Independientemente de si se ama con pasión a Star Wars o se la considera un pesado aburrimiento, hay que reconocer que vivimos unos tiempos en los que su iconografía y fandom han pasado a formar parte de ese indefinido constructo que llamamos cultura popular. Pude asistir a las proyecciones originales en salas de cine de la Fase 1 de Star Wars: “Star Wars” (1977), “El Imperio Contraataca” (1980) y “El Retorno del Jedi” (1983). Fue una experiencia irrepetible para una mente infantil como la mía en aquellos años, que despertó una fascinación maravillosa por aquel mundo tecnológico y alienígena que se mostraba en pantalla grande. Durante años, viví y respiré Star Wars, consumiendo todo lo que podía comprar, leer o tomar prestado…que no era mucho para los estándares actuales. Afortunadamente, esto ocurrió también en la infancia del fenómeno, por lo que en ningún momento se tenía la sensación de agresión por una avalancha de merchandising, material de todo tipo e información y rumores superfluos.
En su momento, “Star Wars” no sólo resucitó al género de su
letargo y demostró la viabilidad comercial del mismo, sino que le devolvió el
sentido de la aventura y de lo maravilloso e incluso desempeñó una labor
educativa para los amantes de la ciencia ficción. Revistas y comentaristas del
momento apuntaron a las influencias de las que había bebido George Lucas, como
los comics y seriales de “Flash Gordon”, “Buck Rogers” o los relatos pulp de
E.E. Doc Smith o Jack Williamson. Muchos fans sintieron de este modo curiosidad
por estos precedentes y los buscaron, llegando a partir de ahí a otras obras
literarias o cinematográficas de lo más diversas, como “Dune” (1965) o “THX1138” (1971).
La Fase 2 del fandom de Star Wars dio comienzo en algún
punto de la década de los ochenta del pasado siglo y explotó a comienzos de los
noventa. En ello tuvo mucho que ver la forma en que George Lucas convirtió en
mercancía vendible cualquier aspecto imaginable de su universo antes de
estrenar su trilogía de precuelas, compuesta por “La Amenaza Fantasma” (1999),
“El Ataque de los Clones” (2000) y “La Venganza de los Sith” (2005). Películas
que, pese a todas las críticas negativas que recibieron y el desprecio de muchos
de los fans de la trilogía original, obtuvieron un fenomenal éxito económico.
Tras esto, Lucas, desengañado con el cine, perdió interés
en su creación y la vendió a Disney, donde decidieron que la vaca podía
ordeñarse mucho más y de ahí el arranque de una nueva trilogía compuesta por
“El Despertar de la Fuerza” (2015), “Los Últimos Jedi” (2017) y “El Ascenso de
Skywalker” (2019). Una vez más, estas nuevas adiciones a la franquicia se
encontraron con múltiples comentarios despectivos, lo que no impidió a los fans
llenar las salas y los bolsillos de Disney.
“Rogue One” fue el primero de una serie de spinoffs
(colectivamente bautizados para su desarrollo como “Star Wars Anthology”) pensados
para llenar el intervalo de un año que mediaba entre los episodios de la nueva
trilogía. Seguirían “Han Solo” (2018) y la serie de televisión “The
Mandalorian” (2019). Este sistema de explotación no es nuevo, aunque sí su
sobreexposición debido en buena medida a las redes sociales. En los años
ochenta del pasado siglo, Lucasfilm, ya lo he apuntado antes, se embarcó en una
intensa campaña de marketing para la que recurrió a todo lo que pudo exprimir.
Así, tenemos productos como la infame “The Star Wars Holiday Special” (1978);
dos películas de los Ewok (1984 y 1986), series de animación de los Droides
(1985-86), los Ewoks (1985-87), “Las Guerras Clon” (2003-5 y 2008-14) o
“Rebels” (2014-2018). A eso hay que añadir un largo, larguísimo catálogo de
libros y comics protagonizados por hasta los personajes más secundarios. “Rogue
One” forma parte de la versión Disney de aquella misma estrategia.
El antiguo diseñador de armas para el Imperio, Galen Erso
(Mads Mikkelsen), huyó años atrás escondiéndose con su mujer e hija en el
planeta Lah´mu, pero las tropas imperiales lo encuentran y le obligan a
regresar para que complete su trabajo en la construcción de la Estrella de la
Muerte. Durante la confrontación, la esposa de Galen, Lyra (Valerie Kane)
resulta muerta pero su joven hija Jyn escapa y es hallada por rebeldes bajo el
mando de Saw Gerrera (Forest Whitaker) que la protegen y entrenan.
