“A Ciegas” fue el quinto largometraje del director brasileño Fernando Meirelles, que alcanzó fama internacional con su tercera película, “Ciudad de Dios” (2002), un retrato sofisticado y violento de la vida en las favelas de su país. “A Ciegas” fue su segundo film en inglés tras el thriller de espionaje “El Jardinero Fiel” (2005). En esta ocasión y como demuestran los créditos, “A Ciegas” puede considerarse una película independiente, ya que ha recibido financiación de diecisiete productoras diferentes de cuatro países distintos (Canadá, Brasil, Japón e Inglaterra).
El guion, adaptado
de la novela “Ensayo sobre la ceguera” (1995), de José Saramago, está firmado
por Don McKellar, un actor canadiense que interpreta al personaje del ladrón y
que ya había ejercido de guionista para, por ejemplo, “Highway 61” (1991),
“Sinfonía en soledad: un retrato de Glenn Gould” (1993) o “El Violín Rojo”
(1998), además de dirigir otras, como la interesante cinta apocalíptica “Last
Night” (1998).
Un hombre de raza japonesa (Yusuke Iseya) entra en pánico al volante de su automóvil cuando súbitamente pierde la vista y lo único que percibe es una borrosa niebla blanca. Un peatón (Don McKellar) se ofrece a llevarlo a casa pero tras dejarlo allí, le roba el coche. La esposa del japonés (Yoshina Kimura) lo lleva al oftalmólogo (Mark Ruffalo), pero éste es incapaz de encontrar ninguna lesión en los ojos.
A la mañana
siguiente, el doctor también ha quedado ciego y deduce correctamente que su
paciente del día anterior tenía alguna enfermedad contagiosa. La epidemia se
extiende rápidamente y el gobierno decide actuar de manera contundente, deteniendo
a los infectados e internándolos en centros custodiados por el ejército donde
deberán arreglárselas solos, sin asistencia ni supervisión médica de ningún
tipo. El doctor y su esposa (Julianne Moore), que ha fingido haber quedado
ciega para acompañarlo, acaban en uno de estos complejos junto al matrimonio
japonés, el ladrón, una prostituta (Alice Braga) y un niño (Mitchell Nye) que
también había estado en la consulta del médico el día que llegó el paciente
cero.
Las instalaciones no
tardan en recibir más afectados y quedar saturadas. Cualquier intento de salir
de ellas es respondido con disparos de los soldados, cuya ayuda se limita a
dejarles cajas de comida en el patio exterior. Los pacientes reciben la ayuda
de la esposa del doctor, cada vez más agotada, pero el problema de la higiene
se agrava hasta extremos insufribles. Un día, uno de los ciegos de otro
pabellón vecino se proclama rey (Gael García Bernal) y con ayuda de sus
secuaces –entre los que se cuenta un ciego de nacimiento que se maneja mucho
mejor que todos los demás (Maury Chaykin)- se apropia de toda la comida y,
armado con un revolver, decide que solo la compartirá a cambio de objetos de
valor. Pero cuando éstos se acaban, exige los favores sexuales de las mujeres
del resto de pabellones.
Dejando aparte la
novela de Saramago, la historia de “A Ciegas” remite inmediatamente a “El Día
de los Trífidos” (1951), el clásico de John Wyndham llevado varias veces a la
pantalla grande y pequeña. En esa obra, se describía una pandemia de ceguera
provocada por una lluvia de meteoritos y a resultas de la cual se desintegraba
rápidamente la civilización. “A Ciegas” no va tan lejos como para introducir
algo como las plantas comehombres y andarinas que imaginaba Wyndham, pero ambas
ficciones tienen muchos puntos en común. La diferencia es que la película de
Meirelles se centra más en describir el colapso de los valores éticos y la
desintegración social en un entorno reducido, mientras que el libro de Wyndham
examinaba posibles modelos para reconstruir la civilización a partir de sus
pedazos adaptándola a la nueva situación.
