiones se nota que se esfuerzan
demasiado en ello. “Insurrección” es uno de estos últimos casos: no solamente
está rodada en China, sino que, en 2016, el grupo chino Wanda compró Legendary
por 3.500 millones de dólares, procediendo a incluir en el reparto cuatro
personajes principales de esa nacionalidad, a ninguno de los cuales el guion
permite sobresalir.
Aquellos que gusten de ver pelearse en pantalla a grandes
criaturas generadas por ordenador, lo más inteligente que pueden hacer es
revisitar “Pacific Rim”. “Insurrección”, su secuela, es otro de los muchos intentos
que ha visto el cine fantacientífico de las dos últimas décadas de lanzar una
franquicia a partir de una película inicial notable, fracasando por no saber
ver que la premisa original no permitía dilatarse más allá, ser incapaces de
aportar ideas o direcciones novedosas o creer que el espectador valora más los
sofisticados hechizos digitales que los actores de carne y hueso. Si no se es
demasiado exigente, puede brindar un rato de entretenimiento insustancial cuyo
efecto no se prolongará más allá de los créditos finales.
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