Quince años después, encontramos a Jyn (Felicity Jones) arrestada
y bajo custodia del Imperio. Los rebeldes han recibido información que apunta a
que Galen, a través de un piloto imperial desertor, ha filtrado un punto
vulnerable en ese arma secreta. El problema es que el desertor ha acabado en
manos de los hombres de Saw Guerrera, cuyo fanatismo le ha llevado a segregarse
de la Rebelión para hacer la guerra por su cuenta. Así, los rebeldes liberan a
Jyn para que, en su calidad de antigua pupila de Guerrera, les sirva de
embajadora ante él y conseguir acceso a la información.
Tras varias peripecias, combates, muertes y destrucción de
planeta incluida, Jyn encuentra a Galen en una base imperial de un tormentoso
planeta solo para verlo morir en sus brazos mientras le revela que los planos
de la Estrella de la Muerte están custodiados en el planeta Scarif. Un comando
rebelde organizado por Cassian Andor (Diego Luna) realiza una arriesgada
incursión en ese planeta para darle la oportunidad a Jyn de robar esa
información.
Hasta cierto punto, uno no puede sino admirar la habilidad
de Lucasfilm para, a partir de las más insignificantes facetas de las películas
originales, extraer una interminable colección de aventuras, en su mayoría
mediocres y prescindibles, pero consumidas con apetito por los fans más
incondicionales. Por otra parte, esta proliferación hace cuestionarse lo
realmente trabajado que está el universo Star Wars. ¿Cuántas historias puedes
encargar sobre rebeldes contra el malvado Imperio o los Sith cuando la política
se reduce a nítidos blancos y negros (maniqueísmo que se extiende hasta en los colores
de los atuendos de los soldados de uno y otro bando) ¿Cuántas variaciones
puedes hacer de duelos con espadas láser? Ya los hemos visto de diferentes
colores, con varias hojas, a dos manos, con múltiples oponentes…- (en favor de
“Rogue One” hay que decir que no se ve un sable de luz hasta la escena final)
¿Cuántas veces tiene que destruirse la última iteración de la Estrella de la
Muerte utilizando un mcguffin? Ésta fue un elemento central en la película del
77; el imperio estaba construyendo otra en “El Retorno del Jedi”; y la Primera
Orden la suya en “El Despertar de la Fuerza”; en la trilogía de precuelas
empezaba la construcción de la original y en “Rogue One” todo gira alrededor de
la obtención de los planes de ésta.
Es cierto que “Rogue One” cosechó abundantes comentarios y
críticas laudatorios, calificándola incluso como la mejor película de Star Wars
desde “El Retorno del Jedi”. Estoy bastante de acuerdo y, de hecho, me parece
un film considerablemente mejor y más entretenido e interesante que los
pertenecientes a la nueva trilogía. Pero de ahí a colocarla, como algunos de
los críticos hicieron en su momento, entre los títulos más destacados de 2016,
media una gran distancia. Mi opinión es algo menos entusiasta. Viéndole
virtudes, también detecto algunos defectos bastante llamativos.
Empezando porque, como aficionado veterano, me gustaría ver
algo verdaderamente nuevo en el Universo Star Wars en lugar de productos que
deriven en mayor o menor grado de lo visto en otras películas. “Rogue One”, en
lugar de explorar otros rincones menos conocidos de la franquicia, se pone como
objetivo completar la continuidad entre otros productos de la misma, en este
caso explicar cómo los rebeldes supieron del defecto de construcción de la
Estrella de la Muerte (lo cual, por otra parte, siempre había sido uno de los
puntos débiles de toda aquella historia: por qué construir algo con una
vulnerabilidad tan evidente?), defecto que utilizarían para destruirla en “Star
Wars” (1977). De hecho, la película concluye enlazando directamente con
aquélla, colocando a la princesa Leia en un crucero rebelde perseguido por el
Destructor Imperial de Darth Vader.
Asimismo, abundan en “Rogue One” abundantes guiños para los
fans más conocedores de la franquicia, insertos de pasada en la trama pero
coherentes con la misma y que incluso rellenan huecos de continuidad con la
película de 1977. Esto probablemente obedeció al relativo control creativo que
se le otorgó a Lucasfilm (ahora al mando de Kathleen Kennedy) como parte de la
venta de la franquicia a Disney. El personal de Lucasfilm pudo así aportar su
amplio conocimiento del universo Star Wars para perfilar mejor su continuidad interna
y mantener el espíritu del mismo. De hecho, la historia original la propuso
John Knoll, uno de los históricos de Industrial Light & Magic en el
apartado de efectos especiales.