Las dos obras
abordan el apocalipsis social desde ángulos opuestos. La novela de Wyndham
trataba sobre la búsqueda de un lugar en el que la clase media decente pudiera
establecerse y vivir en paz tras el derrumbamiento del modelo de gobierno
tradicional; la película, en cambio, se ceba en el colapso del orden social a
causa de una enfermedad y cómo el espíritu liberal y honesto representado por
el doctor demuestra ser incapaz de hacer frente al autoritarismo respaldado por
la violencia del “rey” del Pabellón 3. En este sentido, “A Ciegas” recuerda a
“El Experimento” (2001), la película alemana basada en el Experimento de la
Prisión de Stanford, que estudió las reacciones e interacciones de un grupo de
personas confinadas y sometidas a intenso estrés.
Durante muchos años,
José Saramago se negó a vender los derechos de adaptación de su novela ante el
temor de que verla convertida en una película comercial que desvirtuara su
espíritu. Su férrea reticencia no desanimó a Meirelles y McKellar que, tras
muchas súplicas y negociaciones, convencieron al escritor portugués. Una de las
condiciones que éste impuso fue que la ciudad en la que transcurriera la historia
no fuera claramente identificable. Así, la película se rodó en lugares tan
diversos como Toronto y Sao Paulo, escogiendo un reparto de procedencia étnica
igualmente variada. Como ya había hecho McKellar en su guion para “Last Night”,
el apocalipsis está descrito y desarrollado sin efectos especiales ni piruetas visuales,
centrándose exclusivamente
en los personajes y cómo éstos se adaptan –o no- a
su nueva condición. No se aporta explicación alguna sobre los posibles orígenes
de la enfermedad y ni siquiera los personajes tienen nombre. Meirelles dirige
con una fría serenidad, dejando que la cámara observe detalladamente el
dramatismo de muchas escenas. Para representar la ceguera, elige un interesante
método que consiste en utilizar planos subjetivos desenfocados o saturados de
difusos destellos de luz blanca.
La parte más intensa
de la película arranca una vez los personajes son confinados en el antiguo
manicomio reconvertido en centro de confinamiento. Es entonces cuando la
cohesión y el orden sociales empiezan a venirse abajo. Meirelles crea imágenes
muy impactantes y realistas. Los pabellones empiezan a llenarse y el personaje
de Julianne Moore ya no puede atender a todos, por lo que la basura y los
restos orgánicos se acumulan por los corredores y la gente camina desnuda y
desorientada. La situación se enturbia todavía más cuando el “rey” establece su
dictadura y confisca la comida. Son momentos que sin duda incomodan al
espectador tanto por su bajeza moral como por la forma en que están rodados.
Las protestas del doctor apelando al sentido común y la rectitud son ignoradas
y varios de los personajes principales se verán abocados a afrontar las
repercusiones morales de los actos que llevan a cabo. La escena de la orgía en
las tinieblas del Pabellón 3, en la que los secuaces del rey abusan de las
mujeres, es un trabajado y austero montaje de imágenes desenfocadas en el que
Meirelles sólo
deja ver detalles sueltos y formas y cuerpos medio iluminados
acompañados de jadeos, gritos y lloros. No hace falta más.
Los mensajes de la
película son claros. Por una parte, el ya manido “la unión hace la fuerza” (en
este caso, la asociación de unos completos extraños para apoyarse y
sobrevivir); o ese otro tan utilizado también desde que la CF existe y que es
que la civilización es sólo una delgada capa que puede desaparecer ante una
catástrofe lo suficientemente extensa, revelando que todo aquello que dábamos
por sentado (el gobierno, las instituciones, las leyes, la moral) retroceden
para dejar paso al puro y descarnado instinto de supervivencia. Pero también que
la gente puede adaptarse a cualquier cosa, una capacidad que puede ser tanto
una bendición como una maldición. Porque cuando el lunático del Pabellón 3 se
erige en rey y exige tributos humanos en forma de mujeres, los ocupantes del
Pabellón 1 callan y dejan que sean ellas las que se ofrezcan a ser violadas,
adaptándose a la nueva situación para sobrevivir y convenciéndose de ello unos
a otros aun cuando su cobardía les convierta en cómplices de una atrocidad.
La historia mantiene
el interés una vez los protagonistas consiguen salir del recinto para descubrir
que las cosas no están mejor fuera que dentro. La ciudad entera está cubierta
de basura, reina el caos, los perros se comen los cadáveres y los supervivientes,
convertidos en carroñeros, se aferran a la vida olvidando cualquier resto de
humanidad. La película pasa, por tanto, de un drama-thriller a una trama
postapocalíptica algo más convencional, perdiendo la claustrofobia y el
thriller psicológico a favor de una narrativa más directa.
La escena más
intensa de este último tercio es aquella en la que la esposa del doctor entra
en un supermercado donde todo ha sido saqueado y la gente deambula desesperada
por los pasillos palpando las vacías estanterías en busca de alimento. Cuando
encuentra un almacén en el sótano que no ha sido todavía descubierto y llena
bolsas para llevárselo a sus compañeros que esperan en otro lugar, los ciegos,
al oler la comida, se le echan encima dispuestos a matar por un trozo de
cualquier cosa que lleve. Hay otros momentos de gran belleza y evocación, como
cuando el anciano (Danny Glover) y la joven prostituta admiten su atracción
mutua y preguntan en voz alta si hay alguien cerca, concluyendo por el silencio
reinante que así es e intercambiando a continuación sus confidencias. La cámara
retrocede y vemos que todos sus compañeros están allí, sentados en el
apartamento, escuchando conmovidos y respetuosos.
La mejor actriz de
todo el reparto es, sin duda, Julianne Moore, que hace un papel extraordinario
como la esposa del doctor, quizá porque es la única del reparto que puede
utilizar sus ojos para transmitir emociones o porque, a pesar de su evidente
agotamiento, consigue mantener su fortaleza y dignidad conforme la situación va
deteriorándose en el manicomio. Su rabia y su pena durante y después de la
violación en grupo son sobrecogedoras.
Otro actor, este
secundario, que le da una vida especial a su personaje es Maury Chaykin, como
contable del “rey” del Pabellón 3. Tiene obvios sentimientos encontrados al
ayudar al criminal a robar la comida de todos, pero encuentra la forma de
racionalizarlo siendo exageradamente educado. Cuando organiza la violación de
las mujeres del Pabellón 1, se reviste de un disfraz de insultante galantería,
presentando la inminente agresión como una divertida cita. Durante la escena de
la violación, mientras las mujeres gritan de dolor y miedo, se le puede oír de
fondo diciendo cosas como “¿Puedo tocar tus pezones, por favor?”. Es nauseabundo
pero al mismo tiempo verosímil. Por su parte, la interpretación de Danny Glover
no acaba de encajar bien, como si, tratando de parecer el anciano dulce y
sencillo, se hubiera pasado de rosca. Algo parecido le ocurre a Gael Garcia
Bernal, en exceso histriónico en su papel de villano.
Resulta sorprendente
que ciertos críticos reaccionaran tan negativamente a la película. El Consejo
Americano de los Invidentes emitió un comunicado condenatorio por presentar a
los ciegos comportándose como seres embrutecidos y por la implicación –según
ellos- de que la ceguera saca al exterior lo peor de cada ser humano. Otros acusaron
al film de desagradable e incluso intolerable. Dejando aparte las críticas
justificadas a ciertos agujeros de guion (por ejemplo, el por qué el personaje
de Julianne Moore no impedía los abusos que cometían los residentes del
Pabellón 3 siendo que su vista le otorga “superpoderes” en este nuevo mundo de
ciegos), este tipo de ácidos comentarios parecen inspirados sobre todo por el
desagrado que produce asistir durante casi dos horas a la cruda descripción de
una sociedad en plena descomposición y la degeneración moral de sus miembros,
algo que nada tiene que ver con la calidad cinematográfica del film sino con la
sensibilidad de cada cual.
Personalmente, creo
que “A Ciegas” es una interesante e infravalorada película de ciencia ficción,
modesta y austera, conmovedora y, sí, muy dura en los temas que trata y cómo
los plasma en pantalla. Pero ni hace de su violencia un espectáculo gratuito ni
recurre a efectos especiales para epatar al público, sino que utiliza una
premisa inquietante para lanzar una mirada crítica al ser humano y cómo se
comporta individual y colectivamente bajo situaciones de presión en las que
desaparecen las cortapisas sociales.
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