La idea consistía en alejarse en lo posible de la épica
espacial para contar una historia de tono bélico, de comandos, y con dos
referentes concretos: “Blackhawk Derribado” (2001) y “La Noche Más Oscura”
(2012). Para elaborar el guion propiamente dicho, Lucasfilm contrató a Gary
Whitta, quien ya tenía experiencia en la ficción de género gracias a escribir
video juegos de éxito (sobre todo los relacionados con “Walking Dead”) y los
libretos para “El Libro de Eli” (2010) y “After Earth” (2013). Disney estuvo
conforme a medias con el resultado y contrataron a Chris Weitz (“Un Niño
Grande”, “La Brújula Dorada”) para retocarlo. Participó en el proyecto también
y a diferentes niveles de la producción, Tony Gilroy (saga de Bourne,
“Duplicity”, “Michael Clayton”), que se ocupó de escribir y dirigir escenas
adicionales e incluso estuvo presente en el proceso de edición. El director
elegido para rodar ese guion fue el británico Gareth Edwards, que había salido
de la nada con su film “Monster” (2010, sobre gente atrapada en una zona
infestada de aliens) y había confirmado su capacidad para películas con abundantes
efectos especiales en el remake de “Godzilla” (2014).
Uno de los aciertos de “Rogue One” fue ofrecer una
aproximación más “sucia” desde el punto de vista moral a la guerra entre la
Rebelión y el Imperio. Siendo un producto de estudio sobre el que seguro que Disney
ejercía una intensa vigilancia y control, se atrevió a darle un giro oscuro a
lo visto en la trilogía original. Así, no sólo se muestran disidencias entre
los rebeldes y miembros entre sus filas que se han fanatizado sino incluso
agentes encubiertos que asesinan a sangre fría en nombre de la Rebelión. Aún
más, los guionistas y el estudio osaron dar un final un tanto deprimente en el
que mueren todos los protagonistas, una opción, por otra parte, lógica y
coherente con la historia contada. Este tipo de remate agridulce en el que la
victoria se mezcla con la muerte para arrojar una chispa de esperanza en el
futuro, se había visto ya en “La Venganza de los Sith”; pero aquella entrega
aún venía firmada por Lucas para su propia productora, mientras que, tratándose
de Disney y en un producto considerado por ellos como “familiar”, resultó una
decisión más inesperada. Ahora bien, este acierto no debería hacer olvidar que
los personajes, siendo un heterogéneo grupo de tipos duros, no están
particularmente bien delineados. “Realismo” no quiere decir solamente incluir
protagonistas moralmente ambiguos o adoptar un estilo visual más agresivo. Sobre
esto volveré después.
Edwards adopta el estilo de la casa en cuanto ritmo y
montaje: directo, rápido y lineal, presentando nuevos personajes y desafíos a
cada paso, alternando lo que ocurre en el bando imperial y en el rebelde y
aliviando los pasajes expositivos con escenas de acción bien coreografiadas. La
premisa de arranque del guión es lo suficientemente sólida como para sostener
la película pero, por otra parte, se invierte casi la mitad del metraje en
reunir a los personajes y enviarlos a su misión suicida. La primera mitad no
ofrece la acción o escenas de efectos especiales que uno ha aprendido a esperar
de una película Star Wars y que mantiene fijo el interés y el sentido de lo
maravilloso. Al haberse rodado estas escenas en exteriores auténticos de
Islandia y Jordania, los colores, iluminación y texturas son más auténticos,
más realistas, pero también contrastan demasiado con la exuberancia cromática
con la que se habían elaborado los decorados digitales de películas
anteriores.
La peripecia cobra auténtico impulso y vitalidad ya en su
parte final con la incursión de los comandos rebeldes encabezados por Jyn Erso
y Cassian Andor a la base imperial de Scarif. Esta larga secuencia de acción
ofrece toda la épica y el espíritu propios de Star Wars. Pero, por otra parte,
no aporta nada verdaderamente original porque la saga ya había ofrecido ataques
rebeldes a bases imperiales combinadas con combates espaciales en “El Retorno
del Jedi” y “El Despertar de la Fuerza”.
Quizá la mayor pega sean los personajes, excesivos en
número (hay unos diez que pueden considerarse importantes), poco interesantes y
mediocremente interpretados. Jyn Erso es el punto focal de toda la historia y,
a pesar de que es quien recibe más tiempo de metraje, la conexión del espectador
con ella no llega a afianzarse nunca. Su relación con su padre es lo
fundamental en su pasado y personalidad, pero no se explica ni justifica cómo
pasa de ser de conflictiva adolescente a líder a la que están dispuestos a
seguir veteranos militares. Al comienzo se la presenta como una diestra
luchadora gracias al entrenamiento con Saw Gerrera, pero hacia el final parece
olvidarse de esa habilidad. Es como si Jyn fuera el compendio de varios
personajes desarrollados independientemente. Tampoco mejora las cosas la interpretación
de Felicity Jones, que carece del fuego y determinación que requiere su
personaje y que, por ejemplo, Daisy Ridley sí transmitía en “El Despertar de la
Fuerza” (Mark Hamill, por
su parte y en su época, revistió a su Luke Skywalker
de una honestidad e integridad muy verosímiles).
Diego Luna no tiene el carisma ni la presencia (y con ello no me refiero a atractivo varonil) que podría esperarse de un curtido veterano de la inteligencia rebelde. Como Jyn, tiene muchas escenas para explicar por qué actúa como lo hace, pero jamás llega a desprenderse del aura de ambigüedad moral. Habla de emociones, pero sólo se las vemos expresar muy de vez en cuando. Es posible que todas estas pegas deriven de la poca experiencia de Gareth Edwards y su mayor especialización en efectos visuales que en dirección de actores (algo que también puede apreciarse en su film anterior, “Godzilla”).
Los secundarios parecen querer destacar más de lo que lo
hacen y tener su propio arco, pero más allá de sus intervenciones y líneas de
diálogo puntuales, no son demasiado interesantes. Es como si el estudio los
hubiera encajado en la historia para, en un futuro, poder explotarlos en otros
productos derivados. Chirrut Imwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Wen Jiang)
–aparte de ser actores orientales que evidentemente tratan de servir de anzuelo
para el inmenso mercado chino- son una pareja de amigos monjes que se unen a la
misión por el camino y que tienen una magnífica historia que nunca llega a
contarse. Por no hablar de lo manido que resulta el tópico del chino experto en
artes marciales.
El androide imperial reprogramado para servir a los
rebeldes K-2SO es quizá el más destacable de los secundarios. Su sentido del
humor y brutal honestidad animan todas las escenas en las que participa. Es la
antítesis de Forest Whitaker como Saw Gerrera, un personaje exportado de la
serie de dibujos animados “The Clone Wars” y que había generado muchas
expectativas entre los fans pero cuyo papel en la historia es casi anecdótico.
Parece querer ser un trasunto del coronel Kurtz, un soldado quemado y
trastornado por años de guerra, dispuesto a cualquier cosa para ganar, pero que
en el montaje se le quitaron tantas escenas que lo único que vemos es a un
lunático con una personalidad inexplicadamente errática. En el bando imperial,
el Director Orson Krennic (Ben Mendelsohn) constituye un adversario digno –aun cuando
el actor a veces roce la caricatura- pero nunca llega a inspirar el miedo y la
sensación de amenaza que se espera de un villano de Star Wars.
El apartado técnico, como puede exigirse de las
producciones de Lucasfilm, es impecable. Los efectos digitales, el vestuario y
diseño de criaturas son magníficos. Y aunque la banda sonora de Michael
Giacchino no aprovecha tanto de la clásica partitura de John Williams como
muchos fans hubieran deseado, se ajusta bien a la historia y el espíritu de
Star Wars. También es de destacar la labor del director de fotografía Greig
Fraser, que había demostrado manejarse igualmente tan bien en el realismo más
sucio (“Mátalos Suavemente”, “La Noche Más Oscura”) como en la fantasía
(“Blancanieves y la Leyenda del Cazador”), una versatilidad que aquí apreciamos
en su capacidad para componer imágenes de gran belleza e impacto tanto en los
planos cortos como en las panorámicas, en los espacios cerrados como en las
batallas a campo abierto.
En lo relativo a los efectos especiales hay un aspecto que,
justificadamente, acabó siendo uno de los más polémicos de la película. Y es
que se decidió integrar a un par de creaciones digitales un tanto chirriantes.
Por una parte, una réplica del actor ya fallecido Peter Cushing, que en la
película de 1977 interpretó al Moff Tarkin; y, por otra, una joven Carrie
Fisher como Princesa Leia (la actriz murió once días después de que se
estrenara “Rogue One”). Ambas resultan admirables como logros tecnológicos y
puede que incluso premonitorios del camino a seguir por Hollywood en el futuro
(un escenario este de los actores digitales ya propuesto por la película “El
Congreso”, 2013, basado en la novela de Stanislaw Lem). Sin embargo, el empeño
no se salda con éxito dado que, fuera de planos medios y estáticos, la
tecnología no está todavía preparada para engañar completamente al ojo del
espectador y resulta incómodo y poco verosímil ver a imitaciones digitales de
actores conocidos interactuar con otros de carne y hueso.
“Rogue One” es una película al tiempo atípica y coherente con el espíritu Star Wars. Hay muerte, destrucción, emoción y luchas desesperadas con un tono más oscuro del tradicional en la saga, pero que queda equilibrado con la iconografía ya tan familiar para cualquier aficionado a la ciencia ficción: naves, soldados, armas, droides, combates… A pesar de los problemas que arrastra (sobre todo en la caracterización de los personajes y la interpretación de los actores) y que parece ya más un eslabón rutinario de una franquicia producto de estudio que un film destinado a ser un clásico algún día, es una space opera con abundantes dosis de aventura y género bélico muy disfrutable.
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